viernes, 15 de julio de 2016

Nacientes y perseverantes comunidades creyentes

  DÉCIMO  QUINTO DOMINGO /  TIEMPO ORDINARIO /  CICLO “C”.

1.     “Lo han visto los humildes y se alegran; viva vuestro corazón, los que buscáis a Dios”.

La preocupación por los más débiles es un requisito para todo católico. No es opción ser caritativo, a la vez es un imperativo y distintivo,  mediante el cual nos identificamos con Jesucristo que señaló: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, yo os aliviaré”.

La caridad constituye un distintivo que invita a los demás a imitar el estilo de vida católico. Es un atractivo que compromete y exige el ejercicio de una vida coherente y virtuosa. Si la semana pasada recordábamos que no hay caridad sin conversión, ahora,  recordamos que para ser caritativos se requiere de una arraigada y probada vida cristiana.

En ocasiones tras el pseudo espíritu solidario subyace la tentación de justificarse moralmente y alivianar el peso de la conciencia con acciones cuya visibilidad incluso termina resultando una propaganda que viene a repetir los actos “buenos” de los fariseos que anunciaban sus “buenas obras solidarias” por medio  del sonido de las trompetas.

Hoy se usan poleras, chapitas, pulseras, y banderitas para dar a conocer el bien que se hace. Eso es ajeno al genuino espíritu caritativo que han tenido los hijos de la Iglesia tradicionalmente,  procurando seguir fielmente el consejo del Santo Evangelio que exhorta a que “no sepa tu mano izquierda lo que efectivamente hace tu mano derecha.

Tras ello subyace la novedad y la diferencia entre caridad en Cristo con la filantropía solidaria. En la primera, la el espíritu de la santidad conlleva necesariamente la búsqueda de la perfección por el camino del ejercicio de  las virtudes. La humildad de contemplar como vivió Jesucristo, hace silenciar el bien hecho para que pueda ser percibido por los oídos de la misericordia, que habitualmente habla en el silencio de una brisa y no en el estruendo de lo rimbombante.

Capellán Colegio Viña del Mar, Padre Jaime Herrera

2.     “La Palabra está cerca de ti, está en tu boca, y en tu corazón para que la pongas en práctica”.
Las mega obras solidarias en la actualidad, reconociendo que procuran -en general- hacer un bien objetivo, en ocasiones tienden a limitar la micro caridad de la vida cotidiana, que finalmente es la que sostiene y mantiene el espíritu de caridad fraterna al interior de nuestra Iglesia.
La gran Teresa de Ávila decía que “La humildad es estar en verdad”. Por ello, hemos de esforzarnos por ser discretos al momento de dar a conocer las obras hechas, pero elocuentes en generosidad y espíritu de sacrificio.
Las obras de caridad deben partir de nuestras privaciones voluntarias y personales, como expresión de un veraz espíritu de sacrificio que procure completar, continuar y revivir lo hecho por Jesucristo por amor a cada uno y su Iglesia. Por medio de la caridad fraterna estamos llamados a ser  intérpretes del amor de Dios a todo aquel que lo necesita con urgencia: Frente al imperativo de la caridad ni el pobre  ni el creyente pueden esperar.

Sin duda la verdadera caridad mitiga las consecuencias del pecado y evidencia la primacía del amor de Dios cuyo límite siempre es ilimitado. ¡Dios nunca se deja vencer en generosidad! Y ello lo demostró desde la cruz.

Por ello, hemos de esforzarnos por “dar hasta que duela” como señalaba con acierto San Alberto Hurtado, quien debió sortear grandes desconfianzas en su tiempo para tender la mano a los más necesitados que sin rumbo recorrían las calles de una ciudad que había vuelto trasparentes a los niños y ancianos más pobres.
Algo semejante acontece en nuestros días, donde hay muchos que no vemos, entre ellos: los ancianos a quienes no se visita y se les suele olvidar dramáticamente, como suelen ser los enfermos quienes anhelan la visita de sus seres queridos, o son los que están privados de libertad y son tenidos como parias de una sociedad que no siempre ha hecho lo suficiente para evitar que el primer peldaño de la delincuencia fuese escalado a temprana edad.

3.     “! Vete y haz tu lo mismo!”.
Con una educación mutilada de valores y vida espiritual, en la que el ramo de religión es tenido como obsoleto y prescindible, con la enseñanza de una filosofía cada vez más utilitarista donde no se enseña a buscar ni amar la verdad,  ni a razonar con sentido común, donde el pasado suele ser presentado de manera sesgada por las ideologías hoy reinantes del relativismo, hace que la diferencia entre los modelos de educación de los distintos establecimientos  resulte –simplemente- abismal.
La infraestructura es importante, pero no lo principal; las clases de música y educación física son importantes, pero no lo principal; saber sumar, restar, dividir, multiplicar, y fraccionar es importante, pero no lo principal. Más, lo que sí realmente resulta determinante a la hora de zanjar la personalidad es su religiosidad, su vida interior, y su sentido común, entre otros aspectos. ¡Quitar el Evangelio de la sala de clases es mutilar el alma de quien se educa y anquilosar (paralizar) el futuro de toda la sociedad!
Se hace necesaria por lo tanto,  la formación en el espíritu de la caridad fraterna, por medio del cual la tentación autorreferencial presente a lo largo de nuestra vida, disminuye en la exacta media que salimos al encuentro de quien más lo necesita.
Evidentemente, “a tiempo y destiempo”, “con estómagos llenos y vacíos”, ante “ambientes favorables y adversos”, la vivencia de la caridad fortalece el espíritu de la sociedad desde su célula fundamental que es la familia. La centralidad y primacía de la caridad resulta entonces un verdadero imán que fortalece la fe de los que están vacilantes y no deja de atraer a los que están llamados a convertirse y creer.

