sábado, 9 de julio de 2016

TÚ, VE Y ANUNCIA EL REINO DE DIOS

  MEDITACIÓN SOBRE CÓMO RECONOCERNOS CRISTIANOS HOY.

A). RECHAZO INTERNO Y EXTERNO HACIA EL  EVANGELIO.
La semana pasada el Evangelio nos centraba en una pregunta hecha por Jesús: “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” Ha pasado una semana, y al tenor de las lecturas que hemos escuchado, y que tienen en común una dimensión marcadamente vocacional, bien podemos preguntarnos, ahora: ¿Cuál es mi obstáculo para seguir a Jesús?

En el texto que hemos tomado Jesús propone a algunos seguirle, pero dicho llamado recibe, luego de una respuesta de cortesía, la más rotunda de las negativas, porque los tres “tienen cosas más importantes que hacer, por lo que no le van a acompañar. Algo semejante ocurre en nuestro tiempo, cuando –por ejemplo- invitamos a una persona a un curso, a un retiro, a una charla de formación, o incluso a participar en una liturgia. Pareciera ser que siempre hay urgencias y obstáculos que nos impiden estar más cercanos al Señor y la Iglesia por Él instituida. Olvidamos al respecto que “el infierno está plagado de buenas intenciones”.

En circunstancias que el Señor Jesús se dirigía a Jerusalén, optó por enviar algunos discípulos delante de Él para procurar alojamiento. Era necesario y, por lo tanto normal,  pasar por  tierras de Samaria, cuando se viajaba de la Galilea a Jerusalén. Aunque, producto de realidades de prácticas religiosas diversas, y de culto en lugares diferentes, existía mucha hostilidad entre samaritanos y judíos hasta el extremo de que no se hablaban. Se trataba de antiguas diferencias de carácter religioso, las cuales con el tiempo se habían acrecentado.

CURA PÁRROCO DE VALPARAISO CHILE

No extraña el rechazo que  tuvieron de los habitantes de Samaria hacia los Apóstoles y el Señor. Lo que sí sorprende es que no les dieran alojamiento, toda vez que la hospitalidad es una obligación moral entre los pueblos de oriente en general. Una cosa es que “no les guste” y otra es que “no los reciban”. Esta experiencia de no ser aceptado, prepara a los apóstoles para más adelante, de este modo cuando ellos tengan que salir a predicar el evangelio, sepan ya de las dificultades, porque no siempre va a ser todo fácil, como entrar en todas partes. Pero frente a estos casos hay que ser pacientes y mansos, no ser hostiles e iracundos, y mucho menos vengativos con sus perseguidores.

El Evangelio recuerda que cuando los hermanos bonaerges, conocidos como ¡hijos del Trueno!  -Santiago y Juan- vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?" Estas palabras hacen presente que los discípulos  no estaban dispuestos al rechazo. Habían sido testigos de muchos milagros del Señor, que incluso les hizo reconocerle como el Mesías esperado en Cafarrnaum, por esto,  le preguntaron a Jesús si podían hacer caer fuego sobre aquellos. Frente a esta pregunta, Nuestro Señor les enseña que no debe haber venganza, manifestando que la  virtud no es vengativa, y que no hay caridad allí donde exista la ira. La caridad y la ira son absolutamente incompatibles, no caben en el mismo recipiente ¡nunca! Lo propuesto por los apóstoles no era una actitud valiente sino que está más bien limitante con la barbarie, por ello la Iglesia santa en esta materia, siguiendo la respuesta de Jesús no admite segundas interpretaciones.           
                                                                                   
Los Apóstoles creyeron que su proposición sería bien recibida por el Señor. ¡Craso error! Por el contrario, fueron severamente recriminados enseñándoles que la fuerza de la verdad, es que es verdad, y ésta, no necesita de golpes, de fuego ni dureza para ser asumida. Entonces, Jesús les ha de haber recordado que “el hijo del hombre no ha venido para condenar al hombre sino a salvarlo”, tal como lo dijo un día,  ante la mujer pecadora. Porque la venganza no es parte del Espíritu de Dios sino del maligno. Tales palabras quedaron grabadas en el recuerdo del discípulo que  señala: “Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por El”  (III, 17).

La lectura de este capítulo del Evangelio presenta un nuevo momento de inflexión en el ministerio público del Señor, pues es rechazado por los samaritanos e incomprendido por sus propios discípulos.  No cuesta imaginar que Santiago y Juan hayan tenido dolor por el rechazo de los samaritanos hacia su Maestro, molestia muy humana y algo natural entre dos pueblos que no se aceptaban mutuamente, pero para el Señor, ese no es el espíritu del Reino que ha venido a instaurar. Hoy debemos guardar en mente este rechazo de Dios si pensamos así vengativamente de nuestros hermanos vecinos de otras latitudes, ya que no estamos cumpliendo con el mandato de Jesús, “amar al prójimo como a nosotros mismos”. En nombre de la religión nunca es aceptable ejercer violencia de ninguna clase, y citando al recordado personaje televisivo, “la venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”.

El rechazo a Cristo implica la no aceptación de Dios Padre, lo cual conlleva que al disentir substancialmente del plan de Dios para cada uno de nosotros y nuestras sociedades, estamos rechazando al mismo Dios. Por otra parte, el rechazar acoger a Jesús, es rechazar a Dios. Y es una realidad que de hecho se da en nuestras vidas. No me gusta este mandamiento, ¿Qué no nos gusta? No me gusta este camino que Dios dispuso ¿a quién rechazo? No acepto esta cruz ¿a quién estamos rechazando?, cuando huimos del sacrificio, ¿a quién no estamos aceptando?, cuando no somos comprensivo con el que sufre, ¿con quién no somos comprensivos? Nuestra vida siempre ha estar orientada por los principios del Santo Evangelio, por las enseñanzas de Jesús y su Iglesia Santa, como aquellas expuestas en la Escritura: “Ámense los unos a los otros Como el Padre me amó, así también os he amado Yo: permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi amor, como Yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (San Juan XV, 9-17)

B). VALIENTES EN EL SEGUIMIENTO DE JESÚS.
Solemos entender por valentía aquella actitud que antepone la decisión y entereza para lograr un objetivo sin dar pie atrás. A lo largo de nuestra vida, sea en la escuela o por tradición familiar y patria, hemos conocido el testimonio  de quienes con gran esfuerzo llegaron al final del camino, aunque éste les exigiera sacrificios que involucraran la vida misma.  Es valiente aquel que actúa con un valor que se sobrepone ante las dificultades, y que en la invitación que hace el Señor, implica una motivación superior, trascendente y definitiva, que bien podríamos resumir en el lema de San Ignacio de Loyola: “Para mayor gloria de Dios”.                                                     

Es momento de preguntarse: ¿Si tantos hombres dieron su vida por un ideal de conquistar un premio en la tierra, el que esta acotado en tiempo, porque ha de ser tan difícil dar la nuestra por uno que no tiene fin en el tiempo?  Muchos mártires han dado la vida terrena por la vida eterna, una inmensa cantidad de ellos, solo son conocidos por quien la otorga, que a fin de cuentas, es lo que verdaderamente interesa.

C).  AYUDADOS POR LA FUERZA DE DIOS (2 Timoteo II, 8).
He leído la vida de muchos santos y santas, para ninguno de ellos, el camino fue fácil, han tenido que labrar su vida muy laboriosamente. ¿De dónde habrán sacado tan fuerza?, de la misma fuente, de su mismo origen, es decir de nuestra propias raíces y estas no son otras que las nos entregó Dios, somos parte de su creación, y cuando estamos débiles y a la deriva, es porque nos hemos unilateralmente alejados de Él, y si queremos recuperar fuerza, bastará con apoyarnos en su poder, en su bondad y en su misericordia, tal como nos enseña el Apóstol San Pablo: “Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder(Efesios VI, 6-10), “Todo lo puedo en Aquel que me conforta.” (Filipenses IV, 4-13).
Cuanta más fortaleza necesitamos, ahí está Dios para entregarla, como Padre y como amigo. Santa Isabel de Trinidad nos dejó un bello mensaje: “Vivamos con Dios como con un amigo”. En efecto, cuando la Palabra inhabita en nosotros, es cuando podemos decir como ella: “He hallado mi cielo en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma.” O poder reconocer como ella: “Creo que si El me ha amado tan apasionadamente y me ha hecho tantos favores es por verme tan débil.”
  PADRE JAIME HERRERA

La fuerza viene de Dios y la percibimos cercanamente en la oración. