jueves, 26 de febrero de 2015

Sorprendidos por la alegría de la Verdad


 HOMILÍA PRIMER DOMINGO  / TIEMPO DE CUARESMA  /  2015.

Misa Sábado 17 de Febrero 2015
1.         “He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros” (Génesis, IX, 9).
El pasado miércoles hemos dado inicio al tiempo de cuaresma. Las cenizas nos evocan  el acto de hacer penitencia, recordando que es un hecho que ha nacido de un encuentro con Dios, el cual da razón de una conversión plena hacia Dios. Por lo que si el agua nos recuerda el bautismo, la ceniza nos evoca el  holocausto, en el cual todo se ha quemado.
El agua es símbolo de un nuevo nacimiento, el definitivo,  el que siempre debemos recordar y primero celebrar, porque nacemos como  verdaderos  hijos de Dios. Según la carne se vive un tiempo, como hijo de Dios se vive  para siempre.
Lo que esencialmente caracteriza este tiempo litúrgico es la conversión. , el cambio del corazón, lo cual,  no es producto de un entusiasmo pasajero, ni de una opción unilateral, sino esencialmente de una llamada especial de Dios, cuyo amor gratuito antecede siempre nuestros anhelos y necesidades, por urgentes y masivos que nos parezca Si la mirada de Dios lo llena todo, su amor lo crea todo, por lo que la certeza de sabernos vistos por Él nos hace tomar certeza de avanzar por el camino correcto al optar por Dios.
El acto de fe como al que Dios invitó a Noé y ocho fieles, requiere –espiritualmente- de dar un salto al vacío. ¿Qué pasa cuando lo hacemos? Acontece que de una aparente seguridad asumimos el riesgo de ir hacia lo que humanamente se nos presenta como incierto. De hecho, si lo hacemos,  sabemos cómo será el lugar dónde llegaremos. Por tanto,  nadie salta al vacío sin tener una certeza, respecto de si dónde se llega,  se es bien acogido.
Y no hablamos de una simple aventura, que implica un riesgo ciego, como la de quien practica un deporte aventura, o  juega a la ruleta rusa o se arriesga sin medir consecuencia alguna en una carrera de autos por la mitad de una bullente ciudad, No, no hablamos de ese tipo de riesgos, porque las consecuencias nos la manifiesta in extenso  la prensa rubricada en titulares, sino que nos referimos, más bien,  a aquellas realidades que nos toca enfrentar diariamente donde “nos movemos y existimos, las cuales, Dios nos las presenta de manera tan sorprendente como inesperada. 
  

Si muchas veces afirmamos que la muerte es sorpresiva, y se presenta sin previo aviso, el don de la vida, dado por el Señor, tiene una impronta de ser capaz de cautivar desde lo inesperado, tal como acontece cuando uno no espera ni tiene previsto regalo alguno pero, “de repente”, bajo la simple razón del “porque si” o “se me ocurrió”,  le damos –a ese presente- un valor no sólo distinto sino mayor a aquel don que se nos ha entregado. Un regalo en navidad es esperable, al igual que en un cumpleaños o con motivo de un matrimonio. Lo agradecemos y valoramos, pero son a los otros los que les concedemos un “plus” de gratitud, de alegría y reconocimiento.
El don de la conversión en la Santa Cuaresma puede parecer algo “esperable”, porque es un tiempo eminentemente penitencial, en el cual,  todo nos habla de abandonar el pecado y de procurar vivir en gracia de Dios. Y, damos por supuesto un cambio, en virtud de la inercia de la una costumbre…pero ¿Hay una determinada determinación por hacerlo?
Entonces, se hace necesario revivir la conversión durante estos cuarenta días, tal como lo dijo, en su mensaje El Romano Pontífice actual: Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo(Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia”. Para ello, hay que:
a). Convertirse para dar gloria a Dios. Nuestro fin en este mundo es claro: Fuimos creados para dar Gloria a Dios, procurando en todo momento buscar, encontrar y amar a Dios. Nada es más urgente, ni resulta más importante que procurar dar a Dios lo que es de Dios, porque es Dios.
Fundamentalmente, las parábolas de la misericordia nos hablan que la iniciativa la toma Dios. ¡Él nos amó primero! Así, la conversión es obra de Dios, que actúa al inicio durante y al fin del acto por medio del cual optamos por Dios de manera radical y sin reservas, sabiendo que la medida de la seguridad es la medida de la confianza depositada en su poder, en su bondad y  en su misericordia.
Nuestra conversión cuaresmal, cuando es verdadera, tiene algo que anticipa lo que viviremos con Dios para siempre, puesto que,  la alegría -anunciada por Jesús- en el Cielo provocada un solo pecador arrepentido tributa la gloria que Dios merece y mira siempre con beneplácito.
Quien se convierte durante la Cuaresma saca hoy una sonrisa en el cielo y en la tierra. .Por ello, durante este tiempo penitencial, hemos de “pedir a Dios una buena conciencia por medio de la Resurrección de Jesucristo”  (1 San Pedro III, 21).
b). Convertirse para ser feliz.  Cuando una persona lleva varios días sin poder asearse, y de pronto tiene la oportunidad de hacerlo, experimenta una sensación de renovación: ¡está como nuevo! Pues bien, la mayor suciedad que existe es la que proviene del pecado, por ello, la conversión permite acceder a un lavado del alma, por medio del corazón arrepentido y quebrantado (Salmo LI, 17) que queda “blanco como la nieve” (Isaías I, 18) por medio del sacramento  de la confesión.


