lunes, 10 de agosto de 2015

Sobre la iniciativa abortista en Chile

SOBRE INICIATIVA ABORTISTA EN CHILE (AGOSTO DE 2015)



Para un católico practicante cualquier ofensa a la vida humana constituye siempre una grave falta, pues, está en directa relación con el Creador, que lo hizo a su “imagen y semejanza”, y por lo tanto,  el único que puede dar la vida de la nada y pedirla.
Ningún hombre ha de quitar la vida a otra persona, más aun si se trata de un ser indefenso y que carece de los medios  para llegar siquiera a constituir una  amenaza a la vida de otros, como podría ser aplicar la legitima defensa en caso de estado de guerra y de desorden gravísimo al interior de la sociedad, como ocurre de hecho en naciones amenazadas por grupos islámicos.

Las personas que están al servicio del Estado han de ser los custodios de la paz, del orden y de la vida de cada persona, por lo que cualquier exceso individual reviste una gravedad ya que enloda el buen desempeño de la mayoría de los funcionarios que se esmeran por cumplir a cabalidad la misión encomendada y asumida de ser garantes de la seguridad externa e interna de su Nación.



La violencia se hace brutal cuando la sociedad permite de manera activa o pasiva que la vida humana no sea respetada desde su gestación hasta su muerte natural.
Nos hemos acostumbrado a menospreciar la vida humana en gran parte porque el aborto está extendido desde hace tiempo en nuestra Patria y se permite deshacer de los niños en el vientre materno por métodos de tortura para el ser indefenso y de eliminación sistemática con inyecciones que queman el cuerpo de quien está por nacer. ¿Cuántos son? ¿Dónde se hace? ¿Quiénes lo practican? Son preguntas que no resisten mayor silencio y complicidad.
Por otra parte,   no puede dejar de sorprendernos las atrocidades que se cometen cuando la mano criminal y solapada se esconde cobardemente para lanzar elementos incendiarios a viviendas de particulares, a centros comerciales, a templos sagrados, y a dependencias de servicio público sobre todo a otras personas como lo vemos cada cierto tiempo en diversas manifestaciones  en las cuales nunca se termina encontrando a los verdaderos  responsables.

¿Cuántos detenidos hay en el caso de un matrimonio que fue quemado vivo en el sur de nuestro país hace unos meses atrás? ¡Ninguno, porque el que estaba preso se escapó por negligencia de un centro de detención sin rejas!



En Chile cuesta poco quemar  una casa y no cuesta nada quemar una persona  hoy, más aun si se piensa legislar en favor de una ley que impida por medio de la tortura con consecuencia de muerte a extender el mayor genocidio del mundo actual tal como es el aborto, acción que no puede tener otra denominación que la de ser  “un crimen abominable” como enseña el Concilio Vaticano II. El aborto hecho por envenenamiento  salino quema viva una guagua en el vientre materno para robarle el derecho precioso a vivir.



Si “nunca más” queremos ver imágenes tan dolorosas como las que incluimos, debemos impedir que se apruebe la ley abortista, la cual,  inevitablemente sólo conducirá a acrecentar los males que ya nos resultan tan evidentes en la actualidad. Ningún bien se puede esperar de la anuencia de un crimen sistemático de lesa humanidad que es implementado por una humanidad lesa. ! Viva Cristo Rey!

sábado, 8 de agosto de 2015

Cristo es el alimento que el mundo necesita hoy

DÉCIMO NOVENO DOMINGO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “B”.

Parroquia Nuestra Señora de Puerto Claro

1.      “Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios” (1 Reyes XIX, 8).
Un ángel muy diligente es el que aparece en la primera lectura: dos veces despierta al profeta Elías y dos veces le da un desayuno contundente con “tortilla y agua”. ¿Quién no recuerda aquellos desvelos cotidianos de una madre que servía un desayuno reconfortante? Quizás por ello, un insigne Obispo de Chile escribió el hermoso boceto a una madre denominándola como “aquella mujer que tiene mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados”.
Desde el primer instante de nuestra existencia hasta el umbral de la vida, el alimento vitaliza y renueva. El refranero popular señala acertadamente: “Enfermo que no come se muere”, con lo cual, se manifiesta la necesidad del alimento para la subsistencia, sin el cual, la persona no sólo se debilita sino que irremediablemente perece.
Tanto el Antiguo  como el Nuevo Testamento nos entregan milagros donde el alimento, específicamente el pan, sirvió como signo de la bendición de Dios y como señal de su providencia. En la primera lectura dice que “con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches”, en una clara referencia al peregrinar del pueblo de Israel  durante cuatro décadas, donde tuvieron “el pan del cielo” como alimento en medio del desierto.
Recordamos igualmente los prodigios realizados por Nuestro Señor en la multiplicación de los panes, que sirvieron para alimentar a todos y de sobra, con lo cual en todo tiempo repitieron con el salmista: “Gustad y ved qué bueno es el Señor, bienaventurado el hombre que se cobija en ´Él” (Salmo XXXIV, 9).
A lo largo del Evangelio Jesús tuvo múltiples denominaciones. En este texto por primera vez dice “Yo soy”, que luego repetirá en once oportunidades, destacando con ello que toda necesidad de trascendencia sólo encuentra respuesta en Él. ¡El Dios del Antiguo y Nuevo Testamento siempre cumple todas nuestras expectativas!
2.        “Éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera” (San Juan VI, 50).
Las lecturas de los Evangelios nos muestra la revelación de la persona de Jesús como en una sinfonía, en la cual cada nota tiene relación con la obra completa. De la misma manera los milagros, las parábolas y los discursos del Señor no pueden ser interpretados sino desde la fe y en la perspectiva de toda la automanifestacion de Jesucristo, como la Palabra de Dios Padre: ¡Sólo en Cristo habló final y definitivamente!
Consabido es el ejemplo de aquel ateo que fundamenta en la Biblia su increencia al leer literalmente un versículo: “Dios no existe”, omitiendo las tres palabras precedentes: “Dice el necio en su corazón” (Salmo XIV, 1). En consecuencia el texto en su contexto. Entonces, sí tiene sentido hablar de la Santísima Eucaristía desde el Sermón que hemos escuchado, pues el Pan de Vida eterna que habla nuestro Señor no es otro que aquel que en la Ultima Cena transformará luego de la consagración en todo su Cuerpo y toda su Sangre.
No se puede llegar a Cristo desvinculado de la vida sacramental. Si el Pan es Cristo, Éste se  hace presente de manera real y substancial: De acuerdo a las enseñanzas del último Concilio pastoral “la Iglesia hace Eucaristía y la Eucaristía hace Iglesia”. Por lo que, recibir a Jesús Sacramente nos hace más feligreses y al ser feligreses ofrecemos lo recibido.
Aceptar un paso previo a identificar nuestra fe con la participación de la Misa nos lleva a temer una fe mutilada y una práctica religiosa que no encierra el espíritu de las enseñanzas de Cristo que exige a los suyos: “Hagan esto en mi memoria”. Si a Cristo y Si a la Eucaristía: son dos realidades de una misma conversión, de un mismo camino, de una misma entrega.
En el pasado se dieron en la historia dos graves herejías que permanecen vigentes bajo diversas denominaciones en nuestros días. Simplemente prescindir de los sacramentos por ser tenidas como invención humana según el protestantismo, y dejar la Santísima Eucaristía por ser indignos de recibirla sin la debida preparación como lo fue el jansenismo. ¿Cuándo una persona está consiente plenamente de recibir a Jesús Sacramentado? Por otra parte, el encuentro con Cristo no se verifica por una medalla o un certificado que acredite “yo conocí a Jesucristo”  sino por la fe, por el amor, y por la caridad, es decir por la vivencia de las virtudes teologales. Ahora bien, aquel que ama de verdad ¿no tenderá naturalmente a amar a Dios? Aquel que cree en Dios acaso ¿no va a querer participar de su vida misma en cada Misa?….Aquel que espera ¿no ansiará ver y estar con el que anhela vivamente? ¡Quien conoce a Cristo descubre la Eucaristía; quien vive en Cristo vive de la Eucaristía!
Hermanos: en la actualidad no faltan quienes en pos del seguimiento de un espíritu temporalizado plantean novedades que hunden sus raíces en pretéritas distorsiones de la verdadera fe. No nos engañemos: Son simples novedades de viejas mentiras.
Pues bien, entre otras cosas, se plantea un nuevo sacerdocio, que no es el que Cristo instituyó ni el que la Iglesia ha mostrado en dos milenios, sino que ahora “no está centrado en los sacramento”, a la vez que, en vez del apostolado,  se promueve un “pseudodiscipulado” desvinculado de la Santa Misa con una autonomía que prescinde finalmente de la jerarquía, con lo cual, -evidentemente- se pretende dar una respuesta a los graves desafíos que implica la vida pastoral de la Iglesia, pero, que inevitablemente termina alejando a las almas de una vida eclesial y creyente, como es fácilmente verificable.
No es tan simple decir “cambiar a Dios por Dios” cuando se coloca la disyuntiva de cumplir el tercer mandamiento del Decálogo  que implica  la asistencia a la Misa dominical y en los días de precepto, en oposición a la realización de determinadas obras de caridad fraterna, como si de suyo ambas fuesen excluyentes. ¿Desea construir un techo para quien lo necesita? ¿Tiene que estudiar mucho para un examen importante? ¿Desea visitar a aquel pariente enfermo que no lo ha hecho por tanto tiempo? Priorice y focalice su corazón, y verá cómo hay tiempo para todo para aquel que coloca al Señor en el centro de sus determinaciones.
Más, el problema real es que cuando no nos importa algo o alguien, cualquier eventualidad nos parece una excusa justificable. Entonces, nuestra dificultad es la falta de una fe verdadera y no sólo de la posibilidad de tener más o menos tiempo. Ya lo dice Jesús con claridad en el Evangelio: “Allí donde está tu tesoro, está tu corazón” (San Mateo VI, 21).
Si es recurrente el hecho de postergar nuestra asistencia a la Santa Misa y con frecuencia dejamos de lado los momentos de oración, si pudiendo prepararnos para recibir los sacramentos como la confirmación, la confesión o el santo matrimonio, los relegamos a un plano secundario y accesorio anteponiendo múltiples salvedades, entonces, es claro que nuestra prioridad no está –realmente- puesta en el amor de Dios.
Y, si acaso no está en Dios, ¿En qué está? Bien nos podemos preguntar con el título de un antiguo bolero: ¿Dónde estás corazón? La respuesta es múltiple: deambulando en la búsqueda de cualquier realidad que no nos exija entrega, sacrificio, virtud e integridad. Es que en el supermercado de la vida se nos suelen ofrecer múltiples sucedáneos del alimento verdadero, aquellas fantasías que parecen ciertas pero son finalmente falsas.
a). La búsqueda del poder: Es una tentación que siempre está presente. Por ella se enfrentan naciones, familias y personas, sea en el ámbito laboral que en ocasiones es como un campo de batalla, donde sólo se tiene la mirada puesta en mandar a todos y nunca en servir a todos. Esto incluso se verifica al interior de nuestros consagrados donde por medo del “carrerismno” se pretende alcanzar con falsas y permanentes sonrisas, y donde incluso la vivencia de la caridad fraterna se termina teniendo como trampolín para obtener prebendas, designaciones y cargos. Olvidamos acaso lo dicho por Cristo: “El que quiera ser primero entre vosotros sea vuestro servidor” (San Mateo XXIII, 11).
b). La búsqueda del placer: En épocas antiguas constatamos que grandes civilizaciones e imponentes imperios terminaron colapsando en virtud de la búsqueda desenfrenada del placer como última razón para vivir. Más recientemente, los epicúreos modernistas, desde la denominada Revolución de las Flores señalan: “pórtate mal para pasarlo bien”.