PADRE JAIME HERRERA SAINT´PETER´S


Sin duda el católico que procura vivir la caridad según el querer de la Iglesia ejerce un apostolado fecundo al momento de revivir con su generosidad y espíritu cristiano lo que los primeros cristianos hacían: ¡Miradlos cómo se tratan! ¡Que diferente sería el mundo si la caridad reinase en medio nuestro!

No ha de sorprender que el apostolado, presentado como una acción pro activa en  buscar nuevos creyentes, sea rechazada por el mundo actual y visto como en los orígenes de la fe cristiana,  cuando los discípulos de Cristo eran tenidos como “ateos” por el hecho de negarse a tributar culto hacia sus múltiples divinidades,  las cuales en nuestro tiempo tienen –por cierto- nuevos rostros, pero cuya nocividad permanece plenamente vigente y ampliamente extendida.

Como directa consecuencia del espíritu neo-modernista, que es idolátrico del progresismo, se ha producido una jibarización de la vida y práctica religiosa en naciones de antigua impronta católica, propiciando la vivencia de la fe en pequeñas comunidades, familia de familias, semejante a como se da la comunicación en los grupos de wasap. Ello nos evidencia un hilo conductor en la cadena de la evangelización entre las nacientes primeras comunidades cristianas de las cuales nos habla San Lucas en los Hechos de los Apóstoles,  con el perseverante “pusillus grex” (pequeño resto) que describe San Juan en el libro del Apocalipsis.

Sin duda, hemos de temer confundirnos con el espíritu de este mundo que se alza al margen de Dios, y da –crecientemente- la espalda a las enseñanzas del Magisterio perenne de la Santa Iglesia. “Yo os reconoceré ante mi Padre que está en los cielos”, dijo Jesús.

Como católicos el hecho que esta sociedad nos indique como “ateos religiosos”, por no reconocer sus falsos ídolos y pseudocredos, ha de ser tenido como la justa retribución a la consecuencia y la fidelidad a Dios, en tanto que,  cuando nos dejamos seducir por las aguas del secularismo, al final de los tiempos, seremos indicados –aún más, acusados-  como “religiosos ateos”, que un día renegamos del don precioso de la fe y de la oportunidad de acrecentarla por medio de los diversos actos de caridad fraterna en los cuales Cristo no dejaba de mostrarnos su rostro, tan divino como humano a la vez. ¡Que viva Cristo Rey! Amén.

PADRE JAIME HERRERA / DIÓCESIS DE VALPARAÍSO / CHILE


sábado, 9 de julio de 2016

TÚ, VE Y ANUNCIA EL REINO DE DIOS

  MEDITACIÓN SOBRE CÓMO RECONOCERNOS CRISTIANOS HOY.

A). RECHAZO INTERNO Y EXTERNO HACIA EL  EVANGELIO.
La semana pasada el Evangelio nos centraba en una pregunta hecha por Jesús: “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” Ha pasado una semana, y al tenor de las lecturas que hemos escuchado, y que tienen en común una dimensión marcadamente vocacional, bien podemos preguntarnos, ahora: ¿Cuál es mi obstáculo para seguir a Jesús?

En el texto que hemos tomado Jesús propone a algunos seguirle, pero dicho llamado recibe, luego de una respuesta de cortesía, la más rotunda de las negativas, porque los tres “tienen cosas más importantes que hacer, por lo que no le van a acompañar. Algo semejante ocurre en nuestro tiempo, cuando –por ejemplo- invitamos a una persona a un curso, a un retiro, a una charla de formación, o incluso a participar en una liturgia. Pareciera ser que siempre hay urgencias y obstáculos que nos impiden estar más cercanos al Señor y la Iglesia por Él instituida. Olvidamos al respecto que “el infierno está plagado de buenas intenciones”.

En circunstancias que el Señor Jesús se dirigía a Jerusalén, optó por enviar algunos discípulos delante de Él para procurar alojamiento. Era necesario y, por lo tanto normal,  pasar por  tierras de Samaria, cuando se viajaba de la Galilea a Jerusalén. Aunque, producto de realidades de prácticas religiosas diversas, y de culto en lugares diferentes, existía mucha hostilidad entre samaritanos y judíos hasta el extremo de que no se hablaban. Se trataba de antiguas diferencias de carácter religioso, las cuales con el tiempo se habían acrecentado.

