jueves, 25 de junio de 2015

JUNTOS COMO HERMANOS, MIEMBROS DE UNA IGLESIA

 DOMINGO   UNDÉCIMO   /   TIEMPO   ORDINARIO   /   CICLO   “B”.

“El justo crecerá como una palmera” (S. 92, 12).

Con la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, hemos concluido la coronación del tiempo de Pascua de Resurrección, dando paso al tiempo denominado “Ordinario” en el cual se destaca  lo habitual, lo cotidiano, lo de todos los días, de las enseñanzas de Jesús, las cuales lejos de ser consideradas “menos importantes” por no incluir grandes fiestas y solemnidades adquiere el valor de la semilla que germina, y cuya grandeza radica –precisamente- en el carácter permanente de su crecimiento. Así, pasa con la palabra del Señor y con su presencia sacramental en la Santa Misa: Está en medio nuestro… 

Hemos escuchado con atención las lecturas de la Santa Misa. En ella, la naturaleza es destacada de manera especial, lo cual, para nosotros,  nos permite valorar el color verde propio de este tiempo litúrgico, que nos acompañará hasta la Solemnidad de Cristo Rey y el inicio del Adviento. Durante veintitrés semanas  los ornamentos sacerdotales serán del  color que es símbolo de la esperanza propia del católico.

El profeta Ezequiel recuerda los cedros del Líbano, el Salmo XIC destaca que el “justo crece como una palmera”, y en el Evangelio, nuestro Señor enseña una Parábola del Reino de Dios, el ejemplo de la semilla de la mostaza que al crecer es capaz de albergar las aves en sus ramas”.
Las palmeras suelen llamar la atención por su altura, alcanzando hasta treinta metros de alto. Si acaso nos detenemos a analizarlas es sorprendente constatar cómo algunas de ellas alcanzan alturas impensables, preguntándonos muchas veces cómo es que un delgado tallo es capaz de mantenerlas unidas a la tierra. ¿Cómo logran mantenerse tan alzadas? ¿Cómo resiste el peso de las hojas y frutos el embate del viento y del viento?

a). Los frutos salen después de un tiempo: La sociedad y la mocedad suelen cautivarse por lo instantáneo.  Lo rapidito cuesta menos dedicación, y requiere menos atención. Los frutos esperados no son inmediatos, su llegada requiere tiempo y no siempre vienen en la cantidad esperada. En el tiempo de espera, constatamos que la virtud de la paciencia y de la fortaleza nos ayudan –eficazmente- a obtener la perseverancia final, y no quedarnos en el intento a medio camino.
En ocasiones pensamos que sólo por una actitud proactiva, briosa, y de empeño,  logramos tal o cual objetivo pastoral, olvidando que en el camino del apostolado es el Señor el agricultor que sabe cómo, cuándo y qué fruto sacar. Sostener lo contrario, conduce irremediablemente a la frustración, toda vez que es el Señor quien no sólo responde hasta lo que anhelamos, sino que su gracia va más allá de lo que siquiera  imaginamos.  

  Padre Jaime Herrera y religiosos FSJC


b). Para alcanzar la cumbre hay que estar unidos a la vid: La belleza de una flor siempre luce más en su planta que en florero, por hermoso y noble que este parezca. La razón es porque una vez que la flor es cortada se inicia su irreversible camino a marchitarse. En el caso de una planta, si acaso las raíces no están fuertemente acidas a la tierra se termina secando.
De manera semejante, el cristiano que está unido a la vid, por medio de la oración, a través de  la caridad fraterna,  y de la participación en la doctrina perenne y común profesada y enseñada por siglos,  bajo la guía del magisterio de San Pedro hasta el  actual Sumo Pontífice, hace que tenga irrigada su alma con la gracia.

Y, ¿si ello no ocurre? No se crece espiritualmente, y ello tiene como consecuencia que se decrece. Como en otras realidades, un alma que no madura es inmadura, ¡quien no avanza, simplemente retrocede! Por ello Jesús nos invita a estar unidos a Él, y ha querido quedarse en medio nuestro y por nosotros en el Santo Sacrificio del Altar.

c). Para crecer fue necesario que la palmera se alzara hacia lo alto. ¿Por qué una palmera se eleva tanto? Por cierto para alcanzar más luz. De manera similar, el creyente no debe perder su norte, su perspectiva, de la presencia del Señor su Dios. El católico debe saberse llamado a la santidad en todo momento. ¡Es voluntad de Dios que así sea!

Eso nos hace cambiar de vida, convertirnos, tomar opción por Jesucristo y su Iglesia Santa.  ¿Hay real interés por que Dios sea el primero en nuestra vida? Miremos a nuestro alrededor, y en nuestro interior: de todos los libros que tenemos en casa, ¿cuántos son religiosos?, de las 168 horas de la semana que disponemos ¿cuántas ofrecemos al Señor y dedicamos a rezar? De los “me gusta” y “yo también” que se inscriben en las redes sociales como facebook, ¿cuántos muestran nuestra identidad católica?

La gran tentación de los creyentes que un día hemos optado por la fe cristiana, en el bautismo,  es “dejarnos estar”, es decir,  caer en la tibieza espiritual, a través de una vida que no convence porque no está –finalmente- convencida. Que busca en todo momento el camino más simple: sin riesgos que enfrentar, sin desafíos que alcanzar, y sin obstáculos por vencer. ¿Y por qué acontece esto?
La soberbia de creer que ya hemos hecho suficiente y el absolutismo del orgullo de apoyarse en las humanas capacidades, hacen que aquella gracia que Dios nos quiere conceder no la imploremos suficientemente, olvidando la promesa de Jesús: “pedid y se os dará”. La suplica es al modo humano, la respuesta, es al modo divino, por lo que no es que Dios no nos escuche, que Dios no nos vea, que Dios no lo sepa, por lo que no acabamos de convertirnos, sino porque o bien no hemos rezado lo suficiente, o no lo hemos hecho con la confianza necesaria “como sabiendo que lo implorado ya no lo ha sido concedido”.


d). Desde lo alto da seguridad a quienes buscan refugio en ella: La imagen usada por Jesucristo es elocuente. Se refiere a la Iglesia, fundada por Él desde el instante mismo de la Encarnación, y que a lo largo de su vida tendría múltiples momentos donde iría configurando aquella realidad, que como un puente, conduciría eficazmente a las almas redimidas hacia la santidad prometida. Iglesia Santa. Iglesia Apostólica. Iglesia Única. Iglesia Católica. Iglesia Romana. Cada una de estas propiedades y características, conferidas por Dios y experimentadas a los largo de dos milenios, le han permitido aferrarse en distintas épocas a los fieles, como aquellas aves lo hacen bajo el alero protector de las ramas y hojas frondosas, a la promesa hecha por Cristo a Pedro y sus sucesores: “Tu eres Pedro y sobre ti fundaré mi Iglesia. El poder del nunca prevalecerá” (San Mateo XVI, 13-18)”Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca, una vez convertido, ve y confirma en la fe a tus hermanos” (San Lucas XXII, 32)....”Enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he enseñado”(San Mateo XXVIII,19).
Es propio de la Iglesia dar seguridad, certeza y acogida a quien se reconoce necesitado, sabe que poco sabe, y deambula por el mundo y en el tiempo experimentando el  menosprecio y frialdad de una sociedad abiertamente anticristiana. A estas alturas de la historia, para el modernismo la única fobia aceptada y promovida es la “cristrianofobia”. Es notable verificar cómo la desvergüenza de los agnósticos y ateos al momento de criticar la Iglesia, llega a límites tan sorprendentes como inaceptables donde cualquier ofensa resulta gratuita, pues,  la mayor parte de las veces se hacen de manera anónima.
En general, como sabemos,  las acusaciones se dirigen hacia todos los consagrados, tal como en una guerra las balas se dirigen hacia todos los soldados de infantería. Sobre esto diremos que hay cierta similitud, en el mundo noticioso, entre los sacerdotes y los aviones…El año 2014, diariamente hubo 104.000 despegues en el mundo. Es decir, cerca de 38 millones de vuelos. De todos ellos, sólo fueron noticia los que cayeron, los cuales son contados con los dedos de una mano. Hay casi un millón de obispos, sacerdotes, religiosos y diáconos, en todo el mundo… ¿De quién sale las noticias? La respuesta es inequívoca: de los caídos… Es evidente, que tal como acontece en el caso de los aviones de pasajeros, un sólo caso de colapso ya es demasiado. Pero, esto  no debe llevar a olvidar que hay miles de testimonios silentes de quienes trabajan cara al sol de manera ejemplar y abnegada.
La animadversión hacia nuestra Iglesia tiene en su origen al “león rugiente” (1 San Pedro V, 8) que describe el Apóstol San Pedro. No nos dejemos engañar por aquellos que le quieren quitar la autoría de la maldad al que la origina desde su incursión por el paraíso terrenal donde hizo caer a nuestros primeros padres. Allí está el origen del mal, y por lo tanto de todos los males, de todas las aberraciones, de todas iniquidades, de todas las pobrezas, de todas las esclavitudes, las cuales nuestra Iglesia libera por el camino, la verdad y la vida que es Jesucristo.
En consecuencia, el camino de nuestra Iglesia es Cristo. ¡El camino de la Iglesia no es el mundo! Lo que parece tan evidente no lo es si consideramos la inmensa cantidad de claudicaciones, de tibiezas, de “medias tintas” que encontramos al interior de la vida de tantos creyentes que reniegan de partes del Credo Apostólico y que se muestran renuentes a diversas enseñanzas del Magisterio Pontificio, particularmente en las últimas cinco décadas.
Todo respeto al prójimo emerge del santo temor a Dios y sus leyes santas. Quien tiene verdaderamente a Dios en su corazón no dejará de procurar revestirse de los mismos sentimientos del Corazón de Jesús que tanto ha amado al hombre hasta no ahorrar sufrimiento alguno con el fin de redimirle desde los maderos en forma de cruz, a la cual, el Señor  -voluntariamente- quiso estar unido y  le llevaron nuestros pecados.

Desde la misericordia de Dios cuyo definitivo intérprete es Cristo podemos descubrir que la Iglesia abre sus brazos para acoger a todos los que acepten el camino exigente de una conversión para el resto de su vida. Nadie con sinceridad acepta de verdad a Cristo al amanecer con la torcida intención de olvidarle luego al atardecer: ¡Si recibimos de verdad sus palabras es para cambiar de vida,  de una vez para siempre!

Tal como aconteció con aquella mujer sorprendida en flagrante pecado a la que le dijo: “Yo no te condeno. Vete y procura no volver a pecar” (San Juan VIII, 3-11), como al pequeño Zaqueo a quien dijo: “Hoy debo quedarme en tu casa, y éste le recibió en su hogar” (San Lucas XIX, 5). Olvidaremos acaso la promesa hecha ante la súplica del ladrón converso en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (San Lucas XXIII, 43).

   Padre Jaime Herrera

¡Todos ellos cambiaron de vida! Porque se les invitó a hacerlo, el palabras de Santa Teresa de Ávila con “determinada determinación, de no parar hasta llegar, venga lo que viviere, suceda lo que sucediere” (Camino de Perfección, capítulo XXI. 2).  Con la certeza de saber que la fuerza de la verdad es que es verdad, haremos un apostolado al interior de la Iglesia y fuera de ella, asumiendo que el bien del que participamos en nuestra vida como creyentes es deseable y necesario para todos los que están a nuestro alrededor, y que esperan lo que mejor podemos darles cual es hacerles partícipes del don insondable de la fe,  que un día recibimos en el bautismo y de la cual nos sabemos participes. ¡Viva Cristo Rey! Amén.

              
                               




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