viernes, 9 de febrero de 2024
TEMA : “SI TIENES ALGO DIFICIL DE DECIR ¡CANTA!”.
FECHA:
SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR / AÑO 2023
Se agolpan con rapidez
las festividades litúrgicas al inicio
del año civil. Insertos en el tiempo de Navidad, que se extiende desde la Nochebuena
betlemita hasta el bautismo del Señor en las riberas del Rio Jordán, hoy nos
reunimos en la Santa Misa para celebrar el día de la Epifanía del Señor,
tradicional fiesta del día de los Reyes venidos del Oriente para adorar al Niño
recién nacido.
Resulta sobrecogedor
visitar espiritualmente aquella adusta gruta: habitualmente oscura, de
terminaciones toscas evidenciando un lugar donde** nadie quiere estar mucho
tiempo, con el aroma propio de animales que cansados duermen cada noche, con
ojos que temerosos parecen descubrir en cada sonido una amenaza. Hasta aquel día
respondía aquella gruta al inhóspito ámbito de lo indeseado, ante lo cual, la
mirada se desviaba siempre.
De pronto, en
cumplimiento con lo anunciado por las Escrituras, una estrella guiaría el paso
de quienes buscasen al Salvador…que sí salva, que es el Mesías esperado por
generaciones. La voluntad del hombre
dúctil a los designios del Señor llevó a permear con la fe cada
acontecimiento como parte del querer de Dios por lo que las almas elegidas para
estar aquel día en la Gruta de Belén, nos marcan e paso para el buen camino en
la búsqueda de la santidad.
Esa búsqueda, que forma
parte del plan de Dios, no está signada por la incertidumbre de lo posible ni
de lo casual, sino por la certeza y seguridad que el Señor en todo momento nos
acompaña por lo sinuoso y oscuro que parezcan los caminos. La fe de la
cual, nos habla Jesús en el Evangelio
resulta la respuesta definitiva para todo aquel que busca la verdad, que sólo
puede tener su nido en aquello que Dios
nos ha dicho y enseña cada día.
Sabemos que en aquella
gruta silenciosa los primeros en llegar al nido
de la fe fueron la Virgen y San José, que atónitos, como embelesados ante lo
sublime del misterio puesto en sus manos y en sus vidas, privilegiaban el
silencio hecho plegaria. ¡Cómo desviar la atención ante momentáneas urgencias
si acaso lo principal deslumbraba en medio de ellos envuelto en unos limpios
pañales?
Aquel silencio fue
complementado por el canto de una multitud de
Ángeles que anunciaban la promesa cumplida desde lo alto: “! Gloria a Dios en las alturas y en la tierra
paz a los hombres que Dios ama!”. La irrupción de aquellos ángeles que
quebró el silencia hecho oración al interior de la gruta de Belén se alzada –ahora- como un faro que irradiaba la más
prístina de claridades en un lugar que hasta unas horas antes sólo era el
reducto de cuantos no tenían lugar entre los hogares de la ciudad real donde nació
el Rey David.
Muchos se preguntarían más
tarde: ¿puede salir algo importante de Belén,
la más pequeña de las ciudades? Añadiendo luego a la ironía la duda: ¿Puede haber algo bueno en Nazaret? La
respuesta a ambas preguntas vino del Cielo con aquel canto anunciando el
nacimiento de Jesús, como el único camino para la salvación del mundo. Es una
verdadera alegría porque es la venida
del Niño Jesús la cual la ha
provocado.
Sabemos que las alegrías
del mundo son pasajeras, todas tienen fecha de inicio y circunstancia de término,
más el gozo más ínfimo en el Cielo es
mayor que todos las alegrías del mundo porque en el Cielo todo es eterno, el
tiempo fenece ante un presente sin
ocaso junto a Dios que es amor.,
Esto último es lo que
experimentarán los segundos visitantes de aquella gruta, que unirán su
adoración a la de los padres del Recién Nacido. En efecto, provenientes de sus labores como agricultores y ganaderos,
reciben el saludo de los Ángeles como una exhortación a honrar a Jesús,
deteniéndose en aquel lugar alzado ahora como el mejor de los hospedajes pues
estaba el “recién nacido envuelto en
pañales”. ¡Cómo seguir de largo sin detenerse ante una verdad evidente que
marcaría un antes y un después de generación en generación!
También, cada uno de los que hemos acudido a este
hermoso templo, estamos llamados a
detener la vorágine de lo cotidiano para permear nuestros afanes con la fe que
hizo doblar sus rodillas y corazones a unos simples labriegos de Belén, quienes
parecieron olvidar por momentos su
merecido descanso en vista a quedarse acompañando a Jesús y sus padres, pero
también, llenando sus almas de las gracias que profusamente impartía Jesús ya desde ese hogar hecho santuario.
Finalmente, unos Reyes de Oriente, partiendo desde tierras lejanas, abandonando
toda seguridad, como un día lo hizo nuestro padre en la fe que es Abraham,
salieron con prontitud hacia esta gruta betlemita a la cual primero nadie quería estar y ahora todos parecen querer llegar. Es que la presencia de Jesús, puesto en manos de sus
padres, es el único capaz de mutar lo agreste por lo dulce, lo oscuro por lo
luminoso, las lágrimas de tenor y dolor por las de felicidad y realización,
haciendo realidad lo dicho por Santa Teresa de Ávila: “Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”.
El hilo conductor que
hemos seguido estos días descubriendo como la tenue luz del anuncio de los profetas
se fue intensificando hasta ser un destello “luz
para las naciones que permanecían en tinieblas”, está signada por el don de
la fe, de José Custodio y la Virgen María, de los pastores, y ahora, de los
peregrinos provenientes del Oriente que fueron, vieron y adoraron al Niño Dios,
enseñándonos con su vida un verdadero itinerario a seguir en el camino de la
búsqueda de la santidad: “!Buscar a
Jesús, Encontrar a Jesús y Vivir con Jesús!”.
La verdadera sabiduría de
aquellos Reyes de Oriente –Melchor, Gaspar y Baltazar- estuvo en que
supeditaron sus capacidades y seguridades; sus esperanzas y posibilidades, sus
argumentos y poderes, a los de un indefenso
Niño recién nacido que cautivo sus mentes y corazones con la pureza de
su mirada no sólo tierna sino –sobre todo- veraz, por lo que no pudieron sino
doblegar sus corazones y cambiar de vida desde aquel instante.
Les resulto necesario, un
imperativo para el resto de sus vidas, regresar a casa por otro camino, porque
sus vidas habían tenido un renacimiento al descubrir a Jesús y estar
arrodillados ante su frágil figura capaz de doblegar la grandeza humana de
aquellos reyes venidos de tierras lejanas.
Queridos hermanos, desde
los más pequeños que están hoy en la Santa Misa hasta los mayores, desde los más
fuertes a los más debilitados; ¡todos, todos, todos! Estamos llamados a la
santidad, lo cual pasa por una verdadera conversión, un cambio de vida como fue
lo acontecido para cada uno de los peregrinos de la Gruta de Belén. Cristo
nunca pasa de largo ante un alma que le
busca, por lo que hoy damos gracias a Dios por todo el breve pero intenso
tiempo de Navidad.
En un día como hoy-
Fiesta de la Epifanía- a esta hora celebraba la Santa Misa de Ordenación
Sacerdotal. En mis manos estaba Jesús sacramentado, desde ese momento se
iniciaba la misión de llevar la presencia Cristo a todo lugar, en todo tiempo,
y en toda circunstancia, bajo la seguridad que el Señor no defrauda jamás, que
el Señor no se agota en bendecirnos más muchas veces somos nosotros los que
claudicamos en implorarle.
Bajo el amparo de la
Virgen he podido servir ministerialmente en aquellas comunidades que la veneran
como Patrona, por esto, ni un instante
he dudado en su maternal cercanía, particularmente a la hora de celebrar la
Santa Misa Diaria que es el corazón de mi vida como sacerdote, en el pasado,
presente y futuro.
