lunes, 16 de diciembre de 2013

Homilia Tercer Domingo de Adviento: Gaudete in Domino


“EL DEMONIO NO RESISTE LA GENTE ALEGRE” (San Juan Bosco).
Como  sabemos, es tradicional reservar el sacramento del bautismo de adultos, para la vigilia pascual, así aconteció en 1982, en la basílica de San Pedro. El entonces Sumo Pontifice, hoy elevado a los altares, confirió el bautismo a una joven conversa del mundo protestante, la cual, al ser consultada por el motivo de su decisión respondió que fue a causa de ver la alegria de los cristianos.
Inmersos en medio de un tiempo que guarda un caracter estrictamente penitencial, en el cual la Iglesia nos invita a una verdadera conversión de vida, en virtud de una mas cercana sintonía con la gracia otorgada por Dios, la fidelidad a los mandamientos del Decálogo y de nuestra Madre la Iglesia y en la búsqueda del ejercio de las virtudes, resulta imposible no recordar aquella parábola en la cual el corazón de Dios aparece referido a un padre que, despreciado por su hijo menor, obtiene finalmente el fruto de su esperanza al recibir un día a su hijo, ante lo cual dijo: “Hagamos una gran fiesta, porque mi hijo, a quien creímos muerto, ha regresado y está vivo”.
Normalmente la exégesis nos hace rubricar la actitud del hijo, incluso la parábola misma la reconocemos como del “Hijo Prodigo”. Y, es que resultaría imposible desdeñar el protagonismo e iniciativa de aquel joven que abandona a su padre, a su hermano, a lo que le era propio por una vida mas independiente. Probablemente diría: “me voy para hacer lo que quiero”.
El Evangelio nos dice que “malgastó sus bienes en una vida desenfrenada”, pero antes de ello, detengámonos en el corazón de aquel joven. Una vida desordenada nace de un corazón desordenado. Los vicios, cualquiera sea su manifestación, son un efecto y no la causa, por ello, si queremos conocer lo que pasaba por su alma no es necesario ir a buscar respuesta a los lugares donde realizaba sus tropelias, sino directamente a lo que emanama de su interior.
¿Y qué encontramos? Una expresión y un acto muy especial: Quien estaba llamado a obedecer, aquel que conocería desde pequeño las implicancias del precepto cuarto dado por Dios en el Monte Sinaí en orden a “honrar a padre y madre”, en vez de obedecer ordena a su padre: “dame la parte de la herencia que me corresponde”.
Es sabido que las herencias testadas e intestadas son causa de arduas disputas, no hemos de pensar que esta sería la excepción. Si acaso parte de ella –realmente- por ley le correspondía, si acaso efectivamente por su vida pasada lo merecía queda reducido a un plano secundario, porque lo que el joven hace mención es a una realidad de lo debido, cosa que, además, lo manifiesta de manera individual  y  perentorio. 

Es decir, es algo “para mi” y es algo que se debe dar “de inmediato”. Si bien podríamos reconocer que habiendo sido jóvenes –cosa que los jovenes de hoy miran con suspicacia como pensando que los mayores nunca lo fueron- ambas realidades son como características de una vida joven, hay algo mas hondo en la actitud del joven, y es que lo exigido no le serviría para tener una vida de mayor cercanía con los suyos, sino que por contrario, sería el peldaño necesario para dejar atrás lo que hasta entonces le era propio: su padre, su hermano mayor, su familia, sus amistades verdaderas, su Patria.

Los bienes propios que hasta entonces estaban al servicio de la unidad, del desarrollo, y de la paz, por un acto egoísta se transformarían en ocasión de penuria, de soledad y de tristeza. Ni un peso mas, ni un peso menos de lo que poseía con su padre y que luego tendría en sus manos fue la causa –determinante- de su desventura, fue el apego desmedido y desenfrenado por tener algo. ¿Cómo entender que quien todo lo tenía junto a su padre, cayese en la mayor miseria, y luego, terminace trabajando como un esclavo, anhelando comer el alimento dado a los cerdos?
Su alma se entristeció. Cayó en las tinieblas de un mundo en el cual su padre no parecía tener relevancia en sus determinaciones. Tan fácil fue dar los primeros pasos pseudoindependentistas. El liberalismo moral cautiva y resulta atractivo porque parece alcanzarse de manera instantánea, en cambio, la vida virtuosa conlleva un ejercio, una búsqueda y un esfuerzo permanente para mantenerse: ¡es fácil portarse mal, y arduo procurar portarse bien! La infidelidad puede ser cosa de una noche, la fidelidad es cosa de toda la vida. Recordemos el refrán árabe: “La confianza crece con le velocidad que crece una palmera, pero se pierde con la rapidez que de la palmera cae un coco”.
En la actualidad vivimos en mundo construído por quienes exigiendo de Dios, que es nuestro Padre, parte de la herencia, la “malgastamos” en una vida al margen de Dios. Podemos pretender edificar nuestra vida y nuestro mundo al margen de Dios pero nunca estaremos marginados de su misericordia, la cual siempre puede más que nuestro pecado, y nuestra desconfianza en su providente misericordia. ¡Dios siempre puede más!
En efecto, señala el Pontifice: “El hombre puede por un tiempo edificar un mundo sin Dios, pero prontamente ese mundo se vuelca con el hombre”. El amor que un día recibió de su padre, y que sepultó por un tiempo, le llevó a recapacitar y decir en su interior: “Volveré a la casa de mi padre. Le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra tí, ya no merezco ser llamado tu hijo” (San Lucas XV,18-20).
El Evangelio nos dice que aquel padre “lleno de alegría” pidió que hicierian “una fiesta”. Ningún reconcor, ninguna pasada de cuenta, ninguna recriminación hubo hacia aquel hijo menor, no porque el alma de aquel padre  no se hubiese conmovido, ni estuviese cansado de tanto esperar ese momento, sino porque su bondad, su justicia, y su perdón, eran infinitamente mayores que la ofensa hecha -un día ya lejano- por su hijo menor.
Si bien fue dramática para él aquella partida, no resultó desiciva en su determinación de esperar -día y noche- el retorno del menor de sus hijos a la casa paterna. Hacer una fiesta por tanto tenía sentido porque “su hijo que creyó muerto, estaba vivo”. El reencuentro del padre y el hijo estaba marcado por el don de la vida, que partió realmente con la conversión del hijo que se tuvo, no ya como un sujeto de derechos y bienes que –eventualmente-  le posibilitarían para independizarse, sino como quien sí, ahora, viviría verdaderamente. Lo que antes vivió fue una simple fantasía, algo que parecía, pero que no era de verdad.
Lo anterior, es aplicable a la alegría de cada creyente. En efecto, en apariencia hay una cultura que invitaría a una felicidad que finalmente resulta fantasiosa, porque no nace del interior sino que es mas bien un cosmético que se usa para ocultar una realidad no deja de manifestarse.
Cuando el Apóstol en este día nos dice en la segunda lectura, con insistencia conocedora de la realidad sicológica olvidadiza de nuestra humana naturaleza: “Estad alegres, os lo repito, estad alegres porque el Señor está cerca”, nos entrega la clave de la cual emergue y la perspectiva hacia la cual converge la verdera alegría del católico. Por cierto para ser verdadero discípulo de Cristo es necesario “revestirse de los mismos sentimientos de Cristo” (Filipenses II,5).
Dicha alegría es la vida en Cristo, desde quien: cualquier adversidad es salvable, cualquier desafío es vencible y cualquier realidad es modificable por irreversible que ésta se nos presente.
Por cierto que hay máscaras contemporáneas de una falsa alegría:
a). “Lo paso bien cuando tomo alcohol en exceso o me drogo”: el progresismo “ha salido del closet” desde hace un tiempo a esta parte. Las fuerzas del espíritu anticristiano han tomado recientemente un vigor que resulta innegable, y uno de los aspectos que mejor conoce el Demonio, por medio del cual puede desastibilizar rápidamente al hombre y la sociedad, es quitarle la alegria y su razón mas preciada, revistiendola de todo tipo de sucedáneos.
Así, ¿Quién entiende que para pasarlo bien hay que perder la noción de lo que uno es? ¿Cómo no darse cuenta que cuando una persona queda “borrada” y se le “apaga la tele” en jerga local, no es realmente feliz?
En una Nación cercana recientemente se legisló con el fin que sea el Estado el productor oficial de un tipo de droga, en tanto que en nuestra Patria no faltan voces, pocas pero muy vociferantes, que se desviven en promover la despenalización de aquella yerba que es el trampolín para introducirse en un abismo sin fin. Ese no es el camino para alcanzar la verdera alegría del cristiano.
b). “Me río del projimo”: El oficio del humorista es uno de los más gratificantes pero indudablemente de los más difíciles, porque hacer reir a otros hace sentirnos bien, pero cuando es a costa de la honra, de la tranquilidad, de la fama de terceros, entonces se transforma en una sorna o burla que suele ir de la mano con el moderno bulling, que consiste en que muchos agreden a uno solo, quien las mas de las veces,  suele ser indefenso. Para nadie debería ser sorpresa saber que las ideologías actuales utilizan la burla y el humor como un arma letal al momento de desacreditar a instituciones y personas. La risa no sólo abunda en la boca de los necios, sino también, y principalmente, en la de los malvados. Cuando un cristiano se burla malamente de una persona hace reir al diablo.
Mas, hay una verdadera y sana alegría, a la que como creyentes estamos invitados a vivir:
En la Exhortación Apóstolica Gaudete in Domino se señala que “Jesús ha experimentado en su humanidad todas nuestras alegrías. El, palpablemente ha conocido, apreciado, ensalzado toda gama de alegrías humanas, de alegrías sencillas y cotidianas que están al alcance de todos” (número 23).
a). Jesús es la causa de nuestra alegría: Porque sólo El pudo enseñar con certeza y de manera definitiva que el bien solamente anhida cuando se busca, encuentra y vive en Dios, y esto nos da una visión favorable aun en medio de las adversidades mas feroces. Si la vida del creyente católico se funda en la luz de Cristo, también su sentido del humor ha de estar impregnado de valores trascendentes. El católico de verdad dista mucho de ser un amargado, que sólo ve tinieblas. Aun mas, diremos que estamos por naturaleza a ser optimistas, a tener esperanza, a ser confiados, y a ser partícipes de un fino sentido del humor, del que ningún Santo ha estado al margen pues: “un santo triste, es un triste santo”. Es una señal inconfundible de nuestra alegria católica no sólo el que puede convivir con el sufrimiento sino en que además, le termina venciendo definitivamente. ¡Mas puede una gota de miel que mil de hiel!
b). Nuestra alegria es permanente: Mientras que las alegrías mundanas suelen estar jalonadas por diversos momentos, requiriendo una especial ambientación, la verdadera alegría del catolico es constante. Estamos alegres porque somos felices, en cambio el progresismo requiere de chistes, de burlas y hasta de alcohol y drogas en exceso y dependencia para tener una razón por la cual por algo sonreir. ¡Esa alegría tiene piernas cortas! Es decir no llega lejos. En cambio, como creyentes nos sabemos siempre amados por Dios, protegidos por su Divina Providencia, en virtud que en el bautismo nos hizo sus hijos, de una vez para siempre, puesto que, “ una vez bautizado, siempre bautizado”.
Por eso hermanos, la antífiona del introito vívamente nos recuerda: ¡Gaudete in Domino semper, iterum dico, gaudete! Amén.

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