La respuesta desde la fe fue, es y será siempre la misma: ¡Pórtate bien para pasarlo bien! Porque, las alegrías del mundo son pasajeras, tienen fecha de vencimiento, en cambio aquel que cumple lo que Dios le pide, sea en circunstancias adversas o favorables, siempre es feliz, como lo exteriorizaba Santa Teresa de Calcuta y lo repetía un hombre santo: “Contento, Señor, contento”.
c). La búsqueda del tener: Ciego sería aquel que negara la voracidad por acumular bienes temporales en el mundo actual. Todo parece girar en torno al materialismo: la persona es tenida como un bien de consumo, que se adquiere, se usa y se desecha con la liviandad de cualquier producto: el alumno es cliente, el enfermo es cliente, la familia es cliente. Para muchos el precio es más decisivo que la verdad y lo que se gasta resulta  más incidente que la bondad. Una y otra vez conviene recordar lo dicho por Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (San Marcos VIII, 36).
Como el pan, es un regalo de Dios, la Santa Eucaristía es un don del cielo que no viene a nosotros como un reconocimiento sino como alimento que fortalece y nutre con su gracia todas nuestras necesidades y es capaz de cautivar cada uno de nuestros anhelos.
La persistencia del Señor, que no se cansa de perdonar ni de llamarnos, siempre puede más que nuestra obcecación por preferir la carne y las cebollas que los israelitas comían en Egipto, olvidando que tales alimentos se los servían con la vestimenta del esclavo, en cambio, el nuevo Pan del Cielo ilumina con la verdad, fortalece en el peregrinar, y satisface como anticipadamente con lo que viviremos en el Reino de Dios. Por eso, en la segunda lectura, el Apóstol San Pablo nos dice vivamente: “Sed, imitadores de Dios, como hijos queridos(Efesios V, 1).
Hermanos: Si acaso en nuestra vida espiritual y de apostolado no nos nutrimos de la cercanía con Jesucristo, seguiremos olvidando lo que es esencial y decisivo de nuestra vida católica. El Pan de Vida verdadera vivifica, y nos permite descubrir una vida diferente y mejor...con un pie allá y otro acá. Por ello, nada hay en la vida pastoral que resulte más importante que el cuidado de nuestra alma con Jesús Sacramentado, el verdadero Pan del Cielo, el mismo ayer, hoy y siempre. ¡Viva Cristo Rey!




Cristo es el verdadero pan que da la vida eterna

 DÉCIMO SÉPTIMO DOMINGO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “B”.

Padre Jaime Herrera

1.     “¿Qué es eso para tantos?” (San Juan VI, 9).
El Apóstol San Juan se caracteriza por escribir a los conversos no judíos. Su relato escrito en    capítulos resulta de gran profundidad, toda vez que, a una edad adulta,  recordó,  meditó y revivió los acontecimientos de su adolescencia y juventud junto al Señor. Ante el Mar de Galilea y protegido por las serranías se realiza un nuevo milagro, el cual es único si consideramos que es el que tiene mayor número de seguidores.

Ahora bien, nos podemos preguntar ¿Por qué lo realizó en lo alto de una  montaña? Entonces, recordamos  que todos los grandes encuentros de Dios y el hombre se realizaron en la cima de una montaña. Las cumbres fueron lugares de búsqueda, de compañía, de encuentro, donde Dios manifestaba su poder y su misericordia, y donde el hombre descubría la raíz de su más honda identidad que es ser un Dei capax.
En ese lugar, el hambre, se presentaba como la necesidad más urgente, y que terminaría siendo ocasión de un encuentro más cercano e íntimo. Doscientos  denarios equivalían a una jornada de trabajo: en cifras actuales, unos quince mil pesos diarios, es decir: para dar un pan a cada persona necesitaban al menos tres millones de pesos, sólo tenían para dos personas: es decir unos cuatrocientos pesos. Aunque resulta ínfimo, algo le motivó  al apóstol a decir al Señor Jesús lo poco que tenían, no era solución pero…finalmente, ¿servía ello para que Jesús hiciera algo? Para otros más “abajistas” esa cantidad representaba lo mismo que  una gota para el sediento en el desierto…nada.

Padre Jaime Herrera


2.     “Así dice el Señor Dios: Comerán y sobrará” (2 Reyes IV, 43).
a). Los Padres de la Iglesia, y la enseñanza unánime del Magisterio Pontificio, han visto en la realización de este milagro un anuncio de la Santa Misa. Son muchos los elementos que así lo indican. Vemos que Jesús es el centro y el autor del milagro: Al momento de celebrar la Última Cena, el Señor lo hace en el contexto de la celebración anual de la pascua hebrea, pero, confiriéndole un nuevo sentido y una nueva realidad.
Lo que era un signo de salvación ahora, con la sangre derramada por Jesús,  se realizaría de una vez para siempre. ¡Era la promesa cumplida, la verdad rebelada, y el amor entregado!

b). Se trataba un  Pan que era transformado en el mismo Cristo: Un alimento superior al que los antepasados comieron y murieron como era el maná que como rocío cayó sobre el desierto; este nuevo Pan del Cielo que se hace presente en cada celebración de la Santa Misa es el único capaz alimentar y dar respuesta al hambre de la humanidad entera. Un alimento que contiene no una gracia más, sino al autor de toda gracia, que por lo tanto satisface plenamente toda necesidad por ello dice el Señor: “Comerá, y sobrará”.

c). Como en aquel milagro descrito, en cada Santa Misa encontramos a una comunidad que toma asiento y escucha. Los sentidos humanos atentos a la obra de Dios, por ello, la liturgia sagrada es celebración de la fe que se tiene y es expresión de un encuentro con Dios, que lleva necesariamente a una actitud de humildad, de entrega, y de conversión, por lo que en el humano peregrinar, el procurar participar en la Santa Misa es el inicio y el destino de cada católico, sin la cual no hay camino posible para alcanzar una vida verdadera, tal como lo describió el sínodo pastoral hace cinco décadas: “fuente y cumbre de la vida cristiana” (SC, número 10).

