jueves, 26 de diciembre de 2013

HOMILIA DEL DIA DE LA NATIVIDAD DEL SENOR


EL  CORAZON   DE  CRISTO  EN  EL   ESTABLO  DE  BELEN
 

Con una actualidad  sorprendente, la primera lectura tomada del profeta Isaías nos relata como vivían los creyentes en aquel tiempo: “El pueblo que andaba en tinieblas”, “Los que vivían en tierra de sombras”, “El yugo les pesaba”, todo lo cual nos indica un estado que humanamente parecía imposible de ser superado.  

Las iniciativas hechas con palabras, es decir los acuerdos verbales y escritos,  las inventivas de conflictos que hicieron el inicial pueblo de Dios, condujeron a que aquellos quienes desde antiguo fueron creados a “imagen y semejanza” de Dios, que ese Creador le invito a ser una verdadera huella viva de su ser, procurando recrear su grandeza, su bondad, su amor, su cercanía, su eternidad, y poder  por medio de las acciones diarias.

Sabemos que desde el comienzo ese proyecto de Dios fue cuestionado por quienes mancillaron su condición angelical y dijeron llenos de envidia: “No serviremos” y además, el dramático relato de la caída voluntaria de nuestros primeros padres que afirmaron con sus actos el orgullo inmerso en sus corazones:” No obedeceremos”. 

Una sociedad que no sirve y no obedece no puede tener otro fin aquel que aquel que debieron asumir aquellas grandes ciudades de la antigüedad descritas por la Santa Biblia:  

Sodoma y Gomorra,  de las cuales el profeta Ezequiel indico claramente que el motivo de la molestia de Dios fue “la maldad de tu hermana Sodoma: soberbia, saciedad de pan –en hebreo implica hasta devolver el alimento ingerido-, abundancia de ociosidad, no tender la mano al afligido y al mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominaron mi ley” (Ezequiel XVI, 49-50),   

Babilonia: junto a Jerusalén las únicas que subsisten actualmente. Distante 110 kilómetros de Bagdag, fue reconstruida hace unas décadas, para retomar su carácter de centro político, religioso y cultural, pero –nuevamente- a causa de la violencia se corroboro la profecía de Isaías: “y será Babilonia montones de ruinas, morada de chacales, espanto y burla, sin morador” (XXI, 9).

Jericó, la ciudad mas antigua de la tierra, de la cual dice San Pablo que “por la fe cayeron los muros de Jericó después que fueron rodeados por siete días” (Hebreos XI, 30).  

Jerusalén, cosmopolita capital religiosa de Israel, cuya  destrucción fue anunciada por el mismo Cristo, hecho que aconteció cuatro décadas después de la Ascensión del Señor, y que fue relatado por Flavio Josefo quien aseguro con crudeza sin par que luego del asedio: “no hubo nadie mas a quien eliminar ni nada mas que saquear o destruir”.

De algún modo, nuestra ciudad refleja  lo que hay en nuestros corazones, a la vez que es un eco de nuestras carencias: “No servir” y “no obedecer” tiene consecuencias, tanto a nivel personal como comunitario. De algún modo el hecho que el hombre crea tener el mundo al alcance de su mano, le hace sentir una falsa autonomía que le lleva a conductas individualistas, en ocasiones agresivas y hasta violentas para imponer sus gustos y opciones, porque estando lleno de si mismo costrifica su alma y la cierra a la acción de la misericordia y de la gracia de Dios. 

Cuando en el Evangelio leemos que en Belén no hubo lugar para Jesús, porque estaba todo ocupado, constatamos que en nuestros días los múltiples afanes, las programaciones hechas , los resultados esperados, las metas por lograr, hacen que hasta lo mas simple como es dedicar tiempo para Dios, nos resulte muchas veces, imposible de obtener. No damos tiempo a Jesús porque estamos satisfechos y llenos de nosotros mismos.


¿Qué significa celebrar la Navidad sino la acción de abrir las puertas de nuestro corazón al Redentor que nace hoy? 

La humildad de Dios,  creador del universo y para quien la frontera de lo imposible no existe,  quiso tener la simpleza de golpear las puertas de una ciudad, por si acaso al menos en una casa había lugar para El y los suyos. De la misma manera, con la fragilidad de un recién nacido, con la indigencia de Aquel que entre hierba seca  tiene como cuna, y que solo esta cubierto con la simpleza de unos pañales, nuevamente golpea nuestros corazones. ¿Para qué? ¿Cuál es el deseo que subyace en el Corazón de Cristo en Belén? 

La respuesta la encontramos descrita ampliamente en los relatos del Santo Evangelio. Desde su infancia a los doce años, al responder a sus preocupados padres,  en medio del templo, Jesús aseguró: “Debo preocuparme primero de las cosas de mi padre que está en los cielos”.   

La primacía de cumplir la voluntad de Dios, es un imperativo que no admite excepciones. En todo momento nuestra voluntad debe estar orientada a seguir los pasos que Dios nos ha trazado, los cuales no vienen a hurtar nuestra individualidad sino a garantizar nuestra plena realización. El camino de crecer como personas no puede hacerse al margen de Dios sino solo por medio de su auxilio que una y otra vez nos dice: “Ten animo, soy Yo, no temáis”. 

La presencia del recién nacido betlemita no vino a ser sólo parte de una época determinada de la historia, ni solo vino  a marcar un antes y después de la vida humana con  su nacimiento, sino que su advenimiento hoy viene a dar plenitud a los tiempos, por lo que su nacer hoy, implica temporalmente un ahora, de tal manera que su gracia esta en todo momento a nuestro alcance en tanto cuando le dejemos entrar en nuestra vida. Siempre en Navidad es bueno recordar que Jesús vino para quedarse: no es la visita gentil y educada que se hace por cumplir, no es la visita obligada hecha por conveniencia para obtener alguna prebenda. La visita del Niño Dios nace de su corazón misericordioso, que viene a tender su mano especialmente a los más debilitados.

En sus ojos cristalinos, luminosos y virginales, se podían ver los rostros de tantos que posteriormente, en las calles de Judea, Galilea y Palestina, se verían beneficiados por su poder milagroso que les invitaba a creer en todo momento: el ciego Bartimeo que clamaba: “Señor, haz que vea”(San Marcos X,46-52); los diez leprosos que al margen de toda vida social solo esperaban morir en el completo desamparo clamaron: “Señor, ten compasión de nosotros” (San Lucas XVII,11-19), a las dolientes hermanas –Marta y María- de Betania transidas de dolor por la muerte de hermano Lázaro replicaron: “Si hubieses estado aquí nuestro hermano no habría muerto” (San Juan XI, 1-45). Para todos un milagro, para cada uno una respuesta, que humanamente puede tardar pero que divinamente siempre pronta llegará. 

