martes, 22 de octubre de 2013

LA DISPONIBILIDAD A LA VOLUNTAD DE DIOS

           El fin último absoluto del hombre es Dios. Tomamos esta premisa para nuestra segunda meditación del día. 
¿Y todo lo demás?  Los seres animados e inanimados. Y las personas que nos rodean  ¿que fin tienen? ¿No hay contradicción entre los fines de las personas y mi fin? No.
 
Hay cosas y  hay personas que nos acercan y otras que nos alejan de nuestro fin último que es Dios.
 
Por lo tanto, la contestación para resolver este problema de la concordancia entre el medio que me rodea –cosas, personas, sociedad- y mi actividad es esta: el sentido común. ¿Cuál es mi fin?
         Yo tengo que usar de las cosas y personas si acaso me acercan o alejan de Dios. Es de sentido común, que si voy a emprender un viaje un viaje no me interesa primordialmente el color del bus sino principalmente hacia donde va. ¡Hay que saber donde va la micro! Ninguno tomaría cualquier bus que vaya a cualquier parte. 
         La norma del mundo actual, que diariamente conocemos por la prensa y conversaciones,  es hacer lo que “me gusta” o “no me gusta”. Esta es una reina que exige adoración absoluta: la reina Gana: “me da la gana” o  “no me da la gana”. 
         La norma de la santidad es esta: tanto cuanto me conduce  o me aleja de Dios,  cueste lo que cueste. 
         Por ejemplo: un viaje en tren. ¡Andar en tren es de lo mejor! Entonamos más de una vez cuando como escolares íbamos de paseo al Jardín botánico. Supongamos que nos ganamos el Loto acumulado durante varios meses. Imaginemos que para ir a Santiago a cobrar nuestro premio sólo dispusiéramos de buses para ir. Llegamos al terminal, compramos un pasaje y nos dirigimos a los andenes. Miramos, y vemos un pullman de última generación: con butacas, teléfono, pantalla, aire acondicionado personal. Rápidamente nos subimos a el, y emprendemos el viaje. Sin darnos cuenta del paisaje a causa de la buena película que vamos viendo, se acerca el auxiliar a cobrar el pasaje. Le pasamos el boleto y algo sorprendido nos dice: debe bajarse de este bus, porque no vamos para Santiago sino que vamos para Arica. Le respondemos que no nos vamos a bajar porque estamos muy cómodos, lo vamos pasando bien con la película, y el bonito el bus. ¿Y el premio que vamos a cobrar? ¿Lo despreciamos por unas horas de placer en un bus? 
         ¡Cuántos hombres hay que suben al tren del placer! Olvidando el fin absoluto. ¿Hemos colocado el pie en el primer peldaño? Lo que tengo que hacer es bajar de ese bus si acaso no me conduce hacia donde me dirijo. Algo semejante pasa con Dios: si no me lleva a El, lo dejo; si me acerca lo tomo.
         Hay que distinguir entre lo que es necesario bajo pena de pecado y lo que no es bajo pena de pecado: por ejemplo, que actitud vamos a tomar, ¿Qué queremos? ¿Salud o enfermedad? , ¿Riqueza o pobreza?, ¿Vida breve o extensa?, ¿Honor o deshonor? ¿Qué quieres?
         Hemos de responder resueltamente: ¡Yo no elijo nada de lo que Dios no quiera! ¡Yo elijo lo que Dios quiere! Todo lo que no tenga que ver con su voluntad, con sus Palabra, con sus designios, nada tiene que ver conmigo. Con la misma resolución que clamaba el Papa Urbano II al emprender la primera cruzada: Era el año 1095 en el Concilio de Clermont al terminar su homilía  con la frase del Evangelio “Renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (San Mateo XVI, 24), la multitud, entusiasmada, manifestó ruidosamente su aprobación con el grito ¡Deus le volt! ¡Dios lo quiere!
         San Pablo camino Damasco iba con plenos poderes para perseguir y apresar a los cristianos. En el retiro anterior recordamos cómo fue su proceso de conversión: de eximio perseguidor a católicos a fidelísimo seguidor de Cristo. Todo ello en virtud de  la gracia que lo derriba del caballo. Pero más bien, lo derriba de donde el se había encumbrado. En nuestra Patria utilizamos de manera peyorativa  el término “trepador” para designar aquella persona que avanza en posiciones y situaciones más que por méritos personales a costa de postergar los méritos ajenos a cualquier costa. El Apóstol de los Gentiles antes de convertirse a Cristo,   estaba totalmente lleno de sí mismo, por lo que Dios no cabía en su corazón, porque simplemente no había espacio para El.
        ¿Qué quieres que yo haga Señor?  ¡Qué quieres! Delante del Señor preguntemos claramente.

 La disponibilidad de Cristo:
          Jesús no sólo es ejemplo de disponibilidad sino a la vez es la fuente de la gracia necesaria para obtenerla. Nuestro Señor se entregó totalmente por nosotros: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a si mismo en rescate por muchos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Timoteo II, 5-6). El no se preguntó por que tengo qué hacerlo yo, ni delegó su responsabilidad en que otro lo haga, o adujo no tener tiempo.