CURA PÁRROCO DE VALPARAISO CHILE

No extraña el rechazo que  tuvieron de los habitantes de Samaria hacia los Apóstoles y el Señor. Lo que sí sorprende es que no les dieran alojamiento, toda vez que la hospitalidad es una obligación moral entre los pueblos de oriente en general. Una cosa es que “no les guste” y otra es que “no los reciban”. Esta experiencia de no ser aceptado, prepara a los apóstoles para más adelante, de este modo cuando ellos tengan que salir a predicar el evangelio, sepan ya de las dificultades, porque no siempre va a ser todo fácil, como entrar en todas partes. Pero frente a estos casos hay que ser pacientes y mansos, no ser hostiles e iracundos, y mucho menos vengativos con sus perseguidores.

El Evangelio recuerda que cuando los hermanos bonaerges, conocidos como ¡hijos del Trueno!  -Santiago y Juan- vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?" Estas palabras hacen presente que los discípulos  no estaban dispuestos al rechazo. Habían sido testigos de muchos milagros del Señor, que incluso les hizo reconocerle como el Mesías esperado en Cafarrnaum, por esto,  le preguntaron a Jesús si podían hacer caer fuego sobre aquellos. Frente a esta pregunta, Nuestro Señor les enseña que no debe haber venganza, manifestando que la  virtud no es vengativa, y que no hay caridad allí donde exista la ira. La caridad y la ira son absolutamente incompatibles, no caben en el mismo recipiente ¡nunca! Lo propuesto por los apóstoles no era una actitud valiente sino que está más bien limitante con la barbarie, por ello la Iglesia santa en esta materia, siguiendo la respuesta de Jesús no admite segundas interpretaciones.           
                                                                                   
Los Apóstoles creyeron que su proposición sería bien recibida por el Señor. ¡Craso error! Por el contrario, fueron severamente recriminados enseñándoles que la fuerza de la verdad, es que es verdad, y ésta, no necesita de golpes, de fuego ni dureza para ser asumida. Entonces, Jesús les ha de haber recordado que “el hijo del hombre no ha venido para condenar al hombre sino a salvarlo”, tal como lo dijo un día,  ante la mujer pecadora. Porque la venganza no es parte del Espíritu de Dios sino del maligno. Tales palabras quedaron grabadas en el recuerdo del discípulo que  señala: “Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por El”  (III, 17).

La lectura de este capítulo del Evangelio presenta un nuevo momento de inflexión en el ministerio público del Señor, pues es rechazado por los samaritanos e incomprendido por sus propios discípulos.  No cuesta imaginar que Santiago y Juan hayan tenido dolor por el rechazo de los samaritanos hacia su Maestro, molestia muy humana y algo natural entre dos pueblos que no se aceptaban mutuamente, pero para el Señor, ese no es el espíritu del Reino que ha venido a instaurar. Hoy debemos guardar en mente este rechazo de Dios si pensamos así vengativamente de nuestros hermanos vecinos de otras latitudes, ya que no estamos cumpliendo con el mandato de Jesús, “amar al prójimo como a nosotros mismos”. En nombre de la religión nunca es aceptable ejercer violencia de ninguna clase, y citando al recordado personaje televisivo, “la venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”.

El rechazo a Cristo implica la no aceptación de Dios Padre, lo cual conlleva que al disentir substancialmente del plan de Dios para cada uno de nosotros y nuestras sociedades, estamos rechazando al mismo Dios. Por otra parte, el rechazar acoger a Jesús, es rechazar a Dios. Y es una realidad que de hecho se da en nuestras vidas. No me gusta este mandamiento, ¿Qué no nos gusta? No me gusta este camino que Dios dispuso ¿a quién rechazo? No acepto esta cruz ¿a quién estamos rechazando?, cuando huimos del sacrificio, ¿a quién no estamos aceptando?, cuando no somos comprensivo con el que sufre, ¿con quién no somos comprensivos? Nuestra vida siempre ha estar orientada por los principios del Santo Evangelio, por las enseñanzas de Jesús y su Iglesia Santa, como aquellas expuestas en la Escritura: “Ámense los unos a los otros Como el Padre me amó, así también os he amado Yo: permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi amor, como Yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (San Juan XV, 9-17)

B). VALIENTES EN EL SEGUIMIENTO DE JESÚS.
Solemos entender por valentía aquella actitud que antepone la decisión y entereza para lograr un objetivo sin dar pie atrás. A lo largo de nuestra vida, sea en la escuela o por tradición familiar y patria, hemos conocido el testimonio  de quienes con gran esfuerzo llegaron al final del camino, aunque éste les exigiera sacrificios que involucraran la vida misma.  Es valiente aquel que actúa con un valor que se sobrepone ante las dificultades, y que en la invitación que hace el Señor, implica una motivación superior, trascendente y definitiva, que bien podríamos resumir en el lema de San Ignacio de Loyola: “Para mayor gloria de Dios”.                                                     

Es momento de preguntarse: ¿Si tantos hombres dieron su vida por un ideal de conquistar un premio en la tierra, el que esta acotado en tiempo, porque ha de ser tan difícil dar la nuestra por uno que no tiene fin en el tiempo?  Muchos mártires han dado la vida terrena por la vida eterna, una inmensa cantidad de ellos, solo son conocidos por quien la otorga, que a fin de cuentas, es lo que verdaderamente interesa.

C).  AYUDADOS POR LA FUERZA DE DIOS (2 Timoteo II, 8).
He leído la vida de muchos santos y santas, para ninguno de ellos, el camino fue fácil, han tenido que labrar su vida muy laboriosamente. ¿De dónde habrán sacado tan fuerza?, de la misma fuente, de su mismo origen, es decir de nuestra propias raíces y estas no son otras que las nos entregó Dios, somos parte de su creación, y cuando estamos débiles y a la deriva, es porque nos hemos unilateralmente alejados de Él, y si queremos recuperar fuerza, bastará con apoyarnos en su poder, en su bondad y en su misericordia, tal como nos enseña el Apóstol San Pablo: “Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder(Efesios VI, 6-10), “Todo lo puedo en Aquel que me conforta.” (Filipenses IV, 4-13).
Cuanta más fortaleza necesitamos, ahí está Dios para entregarla, como Padre y como amigo. Santa Isabel de Trinidad nos dejó un bello mensaje: “Vivamos con Dios como con un amigo”. En efecto, cuando la Palabra inhabita en nosotros, es cuando podemos decir como ella: “He hallado mi cielo en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma.” O poder reconocer como ella: “Creo que si El me ha amado tan apasionadamente y me ha hecho tantos favores es por verme tan débil.”
  PADRE JAIME HERRERA

La fuerza viene de Dios y la percibimos cercanamente en la oración. No puede ser de otra manera, ya que la oración viene –también- del Espíritu Santo y es el Espíritu Santo quien hace la oración, es la oración en nosotros y es fuerza para emprender el camino tras  la meta  ansiada de la Vida Eterna.
San Pablo, presintiendo que pronto el Señor lo llamaría a su presencia, escribe a Timoteo: “Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su manifestación(2 Timoteo IV, 6-8).
D). CRISTO REQUIERE  DISCÍPULOS VALIENTES.
Cristo Jesús, necesita hombres y mujeres valientes, que actúen con valor, con ánimo y con decisión. Pero no para enfrentamientos bélicos, tampoco en pos de riquezas materiales. Cristo quiere discípulos preparados para actuar con prudencia, dispuestos a soportar los sacrificios necesarios para realizar la función de evangelizador, desempeñándose a la perfección en ese ministerio. (2 Timoteo IV, 5).

La valentía en el seguimiento a la persona de Jesús no es un acto impulsivo, ni una simple motivación pasajera, que se tuvo por un instante y ya no está, ha de ser más bien, fruto de una constante entrega, lo que implica procurar –constantemente- estar dispuesto a: pensar como El, sentir como EL, actuar como El, mirar a los demás como los mira él, a la vez que nos pide una firme decisión que rompa con el pasado, mirando hacia el futuro y, sin añoranzas y con una libre voluntad para recibir su gracia, en su tiempo y en su medida.

Primer ofrecimiento: “Te seguiré donde quiera que vayas”.
Cristo necesita valientes que estén dispuesto a dejarlo todo por El, y en este episodio del Evangelio, nos destaca cual ha de ser el espíritu de esta decisión que debemos tener. Este nos muestra un primer ofrecimiento, que le hace alguien a Jesús diciéndole: “te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Los zorros tienen sus madrigueras y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.

Jesús no le rechaza, Él es el que se invita, sin embargo, le presenta aquella perspectiva ardua del apostolado: sólo tiene asegurado, en comparación con los zorros y aves, el incesante ir y venir para anunciar la Buena Nueva del Evangelio.  Nuestro hogar en un lugar que nos da cierta seguridad, como a los animales su madriguera. En las guaridas los animales se esconden del peligro, pero, los valientes no se ocultan. Además, el hogar es un lugar  con ciertas comodidades, protegidos del frío y del calor, tenemos nuestros alimentos y allí podemos dormir con tranquilidad.

Jesús nos advierte que para caminar junto a Él, debemos desprendernos de lo bienes terrenales, eso sí, no habla de aquellos que son los necesario para vivir. También, nos pide olvidarnos de las comodidades si queremos seguirlo y olvidarnos de conseguir ventajas terrenales, ni económicas ni de posición social, aún más, se debe estar dispuesto a todo y en todo tipo de lugar. Así es, donde haya que llevar el mensaje del Evangelio, ahí hay que ir sin pensar en el camino, si este será fácil o difícil: “Nuestro alimento será cumplir la voluntad de Dios”.

