jueves, 23 de octubre de 2014

Homilia Primera Comunión Saint Peter's School 2014


 “ LA  ALEGRÍA  DE  COMPARTIR  A  JESÚS  EN  LA  SANTA  MISA”.


1.      “¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor”.

Con las palabras de este Salmo CXXII, el autor del Antiguo Testamento describe el himno de subida de los peregrinos que llegaban la ciudad de Jerusalén, una vez que ésta ya había sido reconstruida. El mirar a la distancia el templo imploraban para él toda clase de bendiciones.

Para nosotros, los creyentes el centro neurálgico de este lugar es el sagrario, donde realmente vive Dios. Por eso decimos: ¡Vamos a la Casa del Señor! Y, si en una casa vive la familia, en el templo vive la Iglesia, constituida por los bautizados. Entonces,  la nueva Jerusalén es la Iglesia, de la cual,  las piedras vivas de su edificación somos cada uno de los creyentes. Estamos en la casa del Señor porque somos miembros de la única Iglesia en la cual subsiste la plenitud de la revelación y la verdad,  que es Jesucristo.

El templo es expresión de nuestra Iglesia, pero cada uno de los bautizados no sólo es signo que anuncia sino realidad que vive el ser familia de Dios. Somos hermanos en Jesucristo y hermanos de Jesucristo. Toda esta realidad manifiesta el misterio insondable que hoy celebramos, en el cual cada uno de ustedes recibirá por primera vez la hostia consagrada, que es Jesús. No es un símbolo, no es una representación, es el mismo Cristo quién estará en nuestro altar y vendrá a nuestra vida en este día.

En efecto, en la Última Cena, Jesucristo poco antes de ir a la Cruz para morir por todos nosotros, se reunió con sus Apóstoles y les dijo: “tomen y coman esto es mi cuerpo” y añadió: “Tomen y beban esta es la sangre de la mueva alianza que es derramada por muchos”. Sentenciando finalmente un mandato: ¡Haced  esto en mi memoria”.

Se hizo necesario que Jesús se quedara en medio de los suyos para poder enfrentar el misterio de la Pasión: todos los milagros anteriores constituyeron el engaste necesario para la gema central que sería su presencia real y substancial en la Santa Misa, y que luego permanece para ser adorado en el Sagrario como luz que asegura,  y recibido como  alimento que fortalece al enfermo en la extremaunción.

 

 

En este templo todo nos habla de Dios: Como dos manos unidas su carácter ojival parece querer tomar el cielo por medio de nuestra oración; sus ventanales nos enseñan visiblemente la vida de los santos;  su retablo cobija la imagen patronal de la Santísima Virgen del Carmen, del Sagrado Corazón, del Niño Jesús de Praga, y de los santos de la Orden Carmelitana.

Y, de manera muy especial, un grupo numeroso de niños, renovando su condición bautismal se acercará lleno de fe a recibir por primera vez, y con el fervor  como si fuera la única y última vez en su vida, para estar con Jesús y “tener vida en abundancia” y poder ser los apóstoles de la Nueva Evangelización.

2.     ¿Cómo puede evangelizar un niño hoy?

El mejor evangelizador de un niño es otro niño. Por eso Dios, con el fin de atraer a los más pequeños para sí, se hizo presente en el mundo por medio de la figura de un recién nacido. El anuncio fue claro. En esto conocerán que soy yo: “verán a un recién nacido envuelto en pañales”. A la vez que si descubrimos que Dios así se presentó para ser conocido, los primeros en hacerlo de manera pública fueron los niños en la ciudad de Jerusalén,  en la cosmopolita capital fueron sus más pequeños habitantes, no los escribas, rabinos ni fariseos expertos en la Torah.

Y esto, ¿por qué? Porque el corazón de los niños tiene una predisposición como natural para recibir el misterio y la verdad: porque mi padre lo dijo, porque Dios lo dice; un niño no busca segundas intenciones ni se detiene en eventuales rencores. Un niño se puede enojar pero al día siguiente estará jugando con el mismo con el que el día anterior se trenzaba a palos;  en los mayores no acontece así: es tardo y mezquino para perdonar, por eso se le hace cuesta arriba el acto de creer.

Decir “yo creo” implica, a la vez decir: “yo amo, yo perdono, yo respondo, yo mejoro, yo colaboro, yo participo”.  Por lo que, desde este día decisivo de la Primera Comunión, tienen muchos medios para dar a conocer a Jesús desde Jesús. Quien habla con el Señor, puede hablar del Señor; quien ha encontrado al Señor puede ayudar a otros a buscar al Señor.

Es urgente, en los días que vivimos, que cada católico asuma un papel protagónico en dar a conocer a Jesús. También, los niños, evitando tener una actitud de espectadores, puesto que,  una vez que se ha recibido a Jesús en la Primera Comunión, sólo se le puede querer en primera persona, asumiendo luego que el alma del apostolado es el apostolado del alma.

 

a). Por medio de la alegría.

Recordemos que el primer anuncio de la Natividad y de la Resurrección fue a estar alegres. Y, la causa de la verdadera alegría es porque: el Señor está cerca, ha venido a nosotros, se ha quedado con nosotros, en la Santa Misa, y volverá en la Parusía, para –luego- estar con Él para siempre.

Uno de los primeros escritos cristianos dice que “una persona alegre obra el bien, gusta de las cosas buenas y agrada a Dios, en cambio el triste siempre obra el mal” (Pastor de Hermas, Mandamientos X,1). Nuestro gozo definitivo nos lo da Dios.

Esa alegría se caracteriza por nacer de un mutuo compartir, porque el Padre compartió su vida plena al darnos a su propio Hijo; en tanto que una vez que hemos recibido a Jesús se lo entregamos como oblación en la celebración de cada Eucaristía.