Imploremos en este Primer Domingo de Cuaresma con el Salmo que hemos escuchado: “Guíame en tu verdad, enséñame, que tú eres el Dios de mi salvación(Salmo XXV, 5). Y, lo hacemos sabiendo que la verdad es de suyo amable, por ello,  fue Cristo quien se identificó como el “camino, la verdad y la vida”. La conversión no sólo nos ayuda sino que nos hace posible vivir bien, santamente, lo cual,  va siempre de la mano con la verdad. Es que no se puede volver a Dios manteniendo una vida falsa, y para el creyente una vida falsa termina siendo una farsa.
Bien lo sabemos: el Hijo Pródigo se propuso regresar a su casa, a donde él pertenecía: “volveré a la casa paterna y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti, no merezco llamarme tu hijo” (San Lucas XV, 11-32). En ese tomar conciencia del pecado propio cometido se incluye, según el texto hebreo, “hacer penitencia”, lo que implicaba arrepentirse “en polvo y ceniza” (Oseas XIV, 1). Aquel joven que un día despreció a su padre, no se detuvo en emitir unas hermosas palabras para pedir perdón, tampoco, se limitó a ejecutar unos gestos hermosos de buena crianza y amistad.
De manera semejante,  cuando el Señor Jesús acoge y perdona a la mujer adúltera, de inmediato la instó vivamente a dejar –radicalmente- su mala vida pasada. Jesús no habla de vivencias de “procesos”, ni tampoco de “experiencias inevitables”, que de suyo no serían sujeto de mérito mi sanción, sino que objetivamente, Cristo nos recuerda que hay acciones que se oponen a la voluntad de Dios, que ofenden su corazón, y que deben ser –resueltamente- modificadas.
En modo alguno Cristo hizo componenda ni concesión con el pecado grave: por eso le dijo a quien cometió flagrante adulterio: “Vete y procura no volver a pecar”. En tanto que ya en la era apostólica,  los discípulos fueron explícitos en llamar a la conversión, exhortando a dejar el lastre de pecado a las diversas comunidades de bautizados por ellos fundadas.
Actualmente, existe un hastío hacia lo religioso, producto del racionalismo, del  naturalismo y del holding de herejías que constituyen el  modernismo, ampliamente condenado por la Iglesia hace un siglo y medio , y que rebrota en lo que el Papa Benedicto XVI denominó como  “la dictadura del relativismo”.
¿Qué hacer ante la magnitud de males ad intra y ad extra de nuestra Iglesia Santa? Miremos el consejo de Santa Teresa de Ávila, cuyo Año Jubilar del Vº Centenario de su natalicio celebramos: Ella nos invita a mirar la imagen de Cristo Crucificado: porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba (...) fui mejorando mucho desde entonces"  (Libro Vida 9, 3), a la vez que “la verdadera conversión está en no ofender a Dios y estar determinados para todo bien” (Vida 9,9).

c). Convertirse para hacer feliz a otros. “El Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (San Marcos 1,15). Si las consecuencias del pecado  fueron abismales, y ·cósmicas” en el sentido de afectar la relación humana con todo lo creado y su creador, la conversión debe tender a rearmar, a reunir y juntar lo que la voluntad de Dios no se detuvo para crear,  ni lo que la Escritura señaló que “vio Dios lo que había hecho y era muy bueno”.
Debemos cambiar de vida: ¿Qué implica ello? ¿Será solo juntar unas monedas sobrantes en una alcancía? ¿Sera dejar de ingerir tal o cual alimento en determinados días? ¿Será rezar el recuerdo de la Pasión del Señor cada viernes cuaresmal? Todo eso y más, diremos, porque la conversión como es una gracia que viene de lo alto,  siempre es dada para el bien de todos, de tal manera que si yo me convierto,  es para convertir a otros; si hago penitencia es para que el mundo se reenfoque hacia Dios. Hermanos: ¡No podemos enterrar la gracia de la conversión! Por el contrario, la Santa Cuaresma es el tiempo propicio para escarbar y descubrir el tesoro inmenso de una Vida Nueva en Cristo, para cada uno y para todo aquel que descubra el camino verdadero  que es la Bienaventuranza.

Santa Misa Sábado 17 de Febrero
                
PADRE JAIME HERRERA NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES DE PUERTO CLARO


CARTA DEL CURA PÁRROCO, PBRO. JAIME HERRERA GONZÁLEZ A LOS FIELES, AMIGOS Y BIENECHORES DE PUERTO CLARO. (Febrero, 2015)

  Sin Misa no podemos: El remedio que sana mejor         

Hay situaciones que pensamos nunca van a ocurrir y finalmente asumimos que han pasado, Como creaturas tenemos la tentación de manejar todo al alcance de la mano, incluso los designios de Dios. Es verdad que la oración es poderosa. Si lo dijo el mismo Jesús: “Todo lo que pidan en mi nombre con fe os será concedido” (San Juan XIV, 13).

A pesar de lo cual,  tendemos a creer lo mismo que  nuestros primeros padres en el paraíso terrenal., hasta lo que sostiene la cultura neopagana actual, ávida del fetiche progresista: en orden a que  podemos manipular a nuestro Creador.

Mas, el seguir fielmente sus caminos y cumplir su voluntad es nuestra realización, y de hecho por ello pasa nuestra salvación o condenación eterna, habida consideración que,  tanto los méritos como los pecados de los consagrados tienen un valor agregado distinto que exige una mayor preparación ante el umbral de estar con el Buen Dios un día en su presencia.

