sábado, 20 de septiembre de 2014

RECIBIR A CRISTO FORTALECE EL ALMA


 
 BODAS  DE  ORO : ALVARO FIGARI & MARÍA CRISTINA VERSIN   /   2014.

1.      “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”. (1 Corintios X, 16-17).

Nuestra Iglesia, tradicionalmente dirige su mirada cada sábado para venerar la presencia de nuestra Señora bajo la advocación de la Santísima Virgen del Carmen, Reina de nuestra Patria bendita,  cuya primera y segunda independencia celebramos en este Mes.



Lo hacemos en el ámbito de la celebración de la Santa Misa, tal como el Santo Evangelio nos exhorta: ¡Aquel que se case, que se case en el Señor! (1 Corintios VII, 39). Lo cual, evidentemente se realiza con la bendición de Aquel que se hace “real y substancialente” presente en la Eucaristía. En efecto, no sólo recibimos la grandeza inmerecida de una gracia particular en cada sacramento, sino que al momento de la consagración, y posterior comunión, somos partícipes del Autor de toda gracia, de toda bendición, es decir,  de la vida misma de Jesucristo, definitivo revelador del “Dios que es amor” (1 San Juan IV, 8).

La realidad de la vida de cada persona, nos hace ver que no somos fruto del azar y sin razón, sino parte de un sueño de Dios, del deseo de Dios. Porque, el Señor todo lo que piensa no deja de crear, y aquello que no dejó de crear, no puede dejar de amar. Así, decimos que por el solo hecho de existir hoy, nos lleva a sabemos –plenamente-  amados por Dios, cuya única imposibilidad es dejar de amarnos  misericordiosamente.

Si acaso cada día, al despertar,  agradecemos el poder vivir, entendemos que la razón definitiva para ello  es,  porque Dios nos ama tanto,  que su propio amor es el agua viva que refresca el mutuo amor, que un día Dios les invitó a manifestar desde su bendición del Cielo. La ocurrencia para contraer el santo matrimonio, luego de los cinco años de pololeo y de  la etapa del noviazgo, si bien fue expresada por ambos, tiene su origen mismo en el querer de Dios, de tal manera que, para cumplir la voluntad de Dios,  es que unieron hace cinco décadas vuestras vidas, sellando –irrevocablemente- el pasado, presente y futuro, pues se casaron ante quien de Si dijo: “El mismo ayer, hoy y siempre”. ¡Es un amor eterno, porque Dios es Eterno!

Sabedores de que Dios lo quiere, han procurado seguir el camino trazado por Él durante un tiempo que,  aunque extenso,  parece ser tan breve para ambos. La razón es que cuando se ama de verdad el tiempo parece avanzar más rápido porque de algún modo, así como acontece al momento en que está presente el Señor en la Santa Misa, el tiempo se detiene porque la eternidad llega, de manera semejante, para los que pololean, los que están de novios, y –especialmente- para los esposos,  el tiempo pasa volando cuando están juntos.

2.      “¿Cómo a Dios podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Dios. Sacrificio te ofreceré de acción de gracias, e invocaré el nombre del Señor Dios. Cumpliré mis votos a Dios, sí, en presencia de todo su pueblo”.  (SALMO CXVI, 16-18).

Cuatro veces repite el salmista  -en sólo dos versículos- el nombre Santo de Dios, vinculando con ello la promesa hecha por el hombre y la mujer el día de su matrimonio, a la gracia de Dios. ¿Cómo dar gracias al Señor por tantas bendiciones? La respuesta surge de inmediato: No sólo invocaremos el Santo Nombre de Dios, Él se hace presente con su Cuerpo, Sangre y Corazón, en nuestro altar.

Si, El mismo que, asumió nuestra condición en el vientre inmaculado de la Virgen, sin menoscabar su integridad; El mismo que, al nacer sobrecogió el cielo y la tierra; El mismo cuya vida oculta de treinta años asombró a cuantos sorprendidos reconocían que enseñaba con autoridad; El mismo que, desde lo alto de una Montaña invitaba  a ser bienaventurados como “sal de tierra y luz del mundo”, para luego sanar de toda dolencia a los enfermos y alimentar prodigiosamente a muchedumbres; El mismo que, subió a la Cruz para al tercer día resucitar tal como lo prometió.

El mismo, Dios y hombre verdadero, ha querido durante cinco décadas hacerse presente en el mundo por medio del amor de quienes ahora celebran gozosos y confiados las Bodas de Oro matrimoniales, con la confianza que la gracia recibida a lo largo de tanto tiempo, con el paso de los años,  se acrecentará si permanecen fieles a las promesas hechas ante Dios.  

Esta Misa la celebramos al mediodía. Estas fiestas son el mediodía de vuestra vida, donde la luz más irradia sus rayos generosos, de la misma manera es el tiempo donde mayores bendiciones experimentan porque esa familia que inauguraban hace tantos años se ha consolidado y acrecentado en los hijos y nietos que hoy les acompañan, más allá de los debidos afectos y sentimientos, con la fe puesta en el protagonista principal de esta hora que es nuestro Dios.

Miren sus manos: Como aquel día…hace cincuenta años que ante Dios en el altar unisteis vuestras manos.  En unos momentos,  nuevamente estarán unidas. Esas manos han trabajado, han orado, han sostenido a los hijos, han dado vida y amor, han ayudado con desinterés, han llevado el fruto de vuestro trabajo al hogar, y cimentando el futuro de sus hijos: María Soledad, María Carolina y Álvaro Miguel.

Miren sus ojos

: ¡Cómo brillaban de emoción nerviosa aquel día en la Parroquia de los Padres Carmelitas de Viña del Mar un día diecisiete de Septiembre. Entonces solo parecía caber un rostro en vuestras pupilas, la del ser amado con quien anhelaban y prometían pasar el resto de sus días. Hoy, se ilumina vuestra mirada con nuevos rostros. Unidos al de vuestros hijos, se incorpora el de los nietos que –decanalmente- les acompañan: Constanza, José Patricio, Antonia, Roberto, Sebastián, Magdalena, María Jesús, Beatriz, Nicolás y Vicente.

Miren vuestros pies: Han recorrido un largo camino, donde de manera tan misteriosa como sorprendente han ido conociendo lugares y personas que Dios ha colocado en vuestro avance. Hoy, en Con-Con, ayer en Viña del Mar, y durante cuarenta años en la soleada La Serena, cada una de las cuales han albergado momentos de dicha e inmensa alegría como también de sufrimientos, los cuales han servido para purificar vuestra entrega fiel, según lo pueden testificar vuestros padres desde lo alto, como –también- doña: Laura de Versin que asiste nuevamente,  para ratificar lo que su hija y yerno dirán al renovar sus promesas esponsales en estos primeros cincuenta años de vida esponsal.

Miren vuestros labios: Cuando recién se conocieron, conversaban en todo y de todo. Ahora, no necesitan decirse demasiadas palabras, porque  el amor que se han donado resulta tan evidente que –ciertamente- no pueden imaginar una vida el uno sin el otro. El sí que vuestros labios pronunciaron, continúa siendo un sí, ahora más maduro y convencido que el dado hace cinco décadas atrás. Tantas confidencias, tantas gratitudes, tantas palabras se han dicho y han escuchado mutuamente, las cuales en ocasiones pueden haber arrancado lágrimas de dicha como de tristeza e incertidumbre.  

Mas, la prueba que han sabido hablar y callar con un espíritu de sabiduría, es que vuestras argollas esponsales lucen el paso del tiempo vivido, como la más valiosa presea que una matrimonio –aquí- puede aspirar, desde la realidad de ser un camino que conduce a la mutua perfección para alcanzar juntos la santidad. Por esto nuestra Iglesia nos invita a destacarlo vivamente.

En efecto, en la Carta Familiaris Consortio, el Papa Juan Pablo II invita a celebrar -con especial solemnidad- las Bodas de Oro porque el solo hecho de ese acto es ya un apostolado eficaz para las generaciones venideras,  que ven posible y real, aquello  que sus padres mayores han procurado vivir ejemplarmente. ¡Jóvenes y niños ved que,  en esta época es posible amar para toda la vida! ¡Hoy sois testigos de ello!

3.      “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca”.  (San Lucas VI, 47-48).

El gran Obispo San Agustín de Hipona, en el Siglo IV, escribió: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. La gracia de Dios no es algo mágico, actúa eficazmente en nuestra alma de tal manera que al inicio, durante y fin de todo acto meritorio, virtuoso y santificante estará la mano del Señor que nunca olvida, siempre sostiene y acoge paternalmente.

Por ello, lograr cincuenta años de matrimonio no es algo que sea fruto de la improvisación o casualidad, sino que es la consecuencia inmediata del haber procurado ser fieles a la gracia y al amor de Dios, pues sabido es que: “amor, con amor se paga”.

Aquí,  ocupa un lugar importante el camino de las virtudes, las cuales en la vida matrimonial son especialmente necesarias.

Han sido -no sólo-  padres ocupados y preocupados de sus hijos, además,  han sabido darles el tiempo necesario a cada uno, sabiendo que como cada estrella es genuina, cada hijo es único en su especie, por lo que,  lo que aquello que para uno puede ser necesario para otro puede ser ya suficiente. ¡Cada hijo es tan distinto,  como original!

Han sido padres que se han ayudado mutuamente: Entendiendo que,  el santo matrimonio fue desde donde surgió vuestra familia, y en la cual nacieron vuestros hijos, ambos han procurado apoyar sus mutuas iniciativas, como indica el Santo Evangelio de este día,  “sobre la roca” que es la Persona de Jesucristo, único que hace el amor humano posible y para siempre.

Cómo no elevar a esta hora, tan significativa para todos, una oración:  “Jesús no tienes manos…Tienes solo nuestras manos para modelar un mundo donde reine la justicia y misericordia; Jesús no tienes pies…Tienes nuestros pies para colocar en marcha la caridad y la verdadera libertad que es vivir con Cristo; Jesús no tienes ojos…Tienes nuestros ojos para descubrir que donde no hay amor, colocando amor se cosecha amor verdadero; Jesús no tienes labios…Tienes nuestros labios para anunciar hoy que el amor vence siempre, que el amor es más fuerte, como el de estos esposos que, junto a los suyos celebran sus Bodas de Oro Matrimoniales”.

Amén.

 Sacerdote: Jaime Herrera González Cura Párroco de Nuestra Señora de Puerto Claro

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