d). El pan es sobreabundante, es más de lo esperado. Una gota de sangre de Jesús bastaba para perdonar y partícula de la Hostia Santa eficaz realidad de perdón para todos. Notablemente, sobraron doce canastas, lo cual encierra en sí toda una lección.
En efecto, ello es prueba que Dios siempre puede más, y que su bondad llega donde nuestra mirada ni siquiera logra acercarse, y donde muchas veces no somos capaces de perdonar y ser perdonados. Ese día el pan sobrante no estaba de más porque luego sería signo de la munificencia divina, que a todo evento da más porque es todo.

Padre Jaime Herrera


* Es alimento que satisface: El hombre satisfecho es quien percibe vivir plenamente, de manera completa, acabada. Quien no se sabe satisfecho vive inmerso en la inquietud porque algo le falta  y el sufrimiento de percibir la perfección.
* Es alimento que nutre: Bien sabemos lo que acontece cuando el hombre deja de comer, termina muriendo de inanición. Luego de una espera de decaimiento, sus fuerzas ceden a la fuerza del hambre que roba primero el preciado don de la salud y luego el de la vida misma.
La necesidad básica del hombre de alimentarse y nutrir su cuerpo aparece citada en el evangelio de este día, para mostrar la necesidad más honda que el hombre puede tener, y que de no ser sanada tendrá la consecuencia de la desnutrición del alma que termina cediendo a la tentación y al pecado.
* Es alimento que se comparte: Cristo ha querido darnos su propio Cuerpo como alimento eficaz para nuestra alma. Para ello, anuncio su presencia en la multiplicación de los panes que en este día hemos escuchado e impartiendo el más extenso de sus sermones referidos al Pan de Vida, expresión que es acuñada por el mismo Cristo quien dice de sí mismo: ¡Yo soy el Pan de Vida!.
La iniciativa surge del Corazón de Cristo que “crea” este camino maravilloso al momento de quedarse presente en medio nuestro de manera tan misteriosa como maravillosa, por esto,  hablamos de un don inestimable que nos habla del Dios hecho hombre que comparte su vida con nosotros.

* Es alimento que se reparte: Sin duda resulto prodigioso cómo de dos panes de cebada se multiplico lo suficiente para que alcanzara lo necesario para aquella muchedumbre. Los ojos sorprendidos de los Apóstoles que con sus manos benditas repartían aquel pan, luego darían con sus manos consagradas el Cuerpo de Cristo. No sólo se comparte sino que se reparte en abundancia a todos, tal como acontece con la Santísima Eucaristía, lo que conlleva a tener una vida según el don recibido. Entonces, es un imperativo procurar eucaristizar toda nuestra vida, acogiendo el envío que recibimos al final de cada Misa: “Ite misae est”…! Vamos en la paz del Señor!

viernes, 7 de agosto de 2015

Sin amor a la verdad no hay misericordia verdadera

  XXº ANIVERSARIO CURA PÁROCO DE PUERTO CLARO /  CHILE.


  Misa Día del Cura Párroco  

1.      “¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! (Jeremías XXIUII, 1).
Repitiendo las palabras dichas por Nuestro Señor en la Ultima Cena: “¡Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros”, parafraseo: ¡Con gran anhelo he deseado celebrar esta Santa Misa junto a vosotros”, pues,  desde que en el mes de Julio del año 1995 el Cardenal Jorge Arturo Medina Estévez me solicitó hacerme cargo de la cura de las almas de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, hasta este día, transcurridas dos décadas, estuve con la mirada del corazón puesta en esta porción de la Iglesia diocesana en Valparaíso.

No fue fácil llegar. De hecho, el primer día me perdí y no pude dar con la dirección, por lo que cuando me consultan respecto si es difícil llegar a Puerto Claro, les recuerdo que yo me extravié el primer día, lo cual, lejos de desincentivarme, más bien,  acrecentó mi deseo por llegar prontamente a esta comunidad siguiendo la lógica trazada –entonces- en el Pontificio Seminario Mayor de Lo Vásquez: “Nada pedir nada rechazar”. ¡Y así ha sido hasta la fecha! Al momento de ser ordenado sacerdote uno de los mayores anhelos era ser párroco, pues estimo que ello  es connatural a la vida del sacerdote diocesano, cuya realización pasa y se fortalece en ser el pastor propio de una parroquia. ¡Muchas debilidades se fortalecen y muchas fortalezas se debilitan con la vida parroquial en un sacerdote!

                              Parroquia Puerto Claro Valparaíso

Sabiamente una religiosa recordaba que la parroquia “pule” al nuevo y al viejo sacerdote.
Más aún, si recuerdo que durante todo el período de formación sacerdotal, el curso preseminario, propedéutico, en filosofía y teología, incluido el año de pastoral y como diácono camino al sacerdocio, rezábamos desde ya –permanentemente- por las almas cuyos rostros conoceríamos en las futuras destinaciones. Desde entonces, hubo como una cercanía con quienes he sido Cura Párroco en estos años que han pasado presurosos!
Estar en las manos de Dios, bajo el mandato del obispo del lugar conlleva la seguridad de estar cumpliendo la voluntad de Dios. Bajo el pontificado de tres Papas y de seis obispos me ha correspondido cumplir el ministerio sacerdotal y como Cura Párroco, aprendiendo la sabia lección de un antiguo presbítero: “los obispos pasan los sacerdotes quedan”, por lo que hay que aprender a recibir, conducirse y desprenderse muchas veces de quien ha recibido la plenitud del sacerdocio, ya que estamos llamados a ser sus más próximos colaboradores, extensión de sus anhelos e iniciativas. ! Dedos de la mano del Pastor!
 
  Santa  Misa Festividad Cura Párroco

Sin duda,  la primera lectura es exigente para todos, de manera especial,  para los sacerdotes: Lejos de detenerse en una amenaza constituye una exhortación a modificar nuestro corazón y nuestra vida en vistas a que la vida del párroco está puesta en medio de los pastos no propios ni autónomos sino de aquellos que le pertenecen a Dios. Un alma que se condena por nuestra culpa es un alma que se le roba a Dios y se le regala al demonio: “! Ay de los pastores que dejan perderse las ovejas de mis pastos!”.
Las cifras para la sociedad actual suelen ser decisivas en muchos aspectos, en nuestro caso,  son parte de un trazo más de la obra que Dios esboza a pesar de nuestras deficiencias: Nueve mil misas celebradas, de las cuales alrededor de 400 han sido de exequias fúnebres, es una cifra importante. Pues,  una sola Misa tiene un valor infinito. Una sola hostia, y gota que contiene nuestro cáliz, luego de la consagración, tiene el valor de la redención del mundo.

Lo anterior hace deseable que todo bautizado sea constante en manifestar la piedad eucarística, y que sea incomprensible imaginar un verdadero seguimiento de Jesucristo sin un amor profundo por buscar y encontrar la verdad, y sin abandonar por ligerezas la práctica sacramental frecuente.
Los Apóstoles y la tradición viva de nuestra Iglesia nos enseñan –claramente- que nunca se ha dado una evangelización sin una debida vida sacramental. El anuncio de la Palabra de Dios no ha de quedarse en un eco que se apague en el silencio solitario, sino, por el contrario,  en el encuentro con la persona de Jesucristo, que vino para quedarse. Quien deja de ir a Misa irremediablemente terminará por dejar la Biblia en un rincón olvidado.

Digámoslo sin ambigüedad: una pastoral que no busque la vivencia sacramental no es católica. Para el creyente no basta hablar de Dios, no basta escuchar sobre Dios, necesita sobre todo hablar y estar con Dios, tal como acontece de manera real y substancial en la Santa Misa.

2.      “El Señor  es mi pastor, nada me falta” (Salmo XXIII, 1).
Al llegar a una parroquia como al iniciar cualquier labor por primera vez, surge la pregunta: ¿dónde me apoyo?, ¿cuál es mi seguridad?, ¿cuáles son las fortalezas? Miramos personas, seguros, garantías,  apoyos humanos, cercanías fuera y dentro de la Iglesia.

Hoy como ayer “sólo Dios basta” (Teresa de Ávila). ¡También hoy es así!  Aún más,  en una época donde el hombre y las sociedades son autorreferentes. Donde Dios no ocupa el lugar que le corresponde lo hará cualquier cosa, y ello –también- lo diremos respecto de las seguridades, pues, inequívocamente  terminaremos amparándonos en cualquier bagatela si acaso nuestra confianza no se funda y sostiene en quien de Si mismo dijo. “Yo soy el Dios fiel”.

La vida parroquial encierra la riqueza de poder descubrir que la verdadera seguridad es la inseguridad…en efecto, lo que para el mundo es seguro resulta incierto para el creyente que no dejará de repetir las palabras del Salmista: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y, a lo largo de dos décadas han sido muchas las ocasiones donde he podido repetir esta jaculatoria bíblica, en momentos en que –indudablemente- el Señor me ha invitado a hacerlo.

  Padre Jaime Herrera

3.      “En Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo” (Efesios II, 13).
a). “Tengo lo que se me ha dado: Al momento de encomendarme la cura de almas de esta parroquia, el Obispo me dijo dos cosas: “Te va a gustar mucho porque tiene vista al mar”, sabedor él de mi afición por nadar y pasear contemplando  el azul reflejo de la mirada de Dios. Durante dos décadas he tenido el privilegio de poseer una vista privilegiada de las dos creaciones que nos hablan de la inmensidad de la bondad y del poder de Dios: las nevadas cumbres que anhelan tocar el cielo y el océano en cuyo horizonte parece unirse el cielo y la tierra en cada atardecer. ¡A la hora de vísperas eso se ha hecho realidad en las casi nueve mil misas que hemos celebrado en este altar!
Desde nuestro altar, con el rezo del rosario de la aurora hemos visto salir el sol para luego descansar al caer el día, hora en la cual desde Julio de 1995 hemos procurado celebrar diariamente la Santa Misa, hacia la cual y desde la cual emerge y converge la vida pastoral de nuestra Iglesia, a la vez que en ella, como sacerdote alcanzamos la cumbre de la vida sacerdotal, no sólo como pastor que guía y conduce, ni sólo como quien anuncia y explica la Palabra de Dios en la homilía y la catequesis, sino sobre todo, en la realidad de ser Alter Christus en cada Santa Misa. En efecto, cada sacramento celebrado he procurado hacerlo siempre como si fuese lo más importante del ministerio sacerdotal  alejándome de una actitud que celebre por simpleza, por inercia o por acostumbramiento, todo lo cual termina anulando la vida del sacerdote.

En los últimos ocho años, hemos incorporado la celebración del Rito Extraordinario: allí todos los fieles contemplamos la imagen del crucificado al centro del Altar y adoramos a Cristo que se hace presente, real y substancialmente en manos del sacerdote. ¡Cuánta riqueza encierra el misterio de la fe celebrado en latín! Habida consideración que porcentualmente desde la Última Cena a la fecha,  de cada cien misas celebradas a lo largo del mundo 97 se hicieron en el rito antiguo y tres se han dicho en el rito nuevo, en consecuencia, es fácil deducir de dónde nos viene la impronta de fe, y en qué buena tierra se hunde la raíz de la cual tantos creyeron y crecieron para alcanzar la santidad que hoy veneramos: A esa celebración acudieron San Agustín, San León Magno, Santo Tomás de Aquino, San Pio V, San Pio X, San Juan Pablo II, San Alberto Hurtado, Santa Teresita de Los Andes…como los recordados Gabriel García Moreno, los cristeros mexicanos, los mártires católicos de España y tantos otros que nos legaron la certeza de su fe.

¿En quién confío? ¿Dónde me apoyo? ¿Dónde doblego la fragilidad y sepulto el orgullo? ¿Dónde busco mi realización personal? Todo esto tiene como respuesta una sola, y muy breve: en la Santa Misa diaria en la cual se renueva el sacrificio de Jesucristo.

b). “Tengo lo que he dado”: Esta frase encierra, por cierto, una gran verdad. Pues, la segunda expresión que me dijo el Obispo al asignarme esta comunidad fue. “No tengas muchas expectativas…tendrás que parar la olla”. Durante estos años, puedo decir con certeza que es una parroquia que forma parte de las setenta de la diócesis de Valparaíso. Algunas son muy imponentes por su arquitectura, otras por la gran cantidad de capillas que encierran otras por sus abultados ingresos, algunas por su rica tradición histórica. Pero,  que inequívocamente afirmamos que no hay parroquia pequeña sino corazones pequeños, por lo que evocando la serie literaria de una antiguo sacerdote descrito por el autor Giovanni Guareshi, Puerto Claro es “el pequeño mundo” que Dios tuvo a bien darme a conocer para poder transmitir y compartir la fe en medio de él.

En una sociedad que procura vivir amarrada por seguros, el Párroco tiene la posibilidad de vivir la aventura de lo que para unos es incierto, respondiendo a la pregunta que muchos se hacen, en ocasiones,  desde un alma llena de angustia ¿Qué nos deparará el futuro? A esa inquietud sin duda hay sólo una respuesta: ¡Lo que Dios quiera! En ella esta nuestra seguridad, nuestro poder, nuestra convicción, nuestra libertad que nadie y nada puede arrebatarnos, según lo descrito por San Pablo: “¿Quién nos separa del amor de Cristo? El hambre, la desnudez, la enfermedad, la persecución, el oprobio. ¡Nada nos separará del amor de Dios!”.

La vigencia de la vida parroquial resulta necesaria si miramos la vocación del sacerdote diocesano que vive consagrado a Dios desde el servicio a una comunidad presente en una porción de la única Iglesia verdadera fundada por Jesucristo. El imperativo de que Cristo reine nos ha llevado a vivir exigidos  por el amor del Señor,  procurando responder afirmativamente a cada solicitud de los feligreses y fieles en general tendiente a estar más cerca de Dios.

Quienes me conocen lo saben: no soy un padre del no, soy un padre del sí, por esto, lo primero que hice al llegar a esta parroquia fue dejar abierta la puerta, sin llave, de la oficina parroquial, procurando atender personalmente para dar una respuesta sin mediaciones ni innecesarias dilaciones.
Por otra parte, partiendo de la base que es Dios quien quiere darse a conocer, ¿cómo presentar obstáculos para cuantos buscan a Dios? El sacerdote diocesano está llamado a ser un puente que una no una muralla que separe; para ello:  ha sido iluminado…para iluminar, bendecido…para bendecir, y amado…para amar.

Hoy se requiere con urgencia un verdadero sacerdote en salida para cortar la vergonzante salida de los sacerdotes, que encerrados en las falsas teologías de la liberación, que seducidos por los criterios del  modernismo, y que esclavos de criterios humanos y sociales, causan tanto dolor e incertidumbre en los fieles de Dios. ¡No tienen la última palabra los que traicionan la consagración que un día recibieron!

Por esto, transcurridos veinte años como Cura Párroco y un cuarto de siglo como sacerdote mirando de frente a cada de vosotros puedo decir con toda libertad que sólo tengo lo que he dado. ¡Ese es mi tesoro! ¡Esa es mi riqueza! ¡Ese es mi ahorro!

4.      “Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (San Marcos VI, 34).
Es primera vez que en nuestra parroquia celebramos una Misa especial para pedir por las intenciones del Cura Párroco en el día de conmemoración de su entronización.  Lo hacemos porque al implorar por un solo sacerdote tenemos presente a todos cuantos antes han servido a Dios en este altar, como por cuantos, en el futuro, ciertamente,  no dejarán de hacerlo con mayor virtud y perfección, viviendo un sacerdocio “según el Corazón de Cristo”.

Hoy, se hace urgente pedir por las nuevas vocaciones al sacerdocio, toda vez que enfrentamos la mayor de las sequias al interior del lugar propio de la formación sacerdotal, llegando a cifras que amenazan a las  parroquias respecto de la posibilidad de tener misa dominical en cada sede  en unos cuantos años de seguir el camino actual. Todos debemos involucrarnos con seriedad y determinación en una verdadera promoción vocacional. Jesús nos lo prometió: “Pedid al dueño de la mies que envíe operarios a su campo de trabajo”.

Finalmente, en circunstancias de tanto cuestionamiento en la sociedad nuestra sobre el sacerdocio, es necesario doblegar la oración para que los sacerdotes diocesanos en todo momento apoyen su identidad en la huella indeleble del amor de Cristo por su Iglesia, que en todo momento fue  célibe, fue pobre, y fue obediente.

                  Cura Jaime Herrera


Finalmente una confidencia: Mirando diariamente a Cristo en el centro de nuestro altar: veo a los fieles desde Cristo, y los fieles me ven desde Cristo, con ello se realiza la mayor de las cercanías, pues, se da desde y hacia la persona de Jesucristo, a quien imploramos su perdón por tantas palabras de más y de menos, por tantas acciones que no han traducido la imagen del Buen Jesús con claridad a los niños y jóvenes, que están llamados a ser el futuro de la Iglesia si acaso Cristo Reina, si Cristo vive, y si Cristo impera en sus corazones. ¡Viva Cristo Rey!

SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CURA PÁRROCO PUERTO CLARO