Y,  no es ciego amor ni sobrada confianza humana de pensar que todos están salvados o que es imposible hacerlo como lo dijeron un día los Apóstoles: ¿Quién puede salvarse, entonces? (San Mateo XIX, 25). Es asumir la consecuencia de una vocación donde se nos exige ser buscadores “profesionales” de la santidad, tratando lo santo diariamente: en la Santa Misa y la vida sacramental, en la oración, en la vida casta y célibe, en la Caridad Fraterna, en la cura de almas, en la paternidad espiritual afectiva y efectiva.
Grupo Encuentro Matrimonial Chile 2015

Si, el hecho de poder tener a Jesús Sacramentado diariamente en nuestras manos, en virtud del cumplimiento de la promesa hecha por el Señor en la Última Cena: “Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo”, esto, nos concede una fuerza especial para enfrentar las vicisitudes cotidianas por arduas que se presenten y lo sean efectivamente. Durante estos días de inicio cuaresmal he podido experimentar desde la condición de paciente la vida de nuestra Iglesia, que está inserta en el mundo sin ser vasalla de él.

A lo largo de tres décadas pude contar en primera persona la grandeza del alma y la fuerza de voluntad de una persona que, aquejada de una grave enfermedad que le dejó inicialmente incapacitado, -sin poder hablar, sin poder caminar, sin poder levantarse-  logró, luego de un tiempo, colocarse de pie, hablar, y desarrollar una vida en la cual, la sonrisa   y  mirada  brillosa  nunca fue  mermada,  excepto cuando al equipo de sus amores -Colo-Colo- no le iba bien.  Esa fuerza interior sin duda fue un regalo del Cielo, que nuestro Señor, por puro amor se dignó  concederle y constituye una lección de vida.  Esa persona era mi padre. Por ello, al estar estos días recuperándome de una esperada intervención médica, con todas las imposibilidades que entraña y privaciones –también culinarias por cierto- he visto con mayor claridad el valor del sufrimiento ofrecido por amor a Dios y nuestra única Iglesia verdadera.

Es que la dolencia hace crecer en humildad y en certeza. No es una opción cuando dice la Biblia: Scio  cui credidi”.  Sabemos quién guía nuestros pasos, y lo hace con una delicadeza y perseverancia sin ocaso. No creo en los humildes que tranzan gratuitamente las verdades de la fe, como tampoco en los orgullosos que matan a inocentes  para imponerlas como en Oriente acontece dramáticamente en nuestros días.

Por esto, durante los días en que he permanecido internado, he podido contar, junto con el arma poderosa de la oración, con el don inestimable de celebrar la Santa Misa diaria estando hospitalizado. ¡Tantas veces lo hice ante los enfermos, ahora,  como enfermo me tocó hacerlo desde mi lecho y pieza de convaleciente acompañado por los ángeles del cielo y “los de la tierra”, que son nuestros parientes, amigos y fieles.

Esto lo recetó el doctor Jaime Herrera

Una Santa Misa de Campaña que realmente renueva el alma y el cuerpo, con consecuencias insospechadas de bien para tantas almas y realidades que  necesitan con urgencia una gracia del Cielo.

¡Gracias Señor porque eres el Pan de Vida! ¡Gracias, porque el oficio divino de la Iglesia oxigena nuestro caminar vacilante! ¡Gracias por el Santo Rosario hecho por tantas familias, las cuales son el futuro del mundo y de nuestra Iglesia Santa!


Una y otra vez, no nos dejas de invitar ¡Poneos en camino! (San Lucas X, 3) Y nosotros respondemos en tu gracia: ¡Exurge Domine!

Selfie con feligresas de Puerto Claro

sábado, 14 de febrero de 2015

En tus manos Señor pregonaré y divulgaré tu nombre


SEXTO DOMINGO   /   TIEMPO ORDINARIO    /   CICLO   “B”.

1.      “El afectado por la lepra llevará los vestido rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá e irá gritando: ¡Impuro, impuro!” (Levítico XIII, 45).

La enfermedad de la lepra en nuestro tiempo está erradicada en gran parte de la tierra. Son pocos los lugares donde actualmente se padece. Era una enfermedad que separaba de la vida social, de la vida familiar y de la vida religiosa. El leproso era considerado un estigma de la comunidad por lo que era como un perro tiñoso, estimado como algo de lo cual nos alejamos para no tener que ultimarlo… ¿Quién se detiene a ayudar a un perro con tiña hoy? Reconozcamos que,  si vamos por la calle y encontramos un perro extraviado, sin poder encontrar a sus dueños, y fuese de una reza exclusiva, ¿haríamos lo mismo al ver un perro con tiña?
Eso mismo se hacía con los hombres enfermos en la época precristiana. Lejos de ver ese padecimiento como una oportunidad del Cielo para ser contados entre los bienaventurados tal como dice la oración colecta de la Misa por los Enfermos, o de considerarlos como la hace San Pablo entre quienes se actualiza y perfecciona la Pasión de Cristo, lo consideramos como un simple castigo, o como la consecuencia de una conducta reñida a las normas éticas y culturales, o como la sola consecuencia de los pecados ajenos.
“Bien merecido lo tiene”, decían unos,” si acaso sufre es porque sus padres pecaron” añadían otros. “Si tiene tanto poder que se baje de Cruz” le increpaban a Señor crucificado. La verdad es que lo que antes se decía contra la enfermedad,  porque había una visión peyorativa y lejana del sufrimiento,  en nuestros días,  no ha cambiado en demasía, por el contrario,  el proceso secularizador camparte en nuestros días, esa visión. De manera especial en nuestra Patria, a  lo que se desconoce y no se comprende, de inmediato,  se le teme y se le excluye. No se suele hablar de lo que no se sabe, y cuando alguien se ve obligado a hacerlo uno lo hace de manera escueta, con desgana y hasta con molestia. ¡Eso pasa con la enfermedad! ¡Eso pasa con el sufrimiento! ¡Eso pasa con la lepra actual!
El sufrimiento es mirado del cielo, pero su origen no surgió del cielo que todo lo hizo bien.
La raíz del mal no tiene que ver para nada con Dios, pero en la sanación de raíz del mal todo tiene que ver. Cuántas veces se nos pregunta: Si Dios existe ¿por qué hay tanto mal en el mundo? ¡Inimaginable seria la maldad humana sin el horizonte trascendente de una eternidad! Dejemos de cumplir todos los mandamientos y el mundo se hace inhabitable, insufrible e inhumano, porque la vida del hombre no se entiende sin su necesaria relación con quien le ha creado y aún más le ha redimido.
 
Padre Jaime Herrera y Alcalde de Valparaíso


Las guerras, las discordias, las muertes crueles que suceden  a lo largo del mundo no son a causa de una vida religiosa determinada sino que se deben a la ausencia de una vida moral y espiritual acorde a lo que Dios nos ha pedido insistentemente. ¿Por qué hay tanta maldad? Porque el hombre no ha seguido los caminos que Dios le ha trazado, y gran parte de la humanidad se ha empecinado en relegar a Dios en cajoneras opcionales, y encerrarlo en armarios donde se guarda lo prescindible, en diluir una vida de convicción y fe apoyada sobre la roca de Dios y su única Iglesia,  depositaria de la plenitud de la  revelación, arrinconando a nuestro Señor en ideas pasajeras acomodadas a los moldes que un gelatina cambiante,  como la veleta lo hace  al curso de los vientos,  el cristiano actual cambia según al curso de tiempos. Más allá y sobre los tiempos esta la verdad de Dios depositada en nuestra Iglesia.
El imperativo de toda pastoral, es dar gloria a Dios,  en la búsqueda de la salvación eterna de todos,  no el consuelo temporal de una nueva mayoría permanentemente mutable. ¡Qué triste es constatar cuando el cristiano quiere acomodarse a los signos de los tiempos, transformando el señorío del siervo en servicio  de los  falsos señores del mundo actual, bajo en nombre de progresismo, liberacionismo, modernismo, naturalismo, y democratismo. La comunidad que no sepa ver la maldad de los falsos dioses de la modernidad simplemente esta llamada a desaparecer. Algunos suelen decir: lo que importa es “llevarse bien” ¿para qué? ¿Para condenarse todos juntos renegando de la Buena Nueva?
Si lo dice claramente la Escritura: “Yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven. Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo.” (1 Corintios X, 33).  La finalidad de todo acto de evangelización, de una entrega, de cualquier renuncia y de todo desvelo es “para que se salven”.
No hay –entonces- que temer en reconocer que tenemos como tarea prioritaria la de salvar al mundo en el nombre de Cristo y en la persona de Jesucristo, por medio de la fuerza de la verdad de la Santa Biblia,  cuanto,  de la eficacia de la vivencia sacramental, sin la cuales,  resulta imposible agradar a Dios y vivir en plenitud nuestra condición de bautizados. Los creyentes debemos asumir que la medida de Dios hacia cada uno es exigente por lo que  ¡sin Biblia y sin sacramentos no llegaremos al Cielo! Un camino que prescinda de lo anterior no es cristiano.
  
2.      “Dije: Me confesaré a Dios de mis rebeldías.  Y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado. ¡Alegraos en el Señor, oh justos, exultad, gritad de gozo, todos los de recto corazón!” (Salmo XXXII, 11).
Hoy, como aquel leproso sanado por Jesucristo damos gracias por tantos dones recibidos, sabiendo que  tales gracias ameritan  tales responsabilidades.  Cada uno ha experimentado el amor de Dios desde el instante que pensó en cada uno de nosotros. Las heridas del pecado han sido vencidas por la victoria del ungüento de la misericordia del Cielo, que ha vencido la tentación, el pecado y la muerte.
Durante un tiempo estaremos unidos por la fuerza de la oración, de la Sagrada Comunión, de la lectura atenta  de  la Palabra de Dios, de la vivencia activa de la Caridad Fraterna y del ofrecimiento cuaresmal de la penitencia personal y comunitaria. ¡Son los vínculos reales de los hermanos que caminan juntos a u7n mismo destino: el cielo que Dios nos ha preparado a cada uno!
Tal como lo suele hacer el actual Romano Pontífice, en este día me encomiendo a vuestra plegaria, a aquella oración que tan fuertemente he experimentado durante dos décadas, y que me han permitido ser el Cura Párroco de sotana que  en tiempos de bonanza y adversos he procurado responder al Dios que un día de la Epifanía del Señor,  colocó a su Hijo en mis manos, corazón y vida para hacerlo presente diariamente en medio de quienes no dudaron en llamarme padre y a quienes en momento alguno he dejado de reconocer como verdaderos hijos.
Es verdad: como sacerdote que ha celebrado un cuarto de siglo como consagrado aún tiemblo ante el poder que implica  traer a Cristo a nuestros altares, ante el poder de ser medio eficaz del perdón y de la justicia divina en la confesión, al haber constituido dos mil quinientos nuevos hijos de Dios en esta Parroquia, al contemplar el rostro de la Virgen de las Mercedes de Puerto Claro y escuchar el alma las palabras desde Jesús presente en la Hostia Santa: ¡He ahí a mi Madre! Y leer en los labios de nuestra Madre Santísima: ¡Tú eres mi hijo!
Por ello imploro y ofrezco esta santa Cuaresma, con todos los desafíos, soledades, incertidumbres y caminos que Dios me ofrezca, pues sè en quien he puesto toda mi confianza, desde aquellos seis años de edad y ante el altar del Niño Jesús de Praga de mi querida comunidad parroquial, cuando imploré recibir a Jesús en mi vida de una vez para siempre. Y, desde entonces he experimentado lo que significa recibir el ciento por uno del amor de Dios.

3.      “Se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia(San Marcos I, 45).
No quiero concluir estas palabras sin dejar de extender  una invitación durante esta Santa Cuaresma para rezar –insistentemente-  por las vocaciones sacerdotales, en cada uno de los nueve seminarios mayores diocesanos de nuestra Patria, de manera particular, por el Seminario Pontificio de Lo Vásquez, por el Seminario Pontificio de San Bernardo y por el Seminario Mayor de San Fidel de Villarrica.
¡Pedid y se os dará! Es la promesa hecha por el Señor.
La gracia de las  vocaciones sacerdotales está siempre disponible, pero,  debemos arrebatarlas por medio de una plegaria confiada, perseverante, y humilde, a la vez que no dejaremos de procurar un real acompañamiento, según las gracias que Dios concede particularmente, de apoyar su surgimiento de familias generosas con Dios y su Iglesia, lo que es un verdadero pre-seminario, sin olvidar, en virtud de la corresponsabilidad pastoral y eclesial, de colaborar vivamente,  por los caminos que Dios y la Iglesia nos pide,  con el fin de entregar una formación:   recta, humilde, profunda, acabada, y fiel a la sana tradición,  de los futuros sacerdotes diocesanos, los cuales,  no pueden sino estar imbuidos del Espíritu Santo que surte sacerdotes según el Corazón de Jesús.
Hermanos: la preocupación por las vocaciones sacerdotales es asunto de toda nuestra Iglesia, y la formación de nuestros futuros sacerdotes atañe a toda la Iglesia, por eso,  en la oración no estarán ausentes a quienes forman a los seminaristas. Que el manto de Nuestra Señora de Lo Vásquez cuide a las generaciones de quienes un día alzarán el Calíz de la Salvación para la redención de muchos. Amén.

La Virgen medianera universal de toda gracia


 FESTIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES / FEBRERO 2015.

Papa Benedicto XVI  peregrina a  Lourdes

Hoy celebramos la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes. A lo largo de la historia de nuestra Iglesia, la presencia de la Santísima Virgen se ha manifestado con creciente claridad, y desde la primera aparición que la Iglesia reconoce bajo el título patronal de Nuestra Pilar en la Madre Patria. En efecto, donde se presentó para alentar al Apóstol Santiago –el primero que derramaría la sangre por Cristo y su Iglesia- hasta la última mariofanía que ha recibido la visita frecuente de los Sumos Pontífices, tal  como es la Virgen de Fátima, que cada mes de Mayo congrega millones de devotos a sus pies, encontramos que Ella se ha presentado –siempre- en las circunstancias históricas de mayor dificultad para los fieles cristianos. Donde hay persecución, error, discordia y debilidad allí está presente la figura de nuestra Madre del Cielo.
Culturalmente reconocida bajo el signo de la debilidad, en el camino  para la vuelta a casa que el Señor ha trazado, ocupa el rol protagónico de la Mujer Fuerte, no porque se imponga sobre otros, sino porque su corazón fue hecho naturalmente por Dios para ser custodia de la fe de los suyos. Entonces, si muchas veces constatamos que la madre es el alma del hogar ¿no diremos de la Virgen María que es la que vitaliza el alma de nuestra Iglesia?
¡Y no podría ser de otra manera! Si acaso  consideramos cuál es la conducta que la mujer y madre tienen al momento  de recibir y custodiar la vida de cada uno de sus hijos. Si, hermanos: aquello que nos parece imposible se hace realidad por medio de la Virgen Madre, de tal manera que,  sumadas las virtudes y dones de todas las madres aquí en la tierra, de las generaciones pasadas, presente y futuras, no equipararán la virtud y grandeza que cobija el corazón de Aquella que fue elegida para ser la Madre de Dios y nuestra Madre.

Padre Jaime Herrera Misa DUOC UC
No existe -por lo tanto- similitud con el amor que tiene una madre,  con el que tiene la Virgen María hacia cada uno de nosotros, pues en cada uno contempla la causa por la cual su Hijo y Dios vino al mundo, para morir y resucitar por cada uno de nosotros. La mirada de la Virgen es una mirada que sana, que invita permanentemente a la conversión, además,  es una mirada que ve en lo profundo, es decir, ya que fue constituida como  “Llena de gracia” fue alzada para ser admirada como “bienaventurada de generación en generación”, por lo que, como recuerda el Evangelista San Lucas,  “guardando todo en su corazón”, todo lo mira desde la perspectiva favorable de la salvación de cada bautizado.
Por esto, hace ciento cincuenta y siete años, durante cinco meses se presentó en aquella Gruta de Masabielle, e hizo brotar agua desde la tierra reseca y una inerme roca, tal como el Señor nuestro Dios,  en medio del desierto, luego de que el pueblo elegido hiciera fuertes reclamaciones en Masa y Meribá, les dio de beber agua abundante, la cual, sanó los corazones y dio frescor al peregrinar hacia la tierra prometida.
Más que el agradecer el agua misma, que –ciertamente- posee un valor en sí, aquellos peregrinos del desierto valoraban desde la fe, que Dios se preocupara y ocupara de ellos. ¿No nos pasa a veces que resulta más gratificante la compañía de los comensales que la cena misma? Así, desde la luz de la fe agradecemos la delicadeza del auxilio de Dios que nos concede este medio para acercarnos a Él y no alejarnos a causa de una tentación consentida y sin sentido.
Si no hay mayor desgracia y pobreza para el hombre que el estar sumergido en el pecado, podemos, añadir, que no hay mayor regalo del cielo que poseer “un corazón quebrantado y humillado” vuelto hacia Dios (Salmo LI, 17) . Si lo dijo Jesús: “Hay más alegría en el cielo por un pecador arrepentido, que noventa y nueve justos” (San Lucas XV, 7).
Un día 25 de Febrero de 1858, la Virgen María dijo a Santa Bernardita: “Vete a beber y a lavarte en la fuente”. Al no ver nada de agua alrededor, la joven de Lourdes pensó en ir al Rio Gave que estaba cercano, más,  continua el relato: “Ella me señaló con el dedo que fuera a la roca. Fui y encontré un poco de agua cenagosa tan escasa que apenas pude recoger en el cuenco de la mano. Yo la soplé por tres veces por lo sucia que estaba. A la cuarta vez ya pude beber”.
Sacerdote DUOC UC  Sede Valparaíso 
Ahora nuestra mirada se dirige hacia el Evangelio. Allí encontramos que Jesús cansado de tanto caminar, se sentó junto al pozo de Jacob. De pronto, una mujer viene a sacar agua, la cual era de la región de Samaría. Jesús,  ante la sorpresa de quienes le acompañaban,  dice a la mujer: “El que tome del agua que Yo le daré, nunca más tendrá sed, el agua que Yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la Vida Eterna” (San Juan IV,14).
Entonces, esa vertiente que brotó generosamente aquel día de Febrero en Lourdes, y que perdura hasta nuestros días,  es un signo del “agua viva” que nos ofrece Jesús con su gracia, de manera particular en la Santa Comunión, donde no solo somos objeto de una bendición sino sujetos que participamos de la vida de Cristo, el autor de toda gracia presente real y substancialmente en la Hostia consagrada.
Hoy haremos entrega de agua bendita para que la lleven a vuestros hogares. Es un sacramental que nos predispone a recibir más eficazmente los sacramentos que nos previenen de las acechanzas del demonio, quien como sabemos  no descansa ni declina en su intención por alejarnos de la amistad con nuestro Dios.
¿Pueden unas gotas de agua traernos bendición? La repuesta nos la da la extensa plegaria que establece el ritual de bautismo para bendecir el agua. Allí nos recuerda desde la creación hasta el calvario cómo Dios usó del agua para limpiar, fortalecer, animar y refrescar la fe a lo largo de toda la historia del hombre, que desde el advenimiento de Jesús,  se hizo historia de salvación.
Entonces, valoremos aquellos sacramentales que la Iglesia nos ofrece a lo largo del Año Litúrgico. Día atrás recibimos en la festividad de Nuestra Señora de la Purificación un cirio que representaba a Jesús “Luz del Mundo” (San Juan VIII, 12), ahora, en nuestras manos tendremos el agua bendita que nos hará recordar aquella utilizada el día de nuestro bautismo según dicta la fórmula establecida en el ritual romano. “Que esta agua recuerde nuestro bautismo en Cristo que por nosotros murió y  resucito”.
Misa Capilla DIOC Valparaíso.      

El episodio que nuestra Iglesia celebra hoy, aconteció al interior de una pequeña gruta de piedra. Tampoco es casual el hecho que la Virgen apareciera allí, pudiendo haberlo hecho en cualquier otro lugar. Y esto sucedió para evocar a Dios como en quien nos podemos confiar siempre, a todo evento. Dieciocho veces se presentó la Virgen a Santa Bernardita Soubirous en la Gruta rocosa de Massabielle. Recordemos que la Santa Biblia nos dice que “Dios es nuestra roca”. ¡En quien con seguridad nos podemos afirmar  cuando estamos debilitados” Así leemos en el Salmo XVII: “Dios mío, refugio mío. ¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios? …! Alabad al señor, bendita sea mi roca!
Nunca deja de sorprendernos como un niño, cómo un hijo  recobra la seguridad y aleja toda tristeza con la sola cercanía de su madre. De hecho la única pena que estrictamente se pasa solo es aquella que se experimenta ante la partida de quien como señalo un santo obispo: “ Es mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una mujer que, siendo joven tiene la reflexión de una anciana, y en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud; la mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños; una mujer que siendo rica, daría con gusto su tesoro para no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud; una mujer que siendo débil se reviste a veces con la bravura del león; una mujer que mientras vive no la sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero que después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus latidos”.
Coincidente con esta fiesta mariana de Lourdes, hoy rezamos nuestra Santa Misa a la hora de Vísperas por el eterno descaso del alma de doña Rosa Pacheco Gil de Riffo, con el fin de aplicar todos los méritos obtenidos por Cristo en la Cruz en beneficio de su Vida Eterna. Para el creyente nada es casual, todo tiene a Dios como origen, sustento y destino, por lo que, si en un día como hoy, hace cuatro años,  Dios quiso llamarla, recurrimos a  la Madre de Dios, para que con su manto protector sea abogada nuestra y refugio seguro de los pecadores e interceda en su condición de medianera universal de toda gracia, apoyada por la oración nuestra,  cuya eficacia fue garantizada por el mismo Cristo cuando proclamó: “Todo lo que pidan en mi nombre os será concedido”. Amén.

Padre Jaime Herrera González, Sacerdote Diócesis de Valparaíso, Chile.

                




domingo, 8 de febrero de 2015

Jesucristo: Experto en momentos difíciles



FECHA:  QUINTO DOMINGO   /   TIEMPO ORDINARIO   /   CICLO “B”.

1.      “Al acostarme, digo: ¿Cuándo llegará el día? Al levantarme: ¿Cuándo será de noche?, y hasta el crepúsculo ahí estoy de sobresaltos”. (Job VII,4)
Cuando recién el Señor nos está dando a conocer cómo debemos ser verdaderos apóstoles, de pronto nos invita a tener fe en los momentos de adversidad e implorar el don de la fortaleza y la virtud de la perseverancia.
En efecto, por diversas circunstancias nuestra educación adolece seriamente de la formación humana de saber sobreponerse a la adversidad, lo que tiene como consecuencia de dejar todo a medio camino, y abandonar lo iniciado ante el menor atisbo de dificultad. Esto ocasiona que terminemos en el mejor de los casos en  la improvisación, pues en la mayoría de ellos, tendremos una actitud abúlica, y de desinterés. Edificios a medio terminar,  campos a medio plantar, caminos a medio pavimentar, lo vemos frecuentemente, en una visión “macro”,  pero en la vida “micro”, en la vida cotidiana de cada uno, son múltiples las cosas que dejamos a medio terminar.
Leemos en el Evangelio que: “Cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.» Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido” (San Marcos I, 35-38). El Señor no espero el amanecer, ni la luz del día para emprender su camino, sino que lo hizo  “cuando todavía estaba oscuro”. Es decir, no debemos esperar condiciones favorables, o beneficios humanos determinados, o como dicen los futbolistas “que se den las cosas”, para hacer el mejor esfuerzo y tomar determinada iniciativa pastoral o apostólica, a la que el Señor nos esté invitando.
Todo momento es proclive para quien ama a Dios, cualquier  tiempo es el mejor cuando de salvar las almas se trata, pues ¡es la caridad de Cristo la que nos urge! No hay que regatear con la voluntad de Dios, la cual ha de ser un imperativo en nuestro obrar.
Más tarde, mañana, después y más rato suelen ser expresiones de  buenas intenciones, pero que oculta un sesgo de desinterés, menosprecio, dilación innecesaria.
El apostolado involucra la totalidad de nuestro ser: por eso dice el evangelio: “se puso de pie”, “salió” y “fue”. Nuestro Señor no anda con medias tintas, es resuelto en el actuar. “Se dijo,  se hizo”. La educación imperante hace mucho tiempo en nuestra Patria hace que tengamos en general una actitud dilatoria. Y esto se ha acrecentado los últimos años donde se ha promocionado una vida llena de derechos ausente casi totalmente de deberes.
Por otra parte el cumplimiento del deber está casi sujeto a si uno es observado o no en su cumplimiento. Esto hace tener una vida infantiloide, que es incapaz de enfrentar el cumplimiento de los deberes sin que tenga que ser observado.
La falta de probidad en la vida pública, la irresponsabilidad en la conducción de vehículos y el alto número de infracciones, el desconocimiento de la propiedad intelectual ajena, el modo cómo  que se asumen los trabajos y se dejan con tanta ligereza, sólo tienen como origen la falta del don de fortaleza en nuestra sociedad, en la cual el límite del cumplimiento está en la duración de las ganas que eventualmente se puedan tener.
Si tengo ganas hago esto ¿y si no tiene deseo? No lo hago. Ese es el criterio decisivo que tenemos para cumplir nuestros deberes: las ganas. Por esto se hace necesario crecer en la virtud de la perseverancia, según enseña el Apóstol San Pablo: “Pues Dios, según su bondadosa determinación, es quien hace nacer en ustedes los buenos deseos y quien los ayuda a llevarlos a cabo” (Filipenses II, 13). A grandes desafíos, gran perseverancia.
¿Qué implica la perseverancia? Es un valor que radica en la resolución y el esfuerzo que se emplea para alcanzar una meta y obtener un desafío. Una persona motivada es una persona que está en movimiento, vale decir,  que el impulso inicial se sostiene luego en infinitud de nuevos reimpulsos, que permiten avanzar y llegar al destino propuesto por el camino de la perseverancia. Santo Tomas de Aquino nos dice que la perseverancia es una virtud que necesita del don de la gracia habitual, pero requiere del auxilio gratuito de Dios que conserve nuestra alma en el bien hasta el fin de la vida. (Suma Teologica, Parte Segunda, cuestión 137).

2.      “Él sana a los de roto corazón, y venda sus heridas” (Salmo CXVIIL, 3).
El refranero popular en ocasiones nos ayuda a sintetizar, lo que en ocasiones nos resulta arduo. En este caso, ante la virtud de la perseverancia diremos: “el que la sigue, la consigue”. Sea una carrera en educación superior, sea la obtención de una plaza laboral, y recibir  la atención de la persona bien amada, en todo se puede aplicar el valor de la perseverancia en el creyente. “Qui autem perseveraverit usque in finem, hic salvus erit” (S. Mateo X, 22.) “Aquel que persevere hasta el fin, será santo”. 
Habitualmente recurrimos a la enseñanza de los Santos, porque ellos vivieron como nosotros, pero vivieron bien, es decir, hasta lograr la perfección en la búsqueda de una vida virtuosa y santa. El Santo Cura de Ars, se caracterizó por entregar notables enseñanzas en sus sermones, uno de los cuales dedicó puntalmente a la perseverancia. Conocedor de las almas, y experto en administrar el sacramento de la confesión, nos entrega cinco puntos para meditar sobre esta virtud, tan necesaria en nuestros días.

Docilidad a la gracia: “El primer medio para perseverar en el camino que conduce al cielo, es ser fiel en seguir y aprovechar los movimientos de la gracia que Dios tiene a bien concedernos. Los santos no deben su felicidad más que a su fidelidad en seguir los movimientos que el Espíritu Santo les enviara”.
En efecto, mientras muchos tratan de vivir una libertad egoísta y desenfrenada que termina encallando en un libertinaje esclavizador, como fieles debemos saber que sólo dejándonos mover por Dios alcanzaremos la verdadera libertad que no se desvanece ni se apolilla. En la medida que aumenta nuestra dependencia en Dios,  crece la genuina independencia, pues es el amor de Dios quien nos hace nos hace libres. ¡No creamos en las alegrías del mundo que eslavizan el alma! ¡No existe la felicidad al margen de la fidelidad!
No ser mundanos: “Debéis huir del mundo, ya que su lenguaje y su manera de vivir son enteramente opuestos a lo que el cristiano debe hacer, es decir, son incompatibles con el comportamiento de una persona que anda en busca de los medios más seguros para llegar al cielo”.  Gran importancia debe tener este consejo del Patrono de quienes tienen cura de almas, si consideramos que,  nuestro Señor en la Última Cena,  pidió que,  insertos en este mundo no fuéramos mundanos, lo cual implica que la opción de ser cristiano pasa no sólo por procurar tener los mismos sentimientos del Corazón de Cristo, sino por además, con determinada determinación llevar a la vida cotidiana lo que Dios nos pide: sin atenuación, sin recorte y sin tardanza.
Es evidente que en medio de la cultura que estamos viviendo nos vemos urgidos a optar por determinado estilo de vida: o de Cristo o del mundo, no siendo posible la mezcla de lo uno y otro en un gelatinoso agiornamiento de las costumbres,  toda vez que,  si nuestro Dios es exigente y exige absoluta fidelidad, el espíritu del mundo, en su esencia,  no desea compartir su libertinaje: Nuestro Dios es un Dios celoso, pero el mundanismo es un falso ídolo celópata, del cual debemos resueltamente alejarnos de su espíritu y de su vida.
Oración constante: San Juan María Vianney, en tercer lugar nos dice que “la oración es absolutamente necesaria para perseverar en la gracia, después de haber recibido ésta en el sacramento de la Confesión. Con la oración todo lo podéis, sois dueños, por decirlo así, del querer de Dios, mas, sin la oración, de nada sois capaces”. Con claridad lo dijo Jesús: “Orad para no caer en la tentación”, por lo tanto la perseverancia tiene en la oración un pilar insustituible, sin la cual todo esfuerzo queda en una simple buena intención que queda a mitad de camino.
Tan importante es la oración, que ni el pecado la hace totalmente infecunda si consideramos que previa a la confesión sacramental se da siempre una plegaria que clama misericordia y no deja de agradecer la nueva oportunidad de retomar el camino de Dios, del Evangelio y de su Iglesia Santa. Entonces, si Dios mueve al mundo, a Dios lo mueve la oración.
Vida sacramental activa: Un aspecto no menor, para mantenernos perseverantes en el camino propuesto, nos enseña el santo sacerdote citado,  es que “una persona que frecuenta los sacramentos hace que el demonio pierda todo su poder sobre ella”. Podemos tener muchos conocimientos, haber pertenecido desde la infancia a tal comunidad, poseer una familia creyente, incluso tener un acrecentado espíritu de oración, pero si no recibimos los sacramentos por flojera o negligencia el camino para ser fieles se verá interrumpido por nuestra inconstancia. Lo que es el alimento para el cuerpo humano que lo fortalece y hace crecer, es la vida sacramental para nuestra alma. ¡Sin ellos quedamos exánimes! 
Espíritu de mortificación: Finalmente, sentencia el Cura de Ars, que “hemos de practicar la mortificación: este es el camino que siguieron todos los santos. O castigáis vuestro cuerpo de pecado, o no permaneceréis mucho tiempo sin recaer”. Lo anterior lo hacen incluso quienes para ganar una competencia deportiva se privan de aquello que es legítimo y hasta necesario. Se come menos, no se “carretea”, se abstiene de vida conyugal, no ingiere gaseosas ni alcoholes, algunos alimentos están vedados, en fin,  los ejemplos pueden multiplicarse con amplitud, y esto sólo para obtener una presea oxidable. Entonces, para obtener el trofeo de la Vida Eterna ¿de qué nos privaremos y mortificaremos? La escuela de los santos es la más segura porque llegaron al Cielo, entonces no dudemos en seguir cada uno de estos consejos si verdaderamente anhelamos alcanzar la bienaventuranza eterna. Amen.


Sacerdote Jaime Herrera González, Cura Párroco de Puerto Claro en Valparaíso.