viernes, 24 de abril de 2015

Buenos pastores desde la misericordia de Dios

  CUARTO DOMINGO   /   TIEMPO DE PASCUA   /   CICLO “B”.

Jornada de Oración por las Vocaciones Sacerdotales
1.      “Ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazareno (Hechos IV, 10).
Las lecturas de este día convergen a una realidad, sintetizada en un apelativo que Jesús dice de sí mismo: “Yo soy el Buen Pastor”. En efecto, ese nombre da origen a la celebración del  día del  Buen Pastor que hunde su raíz en la misma era apostólica, y en los años inmediatamente posteriores donde arreciaba la persecución de los primeros discípulos. Sin duda es una de las devociones más arraigadas en el pasado como también en el presente, en efecto, las imágenes de un hombre que lleva una oveja sobre sus hombros se encuentra con frecuencia en las catacumbas romanas de San Calixto  en tanto que la denominación de Buen  Pastor da origen a los primeros escritos sobre la fe como es el Pastor de Hermas, escrito por un creyente de Roma, hermano del Papa Pio I el año 130 después de Cristo.
Ya el Antiguo Testamento nos habla Dios como un Buen Pastor: Lo encontramos en el Salmo: “El Señor es mi Pastor nada me habrá de faltar” (XXIII, 1). Luego, leemos en el profeta Ezequiel: “Dice Dios: como el pastor vela por su rebaño, así velaré yo por mis ovejas, la oveja perdida buscaré" (XX”IV, 12). De la misma manera el profeta: anuncia que Dios  “como Pastor pastorea su rebaño” (Isaías XL, 11).  Entonces, descubrimos que en la preparación para el advenimiento del Señor la figura del Buen Pastor es manifestada por Dios, anunciada por los profetas y reconocida por los hombres. La viva expectación del Mesías pasaba por la proclamación de quien sería un rey victorioso por cierto, pero que tendría las características de un pastor ocupado por su rebaño.
En la plenitud de los tiempos, al revelar Dios su vida misma en Jesucristo, descubrimos que las características de nuestro Dios, que leemos en la naturaleza que nos habla de Él, y  que no  dejamos de  mirar su mano a lo largo de la historia, nos esbozan el rostro de un Dios, todopoderoso, eterno, que todo lo sabe, y que, revestido de una divina misericordia –como celebramos hace dos semanas- hoy se nos presenta como Quien “apaña sin límites”, “recibe a toda hora”, “acoge a todos”, “tiende su protección a los más débiles” y  “no deja de iluminar a los más fuertes”. Nadie se salva sino es por medio de Cristo: ni la indigencia redime, como tampoco lo hace la falsa sabiduría, es el Señor con su gracia que siempre puede más, el único que da seguridad para alcanzar la salvación, puesto que  “Él es el Camino, la Verdad y la Vida”.
Caminando hacia la celebración del Jubileo de la Misericordia, al que el Romano Pontífice nos ha invitado a inaugurar en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, la figura del Buen Pastor se alza como el ejemplo a seguir y la fuente desde donde tomar la sabia necesaria para testimoniar los sentimientos que palpitaban en el Corazón de Jesús que nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde” ¿Qué aprendemos hoy del Buen Pastor?
Sacerdote  Jaime  Herrera  Procesión  del Carmen

