sábado, 20 de septiembre de 2014

RECIBIR A CRISTO FORTALECE EL ALMA


 
 BODAS  DE  ORO : ALVARO FIGARI & MARÍA CRISTINA VERSIN   /   2014.

1.      “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”. (1 Corintios X, 16-17).

Nuestra Iglesia, tradicionalmente dirige su mirada cada sábado para venerar la presencia de nuestra Señora bajo la advocación de la Santísima Virgen del Carmen, Reina de nuestra Patria bendita,  cuya primera y segunda independencia celebramos en este Mes.



Lo hacemos en el ámbito de la celebración de la Santa Misa, tal como el Santo Evangelio nos exhorta: ¡Aquel que se case, que se case en el Señor! (1 Corintios VII, 39). Lo cual, evidentemente se realiza con la bendición de Aquel que se hace “real y substancialente” presente en la Eucaristía. En efecto, no sólo recibimos la grandeza inmerecida de una gracia particular en cada sacramento, sino que al momento de la consagración, y posterior comunión, somos partícipes del Autor de toda gracia, de toda bendición, es decir,  de la vida misma de Jesucristo, definitivo revelador del “Dios que es amor” (1 San Juan IV, 8).

La realidad de la vida de cada persona, nos hace ver que no somos fruto del azar y sin razón, sino parte de un sueño de Dios, del deseo de Dios. Porque, el Señor todo lo que piensa no deja de crear, y aquello que no dejó de crear, no puede dejar de amar. Así, decimos que por el solo hecho de existir hoy, nos lleva a sabemos –plenamente-  amados por Dios, cuya única imposibilidad es dejar de amarnos  misericordiosamente.

Si acaso cada día, al despertar,  agradecemos el poder vivir, entendemos que la razón definitiva para ello  es,  porque Dios nos ama tanto,  que su propio amor es el agua viva que refresca el mutuo amor, que un día Dios les invitó a manifestar desde su bendición del Cielo. La ocurrencia para contraer el santo matrimonio, luego de los cinco años de pololeo y de  la etapa del noviazgo, si bien fue expresada por ambos, tiene su origen mismo en el querer de Dios, de tal manera que, para cumplir la voluntad de Dios,  es que unieron hace cinco décadas vuestras vidas, sellando –irrevocablemente- el pasado, presente y futuro, pues se casaron ante quien de Si dijo: “El mismo ayer, hoy y siempre”. ¡Es un amor eterno, porque Dios es Eterno!

Sabedores de que Dios lo quiere, han procurado seguir el camino trazado por Él durante un tiempo que,  aunque extenso,  parece ser tan breve para ambos. La razón es que cuando se ama de verdad el tiempo parece avanzar más rápido porque de algún modo, así como acontece al momento en que está presente el Señor en la Santa Misa, el tiempo se detiene porque la eternidad llega, de manera semejante, para los que pololean, los que están de novios, y –especialmente- para los esposos,  el tiempo pasa volando cuando están juntos.

2.      “¿Cómo a Dios podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Dios. Sacrificio te ofreceré de acción de gracias, e invocaré el nombre del Señor Dios. Cumpliré mis votos a Dios, sí, en presencia de todo su pueblo”.  (SALMO CXVI, 16-18).

Cuatro veces repite el salmista  -en sólo dos versículos- el nombre Santo de Dios, vinculando con ello la promesa hecha por el hombre y la mujer el día de su matrimonio, a la gracia de Dios. ¿Cómo dar gracias al Señor por tantas bendiciones? La respuesta surge de inmediato: No sólo invocaremos el Santo Nombre de Dios, Él se hace presente con su Cuerpo, Sangre y Corazón, en nuestro altar.

Si, El mismo que, asumió nuestra condición en el vientre inmaculado de la Virgen, sin menoscabar su integridad; El mismo que, al nacer sobrecogió el cielo y la tierra; El mismo cuya vida oculta de treinta años asombró a cuantos sorprendidos reconocían que enseñaba con autoridad; El mismo que, desde lo alto de una Montaña invitaba  a ser bienaventurados como “sal de tierra y luz del mundo”, para luego sanar de toda dolencia a los enfermos y alimentar prodigiosamente a muchedumbres; El mismo que, subió a la Cruz para al tercer día resucitar tal como lo prometió.

El mismo, Dios y hombre verdadero, ha querido durante cinco décadas hacerse presente en el mundo por medio del amor de quienes ahora celebran gozosos y confiados las Bodas de Oro matrimoniales, con la confianza que la gracia recibida a lo largo de tanto tiempo, con el paso de los años,  se acrecentará si permanecen fieles a las promesas hechas ante Dios.  

Esta Misa la celebramos al mediodía. Estas fiestas son el mediodía de vuestra vida, donde la luz más irradia sus rayos generosos, de la misma manera es el tiempo donde mayores bendiciones experimentan porque esa familia que inauguraban hace tantos años se ha consolidado y acrecentado en los hijos y nietos que hoy les acompañan, más allá de los debidos afectos y sentimientos, con la fe puesta en el protagonista principal de esta hora que es nuestro Dios.

Miren sus manos: Como aquel día…hace cincuenta años que ante Dios en el altar unisteis vuestras manos.  En unos momentos,  nuevamente estarán unidas. Esas manos han trabajado, han orado, han sostenido a los hijos, han dado vida y amor, han ayudado con desinterés, han llevado el fruto de vuestro trabajo al hogar, y cimentando el futuro de sus hijos: María Soledad, María Carolina y Álvaro Miguel.

Miren sus ojos

: ¡Cómo brillaban de emoción nerviosa aquel día en la Parroquia de los Padres Carmelitas de Viña del Mar un día diecisiete de Septiembre. Entonces solo parecía caber un rostro en vuestras pupilas, la del ser amado con quien anhelaban y prometían pasar el resto de sus días. Hoy, se ilumina vuestra mirada con nuevos rostros. Unidos al de vuestros hijos, se incorpora el de los nietos que –decanalmente- les acompañan: Constanza, José Patricio, Antonia, Roberto, Sebastián, Magdalena, María Jesús, Beatriz, Nicolás y Vicente.

Miren vuestros pies: Han recorrido un largo camino, donde de manera tan misteriosa como sorprendente han ido conociendo lugares y personas que Dios ha colocado en vuestro avance. Hoy, en Con-Con, ayer en Viña del Mar, y durante cuarenta años en la soleada La Serena, cada una de las cuales han albergado momentos de dicha e inmensa alegría como también de sufrimientos, los cuales han servido para purificar vuestra entrega fiel, según lo pueden testificar vuestros padres desde lo alto, como –también- doña: Laura de Versin que asiste nuevamente,  para ratificar lo que su hija y yerno dirán al renovar sus promesas esponsales en estos primeros cincuenta años de vida esponsal.

Miren vuestros labios: Cuando recién se conocieron, conversaban en todo y de todo. Ahora, no necesitan decirse demasiadas palabras, porque  el amor que se han donado resulta tan evidente que –ciertamente- no pueden imaginar una vida el uno sin el otro. El sí que vuestros labios pronunciaron, continúa siendo un sí, ahora más maduro y convencido que el dado hace cinco décadas atrás. Tantas confidencias, tantas gratitudes, tantas palabras se han dicho y han escuchado mutuamente, las cuales en ocasiones pueden haber arrancado lágrimas de dicha como de tristeza e incertidumbre.  

Mas, la prueba que han sabido hablar y callar con un espíritu de sabiduría, es que vuestras argollas esponsales lucen el paso del tiempo vivido, como la más valiosa presea que una matrimonio –aquí- puede aspirar, desde la realidad de ser un camino que conduce a la mutua perfección para alcanzar juntos la santidad. Por esto nuestra Iglesia nos invita a destacarlo vivamente.

En efecto, en la Carta Familiaris Consortio, el Papa Juan Pablo II invita a celebrar -con especial solemnidad- las Bodas de Oro porque el solo hecho de ese acto es ya un apostolado eficaz para las generaciones venideras,  que ven posible y real, aquello  que sus padres mayores han procurado vivir ejemplarmente. ¡Jóvenes y niños ved que,  en esta época es posible amar para toda la vida! ¡Hoy sois testigos de ello!

3.      “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca”.  (San Lucas VI, 47-48).

El gran Obispo San Agustín de Hipona, en el Siglo IV, escribió: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. La gracia de Dios no es algo mágico, actúa eficazmente en nuestra alma de tal manera que al inicio, durante y fin de todo acto meritorio, virtuoso y santificante estará la mano del Señor que nunca olvida, siempre sostiene y acoge paternalmente.

Por ello, lograr cincuenta años de matrimonio no es algo que sea fruto de la improvisación o casualidad, sino que es la consecuencia inmediata del haber procurado ser fieles a la gracia y al amor de Dios, pues sabido es que: “amor, con amor se paga”.

Aquí,  ocupa un lugar importante el camino de las virtudes, las cuales en la vida matrimonial son especialmente necesarias.

Han sido -no sólo-  padres ocupados y preocupados de sus hijos, además,  han sabido darles el tiempo necesario a cada uno, sabiendo que como cada estrella es genuina, cada hijo es único en su especie, por lo que,  lo que aquello que para uno puede ser necesario para otro puede ser ya suficiente. ¡Cada hijo es tan distinto,  como original!

Han sido padres que se han ayudado mutuamente: Entendiendo que,  el santo matrimonio fue desde donde surgió vuestra familia, y en la cual nacieron vuestros hijos, ambos han procurado apoyar sus mutuas iniciativas, como indica el Santo Evangelio de este día,  “sobre la roca” que es la Persona de Jesucristo, único que hace el amor humano posible y para siempre.

Cómo no elevar a esta hora, tan significativa para todos, una oración:  “Jesús no tienes manos…Tienes solo nuestras manos para modelar un mundo donde reine la justicia y misericordia; Jesús no tienes pies…Tienes nuestros pies para colocar en marcha la caridad y la verdadera libertad que es vivir con Cristo; Jesús no tienes ojos…Tienes nuestros ojos para descubrir que donde no hay amor, colocando amor se cosecha amor verdadero; Jesús no tienes labios…Tienes nuestros labios para anunciar hoy que el amor vence siempre, que el amor es más fuerte, como el de estos esposos que, junto a los suyos celebran sus Bodas de Oro Matrimoniales”.

Amén.

 Sacerdote: Jaime Herrera González Cura Párroco de Nuestra Señora de Puerto Claro

miércoles, 17 de septiembre de 2014

HOMILÍA TE DEUM / 204º ANIVERSARIO INDEPENDENCIA / OLMUÉ


 “EL COMPROMISO DE SER MIEMBROS DE UNA FAMILIA”

1.      Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Corintios XIII, 13).

Las cosas pasan porque Dios lo dispone. Y, esto se realiza de modo notable al momento de escuchar las lecturas de esta celebración. Porque,  resultan sorprendentemente atingentes a la hora actual, y a lo que toda nuestra Patria hoy  celebra: la instalación de la Primera Junta de Gobierno con lo cual se marca un hito trascendental en el proceso de la denominada Independencia Nacional.

Diversas realidades nos llevan a tener la certeza de ser partícipes de una identidad, que hunde sus raíces en épocas pretéritas y que a lo largo del tiempo se ha ido consolidando, del mismo modo que una familia,  con el paso de los años, va tomando características que le hacen posteriormente fácilmente identificable.

Una familia, es más que una tradición de apellidos; una Nación,  es más que un nombre.

Una familia,  es más que una casa; una Nación,  va más allá que una realidad geográfica.

Una familia,  es más  que una sigla; una Nación,  es más que un emblema.

Ahora bien, a ninguno le resulta indiferente el llevar con orgullo el apellido que le ha sido  legado por sus antepasados, y que guarda el germen de hacerlo engrandecer con la vida que en el futuro cada uno lleve. Tan importante es respetar el nombre de nuestros padres que cualquier ofensa hecha hacia ellos la asumimos siempre en primera persona. De modo semejante, el nombre de nuestra Nación antes de ser conocida como tal,  ya era la Patria que Dios nos había regalado y que hoy celebramos con sano orgullo.

Además, el amor a la familia suele expresarse en el modo cómo cuidamos nuestra casa. Sabido es que lo que se asume como propio suele ser cuidado de manera preferente. Lo que nos pertenece nunca lo descuidamos, siempre estamos vigilantes de dónde se encuentra y de cómo es tratado. Así, también, acontece con el territorio de nuestra Nación,  el cual, muchas veces ha debido ser custodiado con la sangre derramada por tantos héroes.

¡Cuánto esfuerzo de los padres para obtener un terreno y para poder construir una casa! Si  al momento de fundar una familia solemnemente ante la ley de los hombres y la ley de Dios uno de los mayores anhelos de las almas jóvenes que se unen es poder tener una casa como propia…Así, aquella Patria que se gestaba como Nación hace 204 años posee un territorio cuya importancia -en toda su extensión- no se diluye en la pequeñez de cada una de las partes que la constituyen.

La vida de una familia no depende existencialmente de la casa donde vive,  pero, ha de reconocerse que,  como familia vitalmente se desarrolla –necesariamente- al interior de una casa. Cada uno de los miembros de esta Nación bendita hemos de sabernos corresponsables del mantenimiento y grandeza de nuestra Patria, tanto en los territorios más generosos y productivos,  como de aquellos que encierran el desafío de descubrir sus –aún- ocultos beneficios.

Si alguna persona nos pregunta cuál es la característica de nuestra familia, veríamos que probablemente no es una sola,  sino más bien un conjunto de realidades las cuales sumadas constituyen lo que es nuestra familia. Y,  para cada uno de los que está aquí, ese historial es sagrado e intocable, porque corre a través de las fibras de nuestro corazón.

De manera similar, la Patria asumió un emblema que al contemplarlo no sólo nos recuerda un elemento identificador sino que vincula una pertenencia indiscutible. Por esto, la bandera nacional es un estandarte que encierra cuatro características que son propias del alma nacional, y que amerita el mismo respeto con el cual reverenciamos lo que ha sido, es y será nuestra Patria en la que Dios nos invitó a vivir.

2.      Todas las sendas de Dios son amor y verdad para quien guarda su alianza y sus dictámenes” (Salmo XXV, 10).

El Salmo XXV que hemos escuchado nos recuerda que todas las cosas constituyen una bendición para quien procura ser fiel a Dios. Así, Teresa de Liseaux escribía: “Donde no hay amor, coloca amor, y sacarás amor”.

El inicio de la importante etapa que hoy celebra nuestra Patria, nos lleva a mirar la huella digital que nos idéntica de época muy lejana, y que vemos flamear a lo largo de todo nuestro territorio en cada emblema por pequeño o majestuoso que sea.

a). El color rojo: Nos habla elocuentemente del espíritu de sacrificio.

Quizás, asumido como consecuencia de la vida litúrgica tan arraigada en las culturas anteriores, donde el carmesí evoca el martirio y la realidad del calvario, ha quedado impresa la imagen  en nuestra bandera como una invitación a dedicar los mejores esfuerzos en la búsqueda del bien común, sabiendo que las cosas que uno siempre termina valorando en la vida,  son aquellas que más sacrificio han exigido.

Nuestra época se caracteriza por la búsqueda de la inmediata obtención de los máximos resultados por los caminos del menor esfuerzo, todo lo cual resulta tan ajeno a nuestra identidad,  en la cual,  los campos se toman su tiempo para entregar sus frutos, sabiendo que el rendimiento dependerá del cuidado que se haya puesto. El escarlata de nuestra bandera nos habla de esfuerzo,  no de violencia; nos habla de dedicación,  no de imposición ni de mayorías ni de minorías;  nos habla de una mano acogedora y generosa,  no de un puño cerrado ciego y violento.

b). El color Azul: Evoca el carácter trascendente.

La naturaleza del hombre y de la sociedad en que participa tiene un origen divino, tal como sabiamente escribió San Alberto Hurtado: “La vida nos fue dada para buscar a Dios, la muerte para encontrar a Dios, la eternidad para vivir con Dios”. Desde esta verdad, se deduce que, en la medida que estamos más cerca de Dios, la solución a los múltiples desafíos de la vida pública se hace sólo más fácil,  sino también más inmediata.

La audaz pretensión de colocar a Dios en una “caletera” de nuestra vida, como algo periférico, tiene como consecuencia que se termina llevando una vida fantasiosa, es decir, que aparenta algo que es, pero –en definitiva- no es real. Nuestra sociedad debe saber que Dios concede muchas bendiciones a las naciones que le son fieles, pero que, en ocasiones, permite que la tibieza espiritual y las nuevas idolatrías hagan experimentar,  al hombre actual,  las consecuencias de haber alzado un mundo sin Dios, en el cual, el primero que pierde su lugar, es el hombre mismo, pues sabido es que “un mundo que avanza  sin Dios, es un mundo que se vuelca contra el hombre mismo”.

En nuestra bandera, el color azul no es simplemente una totalidad afín, es el recuerdo vivo de la vocación universal a la santidad que toda persona tiene, a la vez que constituye una viva invitación a colocar la realidad trascendente y sobrenatural en toda la vida pública pues,  tal como dice un antiguo himno religioso: “A Dios queremos, en nuestras leyes, en las escuelas y en el hogar”. ¡Nada que sea plenamente humano puede quedar al margen del hecho de mirar a Dios! ¡Sólo Cristo merece que todo sea recapitulado en Él!

c). El color blanco: Dice relación con la pureza del alma.

La primera enseñanza pública que hizo Jesús la conocemos como el Sermón de la Montaña, en el cual nos entregó un decálogo de santidad, en parte del cual dice. “Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios” (San Mateo V, 8). Para ver de verdad la realidad, las necesidades, las grandezas y miserias de la vida humana se requiere no sólo de una debida perspectiva sino de una pureza de corazón que permite estar atentos a los más mínimos requerimientos de la sociedad, al modo cómo discernir los caminos más adecuados para el desarrollo del hombre, de la familia y toda la sociedad.

Sin una rectitud de intención y sin la limpieza del alma se hace infructuosa la búsqueda del bien común, por el contrario, la imposibilidad espiritual de ver nos conduce irremediablemente a sumergirnos en  la incertidumbre, en la desconfianza, y en el temor, de todo lo cual,  sólo se termina viviendo de manera agresiva y en ocasiones, violencia. En realidad, la violencia, ayer como hoy, más que ser consecuencia exclusiva de realidades sociológicas, económicas, políticas e históricas, nace –siempre-  de la ausencia de Dios en el horizonte de nuestra existencia.

 

El Rey David descubrió hace muchos años la clave para poder dirigir a los israelitas: Un día dijo a Dios: “Señor,  sana mi mirada, limpia mi corazón”, porque entendía que “no podía un ciego guiar a  otro ciego, pues ambos caerán al mismo pozo”. Por ello, la pureza tiene una vigencia notable toda vez que nace de la necesidad de poder tener un debido espíritu para discernir,  en todo momento, según el querer de Dios, que se encuentra sobre:  Las modas, los gustos, los poderes, las coaliciones, y los pasajeros liderazgos. Recordemos: “¡Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres!” (Hechos V, 29).

3.      Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.” (San Mateo XI, 28-30).

Finalmente, tal como acontece en una corona, en la cual la piedra principal ocupa un lugar preferencial, así, nos pasa al escuchar el Santo Evangelio. ¡En el Corazón de Jesús nadie sobra, porque todos tenemos un lugar en Él! De manera semejante, al rezar por las intenciones de nuestra Patria, y de manera especial, por los habitantes de esta querida comuna de Olmué y sus alrededores, imploramos por aquellos que el peso del día les hace avanzar fatigados, oramos por quienes las dificultades, tanto espirituales como materiales, les hace estar sobrecargados.
Parroquia de Olmué

Cada uno encuentra en la persona de Jesucristo el verdadero descanso, que es vivir confiados en su protección y sabedores que podemos repetir, como los Apóstoles: “Se en quien me he fiado”. Y, lo que decimos cada uno, lo hemos de proclamar como miembros de esta Patria bendita, de la cual somos herederos de sus grandezas y miserias, de sus logros y fracasos, sabedores que hemos de ir siempre en auxilio de los más desvalidos, tal como nos dice Jesús: “Lo que hiciste con uno de estos pequeños, a mí lo hicisteis”. Es decir, procuramos continuar la obra de Jesús, que pasó haciendo el bien.

Nuestra mirada se eleva ahora, a la Estrella de nuestra bandera: Una vez, más, como lo hicieron los Padres de la Patria, miramos a la Santísima Virgen del Carmen, que es Patrona Jurada de nuestra Nación y de las Fuerzas Armadas y de Orden. Su manto,  que ha servido para acoger a cuantos se han refugiado bajo él, nuevamente se abre para recibir tantas plegarias que hoy se elevan como gratitud,  de tantas bendiciones que el Señor nos ha entregado, en tanto que, su mirada maternal se dirige para hacernos tomar conciencia de que estamos llamados a ser una Nación de verdaderos hermanos, miembros de una misma familia, que es nuestra Patria bendita, de la cual somos sus herederos y primeros responsables. Amén.

 

Pbro. Jaime Herrera González. Sacerdote Diócesis de Valparaíso.

 

viernes, 12 de septiembre de 2014

Santa Misa de Campaña día 11 de Septiembre del 2014

   “AMAR  A QUIENES SON NUESTROS ENEMIGOS”.

Misa de Campaña 11 de Septiembre 2014
El Evangelio que hemos proclamado nos hace subir al Monte de las Bienaventuranzas, ubicado en la orilla noreste del Mar de Galilea, ente Cafarnaúm y Genesaret. Tanto los evangelistas San Lucas como San Mateo lo citan como un lugar de perfecta acústica –como un anfiteatro natural- lo que permitía que muchas personas escuchasen nítidamente lo que a la distancia se proclamaba. Ese fue el lugar escogido por Jesús para anunciar su primea enseñanza, las cuales tienen como inicio las nueve Bienaventuranzas, seguidas por la invitación a ser sal del mundo y luz del mundo, para culminar con una serie de indicaciones, algunas de las cuales hemos escuchado hoy.
El mensaje fue más que un balde de agua fría a los criterios de entonces, un bálsamo que venía a dar pleno sentido a las realidades más profundas del hombre. Atingente es recordar las palabras del Papa Benedicto XVI: “Dios no quita nada, lo da todo”. Y, es que la base de la doctrina del Evangelio se fundamenta en el amor, es decir, en la persona misma del “Dios que es amor”.
Desde esa realidad, tangible y visible en la persona misma de Jesucristo, definitivo revelador de Dios Padre, encontramos la lógica del cielo que para los mundanos puede resultar sino necedad al menos una locura. Una y otra vez verificaremos que la venida de Cristo al mundo, su vida y enseñanzas, ha sido, es y será permanentemente un “signo de contradicción” tal como lo profetizó el anciano Simeón al tomar a Jesús recién nacido en sus brazos y decir a sus padres: luz que alumbrará a los paganos y que será la honra de tu pueblo Israel” (San Lucas II, 25-35).

El Santo Evangelio nos pide algo más que no tener enemigos. Para ello bastaría nuestro simple silencio, como el de aquellas figuras niponas conocidas como sansaru que “no ven, no oyen, y  no hablan”.

Reconocer lo que enseña Jesús es desafiante: porque el amor debe ser la única clave de los discípulos de nuestro Señor. Dios nos pide amar al enemigo, es decir: hacer un amigo de quien se considera enemigo nuestro e implica decir bien (bendecir) , orando por ellos. Mientras que en la antigüedad era algo natural el odio a los enemigos, desde aquel día de las Bienaventuranzas hay una invitación a “ser compasivos como nuestro Padre de los cielos es compasivo”.
Este estilo nuevo de vivir implica no responder intempestivamente a una ofensa, a dar de lo nuestro, incluso de lo que nos puede ser necesario, a tener un espíritu magnánimo que sobrepase y se sobreponga a las ingratitudes, incomprensiones, persecuciones y desprecios. ¿Qué es ello ante la grandeza de saberse amado por Dios? ¿Qué es eso ante la felicidad que implica saber que se ama con Dios?
Para algunos “colocar la otra mejilla” y “dar vuelta la página”, es visto como un acto de debilidad. A la luz de la fe, descubrimos que el amor en Cristo es la realidad capaz de transformar el universo desde lo más básico y simple. ¿Quién no recuerda las palabras de San Juan Pablo II al culminar la Santa Misa de beatificación de Santa Teresa de los Andes?: “¡El amor es más fuerte! ¡El amor vence siempre! ¡El amor puede más!”.
La persona que permite germinar el rencor y la venganza en su alma, y que nutre de odio y maledicencia su corazón, termina anquilosando su vida. Igual cosa acontece cuando esto se expande al resto de la sociedad: los denominados muros memoriales se transforman en panfletarios símbolos de cemento y vidrio, que desde perspectivas sesgadas manifiestan una memoria amnésica.

No hay otro camino para la verdadera reconciliación de una sociedad que pase al margen de la persona de Jesucristo. ¡Sin amor el odio no se supera nunca! Es la falta de verdadera religiosidad, de una sana espiritualidad, lo que posibilita que al interior de nuestra Patria subsistan nidos donde el odio se reviste de: desesperanza, de venganza, y de violencia. ¡Sólo el retorno a Dios permite el encuentro entre los que están llamados a ser sus hijos!.
Jesucristo en el Sermón de la Bienaventuranzas promete una vida nueva, una Vida Eterna a quien recorra cada una de las exigencias del Santo Evangelio, particularmente a los que aman al prójimo y a sus enemigos. A esto apuntan los últimos versículos que hemos escuchado: “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada –para que quepa lo más posible- , remecida, rebosante-desbordará de sus propios límites-. Porque con la medida que midáis se os medirá”.
En esta lógica del cielo que es locura para muchos, hoy nosotros no podemos dejar de citar las palabras del actual Sumo Pontífice: “Dios jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón. No nos cansemos nunca, no nos cansemos nunca. Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también nosotros a ser misericordiosos con todos” (17 de Marzo del 2013).
Resulta razonable, para cualquier persona, querer a los que le quieren y hacer el bien al que le ha hecho un bien. Pero, esa conducta -más allá de lo comprensible- no implica mayor compromiso, a la vez que en nada la distingue de la que eventualmente puede tener un no creyente. A quienes hemos sido bautizados, a cuantos hemos leído la Santa Biblia, y creemos en las promesas hechas por Dios a Abraham y descendencia, se nos pide “algo más”, “un plus”. ¡Nuestro Señor nos pide siempre ir más allá! 
Hemos de tomar siempre la iniciativa al momento de hacer un bien, aunque ello ocasione incomprensión. El imperativo del amor de Dios debe hacernos buscar el bien de todos, abrigando sentimientos de perdón, de generosidad, de cercanía, de paz no exenta de sana alegría. Y, ¿por qué nos pide Dios dar este paso a nosotros? Porque, desde el bautismo hemos sido partícipes de su gracia, porque hemos saboreado de su Palabra, y porque tenemos el imperativo de ser testigos creíbles y creyentes de ser hijos del cielo.
El “ir más allá” implica transitar de lo justo hacia el amor, recordando que el amor siempre será superior a la justicia.  Y este paso solo se entiende darlo desde la fe, sin la cual resulta tan ilógico como incomprensible.
En esta Santa Misa, rezamos de manera especial por aquellos miembros de las Fuerzas Armadas y Orden que han partido de este mundo, y asumieron la misión de restaurar el orden institucional y la vida económica, la cual según los Obispos en Chile- estaban “tan gravemente alterados”. Y, grandes problemas requieren de grandes soluciones: La debacle social, económica, iba de la mano con la honda crisis moral y espiritual de aquellos años. Ese mismo Episcopado, en la primera declaración luego del Pronunciamiento Cívico-Militar del 11 de Septiembre dijo: “Que se acabe el odio, que vuelva la hora de la reconciliación. Confiando en el patriotismo y desinterés que han expresado los que han asumido la difícil tarea de restaurar el orden institucional y la vida económica del país, tan gravemente alterados, pedimos a los chilenos que, dadas las actuales circunstancias, cooperen a llevar a cabo esta tarea, y sobre todo, con humildad y con fervor, pedimos a dios que los ayude” (Declaración de los Obispos, número 19, del Jueves 13 de Septiembre de 1973).
Es una obra de misericordia rezar por los fieles difuntos, lo que hacemos implorando la misericordia del Señor desde la gratitud de haber visto a nuestra Patria resurgir de las cenizas a la que la ideología “intrínsecamente perversa” del marxismo llevó en una espiral de odio y lucha de clases a lo largo de casi mil días a esta tierra bendita.
Si ayer, la mirada de la familia se elevaba al cielo clamando ser liberada de las ataduras de un mundo sin Dios; en el presente, atentos y vigilantes a cada acontecimiento de nuestra Patria nuevamente imploramos que el  Señor desde el Cielo nos ilumine y fortalezca para hacer cada día una Nación más desarrollada, más caritativa, más fraterna, más de Dios. Amén. 

Pbro. Jaime Herrera González, Sacerdote Diócesis de Valparaíso.

Parroquia Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro.