martes, 19 de abril de 2016

Cristo está con vosotros y junto a vosotros


HOMILÍA MATRIMONIO ROSENKRANZ FERNANDEZ & GARCÍA GEN. MARZO 2016

MATRIMONIO CATOLICO

1.        “El pueblo que yo me he formado contará mis alabanzas” (Isaías XIIIL, 16-21)

Como una extensión de nuestra Madre Patria, este templo cobija  las más hondas raíces de las tierras desde donde nos llegase la fe hace más de cinco siglos. Al interior de este templo, dedicado a Nuestra Señora de Valvanera, todo nos habla de la mayor riqueza que poseemos cual es el don de la fe, cuyo centro es la persona de Jesucristo, cuya presencia aquí nos es tan evidente como real, particularmente en su realidad eucarística.
En efecto, el centro de cada iglesia (templo) es la persona de Jesucristo: aquí todo nos habla de Él, y Él nos habla de todo. Por ello, el altar, el sagrario, y el crucifijo ocupan nuestra mirada en todo momento, y desde esta realidad, se nos indica la necesidad de la centralidad de nuestra vida en la persona de Jesucristo, quien lejos de ser un hermoso recuerdo del pasado, o una sentimental representación del presente, constituye una realidad viva que comprueba la promesa hecha por Nuestro Señor: “Yo estaré junto a vosotros hasta el final de los tiempos” (San Mateo XXVIII, 20).
Es importante destacar que en medio de la celebración de aquella Primera Misa, Nuestro Señor señaló que estaría junto a nosotros y no sólo con nosotros, lo que implica que se hace parte real de nuestra vida ¡Es nuestra vida!  Según esto, no es como una visita que viene por un tiempo acotado, ni un simple peregrino que está de paso, no…Él viene para quedarse, tal como le dijo un día a Zaqueo y su familia: “hoy ha llegado la salvación a esta casa” (San Lucas XIX, 9).
Los Santos Evangelios son muy generosos al momento de presentarnos la reacción de quienes recibían a Jesús: En lo alto del monte Tabor exclamaron: “Señor, ¡qué bien estamos aquí!” (San Lucas IX, 33)  en tanto que cuando ya resucitado acompañó a los jóvenes peregrinos de Emaús, luego del encuentro, ambos señalaron: “¿No ardía nuestro corazón mientras estaba en medio nuestro y nos explicaba las escrituras?” (San Lucas XXIV, 13-35).

Es que ante la persona de Cristo, o se está con Él o se está contra Él, lo único que no tiene sentido es la indiferencia. Y, nosotros hemos apostado por el Señor, de tal manera que sólo desde su Persona podemos descifrar cada una de las realidades, misterios y grandezas que encierra toda nuestra vida, de manera particular en la vida matrimonial.

Como entonces, al inicio de ministerio público del Señor Jesús,  con ocasión del primer milagro hecho en las Bodas de Cana de Galilea, acogió la invitación hecha a su madre y los discípulos, mas no fue casualidad que la primera bendición permaneciera incólume de las consecuencias del pecado original, pues,  el proyecto de Dios respecto del origen de la vida humana debía ser lo más cercano a la generosidad, la fidelidad, y la entrega que tuvo Dios al momento de formar al hombre y la mujer “a su imagen y semejanza” (Génesis I, 26-27). Por esto,  no podemos creer en el fraude de asemejar la sublimidad de la obra de Dios respecto del matrimonio con aquello que es una simple máscara de fantasía.

Jesucristo viene a bendecir desde su origen a estos novios que constituyen una nueva familia. Con el anhelo de ser partícipes de una realidad que no es una caja de sorpresas pues sabemos que estará presente con su gracia en todo momento operando para que: se fortalezca cada día más estrechamente la unión, haga más fiel el compromiso asumido, y sea más fecunda la entrega recíproca, todo lo cual,  marca la necesidad de ser partícipes de la gracia que viene de lo alto.

Por esto, la espiritualidad del matrimonio nos enseña que ambos recorrerán un camino para alcanzar la santidad, y con ello, procurarán  hacer presente el amor de Jesucristo por su Iglesia, según enseñan las escrituras: “Gran sacramento es este que yo lo refiero al amor de Cristo por su Iglesia” (San Pablo a los Efesios V, 32)

2.        “Olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante” (Filipenses III, 8-14).
La vida matrimonial como la vida cristiana implica siempre un grado de desasimiento personal, donde la opción preferencial por la persona de Jesucristo lleve a los esposos a asumir en todo momento y circunstancia el imperativo de la vocación recibida. El Apóstol San Pablo nos entrega hoy el primer consejo a los novios:

Perdonar implica saber olvidar: Es cierto que nuestra memoria puede albergar  antiguas ofensas, pero -sin duda- en la medida que nos llenamos del amor de Dios, aquello que tanto pareció importarnos en un momento,  rápidamente pasa a ocupar un lugar secundario, y en ocasiones, hasta se nos olvida la causa de lo que un día nos ofendió. No es bueno ni hace bien al alma del matrimonio el llevar severa cuenta de lo que se nos ha hecho, pues,  estamos ciertos que si Dios la llevase de todo lo que hemos hecho hacia Él y nuestro prójimo, estaríamos en el Dicom celestial como elementos de “alto riesgo”.

