domingo, 8 de febrero de 2015

Jesucristo: Experto en momentos difíciles



FECHA:  QUINTO DOMINGO   /   TIEMPO ORDINARIO   /   CICLO “B”.

1.      “Al acostarme, digo: ¿Cuándo llegará el día? Al levantarme: ¿Cuándo será de noche?, y hasta el crepúsculo ahí estoy de sobresaltos”. (Job VII,4)
Cuando recién el Señor nos está dando a conocer cómo debemos ser verdaderos apóstoles, de pronto nos invita a tener fe en los momentos de adversidad e implorar el don de la fortaleza y la virtud de la perseverancia.
En efecto, por diversas circunstancias nuestra educación adolece seriamente de la formación humana de saber sobreponerse a la adversidad, lo que tiene como consecuencia de dejar todo a medio camino, y abandonar lo iniciado ante el menor atisbo de dificultad. Esto ocasiona que terminemos en el mejor de los casos en  la improvisación, pues en la mayoría de ellos, tendremos una actitud abúlica, y de desinterés. Edificios a medio terminar,  campos a medio plantar, caminos a medio pavimentar, lo vemos frecuentemente, en una visión “macro”,  pero en la vida “micro”, en la vida cotidiana de cada uno, son múltiples las cosas que dejamos a medio terminar.
Leemos en el Evangelio que: “Cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.» Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido” (San Marcos I, 35-38). El Señor no espero el amanecer, ni la luz del día para emprender su camino, sino que lo hizo  “cuando todavía estaba oscuro”. Es decir, no debemos esperar condiciones favorables, o beneficios humanos determinados, o como dicen los futbolistas “que se den las cosas”, para hacer el mejor esfuerzo y tomar determinada iniciativa pastoral o apostólica, a la que el Señor nos esté invitando.
Todo momento es proclive para quien ama a Dios, cualquier  tiempo es el mejor cuando de salvar las almas se trata, pues ¡es la caridad de Cristo la que nos urge! No hay que regatear con la voluntad de Dios, la cual ha de ser un imperativo en nuestro obrar.
Más tarde, mañana, después y más rato suelen ser expresiones de  buenas intenciones, pero que oculta un sesgo de desinterés, menosprecio, dilación innecesaria.
El apostolado involucra la totalidad de nuestro ser: por eso dice el evangelio: “se puso de pie”, “salió” y “fue”. Nuestro Señor no anda con medias tintas, es resuelto en el actuar. “Se dijo,  se hizo”. La educación imperante hace mucho tiempo en nuestra Patria hace que tengamos en general una actitud dilatoria. Y esto se ha acrecentado los últimos años donde se ha promocionado una vida llena de derechos ausente casi totalmente de deberes.
Por otra parte el cumplimiento del deber está casi sujeto a si uno es observado o no en su cumplimiento. Esto hace tener una vida infantiloide, que es incapaz de enfrentar el cumplimiento de los deberes sin que tenga que ser observado.
La falta de probidad en la vida pública, la irresponsabilidad en la conducción de vehículos y el alto número de infracciones, el desconocimiento de la propiedad intelectual ajena, el modo cómo  que se asumen los trabajos y se dejan con tanta ligereza, sólo tienen como origen la falta del don de fortaleza en nuestra sociedad, en la cual el límite del cumplimiento está en la duración de las ganas que eventualmente se puedan tener.
Si tengo ganas hago esto ¿y si no tiene deseo? No lo hago. Ese es el criterio decisivo que tenemos para cumplir nuestros deberes: las ganas. Por esto se hace necesario crecer en la virtud de la perseverancia, según enseña el Apóstol San Pablo: “Pues Dios, según su bondadosa determinación, es quien hace nacer en ustedes los buenos deseos y quien los ayuda a llevarlos a cabo” (Filipenses II, 13). A grandes desafíos, gran perseverancia.
¿Qué implica la perseverancia? Es un valor que radica en la resolución y el esfuerzo que se emplea para alcanzar una meta y obtener un desafío. Una persona motivada es una persona que está en movimiento, vale decir,  que el impulso inicial se sostiene luego en infinitud de nuevos reimpulsos, que permiten avanzar y llegar al destino propuesto por el camino de la perseverancia. Santo Tomas de Aquino nos dice que la perseverancia es una virtud que necesita del don de la gracia habitual, pero requiere del auxilio gratuito de Dios que conserve nuestra alma en el bien hasta el fin de la vida. (Suma Teologica, Parte Segunda, cuestión 137).

2.      “Él sana a los de roto corazón, y venda sus heridas” (Salmo CXVIIL, 3).
El refranero popular en ocasiones nos ayuda a sintetizar, lo que en ocasiones nos resulta arduo. En este caso, ante la virtud de la perseverancia diremos: “el que la sigue, la consigue”. Sea una carrera en educación superior, sea la obtención de una plaza laboral, y recibir  la atención de la persona bien amada, en todo se puede aplicar el valor de la perseverancia en el creyente. “Qui autem perseveraverit usque in finem, hic salvus erit” (S. Mateo X, 22.) “Aquel que persevere hasta el fin, será santo”. 
Habitualmente recurrimos a la enseñanza de los Santos, porque ellos vivieron como nosotros, pero vivieron bien, es decir, hasta lograr la perfección en la búsqueda de una vida virtuosa y santa. El Santo Cura de Ars, se caracterizó por entregar notables enseñanzas en sus sermones, uno de los cuales dedicó puntalmente a la perseverancia. Conocedor de las almas, y experto en administrar el sacramento de la confesión, nos entrega cinco puntos para meditar sobre esta virtud, tan necesaria en nuestros días.

Docilidad a la gracia: “El primer medio para perseverar en el camino que conduce al cielo, es ser fiel en seguir y aprovechar los movimientos de la gracia que Dios tiene a bien concedernos. Los santos no deben su felicidad más que a su fidelidad en seguir los movimientos que el Espíritu Santo les enviara”.
En efecto, mientras muchos tratan de vivir una libertad egoísta y desenfrenada que termina encallando en un libertinaje esclavizador, como fieles debemos saber que sólo dejándonos mover por Dios alcanzaremos la verdadera libertad que no se desvanece ni se apolilla. En la medida que aumenta nuestra dependencia en Dios,  crece la genuina independencia, pues es el amor de Dios quien nos hace nos hace libres. ¡No creamos en las alegrías del mundo que eslavizan el alma! ¡No existe la felicidad al margen de la fidelidad!
No ser mundanos: “Debéis huir del mundo, ya que su lenguaje y su manera de vivir son enteramente opuestos a lo que el cristiano debe hacer, es decir, son incompatibles con el comportamiento de una persona que anda en busca de los medios más seguros para llegar al cielo”.  Gran importancia debe tener este consejo del Patrono de quienes tienen cura de almas, si consideramos que,  nuestro Señor en la Última Cena,  pidió que,  insertos en este mundo no fuéramos mundanos, lo cual implica que la opción de ser cristiano pasa no sólo por procurar tener los mismos sentimientos del Corazón de Cristo, sino por además, con determinada determinación llevar a la vida cotidiana lo que Dios nos pide: sin atenuación, sin recorte y sin tardanza.
Es evidente que en medio de la cultura que estamos viviendo nos vemos urgidos a optar por determinado estilo de vida: o de Cristo o del mundo, no siendo posible la mezcla de lo uno y otro en un gelatinoso agiornamiento de las costumbres,  toda vez que,  si nuestro Dios es exigente y exige absoluta fidelidad, el espíritu del mundo, en su esencia,  no desea compartir su libertinaje: Nuestro Dios es un Dios celoso, pero el mundanismo es un falso ídolo celópata, del cual debemos resueltamente alejarnos de su espíritu y de su vida.
Oración constante: San Juan María Vianney, en tercer lugar nos dice que “la oración es absolutamente necesaria para perseverar en la gracia, después de haber recibido ésta en el sacramento de la Confesión. Con la oración todo lo podéis, sois dueños, por decirlo así, del querer de Dios, mas, sin la oración, de nada sois capaces”. Con claridad lo dijo Jesús: “Orad para no caer en la tentación”, por lo tanto la perseverancia tiene en la oración un pilar insustituible, sin la cual todo esfuerzo queda en una simple buena intención que queda a mitad de camino.
Tan importante es la oración, que ni el pecado la hace totalmente infecunda si consideramos que previa a la confesión sacramental se da siempre una plegaria que clama misericordia y no deja de agradecer la nueva oportunidad de retomar el camino de Dios, del Evangelio y de su Iglesia Santa. Entonces, si Dios mueve al mundo, a Dios lo mueve la oración.
Vida sacramental activa: Un aspecto no menor, para mantenernos perseverantes en el camino propuesto, nos enseña el santo sacerdote citado,  es que “una persona que frecuenta los sacramentos hace que el demonio pierda todo su poder sobre ella”. Podemos tener muchos conocimientos, haber pertenecido desde la infancia a tal comunidad, poseer una familia creyente, incluso tener un acrecentado espíritu de oración, pero si no recibimos los sacramentos por flojera o negligencia el camino para ser fieles se verá interrumpido por nuestra inconstancia. Lo que es el alimento para el cuerpo humano que lo fortalece y hace crecer, es la vida sacramental para nuestra alma. ¡Sin ellos quedamos exánimes! 
Espíritu de mortificación: Finalmente, sentencia el Cura de Ars, que “hemos de practicar la mortificación: este es el camino que siguieron todos los santos. O castigáis vuestro cuerpo de pecado, o no permaneceréis mucho tiempo sin recaer”. Lo anterior lo hacen incluso quienes para ganar una competencia deportiva se privan de aquello que es legítimo y hasta necesario. Se come menos, no se “carretea”, se abstiene de vida conyugal, no ingiere gaseosas ni alcoholes, algunos alimentos están vedados, en fin,  los ejemplos pueden multiplicarse con amplitud, y esto sólo para obtener una presea oxidable. Entonces, para obtener el trofeo de la Vida Eterna ¿de qué nos privaremos y mortificaremos? La escuela de los santos es la más segura porque llegaron al Cielo, entonces no dudemos en seguir cada uno de estos consejos si verdaderamente anhelamos alcanzar la bienaventuranza eterna. Amen.


Sacerdote Jaime Herrera González, Cura Párroco de Puerto Claro en Valparaíso.
           


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