viernes, 7 de agosto de 2015

Sin amor a la verdad no hay misericordia verdadera

  XXº ANIVERSARIO CURA PÁROCO DE PUERTO CLARO /  CHILE.


  Misa Día del Cura Párroco  

1.      “¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! (Jeremías XXIUII, 1).
Repitiendo las palabras dichas por Nuestro Señor en la Ultima Cena: “¡Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros”, parafraseo: ¡Con gran anhelo he deseado celebrar esta Santa Misa junto a vosotros”, pues,  desde que en el mes de Julio del año 1995 el Cardenal Jorge Arturo Medina Estévez me solicitó hacerme cargo de la cura de las almas de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, hasta este día, transcurridas dos décadas, estuve con la mirada del corazón puesta en esta porción de la Iglesia diocesana en Valparaíso.

No fue fácil llegar. De hecho, el primer día me perdí y no pude dar con la dirección, por lo que cuando me consultan respecto si es difícil llegar a Puerto Claro, les recuerdo que yo me extravié el primer día, lo cual, lejos de desincentivarme, más bien,  acrecentó mi deseo por llegar prontamente a esta comunidad siguiendo la lógica trazada –entonces- en el Pontificio Seminario Mayor de Lo Vásquez: “Nada pedir nada rechazar”. ¡Y así ha sido hasta la fecha! Al momento de ser ordenado sacerdote uno de los mayores anhelos era ser párroco, pues estimo que ello  es connatural a la vida del sacerdote diocesano, cuya realización pasa y se fortalece en ser el pastor propio de una parroquia. ¡Muchas debilidades se fortalecen y muchas fortalezas se debilitan con la vida parroquial en un sacerdote!

                              Parroquia Puerto Claro Valparaíso

Sabiamente una religiosa recordaba que la parroquia “pule” al nuevo y al viejo sacerdote.
Más aún, si recuerdo que durante todo el período de formación sacerdotal, el curso preseminario, propedéutico, en filosofía y teología, incluido el año de pastoral y como diácono camino al sacerdocio, rezábamos desde ya –permanentemente- por las almas cuyos rostros conoceríamos en las futuras destinaciones. Desde entonces, hubo como una cercanía con quienes he sido Cura Párroco en estos años que han pasado presurosos!
Estar en las manos de Dios, bajo el mandato del obispo del lugar conlleva la seguridad de estar cumpliendo la voluntad de Dios. Bajo el pontificado de tres Papas y de seis obispos me ha correspondido cumplir el ministerio sacerdotal y como Cura Párroco, aprendiendo la sabia lección de un antiguo presbítero: “los obispos pasan los sacerdotes quedan”, por lo que hay que aprender a recibir, conducirse y desprenderse muchas veces de quien ha recibido la plenitud del sacerdocio, ya que estamos llamados a ser sus más próximos colaboradores, extensión de sus anhelos e iniciativas. ! Dedos de la mano del Pastor!
 
  Santa  Misa Festividad Cura Párroco

Sin duda,  la primera lectura es exigente para todos, de manera especial,  para los sacerdotes: Lejos de detenerse en una amenaza constituye una exhortación a modificar nuestro corazón y nuestra vida en vistas a que la vida del párroco está puesta en medio de los pastos no propios ni autónomos sino de aquellos que le pertenecen a Dios. Un alma que se condena por nuestra culpa es un alma que se le roba a Dios y se le regala al demonio: “! Ay de los pastores que dejan perderse las ovejas de mis pastos!”.
Las cifras para la sociedad actual suelen ser decisivas en muchos aspectos, en nuestro caso,  son parte de un trazo más de la obra que Dios esboza a pesar de nuestras deficiencias: Nueve mil misas celebradas, de las cuales alrededor de 400 han sido de exequias fúnebres, es una cifra importante. Pues,  una sola Misa tiene un valor infinito. Una sola hostia, y gota que contiene nuestro cáliz, luego de la consagración, tiene el valor de la redención del mundo.

Lo anterior hace deseable que todo bautizado sea constante en manifestar la piedad eucarística, y que sea incomprensible imaginar un verdadero seguimiento de Jesucristo sin un amor profundo por buscar y encontrar la verdad, y sin abandonar por ligerezas la práctica sacramental frecuente.
Los Apóstoles y la tradición viva de nuestra Iglesia nos enseñan –claramente- que nunca se ha dado una evangelización sin una debida vida sacramental. El anuncio de la Palabra de Dios no ha de quedarse en un eco que se apague en el silencio solitario, sino, por el contrario,  en el encuentro con la persona de Jesucristo, que vino para quedarse. Quien deja de ir a Misa irremediablemente terminará por dejar la Biblia en un rincón olvidado.

Digámoslo sin ambigüedad: una pastoral que no busque la vivencia sacramental no es católica. Para el creyente no basta hablar de Dios, no basta escuchar sobre Dios, necesita sobre todo hablar y estar con Dios, tal como acontece de manera real y substancial en la Santa Misa.

2.      “El Señor  es mi pastor, nada me falta” (Salmo XXIII, 1).
Al llegar a una parroquia como al iniciar cualquier labor por primera vez, surge la pregunta: ¿dónde me apoyo?, ¿cuál es mi seguridad?, ¿cuáles son las fortalezas? Miramos personas, seguros, garantías,  apoyos humanos, cercanías fuera y dentro de la Iglesia.

Hoy como ayer “sólo Dios basta” (Teresa de Ávila). ¡También hoy es así!  Aún más,  en una época donde el hombre y las sociedades son autorreferentes. Donde Dios no ocupa el lugar que le corresponde lo hará cualquier cosa, y ello –también- lo diremos respecto de las seguridades, pues, inequívocamente  terminaremos amparándonos en cualquier bagatela si acaso nuestra confianza no se funda y sostiene en quien de Si mismo dijo. “Yo soy el Dios fiel”.

La vida parroquial encierra la riqueza de poder descubrir que la verdadera seguridad es la inseguridad…en efecto, lo que para el mundo es seguro resulta incierto para el creyente que no dejará de repetir las palabras del Salmista: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y, a lo largo de dos décadas han sido muchas las ocasiones donde he podido repetir esta jaculatoria bíblica, en momentos en que –indudablemente- el Señor me ha invitado a hacerlo.

  Padre Jaime Herrera

3.      “En Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo” (Efesios II, 13).
a). “Tengo lo que se me ha dado: Al momento de encomendarme la cura de almas de esta parroquia, el Obispo me dijo dos cosas: “Te va a gustar mucho porque tiene vista al mar”, sabedor él de mi afición por nadar y pasear contemplando  el azul reflejo de la mirada de Dios. Durante dos décadas he tenido el privilegio de poseer una vista privilegiada de las dos creaciones que nos hablan de la inmensidad de la bondad y del poder de Dios: las nevadas cumbres que anhelan tocar el cielo y el océano en cuyo horizonte parece unirse el cielo y la tierra en cada atardecer. ¡A la hora de vísperas eso se ha hecho realidad en las casi nueve mil misas que hemos celebrado en este altar!
Desde nuestro altar, con el rezo del rosario de la aurora hemos visto salir el sol para luego descansar al caer el día, hora en la cual desde Julio de 1995 hemos procurado celebrar diariamente la Santa Misa, hacia la cual y desde la cual emerge y converge la vida pastoral de nuestra Iglesia, a la vez que en ella, como sacerdote alcanzamos la cumbre de la vida sacerdotal, no sólo como pastor que guía y conduce, ni sólo como quien anuncia y explica la Palabra de Dios en la homilía y la catequesis, sino sobre todo, en la realidad de ser Alter Christus en cada Santa Misa. En efecto, cada sacramento celebrado he procurado hacerlo siempre como si fuese lo más importante del ministerio sacerdotal  alejándome de una actitud que celebre por simpleza, por inercia o por acostumbramiento, todo lo cual termina anulando la vida del sacerdote.

En los últimos ocho años, hemos incorporado la celebración del Rito Extraordinario: allí todos los fieles contemplamos la imagen del crucificado al centro del Altar y adoramos a Cristo que se hace presente, real y substancialmente en manos del sacerdote. ¡Cuánta riqueza encierra el misterio de la fe celebrado en latín! Habida consideración que porcentualmente desde la Última Cena a la fecha,  de cada cien misas celebradas a lo largo del mundo 97 se hicieron en el rito antiguo y tres se han dicho en el rito nuevo, en consecuencia, es fácil deducir de dónde nos viene la impronta de fe, y en qué buena tierra se hunde la raíz de la cual tantos creyeron y crecieron para alcanzar la santidad que hoy veneramos: A esa celebración acudieron San Agustín, San León Magno, Santo Tomás de Aquino, San Pio V, San Pio X, San Juan Pablo II, San Alberto Hurtado, Santa Teresita de Los Andes…como los recordados Gabriel García Moreno, los cristeros mexicanos, los mártires católicos de España y tantos otros que nos legaron la certeza de su fe.

¿En quién confío? ¿Dónde me apoyo? ¿Dónde doblego la fragilidad y sepulto el orgullo? ¿Dónde busco mi realización personal? Todo esto tiene como respuesta una sola, y muy breve: en la Santa Misa diaria en la cual se renueva el sacrificio de Jesucristo.

b). “Tengo lo que he dado”: Esta frase encierra, por cierto, una gran verdad. Pues, la segunda expresión que me dijo el Obispo al asignarme esta comunidad fue. “No tengas muchas expectativas…tendrás que parar la olla”. Durante estos años, puedo decir con certeza que es una parroquia que forma parte de las setenta de la diócesis de Valparaíso. Algunas son muy imponentes por su arquitectura, otras por la gran cantidad de capillas que encierran otras por sus abultados ingresos, algunas por su rica tradición histórica. Pero,  que inequívocamente afirmamos que no hay parroquia pequeña sino corazones pequeños, por lo que evocando la serie literaria de una antiguo sacerdote descrito por el autor Giovanni Guareshi, Puerto Claro es “el pequeño mundo” que Dios tuvo a bien darme a conocer para poder transmitir y compartir la fe en medio de él.