Sin duda, el tema del perdón es una realidad que cruza toda nuestra vida, y de manera especial,  a lo largo de este Año de la Misericordia al cual el actual Romano Pontífice nos ha convocado. Durante este tiempo especial de gracia e indulgencia, reciben el Sacramento del Matrimonio, lo cual,  conlleva un compromiso en orden a mutuamente “dejarse misericordear” –en palabras del Papa Francisco- es decir, dejarse querer por el Amor de Dios que: siempre puede más que nuestra maldad, que en todo momento  es más fuerte que nuestra debilidad, y que permanentemente está más allá de nuestros rencores.

Como dice un antiguo refrán: “Dios pregunta menos y perdona más”, pues siendo más íntimo a nosotros que nosotros, sabe perfectamente lo que pensamos, deseamos, y hacemos, no sólo en el presente, sino en el pasado, y en el futuro, lo cual le da una visión perfecta de quién somos realmente. Por ello, es necesario recurrir a Él para poder tener “sus entrañas de misericordia” (Colosenses III, 12) a lo largo de nuestra vida.

SACERDOTE JAIME HERRERA
Todo lo anterior nos lleva a profundizar en los medios de santidad que Él nos entrega: La oración es un camino imprescindible para quien desea cumplir a cabalidad la voluntad de Dios. Sin ella, el alma se seca y muere, por esto,  no dejen de enriquecer la vida mutua con la oración mutua, toda vez que “familia que reza unida permanece unida”. A este respecto, que no falten en vuestro hogar la imagen del Sagrado Corazón en el dintel de vuestra casa para que proteja a cuantos están invitados en su interior como de cuantos vienen del exterior sin invitación. No dejen de consagrar la familia al Sagrado Corazón de Jesús, y eventualmente procuren asistir a la Santa Misa dominical y los Primeros Viernes de Mes para tener un hogar “según el Corazón de Jesús” que tanto nos ha amado.

Presidan vuestras habitaciones las imágenes que recuerden a la Virgen Santísima y a vuestros santos patronos, de la misma manera que no dejen de portar, cada uno y vuestra futura descendencia, el estandarte victorioso de la Cruz y la imagen maternal de la Virgen Santísima

A este respecto, un segundo consejo: El uso del anillo es signo del compromiso y de vuestra mutua fidelidad. Es necesario que se tengan como permanentemente enamorados, de tal manera que los sueños del inicio les mantenga el corazón con el anhelo de pasar cada uno de los días venideros no sólo bajo un mismo techo sino en un mismo espíritu cumpliendo con ello las palabras pronunciadas por el Señor: “Ya no son dos sino uno solo” (San Mateo XIX, 6). Ambos deben tener la certeza que lo que hoy acontece es definitivo, ¡sin vuelta atrás!, toda vez que  lo que asumen  no es solamente un nuevo modo de vivir sino que implica una vida nueva en Cristo.

Vuestra unión no es consecuencia de un convencionalismo, ni sólo del seguimiento de una venerable tradición heredada de los antepasados, tampoco es solo un mutuo acuerdo disoluble en el agua de las circunstancias. Hoy son partícipes del sacramento mediante el cual serán bendecidos por Dios en vistas a vuestra mutua fidelidad. Se casan ustedes ante Dios mismo, es El quien sella vuestro mutuo compromiso, de tal manera que estando plenamente conscientes, y ejerciendo libremente  vuestra voluntad, repetirán hoy las palabras que vuestros antepasados un día pronunciaron ante un altar: “prometo serte fiel, en lo favorable y lo adverso, con salud o enfermedad, para así amarte y honrarte todos los días de mi vida”.

3.      “Los que siembran con lágrimas cosechan entre cánticos” (Salmo CXXVI, 1-6).
Será entonces, el hecho de evocar vuestro primer amor, como el oasis que les permita seguir avanzando en vuestra vida matrimonial, la cual indudablemente incluirá desafíos que en ocasiones les haga ver que es un camino infructuoso, que requiere de gran abnegación y múltiples sacrificios mutuos. ¡No existe matrimonio que no tenga ni haya pasado  dificultades!  De alguna manera la vida esponsal es como una carrera de vallas, en la cual,  han de pedir a Dios desde hoy que les conceda la gracia de saber sobrellevar los desafíos de manera mancomunada.

PADRE JAIME HERRERA CHILE

Para esto, nada mejor que implorar la ayuda de quien sabe de esto, de aquella que es experta en momentos difíciles. ¡Vislumbramos quién es!. La Santísima Virgen María: cuánta delicadeza, cuánta presteza, cuánta fe, cuánta fidelidad, al momento de ir en ayuda de unos novios atribulados. Cuando ya todas las posibilidades se veían extinguidas, y experimentarían la vergüenza de tener que despedir a los invitados abruptamente, surgió la voz y la presencia de la Virgen María como intercesora ante su hijo y Dios, logrando arrebatar el primer milagro en medio de la celebración de las Bodas en Caná de Galilea.

Nuevamente, ante la imagen de la Patrona de nuestra Madre Patria, la Virgen del Pilar, colocamos nuestras intenciones en bien de estos novios que llenos de esperanza y felicidad depositan su futura vida matrimonial y su nueva familia en las manos, corazón y mente de Aquella que nuevamente  nos exhorta como hace dos milenios: “! Hagan todo lo que Él les diga!” (San Juan II, 5).
¡Viva Cristo Rey!


sábado, 16 de abril de 2016

Dispensadores del Perdón y la Misericordia de Dios


 MEDITACIÓN  SEXTA  /  RETIRO  ESPIRITUAL.