Además, la alegría del creyente se mantiene aún en medio de toda adversidad, según descubrimos en la vida de los santos, como es el caso de San Alberto Hurtado, quien en todo momento no dejó de exclamar: “Contento, Señor, contento”. Recuerden niños: ¡la alegría es el amor compartido” por lo que “mientras más se ama, más alegre se estará” (Santo Tomás de Aquino).

b). Por medio de la piedad.

El don de piedad nos orienta permanentemente para dirigir todo hacia Dios. Todo el universo, todas las creaturas, cada persona, por la piedad  encauza todo como en un embudo hacia Dios. Nada se pierde, nada se desparrama: todo llega a Dios por el don de piedad. Los niños tienen una connaturalidad con las cosas que se refieren al Señor, no viéndolo con lo hace la enfermedad del liberalismo que suele separar el ser persona y el ser cristiano. Si se es católico, se ha de serlo en todo; si se es de Cristo,  ha de serlo siempre.

Los niños saben perfectamente que “una vez bautizado, siempre bautizado”; que ser creyente implica serlo en la totalidad de su existencia, por ello con orgullo luce visiblemente un crucifijo, un rosario, o una medalla de la Virgen,  sabiendo que le recuerdan la bondad de un Dios que le ama entrañablemente. Por esto, nunca olviden que el don de  piedad les permite tener “memoria del Creador” (Santa Terea de  Ávila, Libro Vida IX, 5)  en todo y sobre todo.

 

 

c). Por medio de la pureza.

Jesús nos dice: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. La pureza está vitalmente unida a la caridad, por ello es que no hay amor sin pureza ni pureza sin amor. Sean perseverantes al don de Dios por medio del cual descubren que la misericordia del Señor es ilimitada. Por medio de la palabra, de la mirada, de la vestimenta, de las acciones, se ha de notar vuestra pureza del corazón, la cual resulta tan atrayente  como necesaria para la cultura en que estamos inmersos. Con la certeza de tener a Jesús en vuestro corazón,  cada vez que comulguen tendrán la fuerza y luz  para cumplir el programa que Dios ha trazado desde que pensó en ustedes y los creó.

d). Por medio de la obediencia.

Este día de la Primera Comunión es una jornada de felicidad y compromiso, todo lo cual necesariamente pasa por el camino del crecimiento en las virtudes. Hoy por hoy, lo que podemos aprender en un colegio y en los estudios superiores no difiere demasiado de un lugar a otro. Donde se zanja la diferencia, es en la calidad de las personas, es decir,  en las virtudes que se han anclado a lo largo de todo vuestro proceso formativo.  En la infancia de Jesús, leemos que vivió “obedeciendo en todo a su padre y a su madre”. Él, que todo lo podía; Él que todo lo sabía; Él que todo lo tenía, quiso quedar sujeto por la virtud de la obediencia en todo a sus padres, entonces, si acaso queremos imitar a Jesús y seguir fielmente sus pasos, ¿Por qué actuaremos de manera distinta al no ser obedientes con nuestros padres? Hermosamente decía el Papa Juan Pablo II que los padres son “intérpretes del amor de Dios”, a quienes debemos no sólo querer sino –también- obedecer prontamente, tal como nos lo enseñó el Apóstol San Pablo al decir: “Hijos, sean obedientes a sus padres en unión con el Señor” (Efesios VI, 1).

e). Por medio del sacrificio.

El sacrificio del cristiano es “vivo, santo y agradable” (Romanos XII, 1-2). Que sea vivo implica que es constante, consiente y voluntario; que sea santo exige estar dedicado en exclusivo para Dios, y que Dios sea lo principal en nuestra vida; y que sea agradable, dice relación más que con hacer tal sacrificio,  ser uno mismo –en Cristo- el sacrificio, evitando ofrecer a Dios aquello que se hace por simple compromiso, por sola obligación, o por  querer sobresalir. Ya, San Pablo enseña el valor del sacrificio hecho para “completar los padecimientos de Cristo en la cruz, para bien de su cuerpo que es la Iglesia” (Colosenses I, 24).

Queridos niños: La palabra que más se repite en las oraciones del Misal Romano es la de sacrificio. No podría ser de otra manera, pues la Misa es la renovación de lo que Cristo hizo en el Calvario. ¡Todo aquí nos habla de un sacrificio! Por esto, el espíritu de sacrificio en nuestra vida es en sí,  parte y medio,  de fecundo apostolado, el cual podemos hacerlo por siete razones:

Primero: Porque el sacrificio nos ayuda a crecer en humildad: El privarnos voluntariamente de algo por amor a Dios nos recuerda lo pequeños que somos en el contexto de lo que es el universo. Asumir nuestra indigencia nos ayuda a crecer en humildad, que es el primer peldaño del resto de las virtudes.

Segundo: Porque el sacrificio es un entrenamiento para vencer la tentación: Cada partido de rugby, fútbol o voleibol que jugamos contra un equipo que consideramos superior, si lo ganamos tiene un sabor distinto a cualquier otra victoria.  Cada batalla que vencemos nos hace más fuertes para el próximo combate. Por esto,  sacrificarnos en algo cada día nos fortalece para ser fuertes en la vida.

Tercero: Porque el sacrificio nos hace más espirituales: Ya que nos ayuda a vivir según el espíritu de Dios y no según la carne, como enseña el Evangelio (Romanos VIII). Siempre recordemos: ¡uno vale, lo que tiene nuestro corazón, no lo que contiene nuestro bolsillo!

Cuarto: Porque el sacrificio implica una conversión a Dios. Pero,  también es cierto que ofrecer pequeñas renuncias por nuestros pecados nos purifica. Todo lo que implica sacrificio lo valoramos más, y Dios no dejará de premiar al que lo hace por amor a Él y su Iglesia.