En la Noche de Belén el silente sonido de la Natividad del Señor hizo enmudecer el universo entero, a la vez que desde entonces tenemos todo para ser sanos de alma y cuerpo. La luz emanada desde el pesebre llegaba ya al corazón de Bartimeo, también al nuestro, para recordarnos que el mayor drama no lo constituyen las dolencias físicas, cuanto las espirituales, pues ¿Qué mayor tragedia puede haber que poseer un corazón, ciego que no quiera ver? Hermanos, un corazón que no quiere ver, que no se abre al prójimo, que queda reducido a su “metro cuadrado”, provoca una gran tiniebla interior, y conduce –inevitablemente- a la mayor de las enfermedades cual es el egoísmo. Para abrir nuestro corazón a Jesús de Belén es necesario recorrer el mismo camino del ciego vidente Bartimeo: Llamar, responder y confiar, para finalmente ser, por medio del apostolado, portavoces del milagro obrado por Dios en nuestra vida.

La mirada del Nino Dios se encamino también hasta llegar a  tantos enfermos, que hoy en hospitales, clínicas y sus mismos hogares padecen diversas dolencias, “completando en sus vidas los padecimientos que tuvo Jesús para bien de su cuerpo que es la Iglesia”. Los leprosos debieron no solo ser sanados de su lepra, sino sanarse de sus llagas, es decir, aceptar el perdón gratuito de Dios y saber perdonarse, lo que implica un renacer, un volver a vivir, un partir de cero, todo lo cual solo pudo ser realidad porque en aquella Noche nació nuestro divino Redentor.

De pronto, la mirada de Jesús se movió ágilmente, como si alguien se trasladase al interior de aquel establo: su plena  conciencia mesiánica, le hizo ver a su buen amigo Lázaro avanzando ante su exhortación: “Ven y camina”.  Solo Dios mismo podía hacer que una Noche fuese luminosa, que la fragilidad de un recién nacido fortaleciese el universo entero, que la sabiduría de los sabios del Oriente unida a la indigencia de los pastores betlemitas, se uniesen a una voz, pero además, que aquel que había muerto en Betania apareciera vivo, lo cual nos hace tener la esperanza en la resurrección de nuestros fieles difuntos, especialmente a cuantos en este ano han sido convocados ante la presencia del Redentor y Juez del mundo. En esta Noche Santa nada se puede dar por perdido: aunque humanamente parezca no tener solución, aunque sea imposible perdonar nuevamente, aunque se haya extinguido el camino de nuevas posibilidades, el Recién Nacido nos dice en su mirada y su corazón: “Por que siempre hay tiempo, para volver a nacer  siempre hay tiempo, para volver a vivir,  siempre hay tiempo para volver a empezar,  lo que nunca pudiste terminar”. 

¿Qué le podemos regalar a Jesús en este día? 

Si algo caracteriza este día, es la palabra regalo, que etimológicamente proviene de aquel acto de donación que voluntaria y gratuitamente podemos hacer en bien de alguien. Nuestro Dios no nos entrego un objeto como regalo sino que nos donó a su propio Hijo. Nada mayor ni mas cercano  podía el Señor darnos mas que a si mismo cuando “el Verbo se hizo carne y habito entre nosotros”. Entonces, si amor con amor se paga, ¿Cómo retribuir a Dios por el bien que nos hace en este día? 

Por lo pronto no  lo que recibió de las grandes ciudades que hemos recordado, toda vez que no quiso nacer en medio los palaciegos del placer de Sodoma y Gomorra, ni vino al mundo al interior de la imponente fortaleza de poder en Babilonia, ni asumió nuestra naturaleza en el ámbito de la prosapia vetusta de Jericó,  tampoco quiso ser esclavo en su nacimiento de modas pasajeras y religiosidad falseada de la otrora Ciudad de Paz Jerosolimitana. ¿Dónde nació? ¿Dónde sus ojos contemplaron el universo por El creado? ¿Dónde se escuchó por primera vez su voz y esbozó su primera sonrisa?

Bien lo sabemos. Nuestra mirada lo contempla. En una pequeña localidad, lejana a los poderes humanos, ajena a los placeres temporales, al margen de la moda esclavizadota del ayer y del hoy: “En Belén de Judá, nos ha nacido el Salvador de Mundo”. 

¿Locura para unos?  ¿Necedad para otros? Por cierto, toda vez que la lógica de Dios trasciende la nuestra, y la hora de Dios nos parece ir a un ritmo distinto del que avanzan  nuestros anhelos. Mas, es El quien nos pide un regalo, cual es el poder nacer hoy en nuestro corazón, el cual no es  un palacio sino una simple choza, no es una fortaleza sino una humilde mediagua, no es una patrimonial edificación sino una simple tienda de campana, vale decir: no es lo que le podemos dar como regalo sino que el mismo se dona para que podamos entregarlo a nuestros hermanos para que una vez mas el cielo sonría y venza nuevamente la obscuridad de un mundo que puede pretender caminar a tientas y penumbras al margen de la voluntad Dios, pero que tiene que asumir como certeza que ese Dios no dejara de buscarle, no dejara de golpear una y otra vez las puertas del corazón, con el fin de entrar y vivir para siempre en nuestra alma, tal como un día vino al  mundo en el pesebre de Belén. Si, Jesús: puedes nacer hoy en nuestra alma. Amen.

 

lunes, 16 de diciembre de 2013

Homilia Tercer Domingo de Adviento: Gaudete in Domino


“EL DEMONIO NO RESISTE LA GENTE ALEGRE” (San Juan Bosco).
Como  sabemos, es tradicional reservar el sacramento del bautismo de adultos, para la vigilia pascual, así aconteció en 1982, en la basílica de San Pedro. El entonces Sumo Pontifice, hoy elevado a los altares, confirió el bautismo a una joven conversa del mundo protestante, la cual, al ser consultada por el motivo de su decisión respondió que fue a causa de ver la alegria de los cristianos.
Inmersos en medio de un tiempo que guarda un caracter estrictamente penitencial, en el cual la Iglesia nos invita a una verdadera conversión de vida, en virtud de una mas cercana sintonía con la gracia otorgada por Dios, la fidelidad a los mandamientos del Decálogo y de nuestra Madre la Iglesia y en la búsqueda del ejercio de las virtudes, resulta imposible no recordar aquella parábola en la cual el corazón de Dios aparece referido a un padre que, despreciado por su hijo menor, obtiene finalmente el fruto de su esperanza al recibir un día a su hijo, ante lo cual dijo: “Hagamos una gran fiesta, porque mi hijo, a quien creímos muerto, ha regresado y está vivo”.
Normalmente la exégesis nos hace rubricar la actitud del hijo, incluso la parábola misma la reconocemos como del “Hijo Prodigo”. Y, es que resultaría imposible desdeñar el protagonismo e iniciativa de aquel joven que abandona a su padre, a su hermano, a lo que le era propio por una vida mas independiente. Probablemente diría: “me voy para hacer lo que quiero”.
El Evangelio nos dice que “malgastó sus bienes en una vida desenfrenada”, pero antes de ello, detengámonos en el corazón de aquel joven. Una vida desordenada nace de un corazón desordenado. Los vicios, cualquiera sea su manifestación, son un efecto y no la causa, por ello, si queremos conocer lo que pasaba por su alma no es necesario ir a buscar respuesta a los lugares donde realizaba sus tropelias, sino directamente a lo que emanama de su interior.
¿Y qué encontramos? Una expresión y un acto muy especial: Quien estaba llamado a obedecer, aquel que conocería desde pequeño las implicancias del precepto cuarto dado por Dios en el Monte Sinaí en orden a “honrar a padre y madre”, en vez de obedecer ordena a su padre: “dame la parte de la herencia que me corresponde”.
Es sabido que las herencias testadas e intestadas son causa de arduas disputas, no hemos de pensar que esta sería la excepción. Si acaso parte de ella –realmente- por ley le correspondía, si acaso efectivamente por su vida pasada lo merecía queda reducido a un plano secundario, porque lo que el joven hace mención es a una realidad de lo debido, cosa que, además, lo manifiesta de manera individual  y  perentorio. 