A). Introducción: Una tarea urgente.
Uno de los pilares fundamentales en la vida de todo sacerdote es la vivencia del perdón, recibido y concedido. El presbítero ante la inmensidad de la gracia de la que es depositario desde el momento de su consagración, está llamado a ser dispensador del perdón de Cristo.  Nuestra Fraternidad está cobijado a la mirada protectora de San José, quien después de la Virgen Santísima, es “el más apreciado de Dios para impetrar las divinas gracias a favor de sus devotos” (San Alfonso María de Ligorio), una de las cuales es, sin lugar a dudas, el arrepentimiento, la absolución y la vida penitente, espiritual y físicamente entendida. Aquel espíritu de penitencia que nos habla la Escritura, y que en el oficio solemos repetir: “un corazón quebrantado Tú no lo desprecias, Señor” (Salmo L), es la gracia necesaria para nuestro tiempo, donde la culpabilidad se diluye en justificaciones naturalistas que terminan esterilizando, sino castrando la posibilidad de una verdadera conversión.

Toda nuestra vida, sea en los años de seminario, en el convento, y luego, en el ejercicio del ministerio, está marcada por una verdad,  que debiera hacernos –simplemente- temblar por su grandeza: millares de conversiones, confesiones, reconciliaciones, pasarán por lo que buenamente hagamos, y con nuestras negligencias –quizás- serán causa de provocar numerosas condenaciones. Guiovanni Guareschi es el autor de una serie de novelas que posteriormente se llevaron al cine, en la década del cincuenta. Relata la vida de Don Camilo, sacerdote de un pueblo italiano de Brescello, en la región de Reggio Emilia luego de guerra, que constantemente entra en conflicto con el alcalde de la localidad, de profesión mecánico y activo militante de la hoz y el martillo. Lo importante es cómo hablaba con Jesús, cuya imagen pendiente sobre el altar le hablaba “de tú a tú”.  En una oportunidad ante la dureza de trato que había tenido aquel  hombre de hábito talar con unos feligreses, le recuerda “si se condenan, será en parte, tu responsabilidad”, por lo que, el empeñoso párroco termina accediendo a la solicitud hecha por Don Pepone, el alcalde de la ciudad.

En muchas ocasiones, escucharán hablar de “responsabilidades”, “encargos”, “tareas y servicios”, más, dichas realidades –importantes- ciertamente, en el caso del sacramento de la confesión, es de trascendencia prioritaria. No puede quedar relegado a un aspecto añadido o accesorio, que pueda estar o no. Ningún consagrado puede marginarse ni marginar en su obrar pastoral del sacramento de la confesión, porque ello implicaría mutilar la voluntad salvífica de Cristo, que instituyó dicho medio de salvación para darnos su perdón.

Muchos males del mundo realmente existen por ausencia del sacramento: el sacerdote puede tener horarios de confesiones, ello es oportuno y adecuado, pero debe estar pronto a cualquier hora, tal como en el caso de los enfermos, para administrar dicho medio salvífico, teniendo presente que con la premura y disponibilidad que se tenga, las gracias concedidas por el Señor serán mayores. 
  
En realidad, el criterio de la extremaunción y confesión indica que deberían  ser tenidos como equiparable: ambos son igualmente necesarios, ambos dan gozo en los cielos, pues “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos” (San Lucas XV, 3). Cuántas serán las bendiciones que Dios concederá a un sacerdote que al estar pronto en el perdón, es capaz de saca una sonrisa a Dios.

B). El sacerdote debe rezar por la conversión de sus fieles.
El camino de la mediación del sacerdote, es prefigurado en el Antiguo Testamento. Gran des profetas y reyes, hicieron penitencia para obtener, de parte de Dios, el perdón necesario para su pueblo. La oración perseverante de Moisés obtuvo la fuerza de los suyos encabezados por Josué (Éxodo XVII, 8-13). La fortaleza en el combate, para conquistar una ciudad, bien podemos entenderla –también- desde la victoria de una virtud. Importante puede ser haber vencido una ciudad agresora del pueblo amalecita; mayor, mérito tiene el haber vencido una tentación a fuerza de la virtud.

El profeta Jonás para alcanzar la conversión y el perdón de los habitantes de Nínive –capital de asiria- debió hacer,  él y todos sus habitantes, mucha  penitencia física, que siempre es grata a Dios, porque configura a los sufrimientos de su Hijo Unigénito en la Cruz. Por aquellos días, dice la Escritura: “Vino la palabra del Señor sobre Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.» Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: « ¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistie­ron de saco, grandes y pequeños. Llegó el mensaje al rey de Nínive; se levantó del trono, dejó el manto, se cubrió de saco, se sentó en el polvo y mandó al heraldo a proclamar en su nombre a Nínive: «Hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, no pasten ni beban; vístanse de saco hombres y animales; invo­quen fervientemente a Dios, que se convierta cada cual de su mala vida y de la violencia de sus manos; quizá se arre­pienta, se compadezca Dios, quizá cese el incendio de su ira, y no pereceremos.» Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compa­deció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó” (Jonás III, 1-10)

                                                                
El sacramento de la confesión es “uno de los tesoros preciosos de la Iglesia, porque sólo en el perdón se realiza la verdadera renovación del mundo” (15de Mayo del 2005). En efecto, acudiendo al perdón de Dios se aprende también a pedir perdón a los demás y a perdonar; a encontrar la paz interior y promover la paz exterior. Condiciones, todas ellas, que permiten aportar un granito de arena en la construcción de un mundo mejor, sin escepticismos ni ingenuidades.

