martes, 16 de diciembre de 2014

Nacer para vivir


HOMILIA 8º   ANIVERSARIO   PRESIDENTE AUGUSTO PINOCHET.



1.      Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿quién ha hecho esto?” (Isaías XL, 25-31).
Los antiguos griegos daban a la acción de “mirar las estrellas” la expresión de “contemplar”. Cuando nos detenemos en una noche estrellada y pensamos que junto a cada luz del cielo hay numerosos planetas, no podemos sino sabernos interpelados respecto del origen de todo ello, tal como lo ha preguntado el profeta Isaías en la primera lectura: “Alzad a lo alto los ojos y ved, ¿Quién ha hecho esto?”.
Pero, si consideramos a la luz de las Escrituras Santas que,  aun sumado todo el universo entero, el valor de nuestra sola alma es superior,  para Dios,  a todo lo que podemos mirar y hasta –eventualmente- imaginar. Entonces, surge de inmediato una actitud de gratitud por todos los beneficios dados por Dios que ha tenido a bien un día pensar en cada uno  y llamarnos a la vida.
Por esto, cada vida humana es sagrada, desde el momento de su gestación hasta su muerte natural toda vez que no depende de uno crearla y entregarla sino de Dios donarla y tomarla: cuándo, cómo y por el camino que Él mejor establezca. ¡Estamos en las manos de Dios!
Hoy, conmemoramos el octavo aniversario de la muerte de nuestro recordado Presidente Augusto Pinochet Ugarte, quien aquel día,  acompañado de sus seres queridos y por la oración incesante de quienes le estamos eternamente agradecidos, se presentó ante el Buen Dios, para ser juzgado en misericordia. Qué inmenso regalo que haya sido precisamente en un día domingo cuando partía de este mundo para poder, Dios mediante, escuchar de modo definitivo las palabras pronunciadas por Jesús, el Buen Pastor: “Venid, benditos de mi padre al lugar preparado para vosotros desde toda la eternidad”.
Lo propio de un creyente es ser agradecidos de Dios: por existir y por haber sido invitado al don de la fe, por medio de la cual,  vivimos confiados y esperanzados, diciendo con el salmista: “Bendice a Dios, alma mía, no olvides sus muchos beneficios” (Salmo CIII, 6).
Nunca acabaremos de tomar mayor conciencia respecto de los bienes inmensos que Dios nos ha concedido a lo largo de la vida; más aún de lo que ha hecho de bien en nuestros seres queridos, y a lo largo de la historia, pues esta desde que Cristo vino al mundo pasó a ser una historia de salvación por lo cual, a la luz de la fe, todo es ocasión de gratitud según enseña el apóstol: “Todo lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de El a Dios el Padre” (Colosenses III,16). Es lo que hacemos, por deber cristiano de orar por nuestro difuntos y por  hacedlo en nombre del Señor, dando gracias por medio de  la madre de las oraciones como es la Santa Misa, donde Cristo se hace presente real y substancialmente en medio nuestro.  
2.      “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón“(San Mateo XI, 28-30).
No escapa a nuestro recuerdo que estamos camino al centenario del natalicio de nuestro Presidente. La primera mirada se detiene en el tiempo transcurrido. Es un tiempo pasado, que se ha vivido. No es una fecha que se desea alcanzar como anhelando  un premio, sino que, para nosotros, son los primeros cien años del natalicio de quien es la persona más incidente en la vida pública de nuestra Patria en los últimos cien años.
Los analistas pueden ver en internet y  cerciorarse, por ejemplo, cómo algunos gobernantes recientes,  no llegan al uno por ciento de lo que se ha escrito sobre aquel que ejerció la primera magistratura de nuestro país durante un periodo de años. Más, la trascendencia no anida en el tiempo,  sino en la realización de una visión de Nación con valores bien definidos y estimados, arraigados de manera indeleble en el alma de la Patria.
Celebrando los primeros cien años, lo hacemos desde nuestra honda tradición religiosa, que nos invita a dar gracias a Dios por todo lo que ha hecho en medio nuestro y a través de cada uno de los bautizados. Un creyente no es mejor ni peor que quien está llamado a serlo, pero su vida no puede tener otra motivación más elevada que la de alcanzar la santidad: debe volar como las águilas, no como las gallinas de vuelo corto; un creyente debe procurar hacer a los demás participes de la perfección no de la mezquina mediocridad de la tibieza. Y, ese es un camino arduo, difícil, tal como lo dijo Jesús: “Procurad entrad por la puerta estrecha, que ancha y amplia  es la puerta de la condenación y angosta la de la salvación” (San Mateo VII, 13).
Por esto, venimos a este lugar, que encierra el valor inestimable del silencio, el cual,  en medio de la vorágine de la metrópoli no es posible ni descubrir ni valorar debidamente. Venimos a esta capilla, donde celebramos la Santa Misa y rezamos con regularidad,  para visitar el lugar donde reposa el cuerpo de nuestro presidente,  en el cual, desde el bautismo  Dios inhabitó, y espera la resurrección definitiva prometida por Jesús en la Parusía.
No dejaré pasar por alto lo que hace unos días un senador de este país señaló que nuestra recordado Primer Mandatario “no tenía siquiera una tumba”: pasados ocho años de su partida a la Casa de Dios, colmamos este recinto sagrado, y estamos ciertos que allí donde en el futuro repose su cuerpo, contará con la cercanía masiva de nuestra gratitud y reconocimiento. Aún más: ojalá que la tumba de la madre del citado senador, a la que tuve ocasión de conocer, y conversar en varias ocasiones,  cuente un día con la visita y plegaria que hoy tiene nuestro Presidente.

Este año, Su Santidad el Papa Francisco visitó Albania, la tierra de la Madre Teresa de Calcuta. Allí, el Romano Pontífice con mucha claridad e inusitada insistencia se refirió a los “atroces  sufrimientos”  que padecieron  “quienes fueron testigo de la violencia y de las tragedias que se pueden producir si se excluye a Dios a la fuerza de la vida personal y comunitaria. Cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben bien a qué atrocidades puede conducir la privación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, y cómo esa herida deja a la humanidad radicalmente empobrecida, privada de esperanza y de ideales”. (Papa Francisco, Universidad Católica “Nuestra Señora del Buen Consejo” (Tirana), Domingo 21 de septiembre de 2014)
Hace cerca de cinco décadas se comenzó a expandir fuertemente a lo largo del mundo, y particularmente en nuestro continente, la ideología condenada por el magisterio pontificio como “intrínsecamente perversa” acentuando su carácter excluyente de Dios, con un fuerte ímpetu secularizador, llegando a nuestros días a constatar que el primer y mayor discriminado del mundo es el mismo Dios hecho hombre, Jesucristo.
Nuestra Patria no estuvo ajena a ese deambular, por lo que luego de un  clima social desastroso, la sociedad debió asumir una transformación en aquel día once de un gran mes, que sin duda marca un antes y un después, pues a nadie le es indiferente lo vivido a partir de esa jornada, ni los mil días previos de tanta cerrazón y violencia.
El Evangelio de este día nos habla del Corazón de Jesús, al cual nuestro Presidente conoció desde pequeño en el Colegio de Los Sagrados Corazones de Jesús y de María (SS.CC) ,  ubicado en el corazón del Primer Puerto de Chile. Allí, muchas veces entonó el himno escolar: “Serles fieles,  hasta morir”;  “Las coronas y laureles que yo pueda alcanzar a ofrecerles volveré”. Su alma de niño fue formada –en colegios de Iglesia-  para vivir los ideales y la virtud, por ello su atención estuvo centrada en su hogar: su esposa, sus hijos, su madre; por ello durante 65 años estuvo en servicio activo del Ejército de Chile: de cadete a Capitán General; por ello no dudó en asumir la invitación de asumir la magna obra, junto al resto de los hombres de armas, para levantar una Nación que se despedazada.
 Todo lo anterior no habría sido posible sin el hecho de haber recibido un día el sacramento bautismal: Allí, en las aguas de la pila bautismal fue sumergido para que tuviese vida de verdad.   
En la antigüedad, el día de la muerte del cristiano se le denominaba: “Dies Natalis”. ¿Qué es nacer sino encontrar?…Al venir a este mundo todo es nuevo e inesperado, y el hecho de partir de este mundo siempre entraña algo semejante: es como una página  en blanco de la cual nuestro Señor nos ha dado claras señales de cómo será. Así, por ejemplo lo describió San Alberto Hurtado: “La vida nos fue dada para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, y la Eternidad para poseerlo”. Que nuestro Presidente, descanse en Paz. Amen.





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