Hoy, he venido a los pies
de la imagen de la Virgen del Carmen, Patrona de Chile, y de esta querida
parroquia que desde hace muchos años –cuando sólo tenía siete años- participaba
en la Santa Misa, y anhelaba poder comulgar acercándome a pedir la comunión
recibiendo la respuesta de “eres muy pequeño aún”. Pasaron los años…seguí
siendo pequeño, pero –entonces- si pude comulgar, y, luego ingresando al
Seminario ubicado junto a la Virgen de Lo Vásquez con diecisiete años,
recibiendo una sana formación sacerdotal, fui consagrado sacerdote a los veinticinco
años y pude repetir las palabras maravillosas de la consagración ante la
Hostia: “Esto es mi Cuerpo” y luego,
ante el vino “Esta es mi Sangre”, haciendo que Jesús, el que nació en Belén, y
murió en Jerusalén se haga presente en
medio nuestro para darnos su salvación.
Queridos hermanos: Hace
unos meses desde este templo elevaron oraciones diarias por mi salud: desahuciado
por los médicos que sólo apuntaban a esperar un desenlace en horas, los
sacerdotes de esta querida parroquia y fieles nos bajaron los brazos rezando,
los niños y jóvenes en los colegios donde colaboro no dejaron de rezar,
produciendo un cambio total en mi estado de salud hasta revertir totalmente el
pronóstico de los hombres por el designio de nuestro Dios que no desatiende
nunca las solicitudes de la Virgen María.
¡No se cansaron de pedir
y yo no me canse de cantar mientras estuve internado!
Quienes me conocen desde niño, saben que tengo un cantante que siempre he escuchado…a él un sacerdote le dio un consejo cuando pequeño: “Cuando tengas algo difícil que decir, canta”. Es lo que en aquellas horas de mayor incertidumbre procuré hacer: Cantar y rezar en latín. ¡Que Viva Cristo Rey!
TEMA
: “VENID A MÍ YO OS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES”
FECHA:
HOMILÍA III° DOMINGO / TIEMPO COMÚN / AÑO 2023.
Estamos celebrando la
Santa Misa correspondiente al Tercer Domingo del Tiempo Ordinario. De forma
cotidiana, con lo sorprendente del destello que emana de la Palabra de Dios que
proclamamos cada día, nos vemos exigidos por el Señor para responder al llamado
de ser sus testigos en medio de una sociedad abiertamente secularizada, lo que
entraña un desafío para todo bautizado que tiene una misión en el mundo de hoy.
¡Nadie se puede restar!
En la Primera Lectura
leímos el testimonio del profeta Jonás que fue llamado por Dios en dos
oportunidades, en la primera, se cansó
del trajín de una ciudad sin Dios
como era Nínive. En efecto, aquella era
una imponente localidad que se tardaba tres días en cruzarla: con ciento veinte
mil habitantes y noventa y seis kilómetros de circunferencia, tenía fama de ser una cosmopolita ciudad pero
muy marcada con diversos vicios (Jonás IV, 11).
Seis siglos antes de Cristo fue la ciudad más grande del mundo, además, por su
ubicación entre el mar mediterráneo y el índico se alzó como ruta impostergable
del comercio de la época, por lo que sus habitantes vivían con bienes que otras
localidades ni siquiera pensaban que existían.
Fue en esa cultura que
Dios envió a Jonás a predicar la conversión. En un primer momento, el rechazo
estuvo signado más que por el explícito desprecio, más bien, por un abierto indiferentismo, puesto que estaban abocados a sus caminos propios, y el tiempo
para escuchar sobre Dios era algo insignificante.
Ante ello, el profeta se desanimó
y literalmente “se mandó cambiar”
tomando una embarcación que en medio de la navegación enfrentó una tempestad
que hizo que Jonás pidiese al Señor por quienes iban con él, ante lo cual, fue
lanzado al mar y al instante el oleaje se calmó. Tres días después apareció
nuevamente el profeta en la ciudad anunciando que el Señor lo salvó
milagrosamente, ante lo cual, los ninivitas “creyeron
en él y en el Dios que por su medio les hablaba”.
Sin duda, hay una notable
similitud entre aquel relato con lo que nos toca vivir como creyentes en
nuestros días. Nuestras ciudades en general son muy extensas, por lo que
intentar cruzarlas a pie puede llevar largas horas, más en lo particular,
nuestro añorado primer puerto ocupó –unas décadas atrás- un lugar de privilegio
en el contexto del país y de nuestros vecinos.
Bastaría recordar que los
jóvenes de naciones vecinas acudían a colegios fundados en Valparaíso,
destacando dos de ellos que luego fueron presidentes en su tierra natal, a la
vez que todas las “modernidades
tecnológicas” se recibían primero en el puerto y luego iban a la capital.
De algún modo podemos
decir que Valparaíso y Viña tuvieron algo de Nínive en su pasado, pero, además –en la actualidad- constatamos –quizás-
mayores similitudes si vemos cómo se desarrolla la vida religiosa, la práctica
sacramental, y el tiempo dedicado a la oración personal y comunitaria. Sólo
esta semana veíamos que en Italia el 84% de los niños y jóvenes opta por tener
clases de religión católica, en tanto que en nuestra ciudad hay liceos y
escuelas donde ninguno de los alumnos tiene siquiera la posibilidad de asistir.
En realidad Nínive no es
un simple recuerdo del Antiguo Testamento. Hoy nos vemos sumergidos en el ruido
de una cultura que por todos los medios ha tratado de silenciar la voz de Dios
tal como lo experimentó el profeta Jonás
desde un primer momento.
Como aquel profeta
podemos experimentar el sabor amargo de su cansancio, y caer en la tentación de
volver a los “caminos propios”
desoyendo la invitación hecha por el Señor a todos nosotros desde el día de
nuestro bautismo, por lo que, el ser
cristiano implica ser su apóstol en toda circunstancia: ¡Ante quienes aceptan y
ante quienes rechazan! ¡Ante caritas tristes y ante cartitas contentas!
La razón para seguir
adelante y no claudicar subyace en que la misión fue encomendada por Dios
mismo, y en que el mensaje que debemos procurar transmitir no es de nuestra autoría, por lo que el dueño de
nuestras palabras ha de ser quien las ha dado a conocer en la Sagrada
Escritura.
Nuestra tarea no es inventar nuevas verdades, son que consiste en transmitir con
fidelidad a Jesucristo, quien es la
verdad definitiva del Cielo al mundo de ayer, hoy y siempre. Sin duda, la
pretensión de hacer ofertantes de
salvación ante un mundo renuente a Dios inventando nuevas verdades es una
actitud trucha. En este sentido, diremos que “el Buen Dios no nos quiere
truchos sino que nos quiere duchos”. ¡Despiertos, ágiles, y dispuestos para
servir a la verdad de Dios, jamás torcidos para tanta torpeza como es la que
vemos propagada hoy!
Con frecuencia hemos
recordado el libro escrito por el religioso trapense Jean Bautiste Chautard: “El
alma de todo apostolado es el apostolado del alma”. Sin duda, esta frase
encierra una verdad que no se doblega ante la insistencia de quienes -de modo
ya majadero- pretenden colocar el germen
del apostolado en programas, diálogos, aperturas y actualizaciones, postergando
la preocupación por la salvación de las almas y presentando la tarea
prioritaria de su cuidado como algo “etéreo”
y secundario.
Jesucristo en todo
momento habló de la prioridad de la
salvación, por eso, cuando llamó a sus primeros discípulos, estando estos
en sus labores cotidianas de la pesca, les dijo “Vengan a mí, Yo os haré pescadores de hombres”. Atrás quedaban las
barcas y redes, porque ahora iban tras los pasos de Jesús.
Tal seguimiento exigía la
radicalidad de la decisión pero
–también- ameritaba la diligencia a la hora de responder. Si el amor es
verdadero tiende a la posesión y a la inmediatez. Sabido es que quien está
enamorado trata de estar lo más posible con la persona querida y lo más pronto
posible, sería un síntoma de desamor que
careciera de cualquiera de los dos signos: una polola que siempre llega tarde
cuando se junta con su pololo requiere tarjeta
amarilla como un novio que permanentemente antepone otras actividades antes
que juntarse con su novia requiere de tarjeta
amarilla. Ante el llamado que Jesús hace acontece algo similar, no podemos
dejar en espera a quien es ¡El Señor!
Los Apóstoles dice el
Santo Evangelio “dejando sus redes
siguieron a Jesús”, lo que muestra una opción
clara por procurar estar con el Señor. Ninguno de ellos le dijo: “Dame tiempo para pensarlo mejor”,
tampoco, le pidió hacer cosas buenas
como despedirse de sus familiares o finiquitar transacciones del producto de su
trabajo de pesca. Dilatar la respuesta a la llamada que Jesús hace nos lleva a pensar que Dios no es prioridad
en nuestras vidas. ¡Si Él no lo es, cualquier baratija lo será!
Por ello, la respuesta de
Samuel que hemos conocido a lo largo de esta semana es un verdadero lema de
vida: “Habla Señor que tu siervo
escucha”, de modo especial en este día que celebramos el Domingo de la Palabra
de Dios, realzando la presencia de Dios
en nuestras vidas por medio de la Santa Biblia, que ha de estar en nuestras
casas no como un adorno, o un libro más entre otros, sino como lo que es: La
carta que Dios ha dado al mundo para conocerle plenamente en la persona de
Jesús, en quien Dios Padre habló de una
vez para siempre. ¡Que Viva Cristo Rey!
domingo, 31 de diciembre de 2023
Declaración de la Arquidiócesis de Santa
María en Astana sobre la Declaración Fiducia supplicans, publicada por el
Dicasterio de la Doctrina de Fe y aprobada por el Papa Francisco el 18 de
diciembre de 2023
El propósito manifiesto de la Declaración de la Santa Sede, Fiducia
supplicans, es permitir «la posibilidad de bendecir a las parejas en
situaciones irregulares y a las parejas del mismo sexo». Al mismo tiempo, el
documento insiste en que tales bendiciones se realizan «sin validar
oficialmente su estado ni cambiar de ninguna manera la enseñanza perenne de la
Iglesia sobre el matrimonio».
El hecho de que el documento no dé permiso para el «matrimonio» de
parejas del mismo sexo no debería cegar a pastores y fieles ante el gran engaño
y el mal que reside en el permiso mismo para bendecir a las parejas en
situaciones irregulares y a las parejas del mismo sexo. Tal
bendición contradice directa y seriamente la Divina Revelación y la doctrina y
práctica ininterrumpida y bimilenaria de la Iglesia Católica. Bendecir a las
parejas en una situación irregular y a las parejas del mismo sexo es un abuso grave
del Santísimo Nombre de Dios, ya que este nombre se invoca sobre una unión
objetivamente pecaminosa de adulterio o de actividad homosexual.
Por lo tanto, ninguna, ni siquiera la más bella de las
afirmaciones contenidas en esta Declaración de la Santa Sede, puede minimizar
las consecuencias destructivas y de largo alcance resultantes de este esfuerzo
por legitimar tales bendiciones. Con tales bendiciones, la Iglesia
Católica se convierte, si no en teoría, entonces en la práctica, en un
propagandista de la «ideología de género» globalista e impía.
Como sucesores de los Apóstoles, y fieles a nuestro juramento
solemne con motivo de nuestra consagración episcopal «de preservar el depósito
de la fe en la pureza y la integridad, de acuerdo con la Tradición siempre y en
todas partes observada en la Iglesia desde la época de los Apóstoles», exhortamos
y prohibimos a los sacerdotes y a los fieles de la Arquidiócesis de Santa María
en Astana aceptar o realizar cualquier forma de bendición de parejas en
situación irregular y parejas del mismo sexo. No hace falta decir que todo pecador sinceramente
arrepentido con la firme intención de dejar de pecar y poner fin a su situación
pública de pecado (como, por ejemplo, la convivencia fuera de un matrimonio
canónicamente válido, la unión entre personas del mismo sexo), puede recibir
una bendición.
Con un amor fraternal sincero, y con el
debido respeto, nos dirigimos al Papa Francisco, quien, al permitir la
bendición de las parejas en una situación irregular y las parejas del mismo
sexo, «no camina rectamente de acuerdo con la verdad del Evangelio» (Gálatas II, 14), para tomar prestadas las
palabras con las que San Pablo el Apóstol amonestó públicamente al primer Papa
en Antioquía. Por lo tanto, en el espíritu de la colegialidad episcopal, le
pedimos al Papa Francisco que revoque el permiso para bendecir a las parejas en
situación irregular y a las parejas del mismo sexo, para que la Iglesia
Católica pueda brillar claramente como el «pilar y fundamento de la verdad» (1 Tim 3:15) para todos aquellos que buscan sinceramente conocer
la voluntad de Dios y, al cumplirla, alcanzar la vida eterna.
Astana, 19 de diciembre de 2023
+ Tomash Peta, Arzobispo Metropolitano de la Arquidiócesis de
Santa María en Astana
+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santa María en Astana
Comunicado de
prensa del Superior General de la FSSPX
“Quien me ama observa -y hace observar-
mis mandamientos”.
La declaración Fiducia supplicans del prefecto del Dicasterio para la
Doctrina de la Fe acerca de la cuestión de las bendiciones para «parejas
irregulares y parejas del mismo sexo» nos deja consternados. Tanto
más cuanto que este documento ha sido firmado por el Papa.
Aunque pretende evitar cualquier confusión entre la bendición de tales
uniones ilegítimas y la del matrimonio entre un hombre y una mujer, esta
declaración no evita ni la confusión ni el escándalo: no sólo enseña que un
ministro de la Iglesia puede invocar la bendición de Dios sobre uniones
pecaminosas, sino que al invocarla está confirmando de hecho estas situaciones
de pecado.
La invocación expresada en esa «bendición» consistiría simplemente en
pedir para estas personas, en un marco no litúrgico, que «todo lo que es
verdadero, bueno y humanamente válido en sus vidas y relaciones sea investido,
sanado y elevado por la presencia del Espíritu Santo«.
Pero hacer creer a los que viven en una unión fundamentalmente viciada que ésta puede ser al mismo tiempo positiva y portadora de valores es el peor de los engaños y la más grave falta de caridad hacia esas almas descarriadas. Es un error imaginar que hay algo bueno en una situación de pecado público, y es un error afirmar que Dios puede bendecir a las parejas que viven en esa situación.
Sin duda, toda persona puede ser auxiliada por la misericordia
preveniente de Dios y descubrir con confianza que está llamada a la conversión
para recibir la salvación que Dios le ofrece. La Iglesia nunca niega una
bendición a los pecadores que la piden legítimamente, pero entonces la
bendición no tiene otra finalidad que ayudar al alma a superar el pecado y a
vivir en estado de gracia.
Por tanto, la Santa Iglesia puede bendecir a cualquier individuo,
incluso a un pagano. Pero nunca puede, en modo alguno, bendecir una unión que
es en sí misma pecaminosa, con el pretexto de alentar lo que hay de bueno en
ella. Cuando bendecimos a una pareja, no estamos bendiciendo a individuos
aislados: estamos bendiciendo necesariamente la relación que los une, No podemos redimir una realidad que
es intrínsecamente mala y escandalosa.
Fomentar pastoralmente este tipo de bendiciones conduce, en la práctica,
inexorablemente a la aceptación sistemática de situaciones incompatibles con la
ley moral, se diga lo que se diga.
Desgraciadamente, esto coincide con las declaraciones del papa
Francisco, que define como «superficial e ingenua» la actitud de quienes
obligan a las personas a «comportamientos para los que aún no están maduras,
o de los que no son capaces» [1].
Este tipo de pensamiento, que ya no cree en el poder de la gracia y
prescinde de la cruz, no ayuda a nadie a escapar del pecado. Sustituye el
verdadero perdón y la verdadera misericordia por una amnistía tristemente impotente. Y sólo acelera la pérdida de almas y
la destrucción de la moral católica.
Todo el lenguaje enrevesado y el disfraz sofístico del documento del
Dicasterio para la Doctrina de la Fe no pueden ocultar la realidad elemental y
obvia de estas bendiciones: no harán otra cosa que confirmar a estas uniones en
su situación intrínsecamente pecaminosa, y animar a otros a seguirlas. No será
más que un sustituto del matrimonio católico. De hecho, demuestra una
profunda falta de fe en lo sobrenatural, en la gracia de Dios y en el poder de
la cruz para vivir en la virtud, la pureza y la caridad, de acuerdo con la
voluntad de Dios.
Es un espíritu naturalista y derrotista que se alinea cobardemente con
el espíritu del mundo, enemigo de Dios. Es una nueva rendición y sometimiento al mundo por parte de la jerarquía
liberal y modernista, que desde el Concilio Vaticano II está al servicio de la
Revolución dentro y fuera de la Iglesia.
Que la Santísima Virgen María, guardiana de la fe y de la santidad,
venga en ayuda de la Santa Iglesia. Sobre todo, que proteja a los más expuestos
a este caos: los niños, que ahora se ven obligados a crecer en una nueva
Babilonia, sin puntos de referencia ni guías que les recuerden la ley moral.
Padre Davide Pagliarani, Superior General
Menzingen, 19 de diciembre de 2023
[1] Francisco,
Charla con los jesuitas en Lisboa, el 5 de agosto de 2023
TEMA : ¡RECIBIMOS UN TROZO DEL CIELO!
FECHA: HOMILÍA PRIMERA
COMUNIÓN SAINT PETER’S SCHOOL 2023
1. “Crezcamos en todo hasta Cristo” (Efesios
IV, 15).
Queridos
niños: Por fin ha llegado el día de la Primera Comunión, para lo cual, se han
preparado a lo largo de este año con especial interés, y no han dejado de
contar con la ayuda de vuestros padres que, por medio de la participación en la
Catequesis Familiar han ido junto a vosotros buscando y encontrando al Señor
con el fin de que a partir de este día tengan una vida marcada por la presencia
del Señor en todo pensamiento, en cada palabra y permeando con su gracia cada
acción.
Por
ello, hemos hecho la señal de la cruz en
la frente, para implorar que todo lo que pensemos, recordemos y proyectemos
tengan a Dios en su origen y fin; hicimos la señal de cruz en nuestro corazón para que lo que sentimos y lo que queremos se funden en el amor de Dios,
y finalmente, hicimos el signo de la
cruz en nuestros labios para que las palabras dichas no dejen de profesar la
bondad y la verdad que emergen y convergen desde y hacia el Corazón de Jesús.
En
esta búsqueda de Dios no lo hacemos porque hemos autónomamente tomado la iniciativa,
sino más bien, dado respuesta consiente y libre a Dios apoyados en la luz de la
fe que ilumina nuestro entendimiento y el don de fortaleza que mueve nuestra voluntad a
buscarle.
Por
eso, no caminamos “a tientas”, como
buscando a un Dios huidizo que juega a las escondidas, sino por el contrario,
es Él quien ha venido a nuestro encuentro y se ha revelado –precisamente- para
que le encontremos…! Nuestro Dios no juega a las escondidas sino a las encontrradas!
El
gozo que cada uno experimenta al ser encontrado cuando se ha extraviado es
indescriptible, tal como lo vimos con aquellos jóvenes accidentados en la
Cordillera de Los Andes el trece de
octubre de 1972 permaneciendo setenta y dos días en la montaña, o el caso más
reciente, de un grupo de mineros que bajo seiscientos metros lograron no sólo ser encontrados sino
rescatados con éxito luego de setenta días. En uno y otro caso hubo lágrimas de
incertidumbre y temor que dieron paso a lágrimas de felicidad porque fueron
encontrados.
2. “¡Ya estamos, ya se posan
nuestros pies en tus puertas, Jerusalén!” (Salmo CXXII).
En
esta mañana de día Sábado, queridos niños, ustedes encuentran y son
descubiertos por el Señor Jesús, quien hace dos mil años hizo el sacrificio más
grande que un ser humano puede hacer por los demás, porque siendo el hijo
unigénito Dios de verdad, cada esfuerzo, cada desprecio, cada dolor que asumió
lo hizo en cuanto Dios y hombre a la vez, por ello, fue un acto único, perpetuo y pleno respondiendo
a sus atributos divinos: Todopoderoso, Eterno y Omnicomprensivo.
Hace
un instante les recordé el accidente
acontecido por unos jóvenes rugbistas uruguayos: Dos de ellos descendieron para
pedir ayuda, para lo cual, debieron
subir una montaña de cuatro mil metros sin los elementos especiales, caminar
cuarenta kilómetros en medio del frio y la oscuridad durante diez días,
llevando en sus hombros el recuerdo de sus catorce amigos que sobrevivieron a
la caída del avión.
Ellos
hicieron vida lo dicho por Jesús: “Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por los suyos”, y es inevitable
pensar que aquellos alumnos integrantes de un Colegio tradicional Católico e
integrantes del Old Christians Club, no tuviesen en sus corazones la imagen no
sólo de las palabras de Jesús sino de lo hecho por nuestro Señor el día de su
Pasión, donde entregó su vida para rescatar a los que vivían en tinieblas.
Recibir
la Primera Comunión implica subir junto a Jesús y ser partícipe de su entrega,
al punto de poder repetir cada uno en este día: “Jesús me amó y se entregó por mí”, asumiendo que el valor pagado
por el Padre Eterno para salvarnos pasa por la sangre derramada por su Hijo en
lo alto de la Cruz del Calvario. ! Valemos la Sangre de Cristo!
Este
acontecimiento -de manera misteriosa pero real- se revive en cada celebración
de la Santa Misa donde sobre el altar las especies de pan y vino se transforman
totalmente en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, pues el mismo que tenía poder
para resucitar al hijo de la viuda de Naim, de dar vida a la hija de Jairo y
revivir a su buen amigo Lázaro de Betania; es el mismo que tuvo poder para
cambiar seis tinajas agua en el mejor de los vinos en Caná de Galilea, o
multiplicar panes y peces para alimentar a una muchedumbre. Los cuatro evangelios –Mateo, Marcos, Lucas y
Juan- describen treinta y tres milagros, con la salvedad que “hay muchas otras cosas que hizo Jesús,” (San
Juan XXI, 25), y estas han sido escritas –especialmente- para
fortalecimiento de nuestra fe.
Como
en cada uno de esos milagros –Nuestro Señor-
tuvo la intención y el poder de
hacerlo, y es en la Ultima Cena donde nuevamente de manera voluntaria realizó
el mayor de los Milagros, del cual todos –sin excepción- fueron signo o señal
de lo que hizo en aquel Cenáculo de Jerusalén junto a sus Apóstoles, que
recibieron de manos de Jesús no un trozo de pan bendito sino al Autor de toda
bendición. ¡Es Jesucristo! A quien recibirán en unos momentos más, por ello, no hay un momento más sublime, ni más cercano,
para estar con Dios en este mundo que recibirlo sacramentalmente al momento de
comulgar, tal como lo harán hoy por primera vez.
Los
mejores hijos de la Iglesia que son los Santos tuvieron siempre un amor
entrañable por la Hostia Santa, haciendo esfuerzos heroicos y, en ocasiones
martiriales para poder estar con Jesucristo: San Tarsicio, Patrono de los
Acólitos el año 215 se negó a colocar en manos infieles la Hostia sagrada
optando por morir antes que entregar a Jesús; el Cardenal Francois Xavier Nguyen
Van Thuan fue tomado prisionera durante trece largos años en Vietnam y para
poder celebrar la Misa diaria colocaba un trozo de pan y un poco de vino en su
mano y repetía de memoria las oraciones litúrgicas, lo que hizo convertir a
Cristo y su única Iglesia a sus guardias.
Nuestra
gran Teresa de Los andes el día que recibió la Primera comunión escribió en su
diario de vida: “recibí un trozo del Cielo”, “me
sentí como estando en el Cielo”, y es que resulta imposible no experimentar
tal gozo y certeza cuando la fe es alimentada con la presencia del mismo
Jesucristo, tal como ustedes hoy recibirán, recordando que le pedirán al Señor
poder recibirle en el futuro con el mismo amor, pureza y deseo que le reciben
ahora; con la misma generosidad y rectitud de intención acoger sacramentalmente
en el futuro; y, no dejarán de tener presente las palabras pronunciadas por
Jesús en cada Santa Misa: “Esta es mi Sangre,
Sangre de la alianza, San Mateo
XXVI. 28). ¡!Qui pro vobis et pro multis effundetur in remissionem peccatorum!
Niños: Nunca se acostumbren a
recibir a Jesús en la Hostia sin dejar de sorprenderse del amor que tiene para cada uno de nosotros;
nunca se acerquen a recibir la Hostia Santa teniendo la certeza de no estar con
el corazón limpio de haber cometido un pecado
grande (mortal); siempre acérquense a comulgar cuando perciban soledad y
debilidad, pues Jesús viene a nosotros para que tengamos “vida en abundancia” (San Juan X,
10). Que la Virgen Madre, la Mujer Eucarística a la que hoy veneramos
conceda la gracia de recibir a Jesús como si fuera la primera, única y última
vez en la vida. ¡Que Viva Cristo Rey!