En verdad, el sacerdote es importante no sólo por lo que  hace sino, sobre todo, por lo que es, vale decir: un dispensador, repartidor del perdón de Dios, que no sólo lo hace en representación de un tercero, sino a nombre de quien hace las veces como otro Jesús.

Al actuar in persona christi implica procurar ser a la vez: Padre, médico, doctor, y juez. Hermosa meditación es la que Juan Pablo Magno dirigió a los religiosos en Italia: “Como padre, acogerá a los penitentes con amor sincero, manifestando una comprensión mayor a los que hayan pecado más, y después los despedirá con palabras impregnadas de misericordia a fin de alentarlos  a volver al camino de la vida cristiana. Como médico, deberá diagnosticar con prudencia las raíces del mal y sugerir al penitente la terapia oportuna, gracias a la cual pueda vivir conforme a la dignidad y a la responsabilidad de persona creada a imagen de Dios. Como maestro, buscará conocer a fondo la ley de Dios, profundizando los diversos aspectos con el estudio de la teología moral, de manera que no dé al penitente opciones personales, sino lo que el magisterio de la Iglesia enseña auténticamente. Como juez, en fin, practicará la equidad. Es necesario que el sacerdote juzgue siempre de acuerdo con la verdad, y no según las apariencias, preocupándose por hacer comprender al penitente que en el corazón paterno de Dios hay lugar también para él” (12 de Noviembre de 1990).

Uno de los profesores que encontré más “novedoso” por el método de enseñanza en la época escolar, fue el de música. Hacía escuchar obras completas mientras él iba actuando o gesticulando la música. Una de esas obras fue la “Obertura 1812” que se ha convertido en pieza obligada del repertorio orquestal y de la historia musical rusa. Fue compuesta por encargo de Antón Rubinstein para ser interpretada en una exposición en Moscú, por lo que el autor elige el tema patriótico de la resistencia de su país frente a la invasión napoleónica. En la obra podemos oír fragmentos del himno francés, La Marsellesa, y una verdadera descripción sonora de una batalla, con sus ataques de la caballería y el combate cuerpo a cuerpo. De fondo siempre parece surgir la misma melodía. 

Lo anterior me hace recordar que, para lograr la perfección sacerdotal aquellos sacerdotes que han alcanzado la santidad y que nuestra Iglesia nos presenta como modelos a imitar, tuvieron en común, como en una sinfonía de virtudes, una melodía de fondo que les acompañó a lo largo de toda su consagración y ministerio, fue su dedicación y opción preferencial a la confesión sacramental. Permítanme recordar a algunos de ellos: el Padre Pio de Pietralcina, El Santo Cura de Ars, San Alfonso María de Ligorio y San Alberto Hurtado Cruchaga.

C). Largas horas de confesionario para alcanzar una eternidad.
1. El Padre Pío de Pietralcina  fue generoso dispensador de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos a través de la acogida, de la dirección espiritual y especialmente de la administración de  la confesión sacramental. El ministerio del confesonario, que constituye uno de los rasgos distintivos de su apostolado, atraía a multitudes innumerables de fieles al convento de San Giovanni Rotondo. Aunque aquel singular confesor trataba a los peregrinos con aparente dureza, estos, tomando conciencia de la gravedad del pecado y sinceramente arrepentidos, volvían casi siempre para recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental. Dios permita que su ejemplo anime a los nuevos consagrados, a prepararse con diligencia y santidad, al examen de “Ad audiendas confessiones” para el futuro puedan desempeñar con alegría y asiduidad dicho ministerio, tan importante para la vida actual de la Iglesia y su futuro mismo.

2. En cierta ocasión, a un abogado de Lyon que volvía de Ars, le preguntaron qué había visto allí. Y contestó: “He visto a Dios en un hombre”. Esto mismo hemos de pedir hoy al Señor que se pueda decir de cada sacerdote, por su santidad de vida, por su unión con Dios, por su preocupación por las almas. En el sacramento del Orden, el sacerdote es constituido ministro de Dios y “dispensador de sus tesoros”, como le llama San Pablo. Estos tesoros son: la Palabra divina en la predicación; el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que dispensa en la Santa Misa y en la Comunión; y la gracia de Dios en los sacramentos. Al sacerdote le es confiada la tarea divina por excelencia, “la más divina de las obras divinas”, según enseña un antiguo Padre de la Iglesia, como es la salvación de las almas que se juega, por decir de alguna manera, en el sacramento de la confesión, toda vez que su adecuada y asidua recepción, conduce necesariamente a una vida más virtuosa.

3. “Listo para el combate” significa el nombre de Alfonso. Fue el que colocaron al niño recién nacido,  hijo de  José de Ligorio y Capitán de la Armada naval, y  Ana Cabalieri.  A los dieciséis años, caso excepcional, obtiene el grado de doctor en ambos derechos, civil y canónico, con notas sobresalientes en todos sus estudios. Para conservar la pureza de su alma escogió un director espiritual, visitaba frecuentemente a Jesús Sacramentado, rezaba con gran devoción a la Virgen y huía como de la peste de todos los que tuvieran malas conversaciones. A sus compañeros de curso les repetía con frecuencia: "Amigos, en el mundo corremos peligro de condenarnos". Una vez que tuvo el llamado al sacerdocio, y habiéndose preguntado que quiere Dios de mí, dijo a su padre, que lloroso le escuchaba: “Padre, el único negocio que ahora me interesa es el de salvar almas". Su obra en la formación de la conciencia moral ha resultado de gran importancia para la vida de la iglesia, y uno de sus más reconocidos trabajos fue  “Guía para confesores”, en parte del cual señala que: “El confesor tiene que curar todas las llagas del pecador... En una palabra: debe ser rico en amor y suave como la miel. Así, es el Evangelio”.