En una sociedad que procura vivir amarrada por seguros, el Párroco tiene la posibilidad de vivir la aventura de lo que para unos es incierto, respondiendo a la pregunta que muchos se hacen, en ocasiones,  desde un alma llena de angustia ¿Qué nos deparará el futuro? A esa inquietud sin duda hay sólo una respuesta: ¡Lo que Dios quiera! En ella esta nuestra seguridad, nuestro poder, nuestra convicción, nuestra libertad que nadie y nada puede arrebatarnos, según lo descrito por San Pablo: “¿Quién nos separa del amor de Cristo? El hambre, la desnudez, la enfermedad, la persecución, el oprobio. ¡Nada nos separará del amor de Dios!”.

La vigencia de la vida parroquial resulta necesaria si miramos la vocación del sacerdote diocesano que vive consagrado a Dios desde el servicio a una comunidad presente en una porción de la única Iglesia verdadera fundada por Jesucristo. El imperativo de que Cristo reine nos ha llevado a vivir exigidos  por el amor del Señor,  procurando responder afirmativamente a cada solicitud de los feligreses y fieles en general tendiente a estar más cerca de Dios.

Quienes me conocen lo saben: no soy un padre del no, soy un padre del sí, por esto, lo primero que hice al llegar a esta parroquia fue dejar abierta la puerta, sin llave, de la oficina parroquial, procurando atender personalmente para dar una respuesta sin mediaciones ni innecesarias dilaciones.
Por otra parte, partiendo de la base que es Dios quien quiere darse a conocer, ¿cómo presentar obstáculos para cuantos buscan a Dios? El sacerdote diocesano está llamado a ser un puente que una no una muralla que separe; para ello:  ha sido iluminado…para iluminar, bendecido…para bendecir, y amado…para amar.

Hoy se requiere con urgencia un verdadero sacerdote en salida para cortar la vergonzante salida de los sacerdotes, que encerrados en las falsas teologías de la liberación, que seducidos por los criterios del  modernismo, y que esclavos de criterios humanos y sociales, causan tanto dolor e incertidumbre en los fieles de Dios. ¡No tienen la última palabra los que traicionan la consagración que un día recibieron!

Por esto, transcurridos veinte años como Cura Párroco y un cuarto de siglo como sacerdote mirando de frente a cada de vosotros puedo decir con toda libertad que sólo tengo lo que he dado. ¡Ese es mi tesoro! ¡Esa es mi riqueza! ¡Ese es mi ahorro!

4.      “Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (San Marcos VI, 34).
Es primera vez que en nuestra parroquia celebramos una Misa especial para pedir por las intenciones del Cura Párroco en el día de conmemoración de su entronización.  Lo hacemos porque al implorar por un solo sacerdote tenemos presente a todos cuantos antes han servido a Dios en este altar, como por cuantos, en el futuro, ciertamente,  no dejarán de hacerlo con mayor virtud y perfección, viviendo un sacerdocio “según el Corazón de Cristo”.

Hoy, se hace urgente pedir por las nuevas vocaciones al sacerdocio, toda vez que enfrentamos la mayor de las sequias al interior del lugar propio de la formación sacerdotal, llegando a cifras que amenazan a las  parroquias respecto de la posibilidad de tener misa dominical en cada sede  en unos cuantos años de seguir el camino actual. Todos debemos involucrarnos con seriedad y determinación en una verdadera promoción vocacional. Jesús nos lo prometió: “Pedid al dueño de la mies que envíe operarios a su campo de trabajo”.

Finalmente, en circunstancias de tanto cuestionamiento en la sociedad nuestra sobre el sacerdocio, es necesario doblegar la oración para que los sacerdotes diocesanos en todo momento apoyen su identidad en la huella indeleble del amor de Cristo por su Iglesia, que en todo momento fue  célibe, fue pobre, y fue obediente.

                  Cura Jaime Herrera


Finalmente una confidencia: Mirando diariamente a Cristo en el centro de nuestro altar: veo a los fieles desde Cristo, y los fieles me ven desde Cristo, con ello se realiza la mayor de las cercanías, pues, se da desde y hacia la persona de Jesucristo, a quien imploramos su perdón por tantas palabras de más y de menos, por tantas acciones que no han traducido la imagen del Buen Jesús con claridad a los niños y jóvenes, que están llamados a ser el futuro de la Iglesia si acaso Cristo Reina, si Cristo vive, y si Cristo impera en sus corazones. ¡Viva Cristo Rey!

SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CURA PÁRROCO PUERTO CLARO

                                      
             
                                   


                                

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