 Quinto: Porque el sacrificio nos asemeja a los que sufren: Si hemos estado enfermos, entendemos mejor al amigo que padece; si hemos tenido hambre, valoramos mejor lo que es tener alimento diariamente. Sufrir solitariamente  tiene valor, pero hacerlo con otros es algo que sólo Dios sabe valorar.

Sexto: Porque todo sacrificio ofrecido a Dios constituye un tesoro en el cielo.  La renuncia a cualquier cosa agradable en la vida presente tendrá una recompensa eterna. Si damos el uno por ciento de nuestro tiempo por amor a Dios, tendremos la Vida Eterna.

Séptimo: Porque cada sacrificio asumido es ocasión para unirse a la Pasión de Cristo: Padecer con Jesús  es un camino de santificación. Imitar a Cristo, parecerse a Él también en el sacrificio  que ha padecido por la salvación del mundo, es una actitud cristiana fundamental e irrenunciable, que a partir de hoy viviremos en cada Santa Misa. Amén.

Capellán Pbro. Jaime Herrera González, Saint Peter’s School / Viña del Mar.


 

lunes, 20 de octubre de 2014

La Virgen de las Mercedes como ícono de la libertad. Festividad Patronal de Puerto Claro 2014


1.      “Tú eres la gloria de Jerusalén, tú el gran orgullo de Israel, tú insigne honor de nuestra raza” (Judit XV)
Las palabras que acabamos de escuchar están tomadas del cántico de Judit. Aunque la cultura semita era mezquina en dar reconocimiento a la mujer, en este caso, no se ahorra detalle alguno en denominar a una de ellas –Judit- con adjetivos positivos: eres la gloria, el gran orgullo, y el insigne honor. Todo lo cual, ya en la plenitud de los tiempos, es aplicable a aquel ícono del amor de Dios, resumen de la gracia en plenitud como fue toda la vida de la Virgen Santísima.
En efecto, la grandeza de la Virgen se fundamenta en su relación con Dios, quien la escogió para ser la Madre de Jesucristo, quien desde el instante de la encarnación es, a la vez, perfecto Dios y hombre, por lo que sí, de María Santísima se afirma su maternidad, sólo se puede entender ésta de manera plena, es decir: ¡es Madre de Jesús… es Madre de Dios!
En vistas a esa realidad, Dios revistió de toda gracia a quien sería reconocida como la Madre de Jesús por todas las generaciones. Ninguna creatura es comparable en su grandeza moral y espiritual con lo que Dios hizo en el corazón la Virgen María, por lo que todo  lo que Ella hizo en su vida fue: perfecto, sublime e incomparable, erigiéndose como faro que ilumina, puerto que cobija, y ancla que apoya.
Si los israelitas reconocieron las virtudes de aquella gran mujer como fue Judit, los Apóstoles y la Iglesia a lo largo de dos mil años han visto en la figura de la Madre de Dios, no sólo un ejemplo a imitar sino una fuente donde poder sacar la savia necesaria para ser fieles a la voluntad de Dios.
Los reconocimientos prodigados a María deben transformarse en compromisos de conversión permanente a Dios. Como toda madre, la Virgen desea que las palabras de cariño que le decimos sean el engaste de un estilo de vida coherente con el proyecto que Dios tiene para cada uno.
Mas, lo que cada uno vive, también ha de realizarse en  nuestra sociedad: local, como es el municipio; nacional, como es la Patria. Por esto, nuestra oración en este día sube hacia el cielo de manos de la Virgen Santísima, que está presente desde el Siglo XVI en nuestra ciudad, acompañándola en todas sus vicisitudes: en épocas de paz y conflicto, de esplendor y miseria, de virtud y pecado.  

2.      Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud” (Gálatas V, 1).
El tema de la libertad cruza el interés de muchas personas. De múltiples maneras la búsqueda por alcanzar la libertad es un imperativo por el cual se hacen múltiples esfuerzos. Las esclavitudes contemporáneas tienen diversos rostros. En ocasiones pasan ocultos, no los vemos. La inmediatez, el exitismo y el individualismo no hacen posible darse cuenta de quienes quedan al margen y relegados, del progreso, de la paz y de la felicidad.
Nuestra libertad consiste en cumplir la voluntad de Dios. En la medida que Él realmente ocupe el lugar que le corresponda en nuestras intenciones y acciones, tendremos la certeza de estar actuando libremente. El que cumple los mandamientos es más libre, porque es capaz de descubrir que todo lo que realiza lo hace desde el amor a Dios y está encaminado en el amor de Dios. De modo como una baranda parece estar de más para quien es riguroso  en la conducción, el creyente descubre que las normas, los mandamientos, las exigencias, y las obligaciones ayudan como señales para el mejor obrar, pero en modo alguno son la causa de la libertad del hombre. El cumplir por cumplir es infructuoso y sinsentido, sólo cumplir por amor es santificante y fecundo.
En ocasiones,  nos parece imaginar que lo que uno hace por propia iniciativa es sinónimo de ser libre, que lo que realizamos porque tenemos ganas es sinónimo que somos libres. La libertad para el creyente se ubica sobre los vaivenes de las modas, de los gustos y de los temperamentos. No es lo mismo decir: “me nace hacer esto”, que “debe hacer esto”, porque tan  esclavizaste resulta hacer las cosas solamente porque me lo mandan que hacerla porque tengo ganas. Ni los deseos ni lo exigido me garantizan ser plenamente libres.
Nuestra libertad nace de Dios. ¡Es Él nuestra libertad! Nuestra vida interior se enriquece amando a Dios y a su Iglesia, por lo que la vida cristiana siendo un plus para la vida humana, la hace tanto más humana cuanto más unida esta de Dios. ¡No hay libertad al margen del amor de Dios!  Por esto, señalaba el recordado Pontífice Benedicto XVI: “Dios no quita nada, lo entrega todo”, “no es rival de nuestra libertad sino su primer garante”.
La tentación del católico liberal y mundanizado es pensar que el creer y tener convicciones nacidas de la fe hacen al hombre servil, y con ello un ser que no actúa libremente. Por el contrario, la vida de los santos, y de modo especial la de nuestra Madre Santísima nos señala que el camino para la más perfecta realización como persona solo pudo ser posible gracias a la intensa vida que como creyentes profesaron y vivieron. El imperativo de Jesucristo fue su libertad. ¡En Cristo se es libre de verdad!


Esto lo comprendieron los primeros cristianos. Y, al momento de fundar ciudades siempre fue al alero de un templo, de un convento, de la imagen patronal de un santo. Tras lo cual hubo un estilo de vida marcado por las escrituras y las enseñanzas de la Iglesia, las cuales a pesar de la debilidad de los hombres, en ocasiones más evidentes y manifiestas, finalmente imperaba una cultura católica.
En ella el cultivo de la virtud, de la vida religiosa, de la propagación por contagio virtuoso llevaba a imitar lo conocido. En la actualidad nos enfrentamos a una cultura pagana, es decir,  que ha hecho los mayores esfuerzos por desprenderse de su origen confesional. Ha elevado una sociedad de suciedad, incentivando que el hombre permanezca esclavo de sus intereses y vicios. La corrupción es evidente, porque un mundo que se hace sin Dios es necesariamente inhumano. Tres días atrás, el actual Romano Pontífice señalaba las consecuencias de lo que la implementación de una ideología intrínsecamente perversa ocasionó en una antigua Nación cristiana durante siete  décadas: “Un sistema que negaba a Dios e impedía la libertad religiosa. Los que tenían miedo a la verdad y a la libertad hacían todo lo posible para desterrar a Dios del corazón del hombre y excluir a Cristo y a la Iglesia de la historia de su País, si bien había sido uno de los primeros en recibir la luz del Evangelio”. (Papa Francisco, Plaza de Teresa de Calcuta, Albania, 21 de Septiembre del 2014).
Más, ningún análisis por catastrófico que resulte nos puede hacer olvidar por un instante que Dios ha vencido el poder del maligno, y que con su poder vendrá triunfante al final de los tiempos, en la Parusía,  a dar a cada uno lo que merezcan sus actos más que sus deseos. Recordemos que: ¡El infierno está plagado de buenas intenciones!
Cada acción del hombre y de la sociedad será juzgada por Dios. Su mirada es justa y misericordiosa a la vez. Aun las palabras no dichas, pero pronunciadas en el silencio de la conciencia, el Señor las ha escuchado y recordará en ese instante.
¡Dios nos ve! Saber esto, ¿Nos lleva a confiar en su bondad? o más bien nos conduce ¿a temer por su justicia? ¿Tenemos un alma que vive en libertad? o ¿poseemos un alma que vive acorralada por vicios, temores y rencores no resueltos?
La venida de Jesucristo es de acuerdo a nuestro tiempo,  inminente. Por esto hay que estar siempre preparados y no “dormirse en los laureles” de los bienes hechos del pasado. Un solo pecado grave consentido puede hacernos perder todos los méritos obtenidos en la vida pasada.



3.      “Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya” (San Juan XIX, 27).
“Testamento” viene del latín: testatio mentis, es decir: “un testimonio de la mente”. Los testamentos son sagrados. La última voluntad manifestada por una persona, desde  épocas pretéritas, ha sido tenida como una realidad totalmente vinculante. El último deseo generalmente está revestido de gratitud, de confianza y serenidad. Nuestro Señor, perfecto Dios y hombre, al  momento de estar pendiente en la cruz no tuvo atisbo alguno de desesperación, sino que evidenció una serenidad humana y divina que le llevó a proferir las consabidas siete palabras, dos de las cuales hemos escuchado en el Santo Evangelio de este día: “Mujer ahí está tu hijo”, “Hijo ahí está tu madre”.
No nos dejó algo,  sino a alguien. La actitud de Juan Apóstol quien estaba de pie junto a la cruz, representaba a la humanidad completa llamada a recibir a la Virgen María “en su casa”, es decir: en la familia, en el matrimonio, en la comunidad, en la Patria. Ningún lugar donde un cristiano esté como tal,  puede vedar el paso de la mirada de nuestra Madre Santísima. Su dulce rostro detiene su mirada en nuestro mundo actual:
a). Ella mira nuestra familia: La vida se gesta, crece, se robustece y envejece en la familia. El futuro de la sociedad sólo puede pasar por la familia. De lo que es la familia hoy, será la sociedad de mañana. ¡Quien más que la Virgen es capaz de ver el mundo desde un hogar, tal como lo hizo Ella aquella noche bendita de Belén, o durante tres décadas en Nazaret?
b). Ella mira nuestra educación: La educación es la participación de la actitud de un Dios que se ha rebelado en Jesús quien fue reconocido como Aquel enseñaba con autoridad. Esa autoridad no era imposición sino proposición de una verdad imposible de no seguir. El hombre que escuchaba a Cristo, era el mismo que miraba cómo actuaba. Allí estaba su fortaleza, por lo que el educador no es un bicéfalo que puede actuar como tal cuando marca tarjeta de ingreso y deja de serlo,  cuando está fuera de su colegio. No es funcionario ni simple profesional. Educar es más que una profesión.
c). Ella mira nuestro trabajo: Sabido es que el hombre necesita trabajar para sentirse capaz. Que el trabajo es un camino de realización humano que va más allá de una remuneración. Toda persona debe tener un trabajo digno y estable. Por estas razones, una vez más, colocamos en las manos de la Virgen de Puerto Claro el presente y futuro de nuestra comunidad, sabedores que “jamás se ha oído decir que ninguno  de los que han acudido a vuestra protección,  implorando vuestra asistencia y reclamando
vuestro socorro, haya sido desamparado” (San Bernardo de Claraval).
CURA PÁRROCO, JAIME HERRERA GONZÁLEZ.



sábado, 18 de octubre de 2014

viernes, 17 de octubre de 2014

Detrás del bosque, la familia, tras ella, el Señor


DOMINGO VIGÉSIMO NOVENO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “A”

1.      Todo es nada fuera de mí. Yo soy el Señor Dios, no ningún otro” (Isaías).
Ha sido una semana especial para nuestra Iglesia en Chile. El rostro de diversos sacerdotes ha salido profusamente en nuestros medios de comunicación, la mayoría de las veces explicando situaciones complicadas. Sabido es que “el que se excusa sin que lo acusen de algo se acusa”, a la vez que “el que explica se complica”.
Es preocupante ver que la vida de nuestra Iglesia sea presentada comúnmente por los medios de comunicación en entrevistas, set de televisión, salas de audiencia en tribunales e improvisadas conferencias de prensa en los accesos a ellos. Si la vida de mi familia la viese de ordinario desfilar por los tribunales y set de programas farandúlicos me preocuparía hondamente. Aún más, cuando en nombre de una iglesia popular se asiste sin asco a entrevistas que son financiadas por auspiciadores que terminan festinando de las heridas internas de nuestra Iglesia.
Lejos de ver a nuestros consagrados en templos, aulas, salas de clases, oficina parroquial, confesionario, hospitales, se presenta una vida de Iglesia fantasiosa, que aparenta ser lo que no es de verdad. ¡Tras el bosque hay algo más que el permanente disenso! De esto saben perfectamente los que dirigen los medios de comunicación.
¿Será pedir mucho a los caudillos del liberacionismo religioso en Chile que guarden un pudor mínimo para tratar públicamente situaciones que requieren de maceración y tiempo? Una de las primeras enseñanzas que mi padre me impartió sobre los autos es que el motor debía mantenerse “a punto”, y cuando este no estaba así el vehículo comenzaba a dar “tiritones”. Si eso pasaba, era la hora de llevar el móvil al mecánico.
Existe lo que llamamos el sentido de fe de la Iglesia creyente, por medio del cual el Espíritu Santo concede a la sociedad, y a cada cristiano avanzar según en el querer de la voluntad de Dios. Cuando no se participa de ese sentido de fe, el fiel comienza como el auto que pierde el punto, a andar a tiritones, es decir a regañadientes de lo que la Iglesia vive, de lo que la Iglesia quiere, de lo que la Iglesia valora, de lo que Iglesia inspira, de lo que la Iglesia ama.
Y, todo ello no sólo ahora, sino siempre. ¡Nuestra Iglesia tiene dos mil años de vida! ¡No fue fundada hace medio siglo! ¡Ni será refundada en el futuro!



Mas, no sólo los autos pierden el punto, también la persona creyente, si acaso ésta no deposita toda su confianza en Dios, terminará en algún momento de su vida, perdiendo el Norte de su existencia. El problema se agudiza cuando se participa de la misión profética, sacerdotal y real de la vida de Jesucristo, por medio del sacramento del Orden y, a la vez,  se tiene un camino autónomo: más temprano que tarde se terminará dejando a uno de lado.
¡Ningún ser humano puede caminar por dos veredas distintas a la vez! En un momento de su vida deberá optar por uno,  tal como Jesús lo dijo: “No podéis servir a dos señores”. A esto apunta la primera lectura de este día: Todo es nada fuera de mí. Yo soy el Señor Dios, no ningún otro” (Isaías XVL, 1-6).
2.       “! El Señor Dios es rey!” (Salmo XVIC, 10).
La trasnochada teología de la liberación pretende hacer que la Iglesia termine hipotecando el don más precioso que tiene en aras del altar de lo mundano, que con sus tiempos, necesidades, obligaciones, exige las ofrendas de las almas que a Dios le han costado la sangre derramada por su Hijo Unigénito. Quien pretende caminar más rápido y más lento de lo que lo hace nuestra Iglesia en su Magisterio perenne termina –irremediablemente- en otro camino.
Todo esto en medio de la finalización de un importante Sínodo de los obispos en el cual se trató del tema de la familia, convocado, presidido, clausurado, y eventualmente ratificado por el actual Pontífice -el Papa Francisco- en un documento posterior y definitivo.
Sínodo proviene de una palabra griega que significa “caminar juntos”, y es uno de los medios establecido por el Código de Derecho Canónico para ahondar la comunión. En efecto, señala que “es una asamblea de Obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos(canon 342).
El marco evidentemente disolvente de las declaraciones dadas en el pasado por algunos religiosos constituye un lamentable espectáculo, pues se aleja de la invitación hecha por Jesús al enviar a los Apóstoles al mundo entero: “ut sint unum” (San Juan XVII, 21).
Por cierto, que esa unidad, nacida del amor de Dios y del amor a Dios es la única que hace creíble e identificable a nuestra Iglesia en el mundo actual, tal como lo fue, según vemos en los santos evangelios, para los primeros conversos que vieron en ese espíritu hecho vida,  el camino seguro para buscar, encontrar,  y vivir según el querer de Dios, que es lo que finalmente da sentido al ser Iglesia.


Durante varios años nos fuimos acostumbrando a escuchar y ver  en los medios de prensa a reconocidos “religious stars”, que como habituales comentaristas pontificaban sobre cualquier materia, llegando a afirmar su plena concordancia con determinadas prácticas abortivas, aceptación de matrimonios de igual sexo, incluida la adopción de menores, y la legitimidad de la práctica del homosexualismo. Sin olvidar abusos litúrgicos que resultaban francamente intolerables. Todo lo cual resultaba comprensiblemente escandaloso para los fieles creyentes quienes posteriormente se veían interpelados por sus familiares y cercanos sobre los comentarios de dichos eclesiásticos. ¿Es sorprendente –entonces- pensar que el Magisterio de la Iglesia debería guardar silencio ante las abusivas interpretaciones que durante mucho tiempo y de muchas maneras se han sostenido?
Aquello que se opone a la ley de Dios nunca será buena receta para los hombres. Por ello, toda esta farandulización y relativización de las enseñanzas de la Iglesia Santa de la cual hemos sido testigos esta semana, ha parecido  dejar en segundo plano la eventual riqueza que podemos encontrar en algunos textos emanados del reciente Sínodo sobre la Familia, tan necesario para reavivar aquella realidad por la cual “el futuro del mundo pasa (Su Santidad, Juan Pablo II).
Las promesas de Jesús se cumplen siempre. Y, una de ellas es que “el poder del mal nunca prevalecerá sobre la Iglesia”, lo que no implica que no dejará de tener temporalmente tentaciones, traiciones, persecuciones, e incomprensiones. La barca de la Iglesia se puede mover, zarandear fuertemente, pero no va a zozobrar ni encallar porque tiene al mejor en su timón: a Jesucristo. Por ello, Cristo lo dijo y lo hizo: ¡Non prevalebunt!
Con denuedo vemos como se procura separar al interior de la Iglesia la jerarquía y los fieles, hablando de una “iglesia institucional” y de otra “iglesia popular”. Cristo, fundó una sola Iglesia: que es Santa, Católica, Apostólica, y que tiene su Pontífice actual en Roma,  de la cual es cabeza visible de Ella, por lo que quien desecha su Iglesia, terminará despreciando al mismo Jesucristo. ¡No hay Iglesia sin Cristo; ni hay Cristo sin su Iglesia!
Como en los primeros siglos, lo escribieron los mártires y de manera más cercana en palabras de un dilecto hijo del Carmelo, sabemos que “donde no hay amor, colocando amor se saca amor”.  Una vida ejemplar no puede escribirse sin la fidelidad a la enseñanza de Jesús, ni menos reescribiendo antojadizamente sus enseñanzas: los subrayados del Evangelio los hace el Magisterio, asistido por el Espíritu Santo. Entonces, nada más oportuno  que recordar lo que nos ha dicho San Pablo en la Segunda Lectura: “Sabéis cómo nos portamos entre vosotros en atención a vosotros” (1 Tesalonicenses I, 5).  ¡El amor a los fieles, es fiel!  Esta confianza en Cristo y su Iglesia Santa son indisociables, y constituye  el camino para la creación de una nueva y verdadera fraternidad entre los hijos de Dios. Así, la familia puede encontrar en la fe su más poderosa fuerza y clara luz para enfrentar los desafíos de la vida presente y ser desde el Evangelio de la familia, una familia del Evangelio.                                                                                                                           
3.      “Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios”. (San Mateo XXII, 15-21).
La pregunta hecha a Jesús es capciosa, porque entraña un sentido de fondo engañoso. Se quiere hacer una “pillería” al Señor, toda vez que, luego de escuchar tres parábolas contundentes, dirigidas hacia los escribas y fariseos, y de los “ayes” (¡ay de vosotros fariseos hipócritas!) que hemos escuchado en la liturgia de la palabra semanal. Ahora, sin rodeo viene el enfrentamiento cara a cara.
El tema de los impuestos ha sido, es y será motivo de humana controversia. Si la respuesta que daba Jesús era positiva, se molestaban  los judíos y se alegraban los romanos.  Si,  por el contrario,  respondía negativamente se molestaban los romanos y se alegraban los judíos. Ambas afirmaciones colocadas a nivel humano tendrían igual respuesta de rechazo y condenación, fuese de unos u otros.
Sabemos que para los judíos ortodoxos era insoportable  ver la efigie del emperador Tiberio impresa en una moneda con una inscripción que hablaba de divinidad: “divus et pontifex maximus”. Era pagar un impuesto abusivo, a invasores, y que contenía una blasfemia.
Con gran sabiduría Jesús se instala en una perspectiva diferente. No se abstrae de la realidad de la pregunta sino que le da un nuevo sentido que será definitivo, puesto que mirando desde Dios cualquier realidad del hombre se encauza, toma su debido rumbo, y la vida sí tiene sentido. ¡Con Cristo todo vale la pena!
Por esto, “al César lo que es del César” implica que tributar no es pecado, sino que puede constituir una valiosa expresión de compromiso con el desarrollo de la sociedad, manifestando: preocupación, compromiso, presencia y sano interés. Con ello, no se mezcla con la contingencia partidista, que era lo que le trataban de hacer caer con la pregunta suspicaz, a la vez que invita, de inmediato a “dar a Dios lo que es de Dios”.
Esto último va en contra de la ideología secularista, que desde hace tres siglos y medio trata de separar el ámbito religioso y espiritual, de la civilidad y la sociedad, intentando acorralar el evangelio en las cuatro paredes de los templos,  incapacitando a la religión de ser fecunda y activa en la vida cotidiana. La Iglesia no buscó la separación Iglesia y Estado, fue más bien un abandono unilateral, que en ocasiones por feliz inconsecuencia no ha oprimido la fe, aunque en otras haya habido una persecución tan vergonzosa como dolorosa.
Pidamos a Dios por medio de una plegaria: Haznos comprender, Padre Nuestro, que la única efigie que puede estar grabada en nuestro corazón es tu imagen, Dios de bondad y misericordia. No dejes que en nuestro corazón pueda reinar alguien distinto a Ti, Señor. Esta es nuestra felicidad: Tú ere nuestro Rey, nuestras vidas te pertenecen y llevan grabada tu imagen desde que en aquel primer ser humano creado soplaste tu aliento de vida. Abre nuestros ojos, como los de aquellos peregrinos que al estar contigo sintieron vida verdadera en sus almas. Amén.   
   
                                                                                  PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ.


martes, 14 de octubre de 2014

Humildad es estar en la Verdad



DOMINGO VIGÉSIMO OCTAVO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “A”.



Los santos no solo son ejemplares por su vida, también lo son por sus enseñanzas y escritos. Es el caso de Teresa de Ávila, cuya fiesta celebramos este mes. ¿Qué es humildad? Le preguntaron…respondió: “Humildad es estar en verdad”. Gracias a ello, pudo dar un impulso decisivo en la formación y creación de nuevo conventos que irradiaron santidad desde una oración incesante en al interior de los claustros a partir del siglo XVI.
Realmente no me imagino a aquella mística hispana diciendo que la Iglesia no es poseedora de la plenitud de la salvación, y en consecuencia,  partícipe mitigada de la verdad. Por el contrario, en su vida hubo convicción, amor a la verdad recibida, lo cual lejos de hacerle tener un espíritu prepotente y abusivo le llevó a poseer una atrayente vida que hizo reverdecer la vida interior de su tiempo. El Siglo de Oro de la literatura hispana solo fue posible gracias a la profunda vida interior que llevaron los mejores hijos de la Iglesia de entonces. Es que hay una necesaria relación entre ser un fiel hijo de la ciudad de Dios y ser un eficaz hijo de la ciudad del hombre, por ello un mundo que incluye a Dios en su base da seguridad a toda la vida humana…! Bien con Dios, bien con los hombres!; ¡se respeta a Dios hoy, se respeta al hombre mañana!
Pero no nos dejemos equivocar: La Iglesia no es humilde si afirmase no ser poseedora de la verdad. ¡La humildad es estar en verdad!  El camino que el mundo necesita y que con desesperación busca es un mundo de certezas y no de vaguedades. Nuestra Iglesia ha sido constituida por Dios para ser depositaria de la plenitud de la verdad revelada, no para ser custodia sólo de una parte. Por ello, no puede presentarse como mendiga de verdades ante aquellas fantasías que el mundo ofrece como bagatelas y sucedáneos.
La Iglesia es columna de verdad que sostiene, faro de certeza que ilumina, y roca segura donde apoyarse en medio del naufragio de la sociedad actual que parece hundirse irremediablemente. Nunca olvidemos lo proclamado por Jesús: ¡No temáis Yo he vencido al mundo! ¡El poder del mal no prevalecerá contra la Iglesia! (San Mateo XVI, 18).
La Iglesia pierde su norte al avanzar en la senda de la incertidumbre. ¿Por qué lo incierto si tenemos lo cierto?  La Iglesia es depositaria de la revelación, y como tal debe creerlo y debe creerse, es decir, confiar en que las verdades que durante dos mil años ha enseñado en su magisterio perenne son enseñanzas emanadas de la voluntad de Dios, que a través del Espíritu Santo sostiene, acompaña y guía eficazmente toda la vida de la Iglesia. Si comparamos nuestra Iglesia con una embarcación iremos que: el timón lo lleva Jesús, y el Espíritu Santo  sopla para que la embarcación avance por el camino de la fidelidad a Dios.  Jesús dijo claramente de: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (San Juan XIV, 6).
En la actualidad, cuando estamos en reunión con padres de familia es frecuente escuchar, de parte de ellos,  que no se está preparado para educar a los hijos, que nadie enseña para ello, a la vez que se asume una neutralidad en la enseñanza, evitando la exigencia y garantizando el libertinaje. Y, esto tiene consecuencias: pataletas, falta de afecto, desinterés generalizado, que a medida que los niños crecen se irán agudizando, haciendo claro el antiguo refrán: “niño pequeño, pequeño problema; niño grande, grande problema”.
Lo anterior, en la vida de la Iglesia se verifica a nivel espiritual y a nivel social, es decir: existe, tal como acontece  con algunos padres de familia, una suerte de vergüenza de manifestar públicamente la misión que se tiene encomendada por Dios, de tal manera que, con el fin de no perder lo poco que se cree poseer, se rebajan las exigencias en la vida moral y en la vida espiritual.
Hoy, para el católico, todo le sale expedito, lo cual es sinónimo de: “simplecito”,  “rapidito” y “facilito”. Si la Iglesia pide ayunar dos días al año, ello parece excesivo, olvidando que los musulmanes en ramadán se abstienen de ingerir  agua, alimentos, relaciones conyugales y cambios de ánimo, durante un mes completo. Si la Iglesia pide colaborar con el mantenimiento económico de sus comunidades, con el uno por ciento de los ingresos, parece demasiado, olvidando que los protestantes, mormones, testigos de Jehová lo hacen habitualmente con el diez por ciento de sus ingresos reales. Si la Iglesia pide vestir decorosamente en sus templos y en la calle, no faltará algún bautizado que asistirá al templo con vestimenta playera y ligera, olvidando que muchas personas de otras religiones el día de su culto acuden a sus templos con tenida formal y a lo menos muy decorosa. Si la Iglesia pide una preparación para la recepción de un sacramento, de inmediato surgen dificultades horarias en los feligreses: ¡No tengo tiempo! Cosa que no acontece si acaso ese tiempo se dedica a la práctica de un deporte, de una reunión social, o de un paseo.
El tiempo, el dinero, el sacrificio, la vestimenta, e interminable lista de otros elementos si se trata de dedicarlos a Dios parecen tener otra medida  -otro valor- respecto de las cosas que definitivamente nos interesan…¿No será acaso que hemos olvidado lo que dijo nuestro Señor un día: “donde está tu tesoro, allí está tu corazón”? (San Mateo VI,21). Por esto, si no ayunamos más, si no ayudamos más, si no somos más respetuosos, no es por falta de tiempo y recursos: es por falta de interés, y finalmente  -seamos claros- es por tener una fe debilitada.
El que nos presentemos con piel de humildad pero,  por dentro siendo lobos de soberbia liberacionista, suena “políticamente correcto” y es socialmente atractivo decir que la Iglesia aprende del mundo cómo avanzar, pero ello entraña un completo error. La gratuita y antojadiza acomodación a los tiempos es ganancia temporal, pero conlleva la pérdida de la Vida Eterna.
Esto, porque la vaguedad lleva al desconcierto, a la duda y al error. Por ello, los más afectados por el expeditismo religioso actual son precisamente aquellos movimientos y sectores más debilitados en su formación.
Actualmente con preocupación y molestia vemos que aquellos grupos que un  día fueron participes de la piedad popular,  ahora  asisten –quizás-  bajo ciertos incentivos de cualquier índole- en actos precristianos, abiertamente paganos, rehuyendo de su carácter confesional. Cómo aceptar que grupos organizados de bailes chinos participen en eventos como los mil tambores donde los desenfrenos son evidentes: una cosa  es tamborear  y otra es ser retamboreado. En la localidad de Los Andes diversas agrupaciones,  provenientes de diversas regiones participan como bailes chinos en un acto de culto pre hispano, dando adoración a elementos de la naturaleza. Como si quinientos veintidós años de evangelización y cristianismo hubiesen sido insuficientes para abandonar la idolatría.

Cómo entender que el primer canal fundado en Chile, nacido al alero de una universidad que ha sido reconocida como “pontificia” y cuyo director ejecutivo es nombrado por autoridades eclesiásticas, transmita programas donde el carácter impúdico se hace intolerable. No se trata de cambiar de canal para no ver se trata de no transmitir esos programas que lesionan gravemente la moral pública y constituyen una ofensa a Dios si acaso  sabiéndolo, no se cambia. Hasta es una burla para el creyente el que se emitan  unos programas de contenido religioso ocasional en medio de impudicia diaria. Ningún rating justifica que el canal cuatro UCV persista en su línea editorial actual. ¿Será acaso  aventurado pensar en que se quiera vender el canal UCV en el futuro y para ello permitir una programación inmoral con el fin de hacer subir el precio a futuro? No es mi deseo juzgar intenciones de terceros, pero si es mi deber de colocar de manifiesto hechos que resultan incontrarrestables.
Monseñor Emilio Tagle en el Canal 4 UCV  
Nuestra diócesis ha tenido en el pasado una enseñanza explicita en materias de vida moral: ya en la década del sesenta con la sabiduría profética del Arzobispo Emilio Tagle con su Carta Pastoral titulada  “Actuar en conciencia”,  y  la Carta Pastoral denominada “La educación de la castidad” del Cardenal Jorge Arturo Medina Estévez. Ambas cartas diocesanas  constituyen un eco histórico en relación con  dos decisivas encíclicas como fueron Humane Vitae de Su Santidad Pablo VI y Evangelium Vitae del Papa Juan Pablo II.
No eran ocurrencias pasajeras y personales, se enmarcaban en el contexto magisterial de la Iglesia universal, por lo cual oponerse a dicha enseñanza hace recordar la exhortación que leemos en el Santo Evangelio: “El que a vosotros escucha, a Mí me escucha” (San Lucas X, 16).
Navegar contra la corriente es algo inhabitual: lo hacen los salmones, y las almas que procuran ser fieles a Dios. Nuestro Señor pide a su Iglesia ser maestra de la verdad. Aún más si tomamos en consideración que bajo nuestra diócesis se encuentra el poder legislativo desde hace un cuarto de siglo. Cada ley emitida en ese lugar debiese tener de parte de cada fiel católico una vigilante compañía, sea a través de la oración, que siempre es eficaz, sea  por  el  testimonio  común,  sea  por  el  apoyo  a  las  iniciativas  loables,  como –eventualmente- al explicito rechazo de toda ley que sean abiertamente anticristianas.
Ninguna ley que rechaza  lo que Cristo ha dicho puede ser tenida como beneficiosa para la sociedad, por el contrario: tempranamente se experimentará su carácter nocivo y disolvente.
Por esto: Iglesia muda…Iglesia mula. Es decir, se debe notar nuestra pertenencia a Cristo, nuestra fidelidad a su persona pasa por el rechazo a todo lo que se oponga a Él, incluida la pretensión de suprimir las escuelas públicas confesionales. El odioso laicismo ha rebrotado con fuerza en los últimos años, y sabido es que viendo su agonía  ante la probidad y vitalidad de la enseñanza confesional, ha ideado la forma de suprimir en el futuro la enseñanza religiosa como lo ha hecho en otras partes del mundo.
No nos engañemos: igual receta solo puede tener como resultado igual comida, y el sabor del ateísmo del estado ya lo hemos probado amargamente  alguna vez… y es desabrido.
Por desgracia, las ideologías reinantes, algunas de las cuales se han aggiornado prestamente, han logrado permear, nuestra vida cristiana, haciéndola desvaída e insalubre. Nuestra Iglesia está llamada a ser “sal de la tierra y luz del mundo”(San Mateo V,13-16), por ello debemos procurar vivir con orgullo nuestra confesionalidad, a la vez que hemos de actuar con la convicción de que la fuerza de la verdad es que es verdadera, por lo que lejos de pretender imponer a la fuerza desde fuera una verdad, sabemos que Dios, en su Divina Providencia, y con los dones dl Paráclito, no dejará de asistirnos en la tarea de Instaurare Omnia in Christo,  para lo cual –incesantemente- proclamamos en cada Santa Misa: ¡Adveniat Regnum Tuum!
Amén.