Los efectos que tiene un sacerdote negligente en materia de confesión y los pecados mismos cometidos por el confesor tiene repercusiones muy hondas, que el Doctor en Moral no ahorra detalle en hacer destacar a cada confesor: “Mirad sacerdotes míos, que los demonios se esfuerzan por tentar a un sacerdote que se condena arrastra a muchos tras de sí. El Crisóstomo dice: “Quien consigue quitar de en medio al pastor, dispersa todo el rebaño; y otro autor dice, con matar más a los jefes que a los soldados; por eso añade San Jerónimo que el diablo no busca tanto la perdida de los infieles y de los que están fuera del santuario, sino que se esfuerza por ejercer sus rapiñas en la Iglesia de Jesucristo, lo que le constituye su manjar predilecto, como dice Habacuc. No hay, pues, manjar más delicioso para el demonio que las almas de los eclesiásticos”. Como consagrado debemos recibir con frecuencia el sacramento de la confesión para aliviados, aliviar; sanados, sanar; limpios, limpiar, perdonados, perdonar, tal como rezamos las palabras que Jesús nos enseñó: “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos”.

4. La sociedad en que estamos inmersa es una cultura marcada por la hipocresía, en efecto, es permisiva, aplica frecuentemente el criterio de “laissez faire, laissez passer” pero una vez que la persona ha seguido dicha pseudo libertad, que está sumergida en el lodazal del pecado, se le cierran las puertas, se le excluye, y se deja afuera. Por esto, San Alberto Hurtado decía: “El mundo no recibe a los pecadores. A los pecadores no los recibe más que Jesucristo”. El sacerdote debe tener una actitud permanente de acogida hacia el pecador, tal como nuestro Señor no escatimó esfuerzos en a salir en búsqueda de la oveja extraviada.

San Alberto Hurtado al salir a buscar a los menesterosos niños y ancianos en las riberas de los esteros, nos enseña a accionar la parábola de la misericordia, particularmente la del  Hijo Pródigo. Ni el horario, ni la jurisdicción territorial pueden anteponerse a la necesidad de dar el perdón a quien lo requiere.  Nuestro Santo hace una lista acuciosa para examinarnos si estamos dejándonos llevar por el activismo en nuestra vida.

“Creerse indispensable a Dios. No orar bastante. Perder el contacto con Dios. Andar demasiado a prisa. Querer ir más rápido que Dios. Pactar, aunque sea ligeramente, con el mal para tener éxito. No darse entero. Preferirse a la Iglesia. Estimarse en más que la obra que hay que realizar, o buscarse en la acción. Trabajar para sí mismo. Buscar su gloria. Enorgullecerse. Dejarse abatir por el fracaso, aunque no sea más más que nublarse ante las dificultades. Emprender demasiado. Ceder a sus impulsos naturales, a sus prisas inconsideradas u orgullosas. Cesar de controlarse. Apartarse de sus principios. Trabajar por hacer apologética y no por amor. Hacer del apostolado un negocio, aunque sea espiritual. No esforzarse por tener una visión lo más amplia posible. No retroceder para ver el conjunto. No tener cuenta del contexto del problema. Trabajar sin método. Improvisar por principio. No prevenir. No acabar. Racionalizar con exceso. Ser titubeante, o ahogarse en los detalles. Querer siempre tener razón. Mandarlo todo. No ser disciplinado. Evadirse de las tareas pequeñas. Sacrificar a otro por mis planes. No respetar a los demás; no dejarles iniciativas. No darles responsabilidades. Ser duro para sus asociados y para sus jefes. Despreciar a los pequeños, a los humildes y a los menos dotados. No tener gratitud.   Ser sectario. No ser acogedor. No amar a sus enemigos. Tomar a todo el que se me opone como si fuese mi enemigo. No aceptar con gusto la contradicción. Ser demoledor por una crítica injusta o vana. Estar habitualmente triste o de mal humor. Dejarse ahogar por las preocupaciones del dinero. No dormir bastante, ni comer lo suficiente. No guardar, por imprudencia y sin razón valedera, la plenitud de sus fuerzas y gracias físicas. Dejarse tomar por compensaciones sentimentales, pereza, ensueños. No cortar su vida con períodos de calma, sus días, sus semanas, sus años” (Reflexión personal escrita en noviembre de 1947).


Si el anterior texto nos lleva a constatar que el estado de nuestra alma resulta calamitoso, hemos de confiar en todo momento en la bondad de Dios que siempre es más que nuestro pecado. ¡Dios siempre puede más! Así nos enseña San Alberto Hurtado: “Donde hay misericordia no hay investigaciones judiciales sobre la culpa, ni aparato de tribunales, ni necesidad de alegar razonadas excusas. ¡Grande es la tormenta de mis pecados, Dios mío! Pero, ¡mayor es la bonanza de tu misericordia!”.

