martes, 31 de mayo de 2016

Por la misa la balanza está a nuestro favor

  HOMILIA  CORPUS CHRISTI / CICLO “C”/ TIEMPO ORDINARIO.

Si de pronto se acerca alguien y nos dice “dadles de comer a todos”, lo primero es pensar de qué disponemos. Podemos invitar a un grupo de personas, familiares numerosos, pero cinco mil personas…más niños y mujeres, resulta algo casi imposible. Supongamos que realmente eran unas doce mil personas en total. Media marraqueta para cada uno  implicaría tres millones de presos  con un peso de dos toneladas y media. Arduo trabajo para amasar, para cocer, para trasladar y para repartir.
Padre Jaime Herrera González

Era evidente que materialmente resultaría imposible juntar esa cantidad de pan.
Además, estaban en despoblado. El traslado se hacía infructuoso, arduo. Requería de muchos medios y personas para llevarlo de un lugar a otro. El pan no solo es partido, también es repartido, lo que requiere del servicio de los apóstoles pues, claramente rubrica el Santo Evangelio que “ellos se lo entregaron a la gente”.

Aquel milagro no habría tenido su fin sin la intervención eficaz de los discípulos del Señor, quienes, en virtud del llamado que les hizo el Señor, en función del rol que tendrían luego desde la Ultima Cena, y por la fe acrecentada por la evidencia del milagro realizado ante sus ojos y “en sus propias manos”.

No eran unos “operarios”, ni unos “colaboradores”, sino que fueron llamados y constituidos como continuadores y mediadores eficaces entre la persona de Jesucristo y los fieles. Esto aparece muy claro en el milagro relatado, por lo que comprendemos que su misión no quedaba limitada a repartir bienes perecederos, o a dar un pan que quitaba la fatiga de una jornada diaria, sino que estaban llamados  a ser portadores del Pan del Cielo que nutria el alma, pues contenía el alma de Cristo…a todo Cristo.

El sacerdocio  se comprende desde la Santísima Eucaristía, con lo cual se evita una visión reduccionista y parcial respecto de quién es y qué hace realmente un sacerdote de Dios. No es un agente pastoral con funciones especiales, no es un reformador social al modo como lo es un servidor público, no es un gestor religioso al modo como lo son en lo suyo los gestores culturales, que buscan con desesperación las novedades y la climatización de las verdades  valores y principios emanados de la fe,  con los criterios, fines e intereses mundanos que inevitablemente  corroen y secan el alma.

PADRE JAIME HERRERA, EMBAJADORA Y CÓNSUL POLONIA
Quienes en algún momento lidiaban respecto de qué lugares tendrían en el Reino, y buscaban en ocasiones ser humanamente importantes, ahora descubren que,  junto a Jesús y por su directa bendición,  hacen en este milagro de la multiplicación de los panes,  propicia la gracia como signo de Aquella en la cual el mismo sería figura y presencia, real y substancial, pues: “Cuando comemos el Cuerpo de Cristo y bebemos la Sangre de Cristo, comemos y bebemos el precio de nuestra redención”.

Nuestra Iglesia vive de la Santa Eucaristía, aun mas diremos que la misma historia de la Iglesia está llamada a ser una Eucaristía, donde los fines de la celebración se van entrelazando a lo largo de cada acontecimiento: laudatorio, propiciatorio, expiatorio y agradecido.

a). La alabanza hecha oración debe estar continuamente presente en nuestros labios y en nuestra vida, pues, cada instante  que vivimos nos hace tomar conciencia de lo insignificante que cada uno es en el contexto del universo mismo, y de lo eterno, poderoso, y misericordioso que Dios es por el hecho de haber depositado su mirada y habernos hecho de la nada para un día ser partícipes de todo.
El hecho de la cantidad incontable de los panes sobrantes en este milagro evidencia que las gracias que Dios concede siempre exceden nuestros anhelos y son capaces de colmar cada una de nuestras necesidades, las cuales –finalmente- terminan siendo verdaderos impulsos para la alabanza a Dios. ¡Dios es adorable! ¡Sólo Dios merece nuestra alabanza permanente!

Es propio de nosotros, que fuimos invitados a ser partícipes del don de la vida y sobre todo de la fe, el manifestar nuestra primera opción, nuestra primera mirada, nuestro primer deseo al único Dios verdadero, que se ha revelado en las Santas Escrituras, nos lo ha mostrado de una vez para siempre su Hijo Unigénito Jesucristo.

Este acto de alabanza no lo hacemos “dispersos” ni “solitariamente” sino que  lo elevamos como parte de la familia de los hijos de Dios que es su Iglesia. Adorar y alabar a Dios implica que juntos miramos lo mismo, que juntos creemos lo mismo, y por tanto adoramos al Dios que guía nuestros pasos. Por ello, debemos alejarnos de todo acto que nos distraiga del espíritu de alabanza hacia Dios, de todas las nuevas idolatrías envueltas en el ropaje de la tolerancia y el sincretismo, toda vez que el Señor ha sido muy claro en lo que se refiere al culto de alabanza que le corresponde por ser quien es Él: “No tendrás otros dioses aparte de Mí. No los adorarás ni les servirás, porque Yo el Señor tu Dios, soy un Dios celoso” (Éxodo XX, 14).

La alabanza implica dar a Dios lo que le corresponde, y esto nos hace recodar el refranero popular: “lo primero es lo primero” (the first things first). Por lo que el “acto de alabanza” nos exige destinar el tiempo necesario al culto sagrado, a la oración, pues si amamos a Dios es propio de quien quiere a una persona hablar con frecuencia con el ser amado. El quiebre de la relación personal surge porque no se habla oportuna y suficientemente, de modo semejante,  el debilitamiento de nuestra fe surge porque no adoramos verdaderamente a nuestro Dios. Si Dios tiene que mendigar de nuestro tiempo, de nuestra atención, de nuestros deseos, de nuestros intereses, de nuestras opciones…si acaso el Señor debe rivalizar con “otras prioridades” es que no estamos verdaderamente adorando y alabando a nuestro Dios. ¡Si Dios no es nuestra primera opción –simplemente- es porque hemos dejado de adorarle!

b). La propiciación: Nuestra Misa tiene un fin específico, que la distingue y valoriza: favorece la gracia, es decir, inclina la balanza de lo bueno, de lo que hace bien, de lo que es necesario, de lo que es hermoso,  hacia quienes la ofrecen,  tal como  la Iglesia Santa  lo ha hecho durante ya dos milenios.

Este carácter propio de nuestra Santa Misa surge de la bondad misma de Dios, que ha establecido en Jesucristo el camino para retornar a la Casa del Padre en el seguimiento fiel a su voluntad. El sacrificio del Señor, renovado en cada celebración, inclina a favor del celebrante y de cada feligrés el poder de la gracia, sin la cual no se puede hacer acto meritorio.

Bajo diversas expresiones, en ocasiones, se suele reconocer el valor “tonificante” de nuestra Santa Misa, en el sentido que el “sentirse bien” y el “salir renovado” pueden ser síntomas de la gracia inmediata que nos es dada en cada celebración. Muchas veces podemos llegar al templo con la sensación de estar a los pies del mundo, y luego de comulgar percibimos estar como en la cima de un mundo nuevo. Ello, evidentemente es consecuencia de estar con Jesucristo, tanto en su palabra cuanto en su vida misma: presente en toda su divinidad, humanidad, cuerpo y sangre.  

Hay que ver cómo le cambia el rostro y el modo de ver la vida a quien se sabe querido, cuando está junto a quienes le aman. Nosotros, en la Santa Misa estamos con quien sabemos nos amó primero, nos ama más que cualquier ser en la tierra de todas las generaciones consideradas, nos ama en todo momento, permitiendo con ello que incluso sumergidos en la debilidad y el pecado podamos enmendar el rumbo y salir de las aguas turbulentas. Y, todo esto ocurre porque en cada celebración se hace propicia la gracia y se inclina el peso de la balanza a favor de quien con sinceridad y pureza de intención se hace partícipe del mandato hecho por el Señor durante la Última Cena: “¡Hagan esto en mi memoria!” (Hoc facite in meam commemorationem) (San Marcos XXII, 19).

La expiación: Es una palabra inhabituada en nuestro lenguaje frecuente. Cuando alguien sobrelleva el peso de la culpa de otro, asume las consecuencias en primera persona, y sin dilación precipita el perdón, restable la relación entre las personas, facilita el encuentro. Jesucristo por medio del sacrificio hecho en el Calvario, y que se “revive” en cada Santa Misa, establece el puente necesario para que cada bautizado pueda “ir a la Casa del Padre”.

El pecado original produjo un abismo de tanta profundidad entre la creatura y su creador que sólo la obra de Jesús pudo saldar debida y definitivamente,  haciendo que sea la sangre de Cristo derramada en nuestros altares el precio pagado por  nuestra Redención. Por esto, no hay obra más importante ni actividad más urgente que precisemos que poder participar de la Santa Misa. Una sola Misa encierra el poder de cambiar el cosmos.

Por esto, nunca terminaremos de profundizar en la riqueza que entraña cada celebración para el beneficio de nuestra alma en vistas a obtener la bienaventuranza eterna, sabiendo que el mismo Cristo que un día predicó en tierra santa, el mismo que comulgamos en cada Santa Misa, es el que en la hora actual  “pone la cara” expiativamente en el cielo por cada uno de nosotros,  ante el Padre Eterno. Y, ante esto: ¿Cuál es nuestra respuesta?

d). La gratitud: Sabemos que “amor con amor se paga”. Un alma que ha unido sus manos para orar y alabar a Dios, un corazón que percibe nítidamente la bondad del Señor en la Cruz de ser el “aval” de nuestros pecados, va a tender necesariamente a dar gracias a Dios por quién Dios es y por lo que Dios ha hecho a lo largo de toda nuestra vida.

Es propio de quien se sabe amado por Dios ser agradecido, lo cual nos lleva a ofrecer a Dios “a la medida de Dios” la mayor Acción de Gracias que podemos tener, cual es Cristo en nuestros altares. Recordemos cómo cambia un simple servicio que se agradece, por accesorio que parezca, cómo somos capaces de sacar nuevas fuerzas cuando alguien reconoce y agradece lo que hemos hecho. De modo semejante, la justicia de Dios se aplaca y su misericordia se hace magnánima al momento de agradecer los bienes que sin merito nuestro nos concede. 

Abstenernos de participar de la Santa Misa implica portarnos como hijos ingratos de Dios, que no parece importarnos lo que ha hecho por cada uno nosotros. Hay un dejo de desprecio a la bondad de Dios cuando los días domingo y fiestas de guardar preferimos las miserias del mundo ante las grandezas de la misericordia divina.
Parroquia Puerto Claro Valparaíso, Chile

Durante estos últimos meses, diversos templos han sido quemados y han sufrido serios daños, impidiendo la libertad de asistir al culto divino, y en ocasiones provocando el acto sacrílego que la quema de sagrarios…pueden consumirse las estructuras, la fe no se quema, porque arde fuera y dentro de cada templo.

El día de Corpus Christi quemaron un Seminario diocesano, olvidan aquellos que si algo fortalece la vida de la Iglesia a lo largo de la historia es la persecución donde la sangre derramada es semilla de nuevos y mejores cristianos. Nos unimos espiritualmente a las lágrimas de tantos fieles que han visto la destrucción de sus templos, implorando que prontamente se restablezca el estado de derecho e impere en cada ciudad, en cada hogar, en cada rincón de nuestra Patria. Todos sabemos dónde han terminado las quemas de Iglesias en el mundo. Es un síntoma gravísimo de lo que sobreviene si acaso no se enmienda el rumbo. ¡Cristo no muere! ¡El Cuerpo de Cristo vive en nuestras calles y ciudades! ¡Cristo nos espera cada día en su casa que es el hogar de nuestras almas, que nadie tiene derecho a usurpar, quemar ni destruir! ¡Que viva Cristo Rey! Amen.

Padre  Jaime Herrera González, Cura Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro





sábado, 28 de mayo de 2016

Ahora es el tiempo de la salvación

 HOMILÍA DE SANTA MARÍA EN SÁBADO / MAYO 2016.

Antes de ir al Evangelio que la Iglesia nos presenta en este día, detengamos a considerar dos aspectos importantes en esta celebración de la Misa de Rito Extraordinario, según se ha venido celebrando a lo largo del mundo.

a). El hecho de estar en este lugar santo, nos coloca en una realidad muy significativa. Es un templo dedicado a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, cuya presencia ha inundado la Iglesia con sus siete dones desde aquella mañana de Pentecostés, que celebramos al inicio de esta semana, y que cada católico ha de procurar recibir lo más tempranamente en el sacramento de la confirmación.

Precisamente, nuestra Madre la Iglesia a lo largo de estos días adora de manera especial a la Santísima Trinidad, en su unidad y en cada una de sus personas: el Padre, que nos ha creado y protege con su Divina Providencia; en el Hijo Unigénito que nos ha redimido; y en el Espíritu de Dios que es “el alma de nuestra alma” y “el alma de la Iglesia santa”.

b). Junto a ello, estamos celebrando a Santa María in Sábado: Porque la Iglesia en su perennidad no olvida detalle alguno al momento de destacar la piedad de los hijos hacia Dios, que en el caso de Nuestra Madre Santísima recibió el cariño fiel y esperanzado en la solitaria mañana del sábado previo a la noche sin ocaso del domingo sin fin, en el cual Cristo venció a la muerte, al pecado y a satanás.

Como “Atrio de la puerta santa” y “Aurora de la mañana” –Stella Matutina-, nuestra Madre Santísima es honrada como la primera creyente y la fiel discípulo, que supo esperar primero, y originalmente entregar al Salvador del Mundo hacia el cual nos conduce cada una de sus palabras, cada una de sus inspiraciones y cada una de sus acciones. Nada en la Virgen María deja de referir su ser a la persona de su Hijo y Dios.

Como portadora del Autor de la vida y de la gracia en el sábado, previo al día del Señor, la veneramos por su poder de intercesión y su condición privilegiada de Medianera universal de toda gracia. Toda gracia de Cristo pasa por las manos y el corazón de la Virgen Santísima.

PUERTO CLARO VALPARAISO CHILE

c). No menor importancia, tiene el hecho que nuestra Santa Misa de Santa María en Sábado es a la hora del mediodía, es decir en la plenitud del día, lo cual nos hace recordar que estamos en el tiempo favorable de la salvación, donde el Señor no deja de concedernos nuevas oportunidades de purificación y de poder alcanzar determinadas gracias que solo están reservadas para los creyentes que, colocando a Jesucristo en el lugar que le corresponde en sus resoluciones, en lo que implica la primacía de Cristo  en el pensar y el obrar, hacen que cada jornada y cada hora sean el verdadero “Mediodía de la Salvación”.

Los mártires contemporáneos veían en sus horas previas al martirio que “el cielo salía barato”. Por cierto estas palabras pueden sorprender a quien carece de la fe y no esta aferrado a ella con firmeza, más para quien lee el evangelio desde la cruz, entiende que una vida de largos años siendo ocasión de grandes gracias es oportunidad para no menores debilidades y pecados, más el entregar la vida en un instante de martirio obtiene de una vez el siempre de la bienaventuranza. Un mártir no pierde la vida, más bien la gana.

Por ello, no debemos esperar  tiempos humanamente propicios para enmendar el rumbo de nuestras vidas, más bien cada jornada es ocasión de mérito, de búsqueda de virtud, de profundización en una vida más santa, más de Dios, más del Evangelio, más de su Iglesia.

Ya se nos puede ir la vida entre las manos esperando tiempos mejores, ya se nos puede evadir el alma en medio de novedades: ¡Cristo y su Iglesia no pasan! No tienen fecha de vencimiento, sus enseñanzas son perennes, y oportunas para cada época de la cual no debemos permanecer esclavos anhelando lo que un día fue, o lo que eventualmente vendrá. Como católicos estamos llamados a redescubrir que el alma del verdadero apostolado es el apostolado del alma, el cual se nutre y despliega hacia y desde el misterio de la presencia de Jesucristo en cada Santa Misa.

El Santo Evangelio nos habla de un milagro realizado por Jesús en casa de Simón Pedro. Sin duda, como el resto de los prodigios, tuvo como misión acrecentar la fe de los suyos, en medio de la predicación del Reino de Dios, para lo cual “fue enviado”. Esto nos hace tomar conciencia que todo milagro venido del cielo implica siempre un acto de conversión, de cambio de vida.

La gratuidad de la gracia, de la cual San Pablo tantas veces nos recuerda, no invita a una actitud marmolea sino, más bien,  conlleva el seguimiento de una correspondencia a la gracia inscrita en la bondad misma del Señor, de tal manera, que en todo momento la misericordia de Dios enlaza la bondad y la verdad, la fidelidad con la felicidad. Como creyentes descubrimos a Dios que se da a conocer plena y definitivamente en Jesucristo, como Aquel que nos invita en todo momento de nuestra vida a una transformación, a un cambio del corazón, según las apremiantes expresiones paulinas:

“¡Dejaos reconciliar por Dios!” (2 Corintios V, 20).

Sin lugar a dudas, la visita del Señor Jesús a casa de Simón Pedro no puede ser catalogada de simple cortesía, como tampoco puede ser tenida como originada por los afectos. Existe un trasfondo que llamaremos “religioso”, “espiritual”, donde el sensus fidei guía a cada uno de quienes habitaban ese pequeño hogar erigido –ahora con  Jesús y por Jesús- como el domus ecclesiae, en la cual la mirada al Verbo Encarnado presente obtuvo la retribución, primero de quienes intercedieron por la suegra enferma, y luego de quienes arrebataron tantas gracias del Corazón de Jesús luego de buscarle decididamente. En efecto, dice el texto proclamado: “et turba requirébant eum, et venérunt usque ad ipsum; et detinébant illum, ne discéderet ab is”…”Le anduvieron buscando, y no pararon hasta encontrarle, y procuraban detenerle no queriendo que se apartase de ellos”.

SACERDOTE JAIME HERRERA CHILE
                                    
Con cuánta facilidad nos desprendemos de la mano protectora de Dios a lo largo de nuestro caminar. Cualquier bagatela nos distrae y cautiva la mirada, la razón y el corazón, olvidando que el esplendor de la verdad no deja de irradiar su luz en todo momento unida a la fuerza tan poderosa como novedosa de la bondad de nuestro Dios, cuya misericordia puede más que nuestro pecado, cuya vida puede más que la muerte, cuya verdad puede más que las tinieblas. Pues, como dicen en México: ¡Que viva Cristo Rey! Amén.





jueves, 19 de mayo de 2016

Pentecostés en el mes del Sagrado Corazón de Jesús


CICLO “C” / MISA VESPERTINA PENTECOSTÉS / TIEMPO DE PASCUA.

Confirmaciones Parroquia de Puerto Claro 2015

1.        “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés” (Hechos de los Apóstoles).
El tiempo Pascual  culmina con el día de Pentecostés. Desde aquel día en que el espíritu Santo vino sobre la Iglesia naciente, la festividad de Pentecostés fue celebrada en forma paralela e independiente de la Pascua de Resurrección. Pasaba a ser esta fiesta una “replica” de la Pascua… Pero, más que ser el fin de un ciclo litúrgico determinado, es una fiesta que conmemora la venida del Paráclito al mundo. Esta expresión significa “el defensor”, semejante a un abogado cuya misión es protegernos. El día de Pentecostés no sólo hace referencia a “cincuenta días” después de la Resurrección, es más bien, a ¡la fiesta del día cincuenta!

La celebración de este día, en la Misa Vespertina, es como un resumen, una síntesis final de toda la riqueza de la cincuentena pascual. Eusebio de Cesárea dirá que es “el sello” con el cual, el Señor, quiso cerrar el tiempo “gracioso” de Pascua, por esto, el Padre de la Iglesia señala: “Pascua fue el comienzo de la gracia,Pentecostés es su coronación” (San Agustín, Sermón 43).

Miguel Ángel, pintor y escultor italiano, estaba haciendo la estatua de Moisés que se encuentra en el templo de San Pedro ad Vincula. Ya estaba terminándola, y la encontró tan perfecta que le pareció que solo le faltaba hablar. Entonces, Miguel Ángel, pasando del entusiasmo a la sinrazón le propinó un fuerte golpe y grito: “Habla, ahora”. Más, como imaginamos, la escultura siguió muda como todas por hermosas que sean. Dios al crear al hombre y la mujer les infundió un alma de vida, por la cual fue constituido a “imagen y semejanza” de su Divino Creador.
Parroquia Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, Confirmaciones 2015

El Santo Evangelio que hemos escuchado nos presenta a Nuestro Señor como el “Nuevo Creador”, el “Recreador” que, por medio de su muerte y de su resurrección nos dio una vida nueva. Los Apóstoles, antes que el Espíritu Santo viniera, eran cobardes, débiles, dubitativos e incrédulos. Eran como “estatuas”. El día de Pentecostés, cuando irrumpe en el cenáculo el Espíritu Santo en forma de llamas de fuego  sobre cada uno, adquieren vida, pasando a ser hombres nuevos, auténticos discípulos y apóstoles del Señor Jesús.

2.     “Les enseñó las manos y el costado” (San Juan XX, 20).

El Espíritu Santo nos hace conocer el Corazón de Jesús, primero por la inteligencia y luego, por el deseo vivo de imitar sus virtudes. De hecho, el mismo señor se ha puesto como ejemplo: “Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón”. Cuando hablamos del Sagrado Corazón  no debemos limitarlo al Corazón de carne, sino también a la vida afectiva e intelectual de Jesucristo, es decir, la “personalidad humana de la persona divina, toda vez que todo lo que Jesús sentía y quería, lo que el Señor conocía, pasaba en todo momento a través de su Divino Corazón.

Al Espíritu santo debemos el Corazón de Cristo, como bellamente lo enseña San Agustín: “Recibió el Espíritu Santo como hombre y lo dio en cuanto Dios” (De Trinitr.XV, c.25.n46). El Espíritu fue “tallando”, “esculpiendo” el diamante que destella sin fin de la interioridad de Jesús para conseguir la perfección humana, que es irrepetible modelo para todos nosotros.

El Espíritu Santo se manifiesta en el antiguo Testamento, cuando inspira el santo temor de la ley. Las tablas de la ley que Moisés recibió, eran de fría piedra. En el Nuevo Testamento, el Santo Espíritu inspiró a Cristo que predicara, sobre todo el Amor.   

No se tratará de una predicación de mucho “bla-bla”, tampoco de una larga lista de preceptos, sino que escribirá el Evangelio sobre las tablas de su propia carne. En efecto, en su cuerpo traspasado por la lanza nos habla con “autoridad y convencimiento”: primero, porque  lo que dijo lo hizo, y segundo,  porque su ejemplo permanece. Todo lo cual nos muestra la dulzura del amor de Jesús por el Espíritu.
Cada página del Evangelio nos retrata a un Jesús deseoso de pasar inadvertido ante los honores y poderes del mundo. Tuvo cuidado de pasar “eclipsado” durante su vida: no habló de modo autorreferencial, sino en todo momento lo hizo respecto de su Padre, no buscaba el éxito sino que se acomodó –más bien- a no tenerlo, fue llamado y tenido por “loco” y “blasfemo”.                                                                                                                              


En cierta ocasión, en un prestigioso hotel capitalino, se reunieron jóvenes estudiantes de ingeniería comercial. Entre los expositores se destacaba a un reconocido empresario, dueño de una cadena de supermercados. En parte de su intervención afirmó: “Cuando leguemos allá arriba y se nos pregunte qué hicimos, ojalá no tengamos que decir ganar plata y tener éxito.  Eso hay que tenerlo siempre claro. No hay que hacer las cosas por el éxito o la plata que me den, sino más bien,  qué puedo hacer con esos recursos y con ese éxito”.

Jesús se presenta como “humilde de corazón”, y su búsqueda por la humildad le hizo entregar al Espíritu Santo la misión de hacer la renovación total de las almas, en el mundo, y en la Santa Iglesia. También, Él –a cada uno de nosotros- hoy nos podría preguntar respecto de qué hemos hecho con los dones que nos ha concedido  el Espíritu Santo. Pues bien, ¿Cuál sería nuestra respuesta?
Pidamos luces al Espíritu Santo para dar una respuesta, teniendo a Jesús como modelo e imagen de santidad.

Sin lugar a dudas, la obra maestra del Espíritu Santo fue el Divino Corazón de Jesús. El mundo interior de Jesucristo –Dios y hombre a la vez- se enriqueció con el contacto con las personas, en la oración, en las intervenciones y señales milagrosas, en sus palabras de consuelo cuando dice a la pobre vida de Naim “No llores”, en el reproche y santa ira a los mercaderes del templo en orden a “no hacer de la casa de mi Padre una cueva de ladrones”, en su intransigencia al afirmar  “que tu si sea si, y tu no sea no”, su condescendencia con los caídos y pecadores  como a la adúltera arrepentida dijo: “Yo no te condeno procura no volver a pecar más”, en sus desahogos espirituales, su amor al enemigo al decir: “perdónalos, no saben lo que hacen”, el perdón ante las persistentes injurias. Todo lo anterior, como en una sinfonía, culminó en el último compás, que fue el “consumatum est” (San Juan XIX, 30) de la crucifixión, cuando el Corazón de Cristo es traspasado por la lanza.

La acción del Espíritu Santo en Jesús no se trató de un “crecimiento” sino de “perfección”. El Espíritu asistía en forma gradual a Jesús con lo cual iba “sintonizando” el Corazón de Jesús con la voluntad de Dios Padre.

“Hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor” (San Pablo).
El Espíritu Santo ha dejado de ser el “gran desconocido” y el “pariente pobre” de nuestra devoción trinitaria, para alcanzar una creciente y renovada actualidad en nuestros días. Esto no sólo se explicaría por una mayor profundización en las fuentes de la Santa Biblia, sino que, también, por haber asumido los cristianos una actitud vital frente al materialismo esclavizante de nuestro tiempo.

Dios, por medio del profeta Ezequiel prometió darnos un corazón transformado; “Arrancare de vuestra carme el corazón de piedra y os pondré un corazón de carne” (XXXVI, 216-28). ¡Qué gran verdad nos dice la Secuencia de la Santa Misa!...”Qué vacío hay en el hombre, que dominio de la culpa, sin tu soplo”.

La sociedad en que vivimos es la que el corazón del hombre ha ido construyendo. El mundo materialista que hemos levantado, en el cual el tener más antecede -en todo momento- al procurar ser mejor, y la búsqueda del exitismo y reconocimiento al precio de hipotecar los principios y realidades más preciadas se debe a que el hombre y la sociedad han cerrado la puerta de su corazón al amor de Dios y la vereda de su mente a la luz de la verdad.

Evidentemente, quien se olvida de Dios, se olvida de sí mismo y de los demás. Entonces, si alguien cae en la verdea de la vida…que se ponga de pie solo; tiene dificultades en el trabajo…algo habrá hecho,  tiene complicaciones en su hogar…él se la buscó. Siempre el mundo materialista nos dará una nueva excusa para no vivir el mandamiento de la caridad fraterna.

Ello es consecuencia de un “corazón de piedra”: ciego, inerte, cerrado, que impide amar y ser amado.


Para romper este corazón de piedra, el “Escultor del alma”, que es el Espíritu Santo, nos dará la plenitud del Amor de Dios en el Corazón de Jesús, invitándonos a avanzar en la caridad fraterna, mediante la solicitud por cuantos padecen cualquier necesidad. Entonces, ¿Será necesario que sobrevenga una calamidad o alguna catástrofe para que entendamos y vivamos lo que nos dice el Espíritu de Dios en el fondo de nuestra alma?  ¡Viva Cristo Rey! 

                         
                              
                                 
                                   
Padre Jaime Herrera González

Párroco Jaime Herrera, Diócesis de Valparaíso
                                   


martes, 10 de mayo de 2016

¡Cuánto de ama, cuánto se cree!

 HOMILÍA  SOLEMNIDAD  DE  LA  ASCENSIÓN  2016.

1.     “Les dijo: Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén” (San Lucas XXIV, 46-47).

Casi sin darnos cuenta el tiempo de Pascua de Resurrección ha ido avanzando. Recorrimos cada una de las apariciones de Jesús Resucitado, llenándonos de alegría y de esperanza. Ambas nos hacen ver este día,  a la luz de la fe, pues sabemos hacia dónde vamos, sabemos con quién vamos y sabemos a qué vamos.

Hace unos días miraba con grata sorpresa cómo en un colegio católico del extranjero el alumnado tenía un saludo común. El dedo índice mirando hacia lo alto,  gesto que deseaba manifestar la vocación de la que todo bautizado tiene desde el día que fue constituido como hijo de Dios e hijo de la Iglesia. No otra vocación que aquella que el Apóstol Pablo nos señala: “Sois ciudadanos del cielo…ciudadanos de los santos” (Efesios II, 19).

Por esto, para muchos esta celebración resulta quizás como “ajena” y “distante”, toda vez que se suele vivir socialmente a “ras de suelo”, pensando que el destino del hombre termina en los cuatro puntos cardinales de este mundo. Instalados en él, pensamos que nada nos moverá, permaneciendo como anclados en sus criterios, en sus fines, y en sus medios.

La vida actual gira en torno a lo que pasa, y en ocasiones,  nuestro mensaje se confunde con las voces de este mundo, presentado un proyecto de vida que no tiene otra expectativa que satisfacer a los falsos ídolos del poder, del tener y del placer, ante los cuales se les tributa el homenaje de una ciega obediencia.

Hoy el Evangelio nos habla de una esperanza cierta, la cual es la persona de Jesucristo, en quien tenemos la respuesta definitiva, que no viene a completar nuestras deficiencias sino a dar respuesta plena a todo lo que somos.

En Él nada queda al margen, por lo que podemos confiar que cualquier prueba que ofrezcamos por amor a Dios y a su Iglesia,  tendrá el premio de la Bienaventuranza Eterna, donde Jesús dirá: “Venid, benditos de mi Padre al lugar preparado para vosotros desde toda la Eternidad” (San Mateo XXV).

Notable detalle que coincida la Ascensión del Señor en el día que en muchos hogares honrarán la grandeza de la maternidad en su dimensión física y espiritual. En primer lugar, nuestra mirada se detiene en este día de la ascensión del Señor con quienes en su vida virginal prefiguran la vida en el cielo.

PADRE JAIME HERRERA, Y HERMANOS JUNTO A SU MADRE. 
                                 

La totalidad de la entrega de la mujer en su consagración como religiosa le hace tener una disposición universal para acoger y cuidar el don de la vida, allí donde se encuentra. Por esto: los hogares de menores, las cárceles, los centros educativos, los hospitales, los lechos de enfermos, y hasta el purgatorio mismo han tenido fieles guardianes de quienes están en esos lugares tan diversos. Las religiosas sin duda ejercen la maternidad, por esto suelen ser reconocidas como “madres”.

Por ello, entre las obras de misericordia la vida de las religiosas ha sido una verdadera plegaria en acción, donde la creatividad ha llevado a ser impulsoras de caridad en las fronteras  donde se ha necesitado. ¿Enfermos de lepra? ¿Casas de Sida? ¿Hogares de ancianos? ¿Casas de acogida para madres en riesgo de abortar? En todo siempre las religiosas han “llevado la delantera” en iniciativa, en perseverancia, en constancia, en aceptación de riesgo como el que se vive actualmente en tantos países islámicos. No dudemos en este día en saludar a tantas religiosas de nuestras comunidades católicas, que han hecho de sus vidas la fidedigna interpretación del amor de Dios.

La vivencia de los votos de pobreza, obediencia y virginidad lejos de ser un obstáculo para el ejercicio de la maternidad espiritual resulta el mejor engaste por el cual una vida consagrada se ofrece a Dios y desde Él, se ofrece al mundo para servir. La exclusividad de una entrega perpetua a Dios en alma y cuerpo hace al corazón más libre para estar disponibles a la hora de servir a todo aquel que lo necesita, por lo que se verifica una vez más que sirve para vivir aquel que vive para servir.

La grandeza de la fe es el amor. Así lo ha sentenciado el Romano Pontífice, al destacar que “la medida de la fe es el amor”. Cuanto se ama, cuanto se cree, por ello, la causa del acrecentado amor que tiene una madre emerge hondamente desde su particular condición de creyente, lo cual le hace descubrir que el hijo suyo ha sido puesto a su cuidado por Dios mismo –dador de toda vida- del cual deberá dar precisa cuenta no sólo de los desvelos para su bienestar físico sino sobretodo espiritual y moral.

En efecto, el mandato de Dios en el Génesis: “Creced, multiplicaos poblad la tierra” no sólo apuntaba a la mantención de la especie, sino que se encaminaba a asumir el proyecto de Dios que hace a cada persona gestada a su imagen y semejanza, por lo que el derecho a nacer es el primero y necesario de los que posee el hombre, y del cual se desprenden todos los demás.

Sin garantizar el derecho a nacer ¿qué sentido tendría el poseer el derecho a estudiar gratuitamente? Si a una criatura se le impide nacer ¿Qué sentido tendría hablar de grados de participación ciudadana?, si a un solo pequeño se le impide poder nacer en razón de su salud, en razón de su origen, en razón de sus capacidades, con ese acto  se termina hipotecando y colocando en tela de juicio la viabilidad de toda persona ya nacida. No es mezquina la historia contemporánea al referir los dramáticos ejemplos cuando una ideología utilitarista y materialista ha intentado arrasar con la vida humana.
2.     “Bajo sus pies sometió todas la cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo” (Efesios I, 22-23).

Existe un verdadero hilo conductor entre la Santa Biblia y el don de la maternidad, toda vez que en sus primeras páginas (Génesis III, 15)  anuncian que  una mujer aplastará el poder del maligno prefigurado en la serpiente tentadora, en tanto que, culmina la revelación en su último libro –escrito por san Juan- describiendo a un dragón que quiere devorar a la madre y al hijo  (Apocalipsis XII, 1-17).
  
Sabemos que en la Sagrada Escritura la figura de la madre ocupa un lugar privilegiado, y en todo momento ligado a las bendiciones de Dios.  Aún más, la misma misericordia de Dios se presenta   bajo la perspectiva del don de la maternidad toda vez que los hijos son siempre un “regalo de Dios” (Salmo CXXVII, 3-5), cuya grandeza radica en ser expresión de la bondad de Dios y en ser una gracia específica, como única, donde la vinculación de la madre respecto de sus hijos no tiene comparación con otros afectos.

Esto lo encontramos en los escritos de San Pablo, en los cuales encontramos la expresión griega phileoteknos, la cual evoca el especial amor maternal, del cual deducimos que es un amor preferencial, que conlleva un particular cuidado que tiende a: alimentarlos, abrazarlos con cariño, cubrir sus necesidades, manifestar ternura, de tal manera que se exprese un amor como si fuera el único salido de la mano de Dios.

La experiencia de cada uno nos enseña que ello es una realidad pues siempre la madre sabe encontrar oportuna y eficazmente la palabra y la actitud que requiere cada hijo.
El reloj de una madre suele avanzar de una manera diversa a la que gira el tiempo en general. Siempre dispuesta a servir, siempre atenta a reparar, siempre dada a escuchar pero –también- a aconsejar, en ocasiones “a tiempo y destiempo”. Así lo dice el Antiguo Testamento respecto del amor de una madre: “disponible, mañana, tarde y noche” (Deuteronomio VI, 6-7). Siempre resulta ejemplar el hecho de ver a las madres en vigilia cuando los hijos pasan por alguna dificultad.

3.     “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos”

Así ha sido la presencia de la Virgen Santísima a lo largo de toda la historia de la Iglesia. En los momentos de mayor dificultad su asistencia ha estado garantizada, toda vez que Ella, obediente y creyente a los designios del Dios, ha ido acompañando en todas las generaciones desde el instante mismo de la Encarnación que quedo solemnizado por las palabras de Jesús, su hijo y Dios, aquel viernes Santo: “Mujer ahí tienes a tu hijo”  Y en aquel todos los bautizados estuvimos representados.

Dios respondió al desafío y la desobediencia de Satanás con la obediente sumisión de una mujer que hace lo que Dios le pide, por lo que, por medio de su maternidad, Dios da respuesta a la soberbia y la jactancia de Satanás con la presencia de un recién nacido envuelto en pañales...Un Hijo nacido de una mujer y madre. ¡Viva Cristo Rey!

viernes, 6 de mayo de 2016

Carta pastoral de Arzobispo Emilio Tagle: Así se Ama

  CARTA PASTORAL “ASÍ SE AMA”.

ARZOBISPO EMILIO TAGLE  SOBRE SAGRADO CORAZÓN (11/06/1982).
Emilio Tagle , Arzobispo de Valparaíso

a). Celebramos mañana la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Es la fiesta del Amor de Dios. Del amor eterno del Padre que personalmente nos amó primero con amor misericordioso que llega hasta el fin.
Del amor del Hijo hecho carne con que su corazón palpitando por nosotros lo llevó a la muerte, a la resurrección y a la Santa Eucaristía.
Del Espíritu Santo que es su amor nos da el vivir.
El Corazón de Jesús representa el misterio incomparable del Dios que se vuelca al hombre.
Amor que no tiene otra medida que el amor con que el Padre lo ama. “Como mi Padre me ha amado, así os he amado Yo”. Permaneced en mi amor (San Juan XV, 9).
b). En la obra suprema recibimos su mandamiento nuevo: “Amaos los unos a los otros. En eso conocerá el mundo que sois mis discípulos, si os amáis como Yo os he amado” (San Juan XIII, 34-35).
Amor que exige de todos una respuesta de amor completa y sin fin. Amor a Dios y a los hombres como ama Jesús.
El amor fraterno es la señal del cristiano y el argumento para que el mundo crea en Él.
Por eso no estoy exagerando cuando lo reclamo. Sólo repito la palabra que brota de su corazón.  
Palabra que escucharon los apóstoles y que yo debo recordarles, porque de ellos soy sucesor.
Ante el olvido de Dios y el olvido del hombre hay que entregar amor; amor al Corazón de Cristo y amor al hombre con su corazón.
Todo cristiano tiene el honor y la responsabilidad de hacerlo. Si no lo hacemos, traicionamos nuestra fe.
c). Su objeto privilegiado son los necesitados. Ellos, lo que más necesitan es amor.
Las recientes lluvias y temporales han dejado un doloroso saldo de destrucción y muerte.
Llamo a todos a acudir a ellos para auxiliarlos con urgencia.
A la acción de las autoridades y vecinos han de unírsela acción de todos en especial de los pudientes.
Cada uno que sufre debe sentir a un hermano a su lado, compartiendo con él.
Nadie puede comer tranquilo si no contribuye a la comida de los que carecen de ella.
Nadie se permita lujos sin proporcionar ayuda a los que no tienen para vestirse con dignidad.
Nadie puede dormir tranquilo si no colabora a mitigar angustias de tantos que se desvelan.
Cosas superfluas de muchos son para muchos, cosas de apremiante necesidad. Artículos suntuarios de algunos han de transformarse para muchos en artículos de primera necesidad.
Que cada hogar sienta como su propia familia a una familia indigente, dándole calor de hogar.
Que regalos de bodas que muchos reciben abundantes, puedan pasar a los que anhelan, pero que carecen de medios para formar su hogar.
¡Vayan a algunas familias y poblaciones y ante la realidad resuelvan lo que han de hacer!
d). Vayamos al Corazón de Jesús en la Eucaristía, fuente y cumbre de amor y de vida  y entreguémonos a Él con todo nuestro ser para su gloria y el bien de los hermanos, lo que constituye todo nuestro bien. Entreguémonos con la fidelidad de María para cumplir su voluntad. Así, en el amor y en la justicia, construiremos la paz.   El domingo próximo, se hará unas colecta en todas las misas y se reciben donativos en las parroquias y colegios católicos con este objetivo.
Con la seguridad de encontrar la más amplia acogida a este llamado de amor, los bendice de corazón.
                                                              Emilio Tagle Covarrubias
                                                         Arzobispo-Obispo de Valparaíso.
                                                                                 Valparaíso, 11 de Junio de 1982.