2.      “La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido”  (Salmo CXVIII, 22).
Es que el Pastor está vinculado vitalmente con sus ovejas, como Dios ha querido estarlo desde que el Verbo asumió en todo la condición humana menos el pecado, haciendo que cada página de la vida humana no pueda ser comprendida sino desde el camino de la salvación. En Cristo, la historia del hombre es historia de salvación, por ello nada que sea plenamente humano puede ser neutro a la mirada y la acción de Jesús como Buen Pastor, quien es el primero en estar anheloso de que seamos santos.
¿Olvidaremos acaso que Cristo es el Pastor que derramó su sangre en la cruz para salvarnos?
¿Olvidaremos que ninguna ave cae del cielo a tierra sin que Dios lo permita, por lo que, cuánto no dejará de hacer para rescatar a aquellas almas al borde del precipicio del infierno?
Hay una profunda unión entre la Divina Misericordia y la presencia del Buen Pastor: no existe un verdadero pastor que no sienta en su corazón el devenir de sus ovejas. La alegría anunciada por la conversión de un solo pecador que se arrepiente es repicada en el cielo mismo, qué decir de las gracias que Dios concederá a los que puestos en los hombros del Buen Pastor y a quienes rescatados desde el ocaso de las seguridades, tengan una vida nueva que les permita transmitir el amor experimentado del Buen Pastor ahora expresado hacia quienes más lo necesitan.
La historia nos enseña el poder inmenso que tiene un alma que vive en la gracia de Dios, cómo luego manifiesta la convicción del perdón recibido hacia quienes lo necesitan con urgencia, porque,  si todo don recibido es de suyo dado a la Iglesia entera, entonces, se hace realidad la exhortación de Apóstol: “La caridad de Cristo nos urge” (2 Corintios V, 14).
El Buen Pastor está urgido…de: buscar, de alimentar, de sanar, de acompañar, especialmente a las ovejas débiles y descarriadas, para lo cual no escatima esfuerzos por fortalecerlas y dejarlas bien encaminadas. No teme accidentarse en su búsqueda, no espera un tiempo favorable para ir en su búsqueda, no repara en otros apoyos ni audaces soluciones, simplemente sabe que es el amor el imperativo definitivo. Es el amor el que tiene la última palabra, y es el amor el que pone el punto final en las determinaciones y acciones que emprende el Buen Pastor.
Cada uno de los que está aquí presente, y que ha sido bautizado, tiene conciencia que al final de nuestros días seremos juzgados por una realidad: La primacía del amor a Dios y la primacía del amor en Dios al prójimo. Entonces, como en un espejo, hoy miramos la figura del Buen Pastor como el ícono al que procuraremos imitar y la piedra sobre la cual nos hemos de apoyar para ser contados como parte del rebaño de Jesús el Buen Pastor.
3.      “Seremos semejantes a Él” (1 San Juan III, 2).
La Segunda lectura es breve. Y, contiene una frase de mucho contenido para los creyentes: “seremos semejantes a Él”. Y, es que desde las primeras páginas de la Santa Biblia leemos que,  formados por las manos de Dios, el hombre y la mujer, poseen un origen y un destino que necesariamente nos lleva al Creador y Redentor, por lo que sólo desde el misterio de Dios se explica cada uno de los misterios de la vida humana. La luz de Cristo resucitado no deja recoveco alguno de nuestra vida que no tenga sentido desde y hacia la persona de Cristo.
Lo anterior tiene múltiples consecuencias en el plano de la vida espiritual, de la vida cristiana y de la vida sacerdotal, pues no escapa a cualquier análisis que en la actualidad subsisten dos acendradas tentaciones: la tendencia a endiosar el progreso y la pretendida autonomía del hombre de todo, incluso de su creador.  En efecto, entre los dogmas del hombre actual está el pseudoreconocimiento del avance constante  y la  idolatría de la novedad. Por desgracia, no sólo fuera sino que –también- al interior de nuestra Iglesia no faltan quienes proponen falsas novedades que terminan minando las seguridades y las convicciones enseñadas y sostenidas por la Iglesia durante dos milenios, y que gozan de la certeza que emerge de la inerrancia bíblica y de la infalibilidad prometida por Jesucristo: “El poder del mal no prevalecerá”.
Entonces, aquella fe que es un don que hemos de implorar,  es la única que puede anclar al hombre en la certeza que da la persona de Jesucristo y la convicción de estar navegando en aguas turbulentas en la única nave que, zarandeada y herida en su andar, nos conduce al puerto cuya claridad no tiene ocaso y cuya firmeza no se diluye ni merma.
En la lectura primera el testimonio de San Pedro es muy elocuente. Un momento parecía estar seguro en una barca y Jesús le pide dar un paso en un mar tempestuoso y un viento huracanado. Lo hizo, pero por un instante se hundió hasta que sólo depositó la mirada en Jesús y sólo escucho las palabras del Señor sobre el rugir de las agua. Su fe no mermó por su debilidad sino que terminó consolidándose, al igual que habiendo prometido la compañía fiel terminó negando ¡tres veces seguidas! el  hecho de haber conocido al Señor. ¡Y, Dios pudo más! Y, Simón Pedro logró colocarse de pie por la fuerza de la fe y por la vivencia de saberse perteneciente a la Iglesia, de la cual sería guía y testigo.
¿Qué llevó a Simón Pedro anunciar a Cristo hasta el martirio? Sin duda no fie su humana sabiduría, si su fuerza, ni su experiencia, tampoco, su locuacidad ni sus virtudes políglotas, ¿Qué fue?  Recordemos que ir a anunciar el Evangelio de Cristo al imperio más poderoso de la tierra requería de algo muy especial… ¿Qué era? Indudablemente, la fe recibida y profesada. Eso convirtió y convenció, con presteza a los primeros creyentes,  los cuales no se encandilaron con las novedades, ni se apoyaron en sus capacidades, sino que repitieron aquella plegaria: “Señor, ¿dónde podemos ir? ¡Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna!”.
“El buen pastor da su vida por las ovejas” (San Juan X, 11).
Uniéndonos a la plegaria de la Iglesia, en este día celebramos la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones al sacerdocio. Nuestra Iglesia enfrenta una grave crisis vocacional desde hace décadas. El número actual de vocaciones no da el ancho necesario para suplir la partida de los sacerdotes que mueren, que se enferman, que son muy ancianos, y que por desgracia no permanecen fieles a las promesas hechas, de quienes traicionan su vida consagrada y bautismal con conductas reprobables y delictivas.

