lunes, 29 de abril de 2013

Vamos a predicar


“VAMOS A PREDICAR”  (San Francisco de Asís)
 
        La vorágine que podemos encontrar en un hospital público al mediodía de un día lunes es indescriptible. Los facultativos con su atuendo de servicio son interpelados por los mas curiosos requerimientos: ¿dónde puedo comprar una bebida, por dónde queda la salida, dónde ubicar a una persona hospitalizada, qué tratamiento le han dado a mi familiar, qué puedo tomar para estas dolencia, necesito una receta, o un medicamento, hasta  qué hora atienden, puedo venir a tal hora?. El medico, enfermero, o auxiliar por el sólo hecho de vestir su uniforme de servicio debe estar llano a dar respuesta, y tener la paciencia y tiempo que ello entraña. Sería más fácil y expedito, andar sin su uniforme: pasaría al lado de tantos que  no se acercarían a él simplemente porque no le ven con su atuendo correspondiente. Entonces, los que urgentemente buscan con denuedo una respuesta pueden esperar. Los pobres siempre pueden esperar, porque están acostumbrados a hacerlo, tanto en las salas de esperas de los hospitales, en los atrios de las escuelas, en el hall del municipio, en la oficina parroquial, y logias de algunos obispados.
          Con ocasión del esperado advenimiento del nuevo Pontífice el tema de tener una Iglesia cercana a los pobres nuevamente pretende ser manipulada por los ideólogos de un liberacionismo que lejos de paliar las necesidades de quienes objetivamente las padecen, sistemáticamente, donde se han instalado sus terrenales paraísos, las desigualdades se han acrecentado y los índices de pobreza proporcionalmente han aumentado.
         Hay quienes suelen afirmar que la Iglesia venda sus bienes para que se acabe la pobreza del mundo…pues bien, si los activos del Banco Vaticano son del orden de  U$ 8.500 millones de dólares, y sólo  los católicos son 1.200 millones, sin contar el resto de la población mundial, con ello alcanzaría a darle $ 3.500 pesos a cada católico, o por una sola vez, $ 607 pesos a cada habitante de la tierra, ¿se acaba con ello la pobreza? Evidentemente la respuesta es negativa. Con liviandad se emiten argumentos sin base seria alguna, que mantenidas en el tiempo, no encontrando adversario alguno, se plantean como hechos incontrarrestables. Es que una mentira por largo tiempo afirmada es tomada por algunos como verdad.
        San Francisco de Asís, que es el patrono al que nuestro actual Romano Pontífice ha querido cobijarse, en una ocasión le pidió a un hermano religioso León que le acompañará a predicar. Posiblemente, su amigo preparó los temas con acuciosidad. La Sagrada Escritura, Sumas y Catena Aurea serían estrujadas para poder enseñar correctamente. Incluso,  con el título en sus manos partió para que le tomasen en serio. Caminaron todo un día, por mercados, callejuelas medievales, plazoletas y templos alzados en fría piedra. Regresaron al convento, y el hermano no aguantando más algo desconcertado preguntó al poverello de traje marrón: ¿cuándo iremos a predicar? Francesco resueltamente contestó: “ya lo hicimos”. 
        El testimonio de dos religiosos con sus raídos hábitos a esa bullente sociedad de Asís  le hizo comprender con avidez la enseñanza franciscana: “Si nos parecemos a Cristo, quienes nos vieron ya se quedaron pensando en El. Ya les predicamos con nuestro ejemplo, pues un hombre que esta lleno de Dios, lo comunica a todos”.
        Bien sabía San Francisco de Asís que  “el habito no hace al monje”, pero siempre procuró usarlo porque, sabedor de su humana fragilidad, humildemente le hacía presentarse ante todos, creyentes y llamados a serlo, con quien requería de esta sencilla ayuda. 
         ¿Cuántas confesiones, cuantos consejos, cuantos suicidios podrían evitarse, si los fieles como siempre tuvieron la oportunidad, pudiesen ver con claridad a sus religiosos y sacerdotes con los hábitos que son los estandartes del creyente, de la caridad, de la pobreza?
         Quienes más suelen hablar en contra del hábito sacerdotal y religioso son, sistemáticamente, quienes nunca lo han usado. Se han privado de un bien y lo han impedido a otros a tener el bien de identificar con claridad a sus consagrados. El hábito abre puertas y corazones. Disminuye los anticuerpos secularistas con la religión, enciende la esperanza alicaída, manifiesta certezas para vivir. Si el poverello de Asís lo hizo hace siglos, en la actualidad donde el testimonio es tan importante se hace doblemente necesario ver a quien se tiene que dejar fácilmente de encontrar. 
        Todos vamos a convenir que no es bueno que un facultativo en sus horas de servicio camine de civil en un hospital con el fin de no ser molestado, tampoco, con mayor razón podemos dejar de lado el bien que implica no andar a tientas buscando a quien orgullosamente debe proclamar con su vida, sus palabras, sus gestos, sus sentimientos, y su vestimenta que Dios le ama y por el quiere llegar a un mundo llamado a descubrirle.
         Al caer el día, ambos religiosos, vestidos de hábito, regresaron al lugar de la Porciúncula, alabando y glorificando a Dios, que les concedió la gracia de vencerse mediante el desprecio de si mismos, para edificar con el silencio del buen ejemplo a las ovejas de Cristo y colocar en evidencia como se debe despreciar el mundo. Desde aquel día creció tanto la piedad del pueblo hacia ellos, que se consideraba feliz  quien sólo podía tocar el borde de su habito (Florecillas de San Francisco,  Capitulo XXX).
                                                                                                                      Pbro. Cura Párroco, Jaime Herrera González, Párroco de Puerto Claro.

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