La vida de la Iglesia ha estado marcada por este precioso camino que la misericordia de Dios ha querido legarnos bajo la cercanía de nuestros sacerdotes. En los primeros años de vida de la Iglesia es que ellos entendieron este sacramento: “Muchos de los que habían creído venían a confesar todo lo que habían hecho" (Hechos de los Apóstoles  XIX, 18). Hoy, el mundo necesita que reavivemos el fuego del perdón de Dios, en primer lugar, recibiéndolo cada uno de nosotros con la frecuencia y devoción debida, sabiendo que si alguien requiere de él, es el propio ministro que debe procurar tener un alma limpia para transmitir lo más fidedignamente la bondad de Dios que subió a la cruz para darnos su perdón.

En resumen, las palabras del actual Cardenal nos iluminan ante el camino de la misericordia de la cual, en el futuro seremos administradores en el sacramento de la confesión, y de la cual ahora podemos beber como fuente de salvación: “El sacramento de la reconciliación es la historia del amor de Dios que nunca nos abandona” (Cardenal Donald Wuerl).



    
LOS  CABALLEROS   DE LA ORDEN DEL SANTO SEPULCRO

Cardenal de Baltimore, Cardenal de Washington, Padre Jaime Herrera

La Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén es una orden de caballería católica que tiene sus orígenes en Godofredo de Bouillón, principal líder de la Primera Cruzada. Según las opiniones más autorizadas, tanto vaticanas como hierosolimitanas, comenzó como una confraternidad mixta clerical y laica de peregrinos que gradualmente creció alrededor de los Santos Lugares de la cristiandad en el Oriente Medio: el Santo Sepulcro, la tumba de Jesucristo. Su divisa es Deus lo vult (Dios lo quiere).

Creada en 1098, tras la victoriosa primera cruzada, por Godofredo de Bouillón, duque de la Baja Lorena y Protector del Santo Sepulcro.

Su objetivo fue primordialmente proteger el Santo Sepulcro de los infieles con la ayuda de 50 esforzados caballeros. Balduino I de Jerusalén (hermano de Godofredo) fue quien la dotó oficialmente de su primer reglamento a imitación del Temple y el Hospital. Entre sus hechos más gloriosos, la Orden del Santo Sepulcro luchó valerosamente junto al rey Balduino I de Jerusalén en 1123, participó en el asedio de Tiro en 1124, de Damasco durante la Segunda Cruzada (en 1148) y de San Juan de Acre en 1180.

Tras la toma de la ciudad santa de Jerusalén por parte de los musulmanes de Saladino en 1187, se trasladó a Europa y se extendió por países como Polonia, Francia, Alemania y Flandes. Se dedicó a partir de entonces al rescate de cautivos cristianos de manos musulmanas. También en España obtuvo un afamado protagonismo al intervenir en numerosas batallas de la Reconquista contra los invasores musulmanes.

En 1489, el Papa Inocencio VIII incorporó la Orden a la de los hospitalarios, aunque en algunos lugares (como España) conservó su autonomía para convertirse en una entidad honorífica y dedicada a las obras de caridad, con un régimen especial dentro de la Iglesia Católica.              
                   
En 1847 el Papa Pío IX le confirió unos nuevos estatutos. Actualmente subsiste dedicada a la caridad y conservando  un peso honorífico y particular dentro de la Iglesia Católica.



La Orden Sepulcrista se regía por sus propios Estatutos o Assises de los que han llegado hasta nuestros días la copia que en el año 1149 mandó realizar el rey francés Luis VII, para que sirviera de norma para la Cofradía de la Orden del Santo Sepulcro que, al ejemplo de esta Orden, constituyó en Francia y para la que redactó unos Assises o Estatutos similares a los que la Orden tenía desde su fundación. En este documento se establece que Godofredo de Bouillon se reservó para sí el Maestrazgo de la Orden que, a su muerte, pasaría a los Reyes Latinos de Jerusalén.

En el mismo se establecen dos categorías de miembros de la Orden: Miles (Caballeros) y Presbyteri (Canónigos), además de mencionar a los Viatores (Peregrinos). Se recoge que los reyes delegaban su mando en un Teniente, y se desarrollan las obligaciones que tenían los Caballeros, “proteger con las armas, combatir y hacer la guerra” , y los Canónigos, “rezar y celebrar los oficios divinos en la Iglesia del Santo Sepulcro”.
En consecuencia, la Orden mantuvo una guarnición en Jerusalén, mientras esta ciudad estuvo en manos de los cristianos. Las Crónicas nos hablan de los Caballeros que hacían guardia permanente ante el Santo Sepulcro y de los Custodios o Guardias armados auxiliares que, en número de quinientos, debían proveer al ejército de los reyes de Jerusalén, así como de su participación en numerosas batallas.
La pérdida de la ciudad a manos de Saladino y la destrucción del Reino Latino la privarían de su carácter guerrero y, al igual que las otras Órdenes, tendría adaptarse a las nuevas circunstancias. Actualmente realizan obras de beneficencia y oración por los lugares santos y los cristianos perseguidos.


SACERDOTE JAIME HERRERA EN WASHINGTON DC.

martes, 12 de abril de 2016

Homilía Santa Misa 225° Aniversario Cabildo de Valparaíso

                               JESUCRISTO ES EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

Homenaje a la Patrona de Valparaíso
                                     
1.      “Todos los caminos de todos los destinos de la tierra van a dar al mar, Valparaíso” (Pablo de Rocka).
Con inmensa alegría y guiados por la luz de la fe nos hemos reunimos para celebrar la Santa Misa de Acción de Gracias con motivo del Centuagésimo vigésimo quinto aniversario del Primer Cabildo de nuestra ciudad, donde elevaremos una plegaria por sus necesidades, primero espirituales y –también- materiales de cada hogar.
Sin duda lo hacemos en un marco especial: un templo ya centenario, en el cual se venera la primera advocación de la Virgen María en nuestra ciudad, habida consideración que como muchas realidades de esta ciudad “muy noble y leal” es única. En efecto, sólo en Valparaíso se honra el doble título de María Santísima como: “Nuestra Señora de las Mercedes” y “de Puerto Claro”.
Leemos en los Hechos de los Apóstoles que el Apóstol San Pablo naufragó en las costas de la isla de San Pablo de Creta, donde al momento de buscar cobijo llegaron al denominado “Puerto Claro” –en griego kaloi limenes- que les sirvió de refugio seguro (Hechos XXVII, 8-12). Es dable pensar que ya que la Virgen recibió el encargo de  Jesucristo de cuidar a sus discípulos desde el Calvario, ejerciera tempranamente su misión como Madre de la Iglesia protegiendo al Apóstol que llevaba el nombre de Cristo a los gentiles y que estaba destinado a derramar su sangre por la verdad de Cristo y de su Iglesia.
 

No podía ser de otra manera, pues, como Madre su premura iría de la mano con la generosidad y la dedicación, a la vez que se revestiría de la esperanza, la fe y la caridad  desde que fue constituida como la “llena de gracia”. Lo anterior nos puede hacer entender las virtudes de María como una plenitud, más si tomamos el sentido del texto en hebreo nos refiere, además,  a la presencia de Dios en el corazón de la Virgen, es decir, a la hermosura encarnada en Ella.

Insuperable en su entrega,  los hijos de la Iglesia no tardaron en reconocerla como aquella de la cual Jesucristo nos concedía sus dones en cumplimiento de su misión intercesora desde el primer milagro obrado en las Bodas de Caná de Galilea, y continuado en la era apostólica en aquel día de Pentecostés, cuando confortó al apóstol Santiago en medio de su predicación, y cuando cuidó del discípulo converso del camino a Damasco.

Coro adulto mayor de Valparaíso

En todo momento aquellos apóstoles experimentaron la maternidad espiritual de la Santísima Virgen, alejados de todo sentimiento de orfandad y soledad. Como suele acontecer con la presencia de la madre en el hogar, todo se ordena, todo funciona, todo luce distinto, a la vez que los hijos permanecen no sólo reunidos bajo un mismo techo sino unidos al interior del hogar. Junto a la Virgen la Iglesia permanecía unida en la oración.
El refranero popular enseña que una madre puede cuidar diez hijos pero no siempre diez hijos terminan cuidando a una madre. El cariño prodigado a la madre en esta tierra es único, diferente al que se puede tener con las demás personas, de manera semejante respecto de la Virgen diremos que permanece fiel aunque deba saborear la ingratitud y olvido en ocasiones de quienes son espiritualmente sangre de su sangre.
En circunstancias históricas muy especiales para la vida de la Iglesia la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro llegó a nuestra ciudad. Mientras que declinaba la vida cristiana en muchas naciones, la Iglesia se expandía por medio de misiones en tierras generosas a la fe, algo que parece repetirse en la actualidad.
Se requiere de una Nueva Evangelización la cual,  como entonces,  no ira sin el estandarte de la presencia de la Bienaventurada Madre de Dios a la cabeza, por lo que los nuevos tiempos estarán indeleblemente marcados por la cercanía a Jesucristo por medio de su Madre, pues a Jesús vamos por María.

a). Una fe compartida.
La primera característica de un mundo para Dios es que vivamos la fe al interior de nuestras comunidades. Nuestro Señor se presenta a los discípulos en este día cuando estaban juntos, aún más, “en una misma barca” realizaban su labor diaria.
La fe que hemos recibido no puede quedarse oculta como un tesoro al interior del cofre de nuestra existencia sino que debe irradiar en certeza y vida a cuantos están a nuestro alrededor, pues si el bien es esencialmente difusivo, y es bueno que lo bueno se dé a conocer, entonces, aquel que se sabe creyente encontrará cualquier oportunidad para compartir el mayor don recibido, cual es la fe en Jesucristo.

b). Una fe vivida.
Casi un imperativo para nuestro tiempo es el valor de la credibilidad en relación a la vivencia de la fe. ¡El creyente debe ser creíble! A esto apunta el magisterio pontificio contemporáneo  en orden a que “el mayor mal del mundo es la dicotomía entre la fe y la vida”, de lo cual surgen no sólo graves errores sino males que resultan tan recurrentes como perversos.
Y es que para todo creyente la disyuntiva es muy clara y no admite parvedades: o se vive de acuerdo a lo que se cree o se terminará creyendo lo que se vive. Esto último hace que una vida virtuosa y una vida santa se terminen evaporando en la mediocridad y tibieza espiritual. 

