jueves, 26 de diciembre de 2013

HOMILIA DEL DIA DE LA NATIVIDAD DEL SENOR


EL  CORAZON   DE  CRISTO  EN  EL   ESTABLO  DE  BELEN
 

Con una actualidad  sorprendente, la primera lectura tomada del profeta Isaías nos relata como vivían los creyentes en aquel tiempo: “El pueblo que andaba en tinieblas”, “Los que vivían en tierra de sombras”, “El yugo les pesaba”, todo lo cual nos indica un estado que humanamente parecía imposible de ser superado.  

Las iniciativas hechas con palabras, es decir los acuerdos verbales y escritos,  las inventivas de conflictos que hicieron el inicial pueblo de Dios, condujeron a que aquellos quienes desde antiguo fueron creados a “imagen y semejanza” de Dios, que ese Creador le invito a ser una verdadera huella viva de su ser, procurando recrear su grandeza, su bondad, su amor, su cercanía, su eternidad, y poder  por medio de las acciones diarias.

Sabemos que desde el comienzo ese proyecto de Dios fue cuestionado por quienes mancillaron su condición angelical y dijeron llenos de envidia: “No serviremos” y además, el dramático relato de la caída voluntaria de nuestros primeros padres que afirmaron con sus actos el orgullo inmerso en sus corazones:” No obedeceremos”. 

Una sociedad que no sirve y no obedece no puede tener otro fin aquel que aquel que debieron asumir aquellas grandes ciudades de la antigüedad descritas por la Santa Biblia:  

Sodoma y Gomorra,  de las cuales el profeta Ezequiel indico claramente que el motivo de la molestia de Dios fue “la maldad de tu hermana Sodoma: soberbia, saciedad de pan –en hebreo implica hasta devolver el alimento ingerido-, abundancia de ociosidad, no tender la mano al afligido y al mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominaron mi ley” (Ezequiel XVI, 49-50),   

Babilonia: junto a Jerusalén las únicas que subsisten actualmente. Distante 110 kilómetros de Bagdag, fue reconstruida hace unas décadas, para retomar su carácter de centro político, religioso y cultural, pero –nuevamente- a causa de la violencia se corroboro la profecía de Isaías: “y será Babilonia montones de ruinas, morada de chacales, espanto y burla, sin morador” (XXI, 9).

Jericó, la ciudad mas antigua de la tierra, de la cual dice San Pablo que “por la fe cayeron los muros de Jericó después que fueron rodeados por siete días” (Hebreos XI, 30).  

Jerusalén, cosmopolita capital religiosa de Israel, cuya  destrucción fue anunciada por el mismo Cristo, hecho que aconteció cuatro décadas después de la Ascensión del Señor, y que fue relatado por Flavio Josefo quien aseguro con crudeza sin par que luego del asedio: “no hubo nadie mas a quien eliminar ni nada mas que saquear o destruir”.

De algún modo, nuestra ciudad refleja  lo que hay en nuestros corazones, a la vez que es un eco de nuestras carencias: “No servir” y “no obedecer” tiene consecuencias, tanto a nivel personal como comunitario. De algún modo el hecho que el hombre crea tener el mundo al alcance de su mano, le hace sentir una falsa autonomía que le lleva a conductas individualistas, en ocasiones agresivas y hasta violentas para imponer sus gustos y opciones, porque estando lleno de si mismo costrifica su alma y la cierra a la acción de la misericordia y de la gracia de Dios. 

Cuando en el Evangelio leemos que en Belén no hubo lugar para Jesús, porque estaba todo ocupado, constatamos que en nuestros días los múltiples afanes, las programaciones hechas , los resultados esperados, las metas por lograr, hacen que hasta lo mas simple como es dedicar tiempo para Dios, nos resulte muchas veces, imposible de obtener. No damos tiempo a Jesús porque estamos satisfechos y llenos de nosotros mismos.


¿Qué significa celebrar la Navidad sino la acción de abrir las puertas de nuestro corazón al Redentor que nace hoy? 

La humildad de Dios,  creador del universo y para quien la frontera de lo imposible no existe,  quiso tener la simpleza de golpear las puertas de una ciudad, por si acaso al menos en una casa había lugar para El y los suyos. De la misma manera, con la fragilidad de un recién nacido, con la indigencia de Aquel que entre hierba seca  tiene como cuna, y que solo esta cubierto con la simpleza de unos pañales, nuevamente golpea nuestros corazones. ¿Para qué? ¿Cuál es el deseo que subyace en el Corazón de Cristo en Belén? 

La respuesta la encontramos descrita ampliamente en los relatos del Santo Evangelio. Desde su infancia a los doce años, al responder a sus preocupados padres,  en medio del templo, Jesús aseguró: “Debo preocuparme primero de las cosas de mi padre que está en los cielos”.   

La primacía de cumplir la voluntad de Dios, es un imperativo que no admite excepciones. En todo momento nuestra voluntad debe estar orientada a seguir los pasos que Dios nos ha trazado, los cuales no vienen a hurtar nuestra individualidad sino a garantizar nuestra plena realización. El camino de crecer como personas no puede hacerse al margen de Dios sino solo por medio de su auxilio que una y otra vez nos dice: “Ten animo, soy Yo, no temáis”. 

La presencia del recién nacido betlemita no vino a ser sólo parte de una época determinada de la historia, ni solo vino  a marcar un antes y después de la vida humana con  su nacimiento, sino que su advenimiento hoy viene a dar plenitud a los tiempos, por lo que su nacer hoy, implica temporalmente un ahora, de tal manera que su gracia esta en todo momento a nuestro alcance en tanto cuando le dejemos entrar en nuestra vida. Siempre en Navidad es bueno recordar que Jesús vino para quedarse: no es la visita gentil y educada que se hace por cumplir, no es la visita obligada hecha por conveniencia para obtener alguna prebenda. La visita del Niño Dios nace de su corazón misericordioso, que viene a tender su mano especialmente a los más debilitados.

En sus ojos cristalinos, luminosos y virginales, se podían ver los rostros de tantos que posteriormente, en las calles de Judea, Galilea y Palestina, se verían beneficiados por su poder milagroso que les invitaba a creer en todo momento: el ciego Bartimeo que clamaba: “Señor, haz que vea”(San Marcos X,46-52); los diez leprosos que al margen de toda vida social solo esperaban morir en el completo desamparo clamaron: “Señor, ten compasión de nosotros” (San Lucas XVII,11-19), a las dolientes hermanas –Marta y María- de Betania transidas de dolor por la muerte de hermano Lázaro replicaron: “Si hubieses estado aquí nuestro hermano no habría muerto” (San Juan XI, 1-45). Para todos un milagro, para cada uno una respuesta, que humanamente puede tardar pero que divinamente siempre pronta llegará. 

En la Noche de Belén el silente sonido de la Natividad del Señor hizo enmudecer el universo entero, a la vez que desde entonces tenemos todo para ser sanos de alma y cuerpo. La luz emanada desde el pesebre llegaba ya al corazón de Bartimeo, también al nuestro, para recordarnos que el mayor drama no lo constituyen las dolencias físicas, cuanto las espirituales, pues ¿Qué mayor tragedia puede haber que poseer un corazón, ciego que no quiera ver? Hermanos, un corazón que no quiere ver, que no se abre al prójimo, que queda reducido a su “metro cuadrado”, provoca una gran tiniebla interior, y conduce –inevitablemente- a la mayor de las enfermedades cual es el egoísmo. Para abrir nuestro corazón a Jesús de Belén es necesario recorrer el mismo camino del ciego vidente Bartimeo: Llamar, responder y confiar, para finalmente ser, por medio del apostolado, portavoces del milagro obrado por Dios en nuestra vida.

La mirada del Nino Dios se encamino también hasta llegar a  tantos enfermos, que hoy en hospitales, clínicas y sus mismos hogares padecen diversas dolencias, “completando en sus vidas los padecimientos que tuvo Jesús para bien de su cuerpo que es la Iglesia”. Los leprosos debieron no solo ser sanados de su lepra, sino sanarse de sus llagas, es decir, aceptar el perdón gratuito de Dios y saber perdonarse, lo que implica un renacer, un volver a vivir, un partir de cero, todo lo cual solo pudo ser realidad porque en aquella Noche nació nuestro divino Redentor.

De pronto, la mirada de Jesús se movió ágilmente, como si alguien se trasladase al interior de aquel establo: su plena  conciencia mesiánica, le hizo ver a su buen amigo Lázaro avanzando ante su exhortación: “Ven y camina”.  Solo Dios mismo podía hacer que una Noche fuese luminosa, que la fragilidad de un recién nacido fortaleciese el universo entero, que la sabiduría de los sabios del Oriente unida a la indigencia de los pastores betlemitas, se uniesen a una voz, pero además, que aquel que había muerto en Betania apareciera vivo, lo cual nos hace tener la esperanza en la resurrección de nuestros fieles difuntos, especialmente a cuantos en este ano han sido convocados ante la presencia del Redentor y Juez del mundo. En esta Noche Santa nada se puede dar por perdido: aunque humanamente parezca no tener solución, aunque sea imposible perdonar nuevamente, aunque se haya extinguido el camino de nuevas posibilidades, el Recién Nacido nos dice en su mirada y su corazón: “Por que siempre hay tiempo, para volver a nacer  siempre hay tiempo, para volver a vivir,  siempre hay tiempo para volver a empezar,  lo que nunca pudiste terminar”. 

¿Qué le podemos regalar a Jesús en este día? 

Si algo caracteriza este día, es la palabra regalo, que etimológicamente proviene de aquel acto de donación que voluntaria y gratuitamente podemos hacer en bien de alguien. Nuestro Dios no nos entrego un objeto como regalo sino que nos donó a su propio Hijo. Nada mayor ni mas cercano  podía el Señor darnos mas que a si mismo cuando “el Verbo se hizo carne y habito entre nosotros”. Entonces, si amor con amor se paga, ¿Cómo retribuir a Dios por el bien que nos hace en este día? 

Por lo pronto no  lo que recibió de las grandes ciudades que hemos recordado, toda vez que no quiso nacer en medio los palaciegos del placer de Sodoma y Gomorra, ni vino al mundo al interior de la imponente fortaleza de poder en Babilonia, ni asumió nuestra naturaleza en el ámbito de la prosapia vetusta de Jericó,  tampoco quiso ser esclavo en su nacimiento de modas pasajeras y religiosidad falseada de la otrora Ciudad de Paz Jerosolimitana. ¿Dónde nació? ¿Dónde sus ojos contemplaron el universo por El creado? ¿Dónde se escuchó por primera vez su voz y esbozó su primera sonrisa?

Bien lo sabemos. Nuestra mirada lo contempla. En una pequeña localidad, lejana a los poderes humanos, ajena a los placeres temporales, al margen de la moda esclavizadota del ayer y del hoy: “En Belén de Judá, nos ha nacido el Salvador de Mundo”. 

¿Locura para unos?  ¿Necedad para otros? Por cierto, toda vez que la lógica de Dios trasciende la nuestra, y la hora de Dios nos parece ir a un ritmo distinto del que avanzan  nuestros anhelos. Mas, es El quien nos pide un regalo, cual es el poder nacer hoy en nuestro corazón, el cual no es  un palacio sino una simple choza, no es una fortaleza sino una humilde mediagua, no es una patrimonial edificación sino una simple tienda de campana, vale decir: no es lo que le podemos dar como regalo sino que el mismo se dona para que podamos entregarlo a nuestros hermanos para que una vez mas el cielo sonría y venza nuevamente la obscuridad de un mundo que puede pretender caminar a tientas y penumbras al margen de la voluntad Dios, pero que tiene que asumir como certeza que ese Dios no dejara de buscarle, no dejara de golpear una y otra vez las puertas del corazón, con el fin de entrar y vivir para siempre en nuestra alma, tal como un día vino al  mundo en el pesebre de Belén. Si, Jesús: puedes nacer hoy en nuestra alma. Amen.

 

lunes, 16 de diciembre de 2013

Homilia Tercer Domingo de Adviento: Gaudete in Domino


“EL DEMONIO NO RESISTE LA GENTE ALEGRE” (San Juan Bosco).
Como  sabemos, es tradicional reservar el sacramento del bautismo de adultos, para la vigilia pascual, así aconteció en 1982, en la basílica de San Pedro. El entonces Sumo Pontifice, hoy elevado a los altares, confirió el bautismo a una joven conversa del mundo protestante, la cual, al ser consultada por el motivo de su decisión respondió que fue a causa de ver la alegria de los cristianos.
Inmersos en medio de un tiempo que guarda un caracter estrictamente penitencial, en el cual la Iglesia nos invita a una verdadera conversión de vida, en virtud de una mas cercana sintonía con la gracia otorgada por Dios, la fidelidad a los mandamientos del Decálogo y de nuestra Madre la Iglesia y en la búsqueda del ejercio de las virtudes, resulta imposible no recordar aquella parábola en la cual el corazón de Dios aparece referido a un padre que, despreciado por su hijo menor, obtiene finalmente el fruto de su esperanza al recibir un día a su hijo, ante lo cual dijo: “Hagamos una gran fiesta, porque mi hijo, a quien creímos muerto, ha regresado y está vivo”.
Normalmente la exégesis nos hace rubricar la actitud del hijo, incluso la parábola misma la reconocemos como del “Hijo Prodigo”. Y, es que resultaría imposible desdeñar el protagonismo e iniciativa de aquel joven que abandona a su padre, a su hermano, a lo que le era propio por una vida mas independiente. Probablemente diría: “me voy para hacer lo que quiero”.
El Evangelio nos dice que “malgastó sus bienes en una vida desenfrenada”, pero antes de ello, detengámonos en el corazón de aquel joven. Una vida desordenada nace de un corazón desordenado. Los vicios, cualquiera sea su manifestación, son un efecto y no la causa, por ello, si queremos conocer lo que pasaba por su alma no es necesario ir a buscar respuesta a los lugares donde realizaba sus tropelias, sino directamente a lo que emanama de su interior.
¿Y qué encontramos? Una expresión y un acto muy especial: Quien estaba llamado a obedecer, aquel que conocería desde pequeño las implicancias del precepto cuarto dado por Dios en el Monte Sinaí en orden a “honrar a padre y madre”, en vez de obedecer ordena a su padre: “dame la parte de la herencia que me corresponde”.
Es sabido que las herencias testadas e intestadas son causa de arduas disputas, no hemos de pensar que esta sería la excepción. Si acaso parte de ella –realmente- por ley le correspondía, si acaso efectivamente por su vida pasada lo merecía queda reducido a un plano secundario, porque lo que el joven hace mención es a una realidad de lo debido, cosa que, además, lo manifiesta de manera individual  y  perentorio. 

Es decir, es algo “para mi” y es algo que se debe dar “de inmediato”. Si bien podríamos reconocer que habiendo sido jóvenes –cosa que los jovenes de hoy miran con suspicacia como pensando que los mayores nunca lo fueron- ambas realidades son como características de una vida joven, hay algo mas hondo en la actitud del joven, y es que lo exigido no le serviría para tener una vida de mayor cercanía con los suyos, sino que por contrario, sería el peldaño necesario para dejar atrás lo que hasta entonces le era propio: su padre, su hermano mayor, su familia, sus amistades verdaderas, su Patria.

Los bienes propios que hasta entonces estaban al servicio de la unidad, del desarrollo, y de la paz, por un acto egoísta se transformarían en ocasión de penuria, de soledad y de tristeza. Ni un peso mas, ni un peso menos de lo que poseía con su padre y que luego tendría en sus manos fue la causa –determinante- de su desventura, fue el apego desmedido y desenfrenado por tener algo. ¿Cómo entender que quien todo lo tenía junto a su padre, cayese en la mayor miseria, y luego, terminace trabajando como un esclavo, anhelando comer el alimento dado a los cerdos?
Su alma se entristeció. Cayó en las tinieblas de un mundo en el cual su padre no parecía tener relevancia en sus determinaciones. Tan fácil fue dar los primeros pasos pseudoindependentistas. El liberalismo moral cautiva y resulta atractivo porque parece alcanzarse de manera instantánea, en cambio, la vida virtuosa conlleva un ejercio, una búsqueda y un esfuerzo permanente para mantenerse: ¡es fácil portarse mal, y arduo procurar portarse bien! La infidelidad puede ser cosa de una noche, la fidelidad es cosa de toda la vida. Recordemos el refrán árabe: “La confianza crece con le velocidad que crece una palmera, pero se pierde con la rapidez que de la palmera cae un coco”.
En la actualidad vivimos en mundo construído por quienes exigiendo de Dios, que es nuestro Padre, parte de la herencia, la “malgastamos” en una vida al margen de Dios. Podemos pretender edificar nuestra vida y nuestro mundo al margen de Dios pero nunca estaremos marginados de su misericordia, la cual siempre puede más que nuestro pecado, y nuestra desconfianza en su providente misericordia. ¡Dios siempre puede más!
En efecto, señala el Pontifice: “El hombre puede por un tiempo edificar un mundo sin Dios, pero prontamente ese mundo se vuelca con el hombre”. El amor que un día recibió de su padre, y que sepultó por un tiempo, le llevó a recapacitar y decir en su interior: “Volveré a la casa de mi padre. Le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra tí, ya no merezco ser llamado tu hijo” (San Lucas XV,18-20).
El Evangelio nos dice que aquel padre “lleno de alegría” pidió que hicierian “una fiesta”. Ningún reconcor, ninguna pasada de cuenta, ninguna recriminación hubo hacia aquel hijo menor, no porque el alma de aquel padre  no se hubiese conmovido, ni estuviese cansado de tanto esperar ese momento, sino porque su bondad, su justicia, y su perdón, eran infinitamente mayores que la ofensa hecha -un día ya lejano- por su hijo menor.
Si bien fue dramática para él aquella partida, no resultó desiciva en su determinación de esperar -día y noche- el retorno del menor de sus hijos a la casa paterna. Hacer una fiesta por tanto tenía sentido porque “su hijo que creyó muerto, estaba vivo”. El reencuentro del padre y el hijo estaba marcado por el don de la vida, que partió realmente con la conversión del hijo que se tuvo, no ya como un sujeto de derechos y bienes que –eventualmente-  le posibilitarían para independizarse, sino como quien sí, ahora, viviría verdaderamente. Lo que antes vivió fue una simple fantasía, algo que parecía, pero que no era de verdad.
Lo anterior, es aplicable a la alegría de cada creyente. En efecto, en apariencia hay una cultura que invitaría a una felicidad que finalmente resulta fantasiosa, porque no nace del interior sino que es mas bien un cosmético que se usa para ocultar una realidad no deja de manifestarse.
Cuando el Apóstol en este día nos dice en la segunda lectura, con insistencia conocedora de la realidad sicológica olvidadiza de nuestra humana naturaleza: “Estad alegres, os lo repito, estad alegres porque el Señor está cerca”, nos entrega la clave de la cual emergue y la perspectiva hacia la cual converge la verdera alegría del católico. Por cierto para ser verdadero discípulo de Cristo es necesario “revestirse de los mismos sentimientos de Cristo” (Filipenses II,5).
Dicha alegría es la vida en Cristo, desde quien: cualquier adversidad es salvable, cualquier desafío es vencible y cualquier realidad es modificable por irreversible que ésta se nos presente.
Por cierto que hay máscaras contemporáneas de una falsa alegría:
a). “Lo paso bien cuando tomo alcohol en exceso o me drogo”: el progresismo “ha salido del closet” desde hace un tiempo a esta parte. Las fuerzas del espíritu anticristiano han tomado recientemente un vigor que resulta innegable, y uno de los aspectos que mejor conoce el Demonio, por medio del cual puede desastibilizar rápidamente al hombre y la sociedad, es quitarle la alegria y su razón mas preciada, revistiendola de todo tipo de sucedáneos.
Así, ¿Quién entiende que para pasarlo bien hay que perder la noción de lo que uno es? ¿Cómo no darse cuenta que cuando una persona queda “borrada” y se le “apaga la tele” en jerga local, no es realmente feliz?
En una Nación cercana recientemente se legisló con el fin que sea el Estado el productor oficial de un tipo de droga, en tanto que en nuestra Patria no faltan voces, pocas pero muy vociferantes, que se desviven en promover la despenalización de aquella yerba que es el trampolín para introducirse en un abismo sin fin. Ese no es el camino para alcanzar la verdera alegría del cristiano.
b). “Me río del projimo”: El oficio del humorista es uno de los más gratificantes pero indudablemente de los más difíciles, porque hacer reir a otros hace sentirnos bien, pero cuando es a costa de la honra, de la tranquilidad, de la fama de terceros, entonces se transforma en una sorna o burla que suele ir de la mano con el moderno bulling, que consiste en que muchos agreden a uno solo, quien las mas de las veces,  suele ser indefenso. Para nadie debería ser sorpresa saber que las ideologías actuales utilizan la burla y el humor como un arma letal al momento de desacreditar a instituciones y personas. La risa no sólo abunda en la boca de los necios, sino también, y principalmente, en la de los malvados. Cuando un cristiano se burla malamente de una persona hace reir al diablo.
Mas, hay una verdadera y sana alegría, a la que como creyentes estamos invitados a vivir:
En la Exhortación Apóstolica Gaudete in Domino se señala que “Jesús ha experimentado en su humanidad todas nuestras alegrías. El, palpablemente ha conocido, apreciado, ensalzado toda gama de alegrías humanas, de alegrías sencillas y cotidianas que están al alcance de todos” (número 23).
a). Jesús es la causa de nuestra alegría: Porque sólo El pudo enseñar con certeza y de manera definitiva que el bien solamente anhida cuando se busca, encuentra y vive en Dios, y esto nos da una visión favorable aun en medio de las adversidades mas feroces. Si la vida del creyente católico se funda en la luz de Cristo, también su sentido del humor ha de estar impregnado de valores trascendentes. El católico de verdad dista mucho de ser un amargado, que sólo ve tinieblas. Aun mas, diremos que estamos por naturaleza a ser optimistas, a tener esperanza, a ser confiados, y a ser partícipes de un fino sentido del humor, del que ningún Santo ha estado al margen pues: “un santo triste, es un triste santo”. Es una señal inconfundible de nuestra alegria católica no sólo el que puede convivir con el sufrimiento sino en que además, le termina venciendo definitivamente. ¡Mas puede una gota de miel que mil de hiel!
b). Nuestra alegria es permanente: Mientras que las alegrías mundanas suelen estar jalonadas por diversos momentos, requiriendo una especial ambientación, la verdadera alegría del catolico es constante. Estamos alegres porque somos felices, en cambio el progresismo requiere de chistes, de burlas y hasta de alcohol y drogas en exceso y dependencia para tener una razón por la cual por algo sonreir. ¡Esa alegría tiene piernas cortas! Es decir no llega lejos. En cambio, como creyentes nos sabemos siempre amados por Dios, protegidos por su Divina Providencia, en virtud que en el bautismo nos hizo sus hijos, de una vez para siempre, puesto que, “ una vez bautizado, siempre bautizado”.
Por eso hermanos, la antífiona del introito vívamente nos recuerda: ¡Gaudete in Domino semper, iterum dico, gaudete! Amén.

domingo, 1 de diciembre de 2013

“DIOS CREO AL HOMBRE Y LA MUJER”.

adán y eva
 
1. El futuro del mundo pasa por la familia.

Con alegría en la fiesta del Apóstol Juan, abría sus puertas la Iglesia de Todos los Santos en la ciudad que -en sancrito- significa Ciudad de Dios.  Fundada el año 144 de nuestra era. En una placa colocada en una pared se lee: “Esta Iglesia se levanta a la Gloria de Dios y dedicado a la memoria de Todos los santos en el año de 1883”. Con sólo el dos por ciento de la población de aquella nación de oriente, un numeroso grupo acudía a la Santa Misa el pasado domingo: el mismo evangelio, el mismo color litúrgico, mas o menos las mismas enseñanzas de las que nosotros escuchamos. Con una diferencia: luego que el sacerdote impartió la bendición, más de ochenta personas murieron producto de un grave atentado, quedando heridas casi doscientos feligreses. 

En un mundo que habla frecuentemente de los derechos de las personas, persisten graves abusos hacia aquellos que son fundamentales, uno de los cuales es a profesar la fe recibida. Lejos de ser un caso puntual y dramático, el hecho citado se inscribe en un marco de rechazar a Dios, despreciando a su Iglesia, y exterminando a sus fieles. Lo anterior, está virulentamente manifestado en lo que en ocasiones sale como noticia pero que en gran medida está presente en lo que no aparece rubricado pero que, sistemáticamente, se verifica frecuentemente…
 
Como un cáncer corroe tan silenciosa como audazmente la vida de la sociedad, y evidentemente uno de las primeras víctimas de un mundo que se alza contra Dios, de inmediato va en contra de su obra, cuyo centro es el hombre y la familia.  

En efecto, Dios formó al hombre y la mujer como seres complementarios, de tal manera que para que pueda haber futuro es necesario respetar la vida humana inscrita por Dios en la naturaleza. No respetar ese camino hace hipotecar no sólo la práctica de un determinado credo sino la existencia de la vida misma.  

Un hijo o una hija solo puede ser gestado de un hombre y una mujer, sólo puede ser formado convenientemente por un hombre y una mujer: No nos cansaremos de repetir una y otra vez que ¡ningún ámbito es mas propicio para el desarrollo de la persona como lo es el ámbito familiar! 

Desde la familia se fragua la vida del mundo: únicamente de su reconocimiento y fortalecimiento se pueden esperar beneficios permanentes. El dar reconocimiento y validez legal a uniones al margen de la familia y del matrimonio creado por Dios es nivelar o equiparar  lo que de suyo es imposible. El principio de complementariedad del hombre y la mujer es irrenunciable. 

La Escritura nos habla que Dios formó al hombre y la mujer: ¡nada más! Si afirmamos que sabia es la naturaleza, de igual manera diremos que siempre será ésta, menor que la sabiduría divina. ¡Dios siempre puede más!
 
El fortalecimiento de la familia pasa por el debido y oportuno reconocimiento de lo que es realmente el hombre y la mujer, a la vez que de saber descubrir que las diferencias entre ambos apuntan no al distanciamiento sino a la complementariedad. 

La vaguedad de los roles, que se manifiesta en aspectos aparentemente tan secundarias como un modo de hablar, de vestir, de presentarse, y hasta de peinarse, conlleva una determinada manera de ser. Ya fue señalado en la antigüedad: operari sequitur esse: El obrar sigue al ser: según soy, así me he de comportar. Es muy simple: o creo lo que vivo o vivo lo que creo. No hay punto intermedio en esto. 

Sabemos que la fe es de suyo razonable; y lo razonable conduce a la fe. En ocasiones, los misterios de Dios van mas halla de lo que humanamente puede ser de inmediato comprensible, pero jamás son en esencia irracionales. ¡La fe esta mas allá de razón no esta contra ella! La fe precede la inteligencia, no destruye la inteligencia. Ya lo sentenció San Agustín de Hipona al decir: “creo para entender y entiendo para creer”.

Inmersos en la celebración del Mes de la Biblia, al leerla no hemos de ir a ella con un fin de encontrar un libro que nos aclare aspectos científicos, porque no es un libro de ciencia. Tampoco es un texto en el cual solo hermosamente se hable sobre Dios, sino que es la palabra que Dios mismo nos habla de Si. En realidad, la Santa Biblia es la confidencia de Dios hacia nosotros, por ello siempre ha ocupado, en la liturgia un lugar basilar, desde el cual la Iglesia escucha para creer. Basta recordar que si asistimos a la Santa Misa todos los días durante tres años consecutivos, podríamos decir con certeza que hemos leído la Biblia completa, pues así se hace cotidianamente en la liturgia de la Palabra. 

Obedeciendo la enseñanza que el Señor nos ha hace en este día, al condicionar nuestra filiación de hijos en orden a “escuchar y obedecer la palabra de Dios”, recurrimos una vez mas, a la Sagrada Escritura. Esta vez, al primero de los libros que la componen como es el Génesis. Allí, luego de haber creado el universo, el Señor piensa en aquella creatura que será la única constituida a su “imagen y semejanza” (Génesis I, 26).  

¡Lo que Dios ha pensado, no ha dejado de crear, lo que Dios no ha dejado de crear, tampoco ha dejado providencialmente de cuidar, y aquello que no deja de cuidar Dios  se ha detenido en amar! La mayor grandeza de nuestra humana naturaleza no es sólo haber sido creados, sino sobre todo haber sido amados y salvados por Dios mismo.

El hombre y la mujer fueron creados por Dios: Durante mucho tiempo, esta verdad fue creída por nuestra sociedad de manera unánime. Más, en nuestros días, surgen voces, que cuestionan lo hecho por Dios en la naturaleza, pretendiendo –antojadizamente- manipular aquello que es,  bajo la premisa de lo que se siente: para algunos las cosas son según se sienten, es decir: lo que yo no siento no existe. Ante ello, podríamos preguntar si acaso porque yo no veo el sol este dejará de existir o si acaso yo no siento el calor de sus rayos, estos dejarán de alumbrar. La denominada “dictadura del relativismo” tiene en los endiosados sentimientos uno de sus principales componentes, entre cuyas afirmaciones pretende doblar la mano a  Dios y la naturaleza por el creada, haciendo del ser hombre y ser mujer una opción y no una condición de naturaleza inmutable y permanente.
 
Dios formó a Adán”: lo hizo para que éste fuera protector, por ello incluso la contextura física fue hecha para poder dar protección  a Eva. La capacidad pulmonar del hombre es mayor que la de la mujer porque esto le permite realizar trabajos que implican físicamente mayor esfuerzo y tiempo.  

2. ¿Para qué luego, diseñó a la mujer?  

a). Para ser complemento del hombre: 

Esta respuesta la encontramos en el titulo de aquel cuento tradicional europeo del siglo XVII: “La Bella y la Bestia”. Eva es dadora de vida: por ello su cuerpo es nutricio del que está por nacer, y de los hijos recién nacidos. Su organismo esta capacitado para ser el ámbito donde la persona surja, crezca y se desarrolle, teniendo un carácter exclusivo. Pero, además, no solo es nutridota biológicamente de sus hijos, sino que su alma fue constituida para amar, para ser tierna y cariñosa. Por esto, San Juan Pablo II señalaba que “la vocación de la mujer tiene un nombre, y es maternidad”. El ser femenino no se explica por su dimensión industriosa, es decir, de la capacidad para hacer cosas, sino en virtud de su ser maternal.  

Es verdad, que el cuerpo de la mujer es más frágil que el del hombre, pero no por ello es inferior al hombre. Por ejemplo, la porcelana es más débil que el acero, pero no podemos decir que es inferior al acero. Yo puedo hacer una taza de porcelana, y puedo hacer un mazo de acero, pero no tomo te en un mazo de acero. No podemos decir que porque son diferentes haya uno que sea mejor que otro. No hay dicotomía sino armonía. Hombre y mujer, fueron creados distintos en orden a ser complementarios, lo que en lenguaje bíblico se proclama en las admirables palabras de Adán al ver a Eva: “¡Esta si que hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Génesis II, 21). 

b). Para ser la razón de vivir del hombre:
 
La segunda razón nos hace recurrir a la fábula de Esopo de “La liebre y la tortuga”: En aquella fábula una liebre y una tortuga se retan a una carrera para ver cual de las dos es más rápida. Por cierto, la liebre parte ganando y al poco tiempo toma gran ventaja sobre su lenta perseguidora. Al verse con la victoria en el bolsillo la liebre se sienta a descansar y se duerme. Al despertar ve que la tortuga está a punto de cruzar la meta, y pese al gran esfuerzo final, no logra retomar la punta en la carrera, constatando que es vencida por la tortuga. La enseñanza es simple: despacio se llega lejos. 

El hombre y la mujer son como la liebre y la tortuga. El hombre es como la liebre: es pura energía y brío. Seguro siempre sí mismo.  Suele tener grandes comienzos, y nunca le falta la iniciativa. El hombre puede trabajar más pero, vivirá menos que la mujer: puede ganar en velocidad pero la maratón la ganará la mujer. En cambio, la mujer posee más durabilidad –el sistema inmunológico es superior al del hombre-, es más perseverante, y de hecho suele vivir más años que el hombre. Igualar al hombre y la mujer es tan absurdo como equiparar un matrimonio con una amistad, un acuerdo o un pacto..

3. Incompatibilidad de equiparar el matrimonio a uniones civiles. 

La iniciativa para comparar el matrimonio entre un hombre y una mujer resulta simplemente aberrante, y donde se ha terminado legislando en su favor se ha hipotecado el bien de la sociedad: como católicos no solo debemos procurar tener un seguimiento y acompañamiento con los matrimonios jóvenes, sino que también se hace necesario rechazar toda iniciativa legal que apunte hacia desvirtuar el destino de la familia desde su origen mismo.  La Biblia es clara al decir: ¡Haz el bien, y evita el mal!

Grave resulta por cierto, que una ciudad que se precia de ser patrimonial no destaque la grandeza de la familia, no fortalezca su mantenimiento, toda vez que la familia es la base de la sociedad. Si, por otra parte,  una defensa activa hacia la familia no se percibe, tampoco se descubre una apatía bucólica sin consecuencias,  sino que por el contrario, se constata una verdadera campaña que atenta contra el hogar, al permitir  la apertura casi indiscriminada de diversos centros donde se favorece la promiscuidad como son los pubs –reconocidamente- gaycistas, en los cuales se permite el lucro consentido de personas, en lo que resulta el nuevo rostro de la esclavitud por medio de la prostitucion de menores y mayores. 

Nunca será legítimo lucrar con las personas, y el Estado y nuestra sociedad no deben permitir la trata abusiva de personas aun cuando ella sea monetariamente consensuada.  Recientemente,  en el colmo de la desfachatez,  se ha colocado el emblema del gaycismo en un asta de la Sede del Municipio porteño. ¿Con qué finalidad? El respeto a las instituciones supone y emerge desde el respeto a la persona, integralmente entendida. Entonces, no sólo porque la Iglesia lo enseñe, sino porque la naturaleza humana lo proclama: ¡Sólo existe el ser hombre y el ser mujer, lo demás es invención antojadiza!

En este día, al recordar la presencia maternal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, en este Valle evocador del Paraíso, a lo largo de toda su historia, una vez más,  imploramos que sea Ella la que nos conduzca hacia su Hijo y Dios.  Así, nos lo recordaba el actual Pontífice, hace solo unos días atrás, mientras visitaba la ciudad costrita de Cagliari en la isla de Cerdeña: “¡Aprendamos a mirarnos, los unos a los otros, bajo la mirada materna de María! Hay personas que instintivamente no tenemos en cuenta, y que sin embargo tienen más necesidad: Los más abandonados, los enfermos, aquellos que no tienen de qué vivir, aquellos que no conocen a Jesús, los jóvenes que están en dificultad, que no tienen trabajo. No tengamos miedo de salir y mirar a nuestros hermanos y hermanas con la mirada de la Virgen. Ella nos invita a ser verdaderos hermanos. Y no permitamos que alguna cosa o alguno se interponga entre nosotros y la mirada de la Virgen. ¡Madre, danos tu mirada! ¡Que ninguno nos esconda tu mirada! Nuestro corazón de hijos sepa defenderla de tantas palabras que prometen ilusiones; de aquellos que tienen una mirada ávida de vida fácil, de promesas que no se pueden cumplir. Que no nos roben la mirada de María, que está llena de ternura. Que nos da fuerza, que nos hace solidarios entre nosotros. Digamos todos: ¡Madre, danos tu mirada!” (Su Santidad el Papa Francisco, Septiembre del 2013). 

Sacerdote Jaime Herrera González. Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro.