viernes, 24 de abril de 2015

Buenos pastores desde la misericordia de Dios

  CUARTO DOMINGO   /   TIEMPO DE PASCUA   /   CICLO “B”.

Jornada de Oración por las Vocaciones Sacerdotales
1.      “Ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazareno (Hechos IV, 10).
Las lecturas de este día convergen a una realidad, sintetizada en un apelativo que Jesús dice de sí mismo: “Yo soy el Buen Pastor”. En efecto, ese nombre da origen a la celebración del  día del  Buen Pastor que hunde su raíz en la misma era apostólica, y en los años inmediatamente posteriores donde arreciaba la persecución de los primeros discípulos. Sin duda es una de las devociones más arraigadas en el pasado como también en el presente, en efecto, las imágenes de un hombre que lleva una oveja sobre sus hombros se encuentra con frecuencia en las catacumbas romanas de San Calixto  en tanto que la denominación de Buen  Pastor da origen a los primeros escritos sobre la fe como es el Pastor de Hermas, escrito por un creyente de Roma, hermano del Papa Pio I el año 130 después de Cristo.
Ya el Antiguo Testamento nos habla Dios como un Buen Pastor: Lo encontramos en el Salmo: “El Señor es mi Pastor nada me habrá de faltar” (XXIII, 1). Luego, leemos en el profeta Ezequiel: “Dice Dios: como el pastor vela por su rebaño, así velaré yo por mis ovejas, la oveja perdida buscaré" (XX”IV, 12). De la misma manera el profeta: anuncia que Dios  “como Pastor pastorea su rebaño” (Isaías XL, 11).  Entonces, descubrimos que en la preparación para el advenimiento del Señor la figura del Buen Pastor es manifestada por Dios, anunciada por los profetas y reconocida por los hombres. La viva expectación del Mesías pasaba por la proclamación de quien sería un rey victorioso por cierto, pero que tendría las características de un pastor ocupado por su rebaño.
En la plenitud de los tiempos, al revelar Dios su vida misma en Jesucristo, descubrimos que las características de nuestro Dios, que leemos en la naturaleza que nos habla de Él, y  que no  dejamos de  mirar su mano a lo largo de la historia, nos esbozan el rostro de un Dios, todopoderoso, eterno, que todo lo sabe, y que, revestido de una divina misericordia –como celebramos hace dos semanas- hoy se nos presenta como Quien “apaña sin límites”, “recibe a toda hora”, “acoge a todos”, “tiende su protección a los más débiles” y  “no deja de iluminar a los más fuertes”. Nadie se salva sino es por medio de Cristo: ni la indigencia redime, como tampoco lo hace la falsa sabiduría, es el Señor con su gracia que siempre puede más, el único que da seguridad para alcanzar la salvación, puesto que  “Él es el Camino, la Verdad y la Vida”.
Caminando hacia la celebración del Jubileo de la Misericordia, al que el Romano Pontífice nos ha invitado a inaugurar en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, la figura del Buen Pastor se alza como el ejemplo a seguir y la fuente desde donde tomar la sabia necesaria para testimoniar los sentimientos que palpitaban en el Corazón de Jesús que nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde” ¿Qué aprendemos hoy del Buen Pastor?
Sacerdote  Jaime  Herrera  Procesión  del Carmen

2.      “La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido”  (Salmo CXVIII, 22).
Es que el Pastor está vinculado vitalmente con sus ovejas, como Dios ha querido estarlo desde que el Verbo asumió en todo la condición humana menos el pecado, haciendo que cada página de la vida humana no pueda ser comprendida sino desde el camino de la salvación. En Cristo, la historia del hombre es historia de salvación, por ello nada que sea plenamente humano puede ser neutro a la mirada y la acción de Jesús como Buen Pastor, quien es el primero en estar anheloso de que seamos santos.
¿Olvidaremos acaso que Cristo es el Pastor que derramó su sangre en la cruz para salvarnos?
¿Olvidaremos que ninguna ave cae del cielo a tierra sin que Dios lo permita, por lo que, cuánto no dejará de hacer para rescatar a aquellas almas al borde del precipicio del infierno?
Hay una profunda unión entre la Divina Misericordia y la presencia del Buen Pastor: no existe un verdadero pastor que no sienta en su corazón el devenir de sus ovejas. La alegría anunciada por la conversión de un solo pecador que se arrepiente es repicada en el cielo mismo, qué decir de las gracias que Dios concederá a los que puestos en los hombros del Buen Pastor y a quienes rescatados desde el ocaso de las seguridades, tengan una vida nueva que les permita transmitir el amor experimentado del Buen Pastor ahora expresado hacia quienes más lo necesitan.
La historia nos enseña el poder inmenso que tiene un alma que vive en la gracia de Dios, cómo luego manifiesta la convicción del perdón recibido hacia quienes lo necesitan con urgencia, porque,  si todo don recibido es de suyo dado a la Iglesia entera, entonces, se hace realidad la exhortación de Apóstol: “La caridad de Cristo nos urge” (2 Corintios V, 14).
El Buen Pastor está urgido…de: buscar, de alimentar, de sanar, de acompañar, especialmente a las ovejas débiles y descarriadas, para lo cual no escatima esfuerzos por fortalecerlas y dejarlas bien encaminadas. No teme accidentarse en su búsqueda, no espera un tiempo favorable para ir en su búsqueda, no repara en otros apoyos ni audaces soluciones, simplemente sabe que es el amor el imperativo definitivo. Es el amor el que tiene la última palabra, y es el amor el que pone el punto final en las determinaciones y acciones que emprende el Buen Pastor.
Cada uno de los que está aquí presente, y que ha sido bautizado, tiene conciencia que al final de nuestros días seremos juzgados por una realidad: La primacía del amor a Dios y la primacía del amor en Dios al prójimo. Entonces, como en un espejo, hoy miramos la figura del Buen Pastor como el ícono al que procuraremos imitar y la piedra sobre la cual nos hemos de apoyar para ser contados como parte del rebaño de Jesús el Buen Pastor.
3.      “Seremos semejantes a Él” (1 San Juan III, 2).
La Segunda lectura es breve. Y, contiene una frase de mucho contenido para los creyentes: “seremos semejantes a Él”. Y, es que desde las primeras páginas de la Santa Biblia leemos que,  formados por las manos de Dios, el hombre y la mujer, poseen un origen y un destino que necesariamente nos lleva al Creador y Redentor, por lo que sólo desde el misterio de Dios se explica cada uno de los misterios de la vida humana. La luz de Cristo resucitado no deja recoveco alguno de nuestra vida que no tenga sentido desde y hacia la persona de Cristo.
Lo anterior tiene múltiples consecuencias en el plano de la vida espiritual, de la vida cristiana y de la vida sacerdotal, pues no escapa a cualquier análisis que en la actualidad subsisten dos acendradas tentaciones: la tendencia a endiosar el progreso y la pretendida autonomía del hombre de todo, incluso de su creador.  En efecto, entre los dogmas del hombre actual está el pseudoreconocimiento del avance constante  y la  idolatría de la novedad. Por desgracia, no sólo fuera sino que –también- al interior de nuestra Iglesia no faltan quienes proponen falsas novedades que terminan minando las seguridades y las convicciones enseñadas y sostenidas por la Iglesia durante dos milenios, y que gozan de la certeza que emerge de la inerrancia bíblica y de la infalibilidad prometida por Jesucristo: “El poder del mal no prevalecerá”.
Entonces, aquella fe que es un don que hemos de implorar,  es la única que puede anclar al hombre en la certeza que da la persona de Jesucristo y la convicción de estar navegando en aguas turbulentas en la única nave que, zarandeada y herida en su andar, nos conduce al puerto cuya claridad no tiene ocaso y cuya firmeza no se diluye ni merma.
En la lectura primera el testimonio de San Pedro es muy elocuente. Un momento parecía estar seguro en una barca y Jesús le pide dar un paso en un mar tempestuoso y un viento huracanado. Lo hizo, pero por un instante se hundió hasta que sólo depositó la mirada en Jesús y sólo escucho las palabras del Señor sobre el rugir de las agua. Su fe no mermó por su debilidad sino que terminó consolidándose, al igual que habiendo prometido la compañía fiel terminó negando ¡tres veces seguidas! el  hecho de haber conocido al Señor. ¡Y, Dios pudo más! Y, Simón Pedro logró colocarse de pie por la fuerza de la fe y por la vivencia de saberse perteneciente a la Iglesia, de la cual sería guía y testigo.
¿Qué llevó a Simón Pedro anunciar a Cristo hasta el martirio? Sin duda no fie su humana sabiduría, si su fuerza, ni su experiencia, tampoco, su locuacidad ni sus virtudes políglotas, ¿Qué fue?  Recordemos que ir a anunciar el Evangelio de Cristo al imperio más poderoso de la tierra requería de algo muy especial… ¿Qué era? Indudablemente, la fe recibida y profesada. Eso convirtió y convenció, con presteza a los primeros creyentes,  los cuales no se encandilaron con las novedades, ni se apoyaron en sus capacidades, sino que repitieron aquella plegaria: “Señor, ¿dónde podemos ir? ¡Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna!”.
“El buen pastor da su vida por las ovejas” (San Juan X, 11).
Uniéndonos a la plegaria de la Iglesia, en este día celebramos la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones al sacerdocio. Nuestra Iglesia enfrenta una grave crisis vocacional desde hace décadas. El número actual de vocaciones no da el ancho necesario para suplir la partida de los sacerdotes que mueren, que se enferman, que son muy ancianos, y que por desgracia no permanecen fieles a las promesas hechas, de quienes traicionan su vida consagrada y bautismal con conductas reprobables y delictivas.

Por el número de habitantes de nuestra diócesis, y la cantidad de parroquias, se requiere de tener por lo menos tres ordenaciones anuales, lo cual implica tener por lo menos unos sesenta seminaristas habida consideración que la perseverancia en nueve años es de un tercio. En la actualidad, el Pontificio Seminario Mayor de San Rafael en Lo Vásquez tiene sólo una veintena de seminaristas. Tres décadas atrás se empinaba a casi un centenar.
Entonces, la oración de la comunidad católica de la diócesis es tan urgente como necesaria: ¡Toquemos el cielo con la plegaria de cada comunidad! ¿Por qué somos capaces de hacer oración por los enfermos, por las víctimas de catástrofes, y no por el drama de tener hipotecada la atención sacerdotal de las futuras generaciones?
Si en la Diócesis de Valparaíso encontramos varios colegios bajo su conducción, a través de un Departamento de Educación Católica… ¿Dónde están las vocaciones?
Si en la Diócesis de Valparaíso hay una Universidad Católica Pontificia, y dos Centro de Formación Técnico Profesional confesionales ¿Dónde están las vocaciones?
Si la Diócesis de Valparaíso tiene una radio que irradia sus ondas a toda la región y un canal dependiente de la Universidad Pontificia, que es el más antiguo del país… ¿Dónde están las vocaciones?
Los medios están… Las personas están… ¿Qué nos falta para revertir la crisis vocacional? Fe, convicción y fantasía, por esto,  durante esta semana -todos los días- procuraremos hacer una oración por las vocaciones a las diez de la noche pidiendo tener numerosos y santos sacerdotes en el Seminario Mayor de Lo Vásquez. ¡Una cadena de oración vocacional!
En segundo lugar: Golpear las puertas del Corazón de la Virgen María, que como buena madre desea lo mejor para su Hijo y Dios, por ello, a través del Santo Rosario, su oración predilecta, le pediremos tener sacerdotes según el Sagrado Corazón para cuiden a Jesucristo, el Hijo de María con sincera devoción eucaristía y la diaria celebración de la Santa Misa en la cual se expresa en toda su grandeza la vida sacerdotal: ¡Tal Misa, tal sacerdote! Amén.
Sacerdote Jaime Herrera González /Cura Párroco de Puerto Claro /Valparaíso /Chile


No hay comentarios:

Publicar un comentario