          1. La disponibilidad de Cristo era radical: no admitía vaguedades. Si es si y no es no, es algo tan obvio pero tan arduo de entender e implementar en la vida cotidiana. No hay condiciones ni excusas. Cristo respondió con plena disponibilidad al Padre porque el Padre Eterno no lo dejó a la deriva. La certeza de la unión con Dios fue el fundamento de la disponibilidad de Jesús, que implicaba: salir, moverse y dejar.
         Así lo leemos en la plegaria del Huerto de los Olivos. Allí se nos presenta un Jesús en medio de la tristeza, la angustia y la incertidumbre. ¡Pero sin perder su  Señorío divino y humano! Es el momento más crucial de su vida. Es la hora decisiva, ya no hay otro momento. Es inminente la hora del cumplimiento de la misión que su Padre Dios le había encargado. La voluntad de Dios está primero, antes que cualquier deseo personal.
          En todo momento Jesús se nos presenta como el gran disponible, abierto a todo lo que el Padre le pida: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió”. No sorprende que cuando la traición ya ha sido anunciada oraría expresando su deseo humano, sin que llegue a ser un impedimento al plan de Dios: “Padre mío, si es posible, que pase de mi este cáliz, pero que no se haga como yo quiero, sino como quieres tu”. 

         2. La disponibilidad de Cristo era permanente:
         Sabiamente escribió san Bernardo que la caridad para ser verdadera debe ser ordenada. Por ello, la disponibilidad, que es un eco de la caridad, se debe encaminar primeramente hacia los que están a nuestro lado. Nuestro prójimo son los mas cercanos: familia, amigos, vecinos, cercanos, conocidos. Realidad preferencial pero no exclusiva pues nos debemos a todos cuantos nos requieran. Ninguno imagina a nuestro Señor a una persona: «No, mira, yo soy Galileo, tu eres samaritano, no te puedo atender. Seguramente en tu ciudad habrá alguien que te echará una mano». Eso es imposible. Entonces nosotros, que nos decimos seguidores de Cristo, ¿No tenemos que actuar de igual modo? E imitar la permanente disponibilidad de Jesús.

Max Jacob, converso

 

               

Jacob según Picasso
                               

La disponibilidad consiste en adecuar nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Y aquí esta la raíz de la santidad, para ello hay que pagar un precio y es el gran amor a Dios. El identificarse con Cristo disponible no nos hace perder la propia personalidad sino que por el contrario nos permite llevarla a su plenitud. Los santos, que son todos conversos a Jesucristo, se identificaron con El manteniendo su propio carácter. No hay ningún carácter que con la ayuda de la gracia de Dios no se pueda mejorar.

 

Tenemos el ejemplo del pintor y poeta, nacido en la Borgoña hacia 1901: Max Jacob. Nació en el seno de una familia semita, llevo una vida licenciosa junto a tres amigos, uno de los cuales era Picasso. Por las adoquinadas calles de la parte baja de Montmartre, deambulaban más de noche que de día. Ello hasta que un día en la pared de su habitación contemplo la imagen de Jesucristo.  

Fue tal la impresión, que al despuntar el alba corrió al Santuario del Corazón de Jesús ubicado a pocas cuadras de su hogar, y pidió ser bautizado. Su petición fue aceptada con la salvedad que aquello que profesaba en el Credo debería hacer el esfuerzo por vivirlo cotidianamente durante un tiempo, por lo que pasados unos meses fue incorporado a las aguas bautismales, oficiando como padrino su amigo y reconocido pintor parisino.  

Compuso unas hermosas letanías en honor a la Virgen, y vivió junto a un monasterio benedictino hasta que en medio de la segunda gran guerra fue detenido. Su cuerpo fue encontrado teniendo en el bolsillo un Santo Rosario. El haber visto a Cristo un día hizo cambiar para siempre a Max Jacob.

Santa Edith Stein

         La experiencia de conversión es común a los santos. Así sucede con otra hija de Sión, la reconocida filósofa Teresa Benedicta de la Cruz, en vida llamada Edith Stein. Nos reservamos la opinión que tenia nuestro recordado Capellán Enrique Pascal García Huidobro sobre las mujeres que se dedicaban a la filosofía… ¡Que decir de lo afirmado por las universitarias del reconocido historiador Retamal Faverau…Lo cierto es que nuestra Santa citada era brillante. Judía de pura cepa nació el día de Yon Kipour de 1891.

 

Inmersa en el campo de la fenomenologia, en el año 1921, tras la muerte de un muy cercano amigo, Edith decide acompañar a la viuda, pensando que se iba a encontrar con una mujer totalmente desconsolada ante la perdida de su esposo tan querido. La muerte le causaba siempre un impacto interior muy grande, porque le hacia sentir la urgencia de dar respuesta a los grandes interrogantes de la vida.
Teresa Benedicta de la Cruz
 En este momento de su vida, ya vivía interiormente una cierta kenosis, pues había experimentado el vacío de las aspiraciones de sus ideas filosóficas. Estas no eran capaces de llenar su alma, ni de calmar su deseo de una verdad mas profunda, mas completa. Reconocía que en ellas quedaban grandes vacíos y lagunas. Ella buscaba más. Fue por tanto de gran impacto para ella, encontrar que su amiga, no sólo no estaba desconsolada, sino que tenía una gran paz y una gran fe en Dios. Viéndola, Stein deseaba conocer la fuente de esa paz y de esa fe.   

Mientras estaba en casa de la viuda, Edith tiene acceso a leer la biografía de quien pasaría a ser su maestra de vida interior, Santa Teresa de Jesús. Paso una noche entera leyendo un libro hasta que lo termino. Intelectual y lógica como era, leía y analizaba cada página hasta que finalmente su raciocinio se sometió a la gracia haciéndola pronunciar aquellas palabras desde su corazón femenino: ¡Esta es la verdad! Ingresó como religiosa de clausura carmelita, hasta que,  luego de muchos padecimientos fue asesinada en agosto de 1942.

 

 

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