Dice Jesús; “El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”: Se refiere a esta vida de incesante caminar apostólico más que al no tener alguna morada para descansar, como en Nazaret,  Cafarnaúm o Betania. Es aquí donde por vez primera sale en los Santos Evangelios el título que se da Jesús de “Hijo del hombre”. Jesús frecuentemente lo utilizará para nombrarse. Esta expresión sólo aparece en los Evangelios en boca de Jesús. En algunos textos en los que se usa esta expresión se entiende aquel Mesías humilde, despreciado, que irá a la muerte, en otros textos se designa con esta expresión al Mesías en su aspecto glorioso y triunfal. Luego el relato nos trae un segundo ofrecimiento, ahora es un discípulo, pero éste antes le ruega; Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre. A éste, Jesús le da la orden-invitación; Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. No era esta invitación para incorporarlo a ser uno de los Doce. Era solo para invitarle a seguirle más de cerca, y acaso más habitualmente en sus correrías apostólicas como le acompañaban sus discípulos en otras ocasiones. Sin embargo, este discípulo, en lugar de seguir diligente la invitación del Maestro le suplicó un espacio de tiempo para cumplir un deber sagrado: Sepultar a su padre.

Lo que pidió este joven a Jesús fue más tiempo, porque iba a esperar que muriese su padre, de este modo ya sin tener que preocuparse de tales deberes, entregarse –entonces- a aquella misión donde “los operarios eran pocos y la mies abundante”, lo que le confería un carácter de inminencia y urgencia. Jesús le pide un acto de desprendimiento cuyo fundamento es la trascendencia divina. El Señor quiere una respuesta inmediata, sin retraso, y acordándose que debemos amar a Dios por sobre todas las cosas, y esto es claro, es anteponer todo por El, es así, que cuando el Señor no pide un servicio, esto va primero a todo lo demás. ¡Es cambiar las cosas de Dios por Dios!

Segundo ofrecimiento: “Te seguiré, Señor, pero déjame antes despedirme de mi familia”.
Cuando a Jesús le dice uno que se le ofrecía seguir: “Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi familia” Le dijo Jesús: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Utilizando el proverbio del arado, una vez puestas las manos a la obra del Reino, todo ha de ser para Él y su obra. Como en el pasaje anterior, Cristo reclama para sí los afectos y quereres  más profundos, porque está por encima de ellos.

SACERDOTE DE VALPARAÍSO

Jesús nos pide seguirle con decisión absoluta, dispuestos a peregrinar en la vida, sin mayores comodidades y desprendidos.  Es una forma exigente, no es un camino fácil, sólo para valientes, es ir cuesta arriba. Valientes para enfrentar el decaimiento, animosos contra el desaliento, reflexivos ante las incomprensiones, fuertes contra las persecuciones, pero convencidos como el apóstol San Pablo, que al final se llegará a la meta y en ésta le espera la recompensa eterna.

El valiente, conoce sus riesgos cuando dice: “te seguiré adonde vayas”, pero no por eso ante la iniciativa y el llamamiento divino vamos a condicionar nuestra respuesta a Cristo según nuestros propios intereses personales. De este modo, podemos hacernos indignos del don divino, por eso nuestro ofrecimiento debe hacerse con alegría y disposición total. Lo anterior no hemos de circunscribirlo sólo al plano consagrado, de religiosos y religiosas, sino que son exigencias en virtud de nuestra condición bautismal, es decir, porque pertenecemos a Dios como sus hijos, debemos responderle con generosidad, con rapidez y con cariño, tal como lo hacemos con nuestros padres, y mejor aún.
¿Vas a misa?, cuando puedo voy, si tengo mucho que hacer no voy… ¿Eres católico?, si pero a mi manera… ¿Eres cristiano?, en cierta manera sí, pero no fanático... ¿Crees en Dios?, si pero no creo también en…. Para seguir a Cristo, no hay especio para los “pero”, que siempre indica un reparo, una objeción o un inconveniente.
Seguir, es un verbo que indica ir detrás, ir por un determinado camino sin apartarse de él,  es proseguir con lo empezado y permanecer o mantenerse en lo comenzado, imitando a Cristo como modelo. En el seguimiento a Jesús, no hay lugar para la mediocridad: no se puede ser más o menos cristiano, esto es “sin medias tintas”.  

Es así, como Jesucristo, quiere testigos verdaderos, debemos estar dispuesto a pensar como El, sentir como EL, actuar como El, mirar a los demás como los mira El, nos pide una firme  decisión, que rompa con el pasado, mirando hacia el futuro y sin añoranzas y con una libre voluntad para recibir su gracia.  ¡Viva Cristo Rey!                                                                             

jueves, 7 de julio de 2016

¿Por qué piensan mal en vuestros corazones?

 MEDITACIÓN  SOBRE  LA  SANACIÓN  DEL  PARALÍTICO.

A). Su vida era un milagro.
Desde hace unos días, desde el episodio de la confesión de fe de los Apóstoles hacia Jesús, hemos venido meditando diversos milagros realizados por el Señor. Al leer los Evangelios constatamos que una gran parte de su vida y de su tiempo, Jesús la dedicó a hacer milagros.  En el relato de San Marcos, por ejemplo, de 489 versículos que cuentan su vida pública,  la mitad son narraciones de milagros. En el texto de San Marcos hay dieciocho milagros, en San Mateo veinte y en San Lucas veinte, y San Juan contiene siete, que enumera para indicar perfección y permanencia, es decir, era algo propio, constante en su vida. Más que “hacer milagros” diremos que “su vida era un milagro”.

El común denominador de todos los milagros obrados por Jesucristo fue la fe, al a que invitaba su accionar o bien requería voluntariamente su obrar. En una oportunidad señaló: “el que tuviera fe como un grano de mostaza le diría a este monte, arráncate y arrójate al mar. Y os obedecería”. En esta oportunidad hay fe, en el enfermo, en sus amigos, y en quienes son testigos del milagro por medio del cual,  aquel “monte de parálisis” terminará siendo vencido definitivamente.

Con un atisbo de buen humor,  San Juan Crisóstomo señala que “era grande la fe de este enfermo, porque si él no hubiera creído no se hubiera dejado bajar por la abertura del techo” (Homilía de San Mateo 29,1). Nadie que no confíe en Dios ni en sus amigos se deja caer -desde lo alto- por cuatros sogas y en una camilla.

Cada uno de nosotros, si tuviese un ser querido que se viese impedido, como aquel paralítico de no poder acercarse a Dios por sí mismo, debería hacer el esfuerzo de llevarlo hacia el Señor. Entonces, ¿qué hacer con uno que no se esfuerza por ser fiel a Dios, que no participa en la Santa Misa, que está inmovilizado de hacer el bien a su prójimo?  Pues bien, procuraremos en primer lugar, desde la fe, colocarlo ante el Señor en la plegaria, descenderlo ante el Sagrario con las sogas de: la oración, caridad, penitencia y la paciencia, implorando que el Señor Jesús le sane y le permita, como aquel lisiado del Nuevo Testamento “caminar hacia él”.
PADRE JAIME HERRERA CHILE


B). “! Ánimo, tus pecados te son perdonados!”.
Es evidente, a la luz del relato que hemos escuchado, que nuestro Señor aparece revestido de una autoridad que hace honor a su condición del Verbo de Dios en medio del mundo. Las palabras pronunciadas por Jesús atacan el mal en su raíz: en el caso del paralítico ataca el pecado que corroe al hombre en su libertad y bloquea sus fuerzas vivas: “Tus pecados te son perdonados”; “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.  Ninguna parálisis del corazón y de la mente humana, con las que podemos estar encadenados, es capaz de vencer el poder de Jesús. El estar con Jesús libera al hombre de toda atadura, por antigua y sólida que pueda ser o parecernos. Entonces, la palabra autoritaria y eficaz de Jesús despierta aquella humanidad paralizada  y le confiere el don de caminar con una fe renovada.

La gente sólo veía a un hombre incapaz de caminar físicamente, que no podía valerse plenamente a sí mismo, y debía ser asistido por otros. Más, nuestro Señor Jesús ve algo más, ve el interior y descubre lo que verdaderamente lo tiene paralizado, por eso le dice, en una expresión llena de ternura: “¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados”.  Y, esta misma expresión, la podemos recibir cada vez que nos acercamos al sacramento de la confesión, el cual es, al decir del Papa Juan Pablo II- una verdadera “caricia de Dios al hombre”. Nuevamente, Él nos viene a repetir al fondo del corazón: “¡Ánimo! aquello que te tiene agobiado, paralizado, esclavizado, bloqueado, ya no tiene poder sobre ti”.

Porque el pecado es esto, es todo aquello que nos hace actuar de manera contraria a lo que realmente somos; en vez de comportarnos como hijos de Dios, lo hacemos como esclavos o como quien ha renegado de su Padre; en vez de comportarnos como hermanos, actuamos como enemigos o rivales… El pecado es todo aquello que rompe la filiación con Dios y la fraternidad con el prójimo…Cuando eso se rompe, quedamos paralizados, a la orilla del camino.

El perdón de los pecados que Jesús invoca sobre el paralítico de parte de Dios alude al nexo entre enfermedad, culpa y pecado. Para los judíos, la enfermedad en el hombre era considerada un castigo por los pecados cometidos; el mal físico, la enfermedad, siempre eran signo y consecuencia del mal moral de los padres (San Juan IX, 2). Jesús restituye al hombre su condición de salvado al liberarlo tanto de la enfermedad como del pecado.

DIÓCESIS DE VALPARAÍSO  SACERDOTES


Por cierto,  que Dios en cuanto Creador del universo, puede sanar y restituir en plenitud todas las dolencias y patologías físicas, sin la intervención del hombre, y a  través del digno ejercicio de la medicina por medio de las manos del facultativo que ha recibido el don de curar. Más, para la curación de la enfermedad del alma que se llama pecado, es menester, según el evangelio que meditamos, la participación por la fe del propio paciente, puesto que,  no sin el hombre Dios lo sanará del pecado. Ciertamente, el Creador del universo puede curar absolutamente todas las enfermedades patológicas. Pero,  para la curación de las enfermedades espirituales, es necesaria la colaboración espontánea y libre del "paciente" porque Dios no puede ir en contra de nuestra libertad, y nos invita a la salvación con nosotros: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín).

Para algunos de los presentes, como los escribas, fariseos y judíos en general,  las palabras de Nuestro Señor anunciando el perdón de los pecados parecían una verdadera blasfemia. Para ellos Jesús es un arrogante, ya que sólo Dios puede perdonar. Jesús, que conoce sus corazones les reprocha su incredulidad. La expresión de Cristo: “para que sepáis que el Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados…” indica que no sólo puede perdonar Dios, sino que en Jesús, también puede perdonar un hombre, como acontece en el sacramento de la confesión, donde el sacerdote concede la absolución en virtud del poder dado por Jesús a su Santa Iglesia.

El tema del perdón de los pecados aparece de nuevo en San Mateo XVIII y al final del Evangelio se afirma que ello tiene sus raíces en la muerte de Jesús en la Cruz (XXVI, 28). Pero en nuestro contexto el perdón de los pecados aparece unido a la exigencia de la misericordia como se hace presente en el siguiente episodio, la vocación de Mateo: “misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (San Mateo IX, 13).

Estas palabras de Jesús pretenden decir que Él ha hecho visible el perdón de Dios, del que todo hombre una vez hecho partícipe, ha de tener un corazón que perdonado, sea capaz de perdonar, que una vez reconciliado sea reconciliador. Colocarse de pie y caminar implica llevar el testimonio de la misericordia del Señor especialmente a aquellos corazones y ambientes más cerrados a la Palabra del Señor, recordando que una gota de miel puede más que mil de hiel, y que el perdón puede más que el pecado, porque Jesús en la Cruz lo ha vencido ¡para siempre!  ¡Que Viva Cristo Rey!






lunes, 4 de julio de 2016

¡Menos emoción y más conversión!

DÉCIMO CUARTO DOMINGO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO C.

1.     “Al verlo se regocijará vuestro corazón, vuestros huesos como el césped florecerán” (Isaías LXVI, 10-14).

A lo largo de los domingos siguientes al tiempo pascual, los evangelios nos han venido hablando de nuestra condición de discípulos del Señor,  lo cual tiene como eje central el llamado universal a la santidad, pues Dios quiere que seamos santos, y nuestro destino definitivo aparece señalado al fin del texto del santo evangelio que acabamos de escuchar, como una coronación de las palabras del Señor: “Alégrense que sus nombres estén inscritos en el cielo”.

Sin duda,  hablar de vocación es referirse a la gracia de Dios. Pues, es Él quien llama primero. Es El quien concede las gracias necesarias, y es El quien precipita la generosidad, permitiendo que el seguimiento de sus pasos sea a la vez, tan meritorio para el creyente como fruto de la gracia de Dios.

Nada es más importante, ni más necesario para nuestra vida que alcanzar la salvación. Todo estará irremediablemente perdido si acaso no acabamos de dar gloria a Dios, primero aquí  temporalmente, y luego allá para siempre.

En ello se juega nuestra verdadera felicidad, la cual no puede quedar reducida a una simple alegría pasajera y circunstancial. Insertos en la cultura signada con “emoticones”, todo parece quedar reducido al lenguaje transitorio de los sentimientos y de las emociones.

Es innegable que la espiritualidad reinante en la actualidad arranca lágrimas con facilidad dejando los vicios enraizados a perpetuidad….mucha conmoción y poca conversión. Es la espiritualidad “emo”, en jerga de las tribus urbanas locales.

Y es que se transita por un camino de fantasía, donde quien importa parece ser el hombre y no Dios, hasta en lo que aparentemente puede ser un simple detalle de los modernos cantos penitenciales,  donde se destaca más al pecador que a quien perdona. Incluso nos hace pensar cuán necesarias resultan tantas fórmulas distintas que contiene el reciente Misal Romano local si basta decir la más simple para invocar: “Señor ten piedad, Cristo ten piedad y Señor ten piedad”.

2.     “Sus ojos vigilan las naciones, no se alcen los rebeldes contra Él” (Salmo LXVI, 1-20).

Durante nuestro tiempo, la vida cotidiana de nuestra Iglesia indudablemente enfrenta múltiples y nuevos desafíos. Desde un comienzo, nuestro Señor dejó claro que no faltaría su asistencia, su cercanía y su gracia a quienes se esforzasen por dar a conocer su mensaje es decir, sus enseñanzas y su “estilo de vida”, tal como señalo de manera vinculante: “Aprended de mi” (San Mateo XI, 29) ”Vosotros me llamáis Maestro y lo soy” ( San Juan XIII, 13).

No estaba incluido en las promesas el no padecer persecución, incomprensión o desconfianza, por el contrario,  Jesús  no ahorró detalle alguno en este aspecto para que los Apóstoles tuviesen clara noción de lo que implica el seguimiento de su persona divina y humana. En otras palabras: la Iglesia como una barca navegaría en medio de tempestades pero nunca podría naufragar…pues “el poder del mal nunca prevalecerá” contra Ella.

Entre las múltiples artimañas que el Maligno tiene desde su holoadversión hacia Dios y su obra, está el ataque permanente hacia la institución de la familia tal como aconteció en el principio de la creación cuando el Demonio coloco la discordia y desconfianza entre nuestros primeros padres Adán y Eva.

La existencia de la familia, en la que Dios quiso recrear su propio ser al revelarse como comunidad de vida y amor en la Santísima Trinidad, hace que el principal enemigo de una sociedad sin Dios fue, es y será aquella familia donde Jesús –en su corazón- reina “con todo su poder” (1 San Pedro V, 11).

No podemos descansar, ni en esta vida ni en la otra  en procurar derogar aquellas leyes que atentan gravemente contra las leyes de Dios, de manera particular,  las que se refieren a fomentar la vida espiritual y religiosa de las personas, al fortalecimiento de la unidad y la estabilidad de la familia, tal como fue diseñada y formada por Dios entre un hombre y una mujer. Sin duda, toda ley que no respete a Dios, termina abusando de los hombre, y una sociedad que excluye  a Dios,  terminará necesariamente fomentando todo tipo de marginación en la vida personal, familiar y social.

3.     “El mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo” (Gálatas VI, 14-18).

Estas últimas semanas hemos visto cómo se han implementado iniciativas legales referidas a la alimentación. Todo alimento considerado riesgoso tendrá distintivos visibles que previenen a los eventuales consumidores. Ojalá la preocupación por la salud física, o por el cuidado del medio ambiente,  fuese reflejo de la búsqueda por la pureza y salud del alma. Lo incisivo respecto de  qué tipo de bebida se toma no puede diluirse en la neutralidad de ante la salud del alma y el crecimiento espiritual. Es indudable que nuestra vocación por identificarnos con la persona de Jesucristo es más importante que los niveles de azúcar de un chocolate.

Ninguna persona puede estar en desacuerdo con una medida que apunta al bienestar físico, ni con el mayor cuidado del medio ambiente, o con la preocupación por las mascotas y animales en general, mas, como creyentes nos resulta imposible no exigir una debida coherencia respecto en todo aquello que se refiere a una vida espiritual sana: alegre, veraz, difusiva, y madura.

Esta vida sana, nace de una verdadera amistad con Jesucristo, quien dijo claramente: “Ya no os llamo siervos, sino mis amigos”. Desde nuestro bautismo, Dios vino a vivir junto a nosotros, en medio de nosotros y en nosotros por medio de su gracia. Hermosamente se ha descrito al hombre como un teosforos, portador de Dios a semejanza de Cristo. Cada creyente, por lo tanto a lo largo de su vida ¡y esta es una sola! está llamado a reflejar como un espejo la gloria del Señor, y nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa así es como actúa el Señor que es Espíritu (2 Corintios III, 18).

a). En efecto, la vida interior se vive en alegría: Un alma feliz espanta al Demonio, quien a su vez encuentra la primera grieta del alma en la tristeza. Más que buen humor, más que simpatía, más que afabilidad, la verdadera alegría del católico se fundamenta en su misma identidad que lejos de encerrarse egoístamente responde a la certeza de saberse amado por Dios y de procurar  responder con generosidad a ese amor. Los payasos -en ocasiones- hacen reír, en cambio, los que aman a Dios –en todo momento-hacen felices.

b). La vida espiritual se nutre de la verdad: Si la primera caída de la humanidad fue a causa de una mentira, la reincorporación  a la amistad con Dios sólo puede ir de la mano por medio de la persona de Jesucristo, quien dijo: “Yo soy la verdad y la vida”, siendo reconocido por los que le conocieron como aquel  que “enseñaba verazmente”. El espíritu de diálogo que galopa actualmente se suele sentar en los foros del debate endiosado casi como el leiv motiv existencial del neomodernismo. Para muchos hoy todo es debatible a causa de que se sostiene que no hay verdades absolutas, mas,  sabemos que Jesús hablaba sin vacilaciones y sus enseñanzas eran del todo ajenas a sembrar dudas al interior de los corazones. Su voz  alejaba cavilaciones y acercaba convicciones, dejando entrever el esplendor de la verdad.

c). El bien, la caridad y la verdad, cuando son verdaderos hacen que la vida interior no quede encerrada entre cuatro paredes, sino que se expande contagiosamente por medio de un verdadero apostolado del alma. Entonces, se crece interiormente cuando se es capaz de comunicar el don de la fe en Jesucristo y su Iglesia a todos quienes viven y trabajan junto a nosotros. Sabiamente repetía el Sumo Pontífice que “la fe se fortalece comunicándola”. Así, la vida espiritual se expande dándola, y ello sucede cuando asumimos que Cristo no es un tesoro para esconder sino para descubrir.

CERRO TORO AÑO 1962 VALPARAÍSO CHILE

d). Finalmente, de la mano de la Virgen Santísima vemos que el sacramento del bautismo, por el cual somos constituidos hijos de Dios e hijos de la Iglesia, a lo largo de los años va haciendo germinar múltiples bendiciones, de tal manera que nuestra vida espiritual va madurando en la justa medida que permanentemente vamos convirtiéndonos. Ni desde la atalaya de los pseudoperfectos ni desde la marea de mediocridad de los populismos, día a día crecemos en la medida que más necesitamos de la gracia y de la necesidad de colocarnos bajo el manto protector del manto de María Santísimo y de su maternal mirada llena del amor del Buen Dios. ¡Que viva Cristo Rey! Amen

Sacerdote Diócesis de Valparaíso, Jaime Herrera González