Por el número de habitantes de nuestra diócesis, y la cantidad de parroquias, se requiere de tener por lo menos tres ordenaciones anuales, lo cual implica tener por lo menos unos sesenta seminaristas habida consideración que la perseverancia en nueve años es de un tercio. En la actualidad, el Pontificio Seminario Mayor de San Rafael en Lo Vásquez tiene sólo una veintena de seminaristas. Tres décadas atrás se empinaba a casi un centenar.
Entonces, la oración de la comunidad católica de la diócesis es tan urgente como necesaria: ¡Toquemos el cielo con la plegaria de cada comunidad! ¿Por qué somos capaces de hacer oración por los enfermos, por las víctimas de catástrofes, y no por el drama de tener hipotecada la atención sacerdotal de las futuras generaciones?
Si en la Diócesis de Valparaíso encontramos varios colegios bajo su conducción, a través de un Departamento de Educación Católica… ¿Dónde están las vocaciones?
Si en la Diócesis de Valparaíso hay una Universidad Católica Pontificia, y dos Centro de Formación Técnico Profesional confesionales ¿Dónde están las vocaciones?
Si la Diócesis de Valparaíso tiene una radio que irradia sus ondas a toda la región y un canal dependiente de la Universidad Pontificia, que es el más antiguo del país… ¿Dónde están las vocaciones?
Los medios están… Las personas están… ¿Qué nos falta para revertir la crisis vocacional? Fe, convicción y fantasía, por esto,  durante esta semana -todos los días- procuraremos hacer una oración por las vocaciones a las diez de la noche pidiendo tener numerosos y santos sacerdotes en el Seminario Mayor de Lo Vásquez. ¡Una cadena de oración vocacional!
En segundo lugar: Golpear las puertas del Corazón de la Virgen María, que como buena madre desea lo mejor para su Hijo y Dios, por ello, a través del Santo Rosario, su oración predilecta, le pediremos tener sacerdotes según el Sagrado Corazón para cuiden a Jesucristo, el Hijo de María con sincera devoción eucaristía y la diaria celebración de la Santa Misa en la cual se expresa en toda su grandeza la vida sacerdotal: ¡Tal Misa, tal sacerdote! Amén.
Sacerdote Jaime Herrera González /Cura Párroco de Puerto Claro /Valparaíso /Chile


viernes, 17 de abril de 2015

Charla sobre la vigencia del celibato eclesiástico

 “POR AMOR AL REINO DE LOS CIELOS”

Su Santidad Francisco ha visitado  Tierra Santa. Al igual que un día lo hicieran sus más inmediatos sus predecesores, Beato Pablo VI (1964), San Juan Pablo II (2000), y Benedicto XVI (2009). Durante el viaje de  regreso a la Sede de Pedro, el Santo Padre esbozó una serie de afirmaciones en medio de una rueda de prensa que ya se ha hecho habitual durante el vuelo. Como es de suponer la agudeza de los periodistas, cuya próvida experticia probablemente los hace ir en ese selecto vuelo, se esmera en sacar una buena cuña tal como fue la que logró la periodista al consultar sobre la vida de los sacerdotes ortodoxos en relación al celibato: “No es un dogma, siempre está abierta la puerta”.

Padre Jaime Herrera

Huelga decir la rapidez con que algunos sacaron cuestas alegres. Más de algún clerygjeans vería en esas palabras lo que los periodistas proclamaban en primera plana y en concurridos foros: la supresión del celibato.

Tomando el texto en su contexto, y circunscritas las palabras a lo dicho por el Sucesor de Pedro, podemos afirmar que “una puerta abierta” no necesariamente marca la posibilidad para discutir sobre la obligatoriedad del celibato, sino que implica la invitación a entrar a una mayor aceptación, y más rica valoración de este don, que desde hace unas décadas ha caído en el desprecio no sólo de ambientes extra eclesiales sino que también al interior de quienes están llamados a vivirlo en primera persona y recibirlo en tercera, toda vez que todo don entregado por Dios es conferido  para el bien de toda la Iglesia. Nadie puede apropiarse de un Don de Dios y  una vida no bastaría para agradecer haberlo recibido.

Es sabido que cuando una verdad de manera intencional se dice a medias, es porque está la intención de mentir. Se suele afirmar que la Iglesia “inventó” o “introdujo” el celibato en el siglo IV. Lo cierto, es que al interior de la Iglesia católica, que fue fundada por Jesucristo, de acuerdo a lo que los creyentes profesamos semanalmente en el Credo, dio origen al sacerdocio célibe desde aquel primer acto fundante, al momento de llamar a los discípulos por su nombre (San Mateo X, 1-2), los cuales “dejándolo todo” (San Lucas V, 11) lo siguieron. Redes, padres, hermanos, familias, proyectos personales, ideologías, pasado, presente y futuro: ¡Todo  es todo,  no la sola  parte de algo! ¡Dios no quiere competencia!

La esmerada formación de unos, sumada a la casi nula de algunos, no fue obstáculo para comprender a cabalidad que sólo existía una forma de responder a la invitación hecha por el Señor, a quien gradualmente reconocerían,  pero que desde el primer momento exigía radicalidad en el seguimiento. En caso particular de los doce Apóstoles, la misma llamada estuvo precedida de un acto personal y especial de Cristo que pasó “una noche entera en oración” (San Lucas VI, 12). Hubo un antes y un después en aquella jornada, la cual  para los discípulos marcaría indeleblemente el resto de sus días.

Si leemos detenidamente el Nuevo Testamento  no aparece en ningún párrafo alusión a que hayan tenido descendencia. De hecho, en ocasiones son citados por su nombre  nuevos discípulos como “teófilos” e “hijos espirituales”,mas, sería esperable que tanto en los cuatro evangelistas como en el relato de San Lucas de los Hechos de los Apóstoles hubiesen consignado el nombre de los familiares directos, pero no aparecen. ¡Solo la suegra de Simón Pedro aparece citada, la cual fue sanada por el Señor! (San Marcos I, 29-34). Si bien hay que reconocer que tuvieron familia, ningún texto bíblico certifica, ni lugares históricos posteriores lo afirman que hubiese una descendencia entendida más allá de la espiritual.

El hecho que San Juan Evangelista fuese el único apóstol que no muriese martirialmente ha de ser visto, en parte,  como una extensión de la gracia recibida. Los Padres de la Iglesia han visto en este hecho una consecuencia de la virginidad, y en consecuencia de su vida célibe. Este hecho, tiene consecuencias: quien debidamente valore el celibato como un camino de más perfección, valorará otros caminos de consagración, uno de los cuales es el santo matrimonio.

Como creyentes entendemos que la reciente “puerta abierta” a que aludió el Papa Francisco nos lleva a preguntarnos si acaso Jesucristo fue célibe ¿Por qué sus sacerdotes van a vivir de manera diferente? Pues, unívocamente los últimos pontífices han marcado claramente la ruta a los ungidos como sacerdotes, los cuales no sólo deben imitar a los discípulos de Jesucristo sino que primeramente deben configurarse con Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, de tal manera que son lo que representan y representan lo que son: Alter Chistus.

Esto último, es fundamental porque quien reconoce que su vocación a ser sacerdote no se detiene en la de un docente, un asistente social, un gestor cultural, o la un promotor de causas religiosas, sino que hunde su raíz más profunda en su unión con Cristo en el Altar, entonces, asumirá y promoverá el don del celibato como opción segura para ser aquel Jesús que –inmerecidamente- lo llamó un día.

El Sacerdote célibe hace presente a Jesús, le hace presente hoy al mundo tal como lo recuerda una plegaria del Siglo XIV: “Cristo, no tiene manos, tiene solamente nuestras manos para hacer el trabajo de hoy; Cristo no tiene pies, tiene solamente nuestros pies para guiar a los hombres en sus sendas; Cristo no tiene labios, tiene solamente nuestros labios para hablar a los hombres de sí; Cristo no tiene medio, tiene solamente nuestra ayuda para llevar a los hombres a sí. Nosotros somos la única Biblia que los pueblos leen aún, somos el único mensaje de Dios de Dios escrito en obras y palabras”. Por esto, con San Agustín decimos: Cuando el sacerdote apacienta, “es Cristo quien apacienta” (Sermón 46, Sobre los Pastores). Por medio del celibato del sacerdote: perpetuo, voluntario, y eclesial, Cristo prolonga su consagración y redención del mundo.

El celibato en la historia y en el mundo.
El celibato no es algo propio de la Iglesia Católica. San Pablo nos recuerda cómo se afana un deportista para obtener una presea terrenal, ¡Cuánto más deberá el creyente  sacrificarse para obtener aquello que no tiene fecha de vencimiento! El gran deportista Mohamed Ali reconocía que antes de una pelea de box previamente tenía semanas de vida célibe, al igual que no pocos deportistas lo hicieron con ocasión del mega evento futbolístico  realizado en Brasil.

Más, no sólo las razones deportivas seculares exigen una conducta célibe. Jeremías y el profeta Elías optaron por el celibato, antes de Cristo los rabinos enseñaban que existía la posibilidad de “casarse con la Torah” (la Palabra de Dios) y dedicarse por entero a su enseñanza y su profundización. El ejemplo más claro es el del apóstol San Pablo, no solo lo vivió sino que recomendó a otros a vivir célibemente como un camino de mayor configuración con Jesucristo (1 Corintio VII,7.17.32-35). El Apóstol de los gentiles  siempre refiere la virginidad y el celibato como un estado más perfecto y mejor que el matrimonio, porque este estado de vida expresa más claramente la entrega total a Cristo: “El hombre casado está dividido, y tiene que agradar a su mujer; pero los que permanecen célibes no tienen el corazón dividido, sino que están consagrados a Dios tanto en cuerpo como en espíritu: ellos viven sirviendo al Señor con toda dedicación” (1 Corintios VII, 32-35).

¡El Sacerdote no puede ser bígamo cuando se trata de hacer presente a Cristo en cada Altar!
Ya en el antiguo Testamento las tradiciones judías establecían el corte de pelo total como signo de una vida célibe, de ello se desprende por qué el monacato original exigía este signo, que luego se extendió para las religiosas que usaban toca o velo precisamente por lo corto de su cabellera, en tanto que los monjes usaban una capucha u otros distintivos.

Es importante reconocer que no es un mandato del Señor. Claramente el Apóstol San Pablo señala que no es un dogma (1 Corintios VII, 25), sino que constituye una invitación personal de Dios que concede el don del celibato a quienes libremente elige para ello. Como acontece en los misterios de Dios, sólo se pueden descubrir a la luz de la fe y por medio de las enseñanzas del Magisterio perenne que no deja de recordar lo dicho por el mismo Cristo: “El que pueda entender que entienda”.

Nuestra Iglesia  lo establece el camino del celibato como obligatorio,  en tanto que la confesión ortodoxa lo exige para quienes llegan al sacerdocio en plenitud,  tal como es el episcopado. ¡Ser de Cristo y tener la Iglesia como esposa exige la radicalidad del celibato!

Quizás, para muchos pase desapercibidos el hecho que los budistas vivan célibemente.   Ninguna cadena de noticias organice foros para que opinen sobre lo supuestamente anacrónico de ese estilo de vida. ¿Alguien ha escuchado pedir que los monjes budistas se casen?

Celibato: Una vida con amor y un amor con vida.

No es un dogma la pobreza de Cristo…acaso por ello se vivirá en la opulencia, o se menospreciará al que siga un camino exigente del consejo evangélico de vivir tal como Cristo que “no tenía donde reposar su cabeza” y cuyo cuerpo debió ser sepultado en una tumba prestada por José de Arimatea.
No es un dogma el celibato….Curioso que al interior de los ambientes más liberales y autodenominados modernos, saquen como argumento para modificar el celibato con el hecho que no sea un dogma. ¿Será que quieren dogmatizar su vida futura? En buena hora si acaso los dogmas rigen sus conductas, o terminan sus conductas modificando sus dogmas.

Debemos asumir que ha llegado la hora de explicitar “ciertas verdades” y “verdades ciertas” referentes al celibato. Seamos claros: quien cuestiona que los sacerdotes no se casen suelen argumentar,  de la misma manera,  en lo anacrónico del pudor, en lo imposible de una vida casta y en lo obsoleto de la santa pureza.

Hay un manifiesto interés entre quienes persiguen la pureza, la castidad, la virginidad y el celibato porque el estilo de vida que emerge del Evangelio siempre estará en contradicción, por más hipérboles casuísticas que se esgriman,  con los antivalores que la vida mundana ofrece. En este caso, se trata de desincentivar una vida que opte por la excelencia, por una vida que avance por la radicalidad de la virtud, y finalmente, que se deslave en una humana bondad la vocación que toda persona tiene desde el bautismo a ser santo.

¡Para qué tanto! Es lo que se escucha actualmente, olvidando que cuando Dios libérrimamente confiere una llamada, mira con cariño, e invita a cada uno por su nombre, no quiere competencia ni rivales, así como tampoco, dejará de exigir a quienes Él ha invitado a una vida más perfecta.  Los cantos de sirenas de las “morales de las circunstancias”, cuyos consejos tanto mal ocasionan, tienen una responsabilidad en la sequía vocacional porque desincentivan a los jóvenes cuyas vidas están en la etapa de los grandes ideales a optar por caminos en los cuales: de nada hay que privarse, no hay que hacer sacrificios, y tampoco por lo tanto,  será urgente implorar al Cielo aquellas gracias que no parecen necesarias.

Los epicúreos contemporáneos que frenéticamente se deslizan en la búsqueda del placer por el placer, suelen ser los primeros en no valorar el camino de la oración, como camino para estar con Dios. Orar es más que hablar de Dios, orar implica hablar con Dios, y conduce a estar con Dios. Si esto se deja de lado, entonces no hay vida cristiana posible: ¡como rezas, eres!. San Alfonso de Ligorio sentenció: “El que reza se salva, el que no reza se condena”.

De la misma manera, aquellos que permanentemente reniegan del valor del sacrificio, suelen desacreditar todo tipo de penitencia en su vida. La experiencia nos enseña que nada en la vida que sea valioso deja de costar un sacrificio. El fuego purifica la nobleza del metal, del modo como la penitencia -hecha por amor a Dios- lo hace con las escorias del pecado en el alma.

¡No sea cuático! Es una expresión que forma parte de la jerga juvenil, deslizada inicialmente en los centros penitenciales. Implica: “lo escandaloso”, “lo raro”, “anormal”, y “extravagante”. Sacrificarse para obtener algo para muchos no tiene sentido, pues, estamos inmersos en la cultura del menor esfuerzo, donde si uno puede hasta mañosamente obtener algo que evite cualquier esfuerzo, se hace pues para ellos, el fin justifica los medios. A fin de cuentas se preguntan: para qué privarme de aquello que no molesta a nadie, claro que esto se dice cuando se coloca a Dios al margen del horizonte de la existencia.

La mediocridad nace de renegar el sacrificio. Y, en la actualidad corremos el riesgo de endiosarla, toda vez que se incentiva “hacer lo que todos hacen” y “ser como todos”. El asunto es que en el plano de las virtudes de ordinario se suele emparejar la cancha hacia abajo. En vez de colocar material para que eleve toda la cancha se tapan hoyos con el material que aparentemente sobra. La expresión del prefacio de la Santa Misa es elocuente: ¡Sursum corda! Siempre será una acción estéril elevar el corazón si la vida cotidiana queda a ras de suelo. El creyente sabe por tanto que optar por la santidad siempre será transitar por un camino cuesta arriba, es decir, que implica esfuerzo, sacrificio, y privaciones.

El celibato, como la virginidad, la castidad y la santa pureza, confieren al cristiano una entidad que le permite ver más claramente las cosas que se refieren a Dios, y por lo tanto a la vida humana, la cual no quiso dejar un día de asumir para siempre,  con ocasión de la Encarnación del Verbo. Desde el día de la Anunciación, el rostro del mundo cambió totalmente, ya prefigurado en lo que será la vida de la Santísima Virgen María: Primera redimida (Efesios I, 7), primera creyente (San Juan XVII, 20-26), primera plenigraciada (San Lucas I, 28),  y la primera ciudadana del cielo (1 Corintios XV, 22).

La Virgen Santísima fue capaz de donarse plenamente al proyecto de Dios porque Dios le ofreció su amor infinito, de tal manera que como en todo orden de cosas referidas a las virtudes y la santidad, “Dios no quita nada,  lo confiere  todo” (Benedicto XVI, 24 de Abril del 2005). Por esto, el celibato no se explica finalmente por el camino de la renuncia sino de la entrega, según lo cual,  se vive no encerrado por una muralla que segrega sino por un puente que comunica. A diferencia de lo que comúnmente se suelen afirmar, el célibe no es una persona reprimida sino alguien que voluntaria y libremente a optado por amor a vivir como anticipadamente lo que se vivirá luego en al Reino de Dios, tal como el mismo Jesucristo lo dijo: “Hay algunos que por amor al Reino de Dios no se casan” (San Mateo XIX, 12). Un amor absoluto requiere de una consagración absoluta y perpetua.
         

                                                                SACERDOTE JAIME HERRERA  SS.CC VIÑA


lunes, 6 de abril de 2015

EXULTEN POR FIN EL CORO DE LOS ÁNGELES

 HOMILÍA   VIGILIA   DE   RESURRECCIÓN   ABRIL   2015

PUERTO CLARO VIGILIA PASCUAL 2015

¡Exulten por fin el coro de los ángeles! Con esta frase la Iglesia comienza el anuncio de la Resurrección del Señor. Encontramos en ello una triple invitación: a estar felices, a un anhelo alcanzado luego de un largo caminar, y a la universalidad de la gracia del misterio anunciado.

En efecto, los grandes momentos de la presencia de Jesús fueron precedidos por una invitación a estar alegres, así cuando el arcángel Gabriel se presenta ante la joven doncella nazarena le dijo: “Alégrate María, el Señor está contigo”, lo cual Ella se inmediato cobijó en su corazón como una verdad cuya hermosura era menester comunicar con urgencia. Por eso, con premura partió a la localidad de Ain Karem ubicada a seis kilómetros de la cosmopolita Jerusalén, en medio de las montañas.
Etimológicamente el nombre de esa ciudad de las serranías de Judea, significa “La Fuente del Viñedo”. ¡Cómo no recordar  aquel salmo que dice: “El fruto de la vid alegra el corazón del hombre”! Pues ello, resulta un anuncio de lo acontecido aquel día en Ain Karem.

Ni la soledad, ni lo abrupto, ni lo agreste del camino, como tampoco su estado de gravidez, ni los eventuales rechazos que eventualmente podría experimentar al presentarse embarazada ante sus familiares, le impidió a la Virgen cobijar un gozo que en su mirada y en sus palabras era  portadora.

¿Nos sorprenderá entonces que su prima Isabel al verla dijese: “En cuanto entraste el niño en mi vientre saltó de alegría”? y luego añadiese parte del rezo del Ave María que decimos día a día en el Santísimo Rosario: “Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (San Lucas I, 43).

¿Nos sorprenderá que en ese lugar la Virgen, llena de alegría recitase el Magnificat como un himno de alegría al decir: “Se alegra mi alma en Dios mi Salvador?
¿Nos sorprenderá que el anciano Zacarías, presente en ese día, recitando el Benedictus que nuestra liturgia proclama diariamente al decir; “nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas”(San Lucas I, 78-79) ?

Desde el momento de la anunciación hasta la natividad misma de Jesucristo, verificamos  una constante, una nota que en la sinfonía de la salvación Dios ha colocado como una melodía de fondo, que percibimos a lo largo de todo el Evangelio: “Estad alegres porque el Señor está cerca” (Filipenses IV, 4-5). ¡Es el Señor la cusa definitiva de toda alegría en el mundo!

Desde esta Noche sólo tenemos derecho a ser felices. Porque,  Jesucristo ha resucitado por cada uno de nosotros, dando su vida por la salvación de muchos.

Ninguna realidad por adversa que sea en el plano espiritual, como es el pecado, o la muerte corporal que para muchos no parece tener solución, en plano material, tiene la capacidad de silenciar y cegar el misterio que hoy descubrimos: Cristo, que hasta los historiadores paganos contemporáneos acreditaron su muerte, apareció vivo nuevamente entre los suyos, terminan reconociendo.

Por cierto, para nosotros a la luz de la fe, tenemos la certeza de lo acontecido no porque muchos o pocos lo reconozcan; ni porque por mucho tiempo así se sostenga, sino,  -esencialmente- es porque Dios mismo nos lo ha revelado en su Palabra, la cual extensamente hemos escuchado y acogido hace unos momentos.

Toda la historia de la salvación tiene como protagonista principal, al Verbo Encarnado que hoy resucita para darnos vida en abundancia. ¡No es el hombre quien debe primerear, es Cristo quien debe reinar! ¡Viva Cristo Rey!

PADRE JAIME HERRERA  VIA CRUCIS 2015     

Entonces, no es el hombre el centro del universo. No lo ha sido ni lo será. Es Dios el admirable, es Dios el adorable, es Dios el amable. Al Él debemos todo honor y gloria…A Él nos debemos por Siglos y Siglos.

La primacía del amor a  Dios y del amor de Dios no oprime ni diluye la debida caridad fraterna, por contrario, sólo desde que asumimos la realidad de sabernos amados por Dios, y desde la certeza de contar con un Dios que se ha revelado como un Dios que es amor, podemos tener la luz y la fuerza necesaria para cumplir el programa de vida que nos entrega el Señor en labios de su Apóstol al decirnos: “La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta,  no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal,  no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad;  todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1 Corintios XIII, 4-7).
Lo anterior lo comprendemos porque no tenemos una visión parcial ni temerosa de Dios, sino porque participamos de la plena revelación de la cual nuestra Iglesia Católica es custodia predilecta, enseñándonos que,  Aquel que nos ha creado de la nada, y ahora,  nos ha recreado desde todo, que es Jesucristo Resucitado, es la única garantía que no se doblega, que siendo más íntimo a nosotros que nosotros mismos, es el mejor aliado, la más fiel compañía, la amistad más perfecta, que en todo momento está a nuestro lado y de nuestra parte.

Sabiamente sentenciaba el recordado Benedicto XVI: “Dios no es el rival de nuestra libertad sino su primer garante”. Por ello, en este día sin ocaso, el Señor nos invita a ser portadores de certezas no de ambigüedades; nos permite participar de su vida alejándonos de la cultura de la muerte que es alzada por una sociedad que se afana en doblar la mano de Dios.
Se equivocan quienes piensan que Dios cambia de parecer: lo que dijo en la Santa Biblia vale para siempre, lo que hizo Jesucristo permanece inmutable por siglos y siglos.

Si hace un instante recodábamos  que tenemos derecho a ser felices, además, poseemos  en Cristo vivo la fuerza más poderosa del universo para transformar la sociedad egoísta y sin sentido por medio del sentido más hondo del alma cristiana que hoy  sale de las tinieblas hacia la luz que no se extingue.
 Dios en Cristo nos salva para salvar, por lo cual la alegría es contagiosa, la fe es comunicable, y la caridad de suyo  se participa. Entonces, procuraremos no colocar cerrojos a lo que Cristo ha abierto, nos esmeraremos en cultivar las virtudes, las cuales, aunque requieren de mayor esfuerzo para obtenerlas terminan, imponiéndose  sobre la fragilidad y caducidad de los vicios.
¡El amor vence siempre, el amor puede más! ¡Dios siempre puede más! El anhelo alcanzado no sólo es una respuesta a lo que creemos necesitar sino que sobrepasa lo inimaginable. La respuesta del Cielo siempre es desbordante, no puede contenerla ni nuestra imaginación ni nuestros deseos. ¡Más es Dios!
En el himno de esta Vigilia de Resurrección se proclamó: “Esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, y doblega a los poderosos”.
La universalidad del misterio de la salvación, que  a todos nos convoca a vivir en santidad, nos hace asumir la gracia bautismal no como un recuerdo del pasado sino como un compromiso vital, existencial, plenamente vigente, del cual debemos dar razón de nuestra fe y de nuestra vida presente. Como católicos debemos tener una personalidad creyente, un estilo de  vida en consonancia con lo profesado. En efecto, ahora vamos a renovar las promesas de nuestro bautismo, con el fin de no quedarnos en la inercia de rechazar el mal sino en la grandeza de procurar vivir según el querer de Dios.
Que nuestra Madre del Cielo, la Santísima Virgen de las 
de Puerto Claro nos conceda la gracia de resucitar como hijos de Dios e hijos de su Iglesia Santa en esta Noche luminosa para el alma y el mundo entero. Amén.
                                                                SACERDOTE JAIME HERRERA COLEGIO 2015