Padre Jaime Herrera González, Cura párroco Valparaíso

Una vida consecuente a la fe que se ha recibido permite que la vida comunitaria se fortalezca, a la vez que garantiza un desarrollo armónico en la sociedad, el cual es capaz de integrar todos los talentos y de asistir en las debilidades, evitando con ello las diferencias que terminan siendo el germen de una crispación en la sociedad.
No nos equivoquemos: la falta de una vida cercana a la fe no incide solo en el ámbito de los creyentes sino que afecta de manera exponencial a toda la sociedad la cual, en todo momento,  está llamada a “abrir las puertas a Cristo” (Apocalipsis III, 20) y en palabras del Pontífice actual ha de “dejarse misericordiar”. ¡Dejaos reconciliar por Dios! (2 Corintios V, 20).
Sin duda, al interior de nuestra ciudad, la historia nos enseña que ha sido un puerto que ha permitido no sólo un amplio intercambio comercial, sino que se ha constituido como el refugio acogedor que no ha cerrado sus puertas y hogares a tantos que venidos de los más recónditos lugares terminaron echando raíces en cada uno de sus cuarenta y cuatro cerros.
Denominado el balcón del pacífico, permite a quien se acerque contemplar de una sola mirada, cada uno de sus recovecos. No pocos se esfuerzan en destacar su carácter patrimonial en virtud de un pasado signado de magnificencias. Más, su mayor grandeza no es la que se observa desde el plan a sus cerros sino aquella que subsiste en cada uno de ellos: allí se vive, allí se cree, allí se llora, allí se ríe. El verdadero Patrimonio es por tanto el patrimonio del alma. La visión del hombre desde la fe nos hace recordar las enseñanzas del peregrino de Cracovia: “El hombre vale por lo que es, y  no por lo que tiene”. Si ello lo aplicamos a nuestra ciudad diremos que su mayor tesoro no está en los sobrios edificios del pasado sino en las piedras vivas que son quienes le dan vida.

c). Una fe convencida.

Si el hecho de compartir la fe es un imperativo, y el ser coherente una necesidad para nuestro tiempo, no menos decisivo resulta el grado de convencimiento que se tenga respecto de lo que se cree. No se puede creer “por si resulta”, no se puede creer “porque no queda otra”, ni se puede “creer según las circunstancias”. El acto de creer implica abandonarse en la seguridad de Aquel que se nos ha revelado, lo cual es, a la vez,  algo gradual, permanente y definitivo, por ello la fe se fortalece creyendo.
En efecto, según enseña el Evangelio de este día podemos aplicar el consabido refranero popular: “La tercera es la vencida”. Su origen incierto nos lleva a descubrir la necesidad de un esfuerzo especial, reservado a los persistentes que  ven coronado el fruto de sus dedicaciones. Así aconteció aquella mañana a orillas del Mar de Tiberíades. Era la tercera vez que se aparecía el Señor, la necesaria para que Jesús encomendase a Simón Pedro la misión de guiar a la barca de la Iglesia por Él fundada.

El anuncio de las mujeres, que comentaron que el Señor estaba vivo, y las palabras de los ángeles que preguntaron afirmando: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?, no fueron lo suficientemente poderosas para quitar el velo de la incertidumbre de los discípulos. Para ellos era una noticia tan hermosa y sorprendente que les resultaba imposible creerla. Por esto, Jesús tomó la iniciativa y por tercera vez vino a ellos, solo entonces, clamaron: ¡Es el Señor! Y sus corazones se llenaron de alegría y sus embarcaciones de pescados, cosa no menor si consideramos que habían estado una noche entera trabajando.
Virgen de Puerto Claro, Valparaíso


d). Una fe persistente.

Una vez que los apóstoles estuvieron con Jesús Resucitado todo cambió. Ya no andaban separadamente con proyectos propios, descubrieron que sólo remando juntos  podían crecer, desarrollarse y dar a conocer lo bueno. lo hermoso, lo permanente que obtenía el hecho de llevar una vida cercana a Jesucristo. No por ello dejaron de exigir una coherencia en el seguimiento del Señor a las nuevas comunidades de creyentes. No temieron “hablar con claridad” en exigir una vida a la altura de la fe más allá de los deseos; una vida de generosidad más allá de la avaricia.
A este respecto, el segundo premio nobel de nuestra Patria vivió y escribió en nuestra ciudad: “Que se entienda, te pido, puerto mío, que yo tengo derecho a escribirte lo bueno y lo malvado” (Pablo Neruda). De manera semejante, el amor a esta ciudad debe llevarnos a verla más allá de sus centros de diversión, mas allá de su loca arquitectura inserta en una no menor loca geografía.
Es la Ciudad de María, donde Ella ha recibido las lágrimas de quienes han sufrido, de cuantos han partido a tierras lejanas con el sueño de retornas sus últimos días; de los que perciben un futuro con incertidumbre, donde Ella ha recibido las risas del que se ha puesto de pie luego de una caída, de aquellos  que como primera generación de educación superior sacan adelante a sus familias, del marinero que retorna a puerto luego de meses de lejanía; donde Ella ha recibido los pasos cansinos de los mayores y ligeros de una juventud que sube y baja las escaleras, recorriendo sus recovecos  que serpentean sus cerros.

Parroquia de Puerto Claro

Nuestra Acción de Gracias se eleva en este día, al inicio de las conmemoraciones de este aniversario donde la Ilustre Municipalidad de la ciudad ha querido visitar la imagen patronal que ha acompañado a sus hijos desde su inicio hace casi cinco siglos.    
                                                             ¡Viva Cristo Rey!