domingo, 21 de diciembre de 2014

Educar con valores católicos hoy

  ANIVERSARIO FUNDACIÓN COLEGIO ALBERTO HURTADO .


Las virtudes no se improvisan, no se tiene un estilo de vida simplemente por la consecuencia de un conjunto de circunstancias fortuitas. Por el contrario, quien opta por el camino de crecer en santidad y llevar una vida de acuerdo a lo que enseña el Evangelio, procura colocar en práctica cada una de las incidencias que la Escritura Santa  tiene.
En estos días,  donde tanto se habla de una  reforma educacional, se debe tener la seguridad que su éxito en beneficio del mayor número de alumnos,  no estará dado por  la sola incorporación de nuevos recursos económicos. Tampoco, lo será por la exclusiva implementación determinados recursos pedagógicos, o la copia exacta de iniciativas de países del primer mundo, al cual aspiramos pero aún no llegamos. 
Si comparamos los resultados académicos con otras naciones vemos resultados muy distantes los cuales evidencian realidades diversas que no nos pueden dejar indiferentes:  ¿Cómo es la puntualidad allí? ¿Puede un escolar o universitario dejar su bicicleta sin llave a la puerta de su sala con la certeza que a la salida de clases la encontrará intacta? ¿Seremos respetuosos de la propiedad intelectual de libros, software, cancelando oportuna y totalmente las licencias respectivas? ¿Se optará por una disciplina interior que evite el ambiente de crispación reinante en las aulas y patios presente en numerosos centros educacionales? ¿Se prohibirán los locales de expendio de bebidas alcohólicas en las cercanías de los colegios y universidades tal como se hace en los países con los que se compara? ¿Habrá un respeto hacia la libertad de la familia como primera gestora de la educación de sus hijos? Es cierto que no debe verse a un alumno como un cliente pero tampoco el mal llamado estado docente puede abrogarse la autonomía de esclavizar la libertad para poder enseñar con programas propios y de poder aprender con opciones que personalmente se han asumido y forman parte del ADN familiar y espiritual.
La visión materialista que mutila la dimensión trascendente de la persona humana, ha logrado hacer pensar que las soluciones son expeditas. Pero, sabemos que una persona puede tener  numerosos bienes económicos sin que por ello su cultura y vida sea mayor.
La experiencia me dice que se debe nivelar hacia arriba, porque, tal como acontece  en todo orden de cosas,  la masificación tiende a hacerlo siempre de manera contraria. A los jóvenes se les puede sacar bien el trote porque están en una etapa de sus vidas donde los sueños e ideales les permiten aventurarse a desafíos que en el futuro pueden parecer infructuosos de emprender.  De la misma manera la educación debe incluir la sabia virtuosa y probada de la experiencia. Resulta riesgoso, y  de suyo estéril, toda iniciativa que se emprenda en vistas a una mejor educación,  parta segregando y colocando nuevos muros que terminan –irremediablemente-  siendo  infranqueables.
Esto acontece cuando se endiosa la juventud como una realidad desvinculada del resto de la sociedad. Por esto, con su agudeza característica -Su Santidad- en el Encuentro Mundial de los Jóvenes realizado en Brasil, les  incitaba a no dejar de lado a los mayores y a los ancianos. En la sociedad pasa como en toda familia: hay, niños, adultos, jóvenes y ancianos. No puede unilateralmente dejarse encerrados en sus habitaciones a los ancianos, llevándoles sólo agua y comida, y dejándoles –en el mejor de los casos- un televisor como exclusiva distracción. Se les debe incorporar a la familia porque en caso contrario ésta verá mermada su entidad, su grandeza, e hipotecada su felicidad.
Lo anterior es aplicable con toda propiedad al ámbito educativo: los argumentos no tienen más consistencia porque se grite al momento de exponerlos, ni tampoco,  porque sean muchos o pocos quienes los expongan. La fuerza de la verdad es que es verdadera…y la sabiduría de los mayores es intransable por ser necesaria al momento de planificar e implementar cualquier reforma en el mundo de la educación.
Nuestra Iglesia ha sido definida como “experta en humanidad”, no sólo porque tiene dos mil años de permanente influjo en el mundo de la enseñanza, sino porque es depositaria y custodia fidedigna de cada una de las enseñanzas dadas por Nuestro Señor, el Maestro Bueno que sí enseñaba con autoridad, cuyo legado ha permeado gran parte de la historia y cultura que dio origen a la nuestra.
No podemos confiar en aquellas iniciativas que dejen de lado la experiencia y sabiduría de nuestros mayores, ni tampoco soslayar gratuitamente el influjo vital que la Iglesia está llamada a proponer y entregar.
Desde esta perspectiva, en esta ocasión constatamos la importancia que tuvo para nuestra comunidad parroquial, y para la sociedad porteña en general, la iniciativa implementada a lo largo de tantos años por quien ejerciera como directora del Colegio Alberto Hurtado, y cuyo aniversario de defunción hoy conmemoramos.

En efecto, más que un apego desmedido a un cargo determinado como es la rectoría de un establecimiento educativo, descubrimos en su labor una entrega nacida de una verdadera vocación a la enseñanza que le hizo recorrer desde los humildes comienzos en una sala múltiple hace seis décadas, a lo que ella legó como un establecimiento polivalente, con cientos de alumnos y casi incontable número de generaciones que egresaron de sus aulas.
Su estilo educativo era característico: actuaba en primera persona, procurando dar el tiempo necesario a cada persona, evitando muchas veces estamentos intermedios que terminan burocratizando la necesaria relación personal, afectiva y hasta amistosa. A su oficina llegaban auxiliares, directores de Colegios, docentes, alumnos, padres de familia, los cuales siempre salían con la convicción de haber sido escuchados, independiente del resultado de sus intereses. En otras palabras: era acogedora  y espiritualmente maternal en su actitud.
Esto le confirió al Colegio un espíritu característico que hace que muchos ex-alumnos y padres de familia se reconozcan agradecidos por lo recibido al interior de las aulas en todo el caminar educativo, y haga que se produzca una retroalimentación,  toda vez que sienten seguridad en incorporar a sus hijos al mismo colegio donde sus padres un día los llevaron por primera vez. Es un signo indesmentible el aumento de matrícula en un estilo de establecimiento denominado particular subvencionado por una parte, y el decrecimiento sostenido de otro tipo de establecimientos denominados municipalizados o estatales.

Lo que hoy destacamos no necesita ocupar pancartas, tampoco requiere de vociferantes expresiones, ni de paros, tomas ni huelgas. Tampoco, en la unilateral exigencia de algunos derechos huérfanos de deberes. Nosotros hablamos de una realidad más prounda, cual es aquella que nos ha convocado: rezar a Dios por quien durante medio siglo dedicó su vida en bien de los alumnos que más lo requerían, en una época carente de medios de locomoción y calles pavimentadas, y una adecuada iluminación como era hace seis décadas gran parte de lo alto del Primer Puerto de Chile, en la cota del Camino de Cintura.

Precisamente, aquí se instaló el Colegio: como una semilla pequeña que ha cobijado a tantas familias de la jurisdicción parroquial, pero –también- provenientes de otras localidades y de situaciones especiales de niños y jóvenes más vulnerables. No era el lugar más próspero, ni creciente de la ciudad, más,  -indudablemente- era la realidad que incluía más desafíos en vistas a hacer crecer un Colegio con las características que hoy posee.
En lo anterior, el testimonio de amor a la Iglesia dado por su fundadora,  fue inspirado por el de aquel joven sacerdote,  discípulo de San Ignacio de Loyola, que conmovió y movió a dos jóvenes estudiantes de pedagogía, una de las cuales era la señorita Clara Luz Meneses Gamboa a formar una juventud con valores bien definidos y acotados según la inspiración católica.
Mas, aunque resulta evidente que la sociedad en Chile ha cambiado en relación a los tiempos de gestación de este emprendimiento educativo, las bases de formación han de seguir guiando a los directivos, docentes y padres de familias en orden a proponer con claridad y caridad aquellos principios, valores, y normas por los cuales es necesario seguir avanzando sin claudicar a los vaivenes y turbulencias que arreciarán con más fuerza  hasta el fin de los tiempos. 

Pero nuestra confianza no está depositada en nuestras solas fuerzas, sino en el “auxilio que nos viene de lo alto”, que hoy en esta Santa Misa imploramos y recibimos no figurada ni simbólicamente sino en la persona misma de Jesucristo, Pan de Vida Eterna, que es el Camino, la Verdad y la Vida para la Iglesia, el mundo y nuestro Colegio Alberto Hurtado. Amén.

Padre Jaime Herrera González, Cura Párroco de Puerto Claro de Valparaíso.

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