Es decir, es algo “para mi” y es algo que se debe dar “de inmediato”. Si bien podríamos reconocer que habiendo sido jóvenes –cosa que los jovenes de hoy miran con suspicacia como pensando que los mayores nunca lo fueron- ambas realidades son como características de una vida joven, hay algo mas hondo en la actitud del joven, y es que lo exigido no le serviría para tener una vida de mayor cercanía con los suyos, sino que por contrario, sería el peldaño necesario para dejar atrás lo que hasta entonces le era propio: su padre, su hermano mayor, su familia, sus amistades verdaderas, su Patria.

Los bienes propios que hasta entonces estaban al servicio de la unidad, del desarrollo, y de la paz, por un acto egoísta se transformarían en ocasión de penuria, de soledad y de tristeza. Ni un peso mas, ni un peso menos de lo que poseía con su padre y que luego tendría en sus manos fue la causa –determinante- de su desventura, fue el apego desmedido y desenfrenado por tener algo. ¿Cómo entender que quien todo lo tenía junto a su padre, cayese en la mayor miseria, y luego, terminace trabajando como un esclavo, anhelando comer el alimento dado a los cerdos?
Su alma se entristeció. Cayó en las tinieblas de un mundo en el cual su padre no parecía tener relevancia en sus determinaciones. Tan fácil fue dar los primeros pasos pseudoindependentistas. El liberalismo moral cautiva y resulta atractivo porque parece alcanzarse de manera instantánea, en cambio, la vida virtuosa conlleva un ejercio, una búsqueda y un esfuerzo permanente para mantenerse: ¡es fácil portarse mal, y arduo procurar portarse bien! La infidelidad puede ser cosa de una noche, la fidelidad es cosa de toda la vida. Recordemos el refrán árabe: “La confianza crece con le velocidad que crece una palmera, pero se pierde con la rapidez que de la palmera cae un coco”.
En la actualidad vivimos en mundo construído por quienes exigiendo de Dios, que es nuestro Padre, parte de la herencia, la “malgastamos” en una vida al margen de Dios. Podemos pretender edificar nuestra vida y nuestro mundo al margen de Dios pero nunca estaremos marginados de su misericordia, la cual siempre puede más que nuestro pecado, y nuestra desconfianza en su providente misericordia. ¡Dios siempre puede más!
En efecto, señala el Pontifice: “El hombre puede por un tiempo edificar un mundo sin Dios, pero prontamente ese mundo se vuelca con el hombre”. El amor que un día recibió de su padre, y que sepultó por un tiempo, le llevó a recapacitar y decir en su interior: “Volveré a la casa de mi padre. Le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra tí, ya no merezco ser llamado tu hijo” (San Lucas XV,18-20).
El Evangelio nos dice que aquel padre “lleno de alegría” pidió que hicierian “una fiesta”. Ningún reconcor, ninguna pasada de cuenta, ninguna recriminación hubo hacia aquel hijo menor, no porque el alma de aquel padre  no se hubiese conmovido, ni estuviese cansado de tanto esperar ese momento, sino porque su bondad, su justicia, y su perdón, eran infinitamente mayores que la ofensa hecha -un día ya lejano- por su hijo menor.
Si bien fue dramática para él aquella partida, no resultó desiciva en su determinación de esperar -día y noche- el retorno del menor de sus hijos a la casa paterna. Hacer una fiesta por tanto tenía sentido porque “su hijo que creyó muerto, estaba vivo”. El reencuentro del padre y el hijo estaba marcado por el don de la vida, que partió realmente con la conversión del hijo que se tuvo, no ya como un sujeto de derechos y bienes que –eventualmente-  le posibilitarían para independizarse, sino como quien sí, ahora, viviría verdaderamente. Lo que antes vivió fue una simple fantasía, algo que parecía, pero que no era de verdad.
Lo anterior, es aplicable a la alegría de cada creyente. En efecto, en apariencia hay una cultura que invitaría a una felicidad que finalmente resulta fantasiosa, porque no nace del interior sino que es mas bien un cosmético que se usa para ocultar una realidad no deja de manifestarse.
Cuando el Apóstol en este día nos dice en la segunda lectura, con insistencia conocedora de la realidad sicológica olvidadiza de nuestra humana naturaleza: “Estad alegres, os lo repito, estad alegres porque el Señor está cerca”, nos entrega la clave de la cual emergue y la perspectiva hacia la cual converge la verdera alegría del católico. Por cierto para ser verdadero discípulo de Cristo es necesario “revestirse de los mismos sentimientos de Cristo” (Filipenses II,5).
Dicha alegría es la vida en Cristo, desde quien: cualquier adversidad es salvable, cualquier desafío es vencible y cualquier realidad es modificable por irreversible que ésta se nos presente.
Por cierto que hay máscaras contemporáneas de una falsa alegría:
a). “Lo paso bien cuando tomo alcohol en exceso o me drogo”: el progresismo “ha salido del closet” desde hace un tiempo a esta parte. Las fuerzas del espíritu anticristiano han tomado recientemente un vigor que resulta innegable, y uno de los aspectos que mejor conoce el Demonio, por medio del cual puede desastibilizar rápidamente al hombre y la sociedad, es quitarle la alegria y su razón mas preciada, revistiendola de todo tipo de sucedáneos.
Así, ¿Quién entiende que para pasarlo bien hay que perder la noción de lo que uno es? ¿Cómo no darse cuenta que cuando una persona queda “borrada” y se le “apaga la tele” en jerga local, no es realmente feliz?
En una Nación cercana recientemente se legisló con el fin que sea el Estado el productor oficial de un tipo de droga, en tanto que en nuestra Patria no faltan voces, pocas pero muy vociferantes, que se desviven en promover la despenalización de aquella yerba que es el trampolín para introducirse en un abismo sin fin. Ese no es el camino para alcanzar la verdera alegría del cristiano.
b). “Me río del projimo”: El oficio del humorista es uno de los más gratificantes pero indudablemente de los más difíciles, porque hacer reir a otros hace sentirnos bien, pero cuando es a costa de la honra, de la tranquilidad, de la fama de terceros, entonces se transforma en una sorna o burla que suele ir de la mano con el moderno bulling, que consiste en que muchos agreden a uno solo, quien las mas de las veces,  suele ser indefenso. Para nadie debería ser sorpresa saber que las ideologías actuales utilizan la burla y el humor como un arma letal al momento de desacreditar a instituciones y personas. La risa no sólo abunda en la boca de los necios, sino también, y principalmente, en la de los malvados. Cuando un cristiano se burla malamente de una persona hace reir al diablo.
Mas, hay una verdadera y sana alegría, a la que como creyentes estamos invitados a vivir:
En la Exhortación Apóstolica Gaudete in Domino se señala que “Jesús ha experimentado en su humanidad todas nuestras alegrías. El, palpablemente ha conocido, apreciado, ensalzado toda gama de alegrías humanas, de alegrías sencillas y cotidianas que están al alcance de todos” (número 23).
a). Jesús es la causa de nuestra alegría: Porque sólo El pudo enseñar con certeza y de manera definitiva que el bien solamente anhida cuando se busca, encuentra y vive en Dios, y esto nos da una visión favorable aun en medio de las adversidades mas feroces. Si la vida del creyente católico se funda en la luz de Cristo, también su sentido del humor ha de estar impregnado de valores trascendentes. El católico de verdad dista mucho de ser un amargado, que sólo ve tinieblas. Aun mas, diremos que estamos por naturaleza a ser optimistas, a tener esperanza, a ser confiados, y a ser partícipes de un fino sentido del humor, del que ningún Santo ha estado al margen pues: “un santo triste, es un triste santo”. Es una señal inconfundible de nuestra alegria católica no sólo el que puede convivir con el sufrimiento sino en que además, le termina venciendo definitivamente. ¡Mas puede una gota de miel que mil de hiel!
b). Nuestra alegria es permanente: Mientras que las alegrías mundanas suelen estar jalonadas por diversos momentos, requiriendo una especial ambientación, la verdadera alegría del catolico es constante. Estamos alegres porque somos felices, en cambio el progresismo requiere de chistes, de burlas y hasta de alcohol y drogas en exceso y dependencia para tener una razón por la cual por algo sonreir. ¡Esa alegría tiene piernas cortas! Es decir no llega lejos. En cambio, como creyentes nos sabemos siempre amados por Dios, protegidos por su Divina Providencia, en virtud que en el bautismo nos hizo sus hijos, de una vez para siempre, puesto que, “ una vez bautizado, siempre bautizado”.
Por eso hermanos, la antífiona del introito vívamente nos recuerda: ¡Gaudete in Domino semper, iterum dico, gaudete! Amén.

domingo, 1 de diciembre de 2013

“DIOS CREO AL HOMBRE Y LA MUJER”.

adán y eva
 
1. El futuro del mundo pasa por la familia.

Con alegría en la fiesta del Apóstol Juan, abría sus puertas la Iglesia de Todos los Santos en la ciudad que -en sancrito- significa Ciudad de Dios.  Fundada el año 144 de nuestra era. En una placa colocada en una pared se lee: “Esta Iglesia se levanta a la Gloria de Dios y dedicado a la memoria de Todos los santos en el año de 1883”. Con sólo el dos por ciento de la población de aquella nación de oriente, un numeroso grupo acudía a la Santa Misa el pasado domingo: el mismo evangelio, el mismo color litúrgico, mas o menos las mismas enseñanzas de las que nosotros escuchamos. Con una diferencia: luego que el sacerdote impartió la bendición, más de ochenta personas murieron producto de un grave atentado, quedando heridas casi doscientos feligreses. 

En un mundo que habla frecuentemente de los derechos de las personas, persisten graves abusos hacia aquellos que son fundamentales, uno de los cuales es a profesar la fe recibida. Lejos de ser un caso puntual y dramático, el hecho citado se inscribe en un marco de rechazar a Dios, despreciando a su Iglesia, y exterminando a sus fieles. Lo anterior, está virulentamente manifestado en lo que en ocasiones sale como noticia pero que en gran medida está presente en lo que no aparece rubricado pero que, sistemáticamente, se verifica frecuentemente…
 
Como un cáncer corroe tan silenciosa como audazmente la vida de la sociedad, y evidentemente uno de las primeras víctimas de un mundo que se alza contra Dios, de inmediato va en contra de su obra, cuyo centro es el hombre y la familia.  

En efecto, Dios formó al hombre y la mujer como seres complementarios, de tal manera que para que pueda haber futuro es necesario respetar la vida humana inscrita por Dios en la naturaleza. No respetar ese camino hace hipotecar no sólo la práctica de un determinado credo sino la existencia de la vida misma.  

Un hijo o una hija solo puede ser gestado de un hombre y una mujer, sólo puede ser formado convenientemente por un hombre y una mujer: No nos cansaremos de repetir una y otra vez que ¡ningún ámbito es mas propicio para el desarrollo de la persona como lo es el ámbito familiar! 

Desde la familia se fragua la vida del mundo: únicamente de su reconocimiento y fortalecimiento se pueden esperar beneficios permanentes. El dar reconocimiento y validez legal a uniones al margen de la familia y del matrimonio creado por Dios es nivelar o equiparar  lo que de suyo es imposible. El principio de complementariedad del hombre y la mujer es irrenunciable. 

La Escritura nos habla que Dios formó al hombre y la mujer: ¡nada más! Si afirmamos que sabia es la naturaleza, de igual manera diremos que siempre será ésta, menor que la sabiduría divina. ¡Dios siempre puede más!
 
El fortalecimiento de la familia pasa por el debido y oportuno reconocimiento de lo que es realmente el hombre y la mujer, a la vez que de saber descubrir que las diferencias entre ambos apuntan no al distanciamiento sino a la complementariedad. 

La vaguedad de los roles, que se manifiesta en aspectos aparentemente tan secundarias como un modo de hablar, de vestir, de presentarse, y hasta de peinarse, conlleva una determinada manera de ser. Ya fue señalado en la antigüedad: operari sequitur esse: El obrar sigue al ser: según soy, así me he de comportar. Es muy simple: o creo lo que vivo o vivo lo que creo. No hay punto intermedio en esto. 

Sabemos que la fe es de suyo razonable; y lo razonable conduce a la fe. En ocasiones, los misterios de Dios van mas halla de lo que humanamente puede ser de inmediato comprensible, pero jamás son en esencia irracionales. ¡La fe esta mas allá de razón no esta contra ella! La fe precede la inteligencia, no destruye la inteligencia. Ya lo sentenció San Agustín de Hipona al decir: “creo para entender y entiendo para creer”.

Inmersos en la celebración del Mes de la Biblia, al leerla no hemos de ir a ella con un fin de encontrar un libro que nos aclare aspectos científicos, porque no es un libro de ciencia. Tampoco es un texto en el cual solo hermosamente se hable sobre Dios, sino que es la palabra que Dios mismo nos habla de Si. En realidad, la Santa Biblia es la confidencia de Dios hacia nosotros, por ello siempre ha ocupado, en la liturgia un lugar basilar, desde el cual la Iglesia escucha para creer. Basta recordar que si asistimos a la Santa Misa todos los días durante tres años consecutivos, podríamos decir con certeza que hemos leído la Biblia completa, pues así se hace cotidianamente en la liturgia de la Palabra. 

Obedeciendo la enseñanza que el Señor nos ha hace en este día, al condicionar nuestra filiación de hijos en orden a “escuchar y obedecer la palabra de Dios”, recurrimos una vez mas, a la Sagrada Escritura. Esta vez, al primero de los libros que la componen como es el Génesis. Allí, luego de haber creado el universo, el Señor piensa en aquella creatura que será la única constituida a su “imagen y semejanza” (Génesis I, 26).  

¡Lo que Dios ha pensado, no ha dejado de crear, lo que Dios no ha dejado de crear, tampoco ha dejado providencialmente de cuidar, y aquello que no deja de cuidar Dios  se ha detenido en amar! La mayor grandeza de nuestra humana naturaleza no es sólo haber sido creados, sino sobre todo haber sido amados y salvados por Dios mismo.

El hombre y la mujer fueron creados por Dios: Durante mucho tiempo, esta verdad fue creída por nuestra sociedad de manera unánime. Más, en nuestros días, surgen voces, que cuestionan lo hecho por Dios en la naturaleza, pretendiendo –antojadizamente- manipular aquello que es,  bajo la premisa de lo que se siente: para algunos las cosas son según se sienten, es decir: lo que yo no siento no existe. Ante ello, podríamos preguntar si acaso porque yo no veo el sol este dejará de existir o si acaso yo no siento el calor de sus rayos, estos dejarán de alumbrar. La denominada “dictadura del relativismo” tiene en los endiosados sentimientos uno de sus principales componentes, entre cuyas afirmaciones pretende doblar la mano a  Dios y la naturaleza por el creada, haciendo del ser hombre y ser mujer una opción y no una condición de naturaleza inmutable y permanente.
 
Dios formó a Adán”: lo hizo para que éste fuera protector, por ello incluso la contextura física fue hecha para poder dar protección  a Eva. La capacidad pulmonar del hombre es mayor que la de la mujer porque esto le permite realizar trabajos que implican físicamente mayor esfuerzo y tiempo.  

2. ¿Para qué luego, diseñó a la mujer?  

a). Para ser complemento del hombre: 

Esta respuesta la encontramos en el titulo de aquel cuento tradicional europeo del siglo XVII: “La Bella y la Bestia”. Eva es dadora de vida: por ello su cuerpo es nutricio del que está por nacer, y de los hijos recién nacidos. Su organismo esta capacitado para ser el ámbito donde la persona surja, crezca y se desarrolle, teniendo un carácter exclusivo. Pero, además, no solo es nutridota biológicamente de sus hijos, sino que su alma fue constituida para amar, para ser tierna y cariñosa. Por esto, San Juan Pablo II señalaba que “la vocación de la mujer tiene un nombre, y es maternidad”. El ser femenino no se explica por su dimensión industriosa, es decir, de la capacidad para hacer cosas, sino en virtud de su ser maternal.  

Es verdad, que el cuerpo de la mujer es más frágil que el del hombre, pero no por ello es inferior al hombre. Por ejemplo, la porcelana es más débil que el acero, pero no podemos decir que es inferior al acero. Yo puedo hacer una taza de porcelana, y puedo hacer un mazo de acero, pero no tomo te en un mazo de acero. No podemos decir que porque son diferentes haya uno que sea mejor que otro. No hay dicotomía sino armonía. Hombre y mujer, fueron creados distintos en orden a ser complementarios, lo que en lenguaje bíblico se proclama en las admirables palabras de Adán al ver a Eva: “¡Esta si que hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Génesis II, 21). 

b). Para ser la razón de vivir del hombre:
 
La segunda razón nos hace recurrir a la fábula de Esopo de “La liebre y la tortuga”: En aquella fábula una liebre y una tortuga se retan a una carrera para ver cual de las dos es más rápida. Por cierto, la liebre parte ganando y al poco tiempo toma gran ventaja sobre su lenta perseguidora. Al verse con la victoria en el bolsillo la liebre se sienta a descansar y se duerme. Al despertar ve que la tortuga está a punto de cruzar la meta, y pese al gran esfuerzo final, no logra retomar la punta en la carrera, constatando que es vencida por la tortuga. La enseñanza es simple: despacio se llega lejos. 

El hombre y la mujer son como la liebre y la tortuga. El hombre es como la liebre: es pura energía y brío. Seguro siempre sí mismo.  Suele tener grandes comienzos, y nunca le falta la iniciativa. El hombre puede trabajar más pero, vivirá menos que la mujer: puede ganar en velocidad pero la maratón la ganará la mujer. En cambio, la mujer posee más durabilidad –el sistema inmunológico es superior al del hombre-, es más perseverante, y de hecho suele vivir más años que el hombre. Igualar al hombre y la mujer es tan absurdo como equiparar un matrimonio con una amistad, un acuerdo o un pacto..

3. Incompatibilidad de equiparar el matrimonio a uniones civiles. 

La iniciativa para comparar el matrimonio entre un hombre y una mujer resulta simplemente aberrante, y donde se ha terminado legislando en su favor se ha hipotecado el bien de la sociedad: como católicos no solo debemos procurar tener un seguimiento y acompañamiento con los matrimonios jóvenes, sino que también se hace necesario rechazar toda iniciativa legal que apunte hacia desvirtuar el destino de la familia desde su origen mismo.  La Biblia es clara al decir: ¡Haz el bien, y evita el mal!

Grave resulta por cierto, que una ciudad que se precia de ser patrimonial no destaque la grandeza de la familia, no fortalezca su mantenimiento, toda vez que la familia es la base de la sociedad. Si, por otra parte,  una defensa activa hacia la familia no se percibe, tampoco se descubre una apatía bucólica sin consecuencias,  sino que por el contrario, se constata una verdadera campaña que atenta contra el hogar, al permitir  la apertura casi indiscriminada de diversos centros donde se favorece la promiscuidad como son los pubs –reconocidamente- gaycistas, en los cuales se permite el lucro consentido de personas, en lo que resulta el nuevo rostro de la esclavitud por medio de la prostitucion de menores y mayores. 

Nunca será legítimo lucrar con las personas, y el Estado y nuestra sociedad no deben permitir la trata abusiva de personas aun cuando ella sea monetariamente consensuada.  Recientemente,  en el colmo de la desfachatez,  se ha colocado el emblema del gaycismo en un asta de la Sede del Municipio porteño. ¿Con qué finalidad? El respeto a las instituciones supone y emerge desde el respeto a la persona, integralmente entendida. Entonces, no sólo porque la Iglesia lo enseñe, sino porque la naturaleza humana lo proclama: ¡Sólo existe el ser hombre y el ser mujer, lo demás es invención antojadiza!

En este día, al recordar la presencia maternal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, en este Valle evocador del Paraíso, a lo largo de toda su historia, una vez más,  imploramos que sea Ella la que nos conduzca hacia su Hijo y Dios.  Así, nos lo recordaba el actual Pontífice, hace solo unos días atrás, mientras visitaba la ciudad costrita de Cagliari en la isla de Cerdeña: “¡Aprendamos a mirarnos, los unos a los otros, bajo la mirada materna de María! Hay personas que instintivamente no tenemos en cuenta, y que sin embargo tienen más necesidad: Los más abandonados, los enfermos, aquellos que no tienen de qué vivir, aquellos que no conocen a Jesús, los jóvenes que están en dificultad, que no tienen trabajo. No tengamos miedo de salir y mirar a nuestros hermanos y hermanas con la mirada de la Virgen. Ella nos invita a ser verdaderos hermanos. Y no permitamos que alguna cosa o alguno se interponga entre nosotros y la mirada de la Virgen. ¡Madre, danos tu mirada! ¡Que ninguno nos esconda tu mirada! Nuestro corazón de hijos sepa defenderla de tantas palabras que prometen ilusiones; de aquellos que tienen una mirada ávida de vida fácil, de promesas que no se pueden cumplir. Que no nos roben la mirada de María, que está llena de ternura. Que nos da fuerza, que nos hace solidarios entre nosotros. Digamos todos: ¡Madre, danos tu mirada!” (Su Santidad el Papa Francisco, Septiembre del 2013). 

Sacerdote Jaime Herrera González. Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro.

domingo, 17 de noviembre de 2013

¿QUE SE NECESITA PARA SER DISPONIBLES PARA DIOS?



Un gran amor a Dios: Porque un gran amor acarrea a todos los demás amores. El amor a Dios tiene la fuerza extraordinaria para cambiar todo. Si acaso no empezamos a amar as Dios en esta vida no hay modo de unirnos a El en la eternidad. Si nuestro corazón llega a la eternidad sin amor de Dios, la dicha simplemente, no existirá. Del mismo modo como un hombre sin ojos no puede ver la belleza del firmamento estrellado, un hombre sin amor de Dios no puede ver a Dios: se presentaría ante Dios ciego. Para ello, se requiere tener claro dos puntos principales: 

a). Conocer todo lo que podamos sobre Dios: Ello, para poder amarlo, para mantener vivo nuestro amor y para hacerlo crecer. 

b). Hacer lo que Dios nos manda: No basta con sólo conocer a Dios. Existe un termómetro  infalible para medir nuestro amor por una persona, y esto es procurar hacer lo que le agrada. Hay una sola forma de mostrar nuestro amor a Dios, y consiste en hacer lo que el quiere que hagamos, siendo la clase de persona que El dispuso que fuéramos. El amor de Dios no esta solo en los sentimientos. Amar a Dios no esta solo en los sentimientos…El amor de Dios reside en la voluntad. No es lo que sentimos sobre Dios, sino lo que estamos dispuestos a hacer por El, como probamos nuestro amor a Dios.
 
Esto es lo que el Catecismo nos enseña al decir: ¿Para qué te ha creado Dios? A lo que se responde: ¡Para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida! Por ello, el amor a Dios no se da sin previo conocimiento, y no es amor verdadero el que no se traduce en obras: haciendo lo que Dios quiere. 

Humildad: Sujeción a la voluntad divina.  

Mortificación: coloca un dique de contención a todas las tentaciones. Hay que dominar las fuerzas incitas que existen en nosotros desde el pecado original. La mortificación es una palabra que viene del latín (morten facere) y quiere decir: hacer morir. Entre los cristianos la empleamos para designar los esfuerzos con los que procuramos hacer morir en nosotros el pecado y las malas inclinaciones que nos llevan a El.
 
Con frecuencia, es una palabra que a algunos asusta porque se piensa en lo que va a costar. Mas, a nadie le parece excesivo someterse a un régimen alimenticio con el que se pretende conservar la línea que la moda y los estereotipos de la belleza exigen hoy. Casi siempre el hombre contemporáneo se sacrifica para parecer bien. ¡Que decir del sacrificio al que se someten los deportistas con tal de alcanzar la victoria y ser reconocidos.

En este sentido todo lo que mira al bien presente, en lo que se refiere al cuerpo y a la vanidad, todo nos parece poco, mas cuando se trata del bien del alma o del amor a Dios, cualquier cosa que se nos pida, por pequeña que sea, nos parece demasiado. 

¿Quién podría negar la existencia de una mortificación secularizada? Pues bien, el sacrificio es parte de la vida de cualquier persona. Cambian las motivaciones y las practicas concretas. De hecho, la cultura neopagana que tenemos tiene su propia mortificación.

Piercing: agujerearse el cuerpo y llevar colgado todo tipo de metales en las partes mas variadas del cuerpo: lengua, cejas, cintura, orejas. 

Tatuajes: Son marcas del cuerpo como antiguamente se hacían a los esclavos con inscripciones que duran para toda la vida. 

Cinturones gástricos: que impiden artificialmente comer mas de la cuenta.

Cirugías estéticas: Por medio de valores exorbitantes se modifica  parte del cuerpo. 

Alto rendimiento: Es el termino usado para los deportistas que se preparan a llegar a ser los mas destacados. En ellos se invierte por lo que deben asumir el sacrificio o rendir. También, se incluye las horas agotadoras de gimnasio para conseguir una musculatura escultural o dibujada. 

Dietas extenuantes: Que se hacer para lucir el cuerpo exageradamente delgados, lo cual provoca muchas veces, algunas enfermedades psiquiatritas como son la anorexia y la bulimia. 

Solarium: Exposición solar-natural o artificial- por largas horas sufriendo a veces un calor insoportable para lucir un bronceado que teóricamente mejore la propia imagen (esto solo lo sen los blancos, paradójicamente  las personas de color intentan blanquear el color de su piel). 

Fiestas y juntas: El encierro por horas en locales sin luz, sin aire, llenos de humo, con música ensordecedora en horarios que exigen horas de paciente espera.

Oración: Mediante la cual vamos a lograr la gracia de Dios. 

Se requiere una perfecta disponibilidad.

Disponibilidad “profesional”: El que ejerce una profesión puede muchas veces pecar a causa del reloj, porque se pretende ser tan eficiente y eficaz que “sin querer queriendo” es en algunas ocasiones, es el reloj el que marca los tiempos de atención y disponibilidad hacia los otros. En ocasiones no tenemos ni siquiera un minuto para atender, escuchar y acompañar a algunas personas, porque estamos tan ocupados que no podemos perder mucho tiempo. Ninguno de nosotros imagina a Jesús diciendo no es hora de sanar enfermos, o solo esta hora es para realizar exorcismos, o este es el momento para hablar con los Apóstoles. Jesús estaba siempre disponible. 

Es cierto que los horarios nos ayudan a estar mejor organizados y a aprovechar al máximo nuestro tiempo disponible. Nuestra naturaleza humana nos suele enseñar que no somos superhombres ni dioses, por lo se requiere un descanso para luego ser mas eficientes a la hora de actuar. Eso es parte –también- de la disponibilidad. 

Disponibilidad “condicionada”: Se da cuando no se ama lo suficiente, por lo que cualquier dificultad u obstáculo parece insalvable. Al no tener asumido el principio de totalidad entonces se colocan diversas condiciones para poder estar disponibles, haciendo de esta actitud virtuosa una suerte de intercambio: porque tú haces esto yo entonces estoy disponible. No es la manera como Dios ha actuado con nosotros para darnos su gracia.

Disponibilidad “a regañadientes”: Es aquella que se tiene a causa de la tibieza y mediocridad. En una oportunidad el Señor llamó a uno para seguirle, y este respondió: tengo que hacer algo primero. Mas allá de ahondar en que tenia urgentemente que hacer era constatar que había algo mas importante que seguir a Jesús, que responder a la llamada  gratuita del Señor.  Todo el merito que eventualmente podríamos obtener lo terminamos perdiendo por rezongar, postergar, o hacer de mala gana algo.

¿Cuáles son los frutos de la disponibilidad? 

a). Crecimiento del amor: Existe una ecuación entre disponibilidad y amor a Dios. Mientras más disponibles mas crece el amor, y mientras más aumenta el amor más disponible somos. Quien ama y se sabe amado siempre está disponible para servir. Quien de verdad ama no duda en entregar todo su tiempo a la persona amada. No hay obstáculos ni excusas para no estar con quien se quiere de verdad. ¿Cuál es la medida del amor, sino amar sin medida? Igualmente, acontece con la virtud de la disponibilidad, o se es disponible en todo momento o no se es en nada. La disponibilidad es fruto del amor. 

b). Estabilidad anímica: El hecho de estar siendo disponibles con termómetro, con regla, con cuentagotas, puede producir intranquilidad interior la cual  nace de no estar cumpliendo lo que Dios realmente nos está pidiendo. Al igual que la avaricia en el plano material, la falta del verdadero espíritu de disponibilidad ocasiona tristeza, nostalgia y vacío en el alma. ¿Qué más claro ejemplo de esto tenemos en el evangelio que aquel joven que se alejo triste ante la invitación de Jesús de darlo todo para seguirle?

c). Paz interior: Frecuentemente, al mirar las noticias internacionales, constatamos la ausencia de paz en muchas partes. No se trata de grandes conflictos sino más bien de infinitud de desencuentros y animosidades entre naciones. Y, lo que acontece entre naciones subyace –también- en la relación entre personas. 

La crispación de ánimos es evidente y casi no resiste mayor análisis constatarlo. Entonces nos preguntamos: ¿Por qué no tenemos paz? Responderemos por dos razones: En primer lugar, muchos no entienden qué es la verdadera paz; pues su concepto de paz se reduce a una situación de simple ausencia de conflictos. En segundo lugar, la mayoría no entiende que la única paz verdadera, aquella que satisface plenamente y es duradera, es la paz que viene de Cristo.

San Pablo dice que la paz del Señor “sobrepasa todo entendimiento”: Es una paz que solo Dios puede dar porque El se ha rebelado como un Dios de Paz. La expresión “sobrepasa todo entendimiento” es traducción de la frase griega huperechousa (tener sobre) y panta (todo) noun (pensamiento). La mente nuestra es incapaz de producir la paz que sólo Dios puede dar, por lo que la paz de Dios es tan sublime, tan asombrosa, que no hay manera que pueda comprenderla plenamente, porque la mente es finita y el Dios de Paz es infinito.

d). Alegría: Como negar que quien tiene una actitud disponible en su vida suela ser feliz. ¡Si hay felicidad en la tierra es la que han alcanzado los que son disponibles! Aquí nos detenemos en el testimonio de nuestra Madre Santísima. Hemos de reconocer su disponibilidad confiada en Dios que fue el origen de tantas bendiciones recibidas y que por el cielo fue llamada “Tú eres la llena de gracias”. En su visita a su prima Isabel exclamo: “Me llamaran bienaventurada (feliz) todas las generaciones”. La Virgen María es por excelencia modelo de disponibilidad, pues su vida fue ofrecimiento libre al plan de Dios. 

La única certeza de su actitud fue que iniciaba un camino con unas exigencias que Ella no iba a controlar.  Su realización personal y el ejercicio de su libertad, pasaban por la depuración de un permanente acto de disponibilidad, que finalmente llenaba de gozo, de alegría, de felicidad de estar haciendo lo que debía, es decir, de estar cumpliendo la voluntad de Dios.

e). Orden: Todo suele funcionar mejor cuando impera el orden en nuestra vida. Sea nuestro escritorio, nuestra oficina, nuestro closet, todo lo que está en orden nos facilita la vida. En cambio, donde ésta falta surge el caos. La disponibilidad ocasiona un orden en el sentido que es como tener una puerta siempre abierta, que a la primera necesidad ésta se abre y todo se hace mas expedito. Si el orden exterior es importante el interior es necesario. Decía un santo: “Virtud sin orden, rara virtud” (San Josémaria Escrivá de Balaguer, Camino, 79). Orden sin disponibilidad, ¡raro orden!, añadiremos. 

Para lograr esta ecuación perfecta se requiere una exhaustiva disponibilidad

Nunca somos disponibles enteramente, por lo cual  siempre se puede ser más disponible. El que cree tener total disponibilidad no crece en santidad, porque queda como agua estacada en un tranque, se pudre. El verdadero espíritu de disponibilidad nos hace ser como un estanque que tiene un afluente permanente, que es la gracia que viene de lo alto, y un efluente que evacua lo cual seria una voluntad de responder como el profeta: ¡Heme aquí que estoy para hacer tu voluntad!
 
Presbítero Jaime Herrera, sacerdote diócesis de Valparaíso 





 

 

 

 

domingo, 10 de noviembre de 2013

El mayor genocidio actual es el aborto

 

No hace falta que uno sea creyente o ateo para aceptar que nuestras conductas tienen repercusiones que van mas allá de lo que  uno muchas veces piensa o desea. 

Señores de nuestros silencios, definitivamente somos esclavos de nuestras palabras y acciones. Ya lo clamó un dirigente social que con sus manos limpias sentenció: lo escrito,  escrito está…es decir, lo hecho, ya está hecho y no se puede modificar. Jesús murió en la cruz con la inscripción: Jesús, Nazareno, Rey,  Judío. 

El hombre deja huella con su obrar: nuestras acciones siempre tienen repercusión: variada, temporal, limitada, pero no deja de tener consecuencia, sea para bien o para mal. 

Mas,  no solo la acción producto de una opción, sino también tiene consecuencia la indiferencia, la ligereza, la superficialidad. No optar por algo y dejar que los acontecimientos sigan su inercia es –también- es un camino que tiene consecuencias. 

Hace unos días, una estudiante que cursa en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, pintó de negro una lápida en homenaje a quienes se les impidió tener el derecho a nacer: a ser niños, jóvenes, adultos, ancianos. El absolutismo hecha sus nuevas raíces bajo el slogan de “tengo derecho sobre mi cuerpo”, como si aquella promotora  fuera dueña del alma del fruto de sus entrañas. Aquel absolutismo que tanto mal hizo y que parecía ser definitivamente superado en el tiempo, se ha reinventado, para de las cenizas, tender al símil moderno de la promoción de la esclavitud, la cual sostenía que las personas podían tener sujetos de modo absoluto  por derecho a aquellos seres inferiores considerados por la sociedad. El que esclavizó ayer  y el que promueve el aborto hoy coinciden en una cosa: se creen dueños absolutos de la vida ajena. 
 

“¿Quién establece los derechos en medio de nosotros?”… arengaba la dirigente que vedaba a otros repetirse un plato que ella gustosamente no dudaba en tomar, inicialmente por una segunda vez. La pregunta es riesgosa si entendemos que el Estado “hace” los derechos de las personas, toda vez que si asumimos que los “da”,  bien puede acontecer que en otras situaciones, regulándolos, los termine desconociendo, tal como históricamente ha sucedido en nuestra Patria y en tantas otras regiones en el pasado.  

La persona no existe porque el Estado lo diga. El matrimonio entre un hombre y mujer no existe porque el Estado lo diga. La persona no vive un día mas porque el Estado lo diga., y tampoco dejará alumbrar el sol cada día, o la luna de presentarse cada noche simplemente porque un decreto del Estado lo disponga. El Estado no da los derechos de las personas, y  en el mejor de los casos, debe estar presente  para su mejor reconocimiento. El Sol nunca tuvo Rey, como lo sostuvo un hijo de la flor de lis ayer, ni el Sol tendrá reina como alguna desearía en el futuro. Si tenemos derecho a nacer es porque somos creaturas de Dios, por lo que la mayor grandeza radica en la vinculación con Dios, en lo que constituye la dimensión religiosa que es inherente  de toda persona humana. ¡El hombre vale lo que vale su fe!
 
¿Con esto entonces se desprecia al no creyente? Por el contrario, un hombre religioso sabe que su  mayor bien es la fe, por esto, procurará hacer todo lo posible para que los demás un día, como el,  participen plenamente del don del que se sabe indigno custodio, por lo que por su ADN trascendente respetará la vida ya gestada, la vida del que ha nacido, y la vida de quien está cercano a morir naturalmente. Para un católico es dañino el aborto, la pena de muerte y la eutanasia. 

A favor de la vida humana sin excepción, reconocemos que el mayor genocidio del mundo actual es el aborto. Porque, para conseguirlo, se aúnan fuerzas, personas, recursos y una ideología, que de modo sistemático procura quitar la vida de un conjunto de personas bien definidas que son los niños en el vientre materno. La única condición que exigen los genocidas contemporáneos es que sea, por ahora, un nonato el que se va a asesinar. 

La cobardía y maldad de este acto queda reflejado en que se quita la vida de un inocente, cuya voz es apagada antes siquiera que se pueda percibir: Es la misma inocencia del que anhela vivir la que desnuda la vileza ilimitada  del que perversamente solo busca asesinarle. Una y otra vez diremos que hemos nacido para vivir no hemos nacido para matar. 

La colusión perversa de quienes se colocan de acuerdo para el exterminio masivo de un grupo de personas, como son las que crecen en el vientre materno. Haciendo apología de una ideología criminal como es el abortismo, no dudan en fomentar en la sociedad una cultura de muerte. Bajo similares slogan en el pasado se exterminaba por colores de raza, por pertenencia a una tradición, por vinculaciones  geográficas, en fin, cualquier pretexto ha parecido ser suficiente para eliminar personas, y es obvio, si la persona de Dios no ocupa el lugar que le corresponde, menos lo ocupará aquello que de sus manos a salido, como es las creación entera.  ¡No se respeta a Dios, menos se respeta al hombre! 

El financiamiento para el crimen del aborto es dado por recursos del Estado: Por cierto, en aquellas naciones donde se ha legislado al respecto, pero también, existe una grave responsabilidad en la competencia de aquellos organismos del Estado que debiendo perseguir los ilícitos, no lo hacen con la fuerza, sagacidad y oportunidad que les corresponde por ley. No puede ser más importante perseguir los delitos cometidos  al interior de un cajero automático que en un vientre materno. ¡Algo está mal, y debe cambiar, ahora! 

Con lo anterior, el acto genocida de un aborto queda manifestado en la extrema crueldad que se usa para cometer este crimen abominable, en palabras del Concilio Pastoral último. Las atrocidades que vemos tristemente ocasionadas como actos de enajenación, a causa de la droga, el alcohol, el exceso de velocidad, o producto de guerras declaradas casi unívocamente por hombres “de cuello y corbata”, que no han vestido camuflaje en sus vidas, pueden conmovernos fuertemente.  

¿Quién no enmudece ante las muertes del narcotráfico en México, cuya cifra supera a las victimas de la década de la Guerra en Vietman? Los químicos usados para quemar el feto en el vientre materno no difiere del NAPALM que quemaba pastizales y niños inocentes; las bombas que destrozaban cuerpos son la que facultativos juramentados para defender la vida, usan sus manos para pulverizar un cuerpo llamado a ser parte del banquete de la vida. Si la muerte de un inocente clama al cielo ¡que decir de la de aquellos cuyos Ángeles en sus alabanzas no dejan de implorar por quienes les fueron individualmente encomendados por el mismo Dios! 

Ningún genocidio es aceptable menos el cometido contra inocentes en el vientre materno, llamado a ser  el “sagrario de la vida” y “primer seminario”, en palabras de San Juan Pablo II. Por ello, en la búsqueda de una cultura de la vida, que sea respetuosa de los caminos de Dios inscritos en la naturaleza, y de la voz de la Iglesia, que experta en humanidad, no puede enmudecer la verdad de la que es custodia y testigo fiel.  Los que promueven el aborto como una opción de elegir deben saber que, como católicos, cuantas veces sea necesario, reiteraremos que la vida humana como regalo de Dios no está a la venta. 

En época de elecciones es necesario saber qué dicen los que postulan a cargos de gobierno en nuestra Patria, especialmente en lo referido al don de la vida de aquel que ésta por nacer. Si ningún crimen es aceptable, no lo es tampoco ningún tipo de aborto, porque cuando se habla de vida humana no se hace primeramente reconociendo sus facultades, capacidades, talentos, virtudes, sino simplemente por lo que esencialmente se trata: ¡es persona y debe nacer! Tenga siete horas, siete días, siete semanas, siete meses, siete años o setenta años. En virtud del crecimiento ininterrumpido que se tiene no se puede sino reconocer el derecho a nacer de todo ser gestado en el vientre materno como un derecho a la vida, a la vez que no se dejará de condenar su interrupción como un crimen cobarde e inaceptable para una sociedad, que de momento se precia de ser mayoritariamente creyente. 

Hoy, si somos interpelados ante la disyuntiva de “ser de Cristo” o “ser del mundo”, sin posibilidad de componendas, del mismo modo,  aquel que ya ha aceptado a Cristo, como “camino, verdad y vida”, y a su Iglesia como piedra segura para defendernos del mal, no puede pretender transitar por la misma vereda que lo hacen cuantos defienden, promueven y aceptan un acto genocida que tanto mal hace para toda la sociedad, y que no tiene parangón con ninguna otra realidad, por dramática que pueda haber sido. 

Que Jesucristo: ¡Vida del mundo! Bendiga nuestras familias, ilumine a nuestros gobernantes, legisladores y jueces, fortalezca a los padres de familia y maestros, para que todo niño gestado en el vientre materno en Chile, desde el primer instante, perciba la certeza de una sociedad que le defiende y quiere, tal como Dios. Amén 

PADRE JAIME HERRERA GONZALEZ

SACERDOTE DIOCESIS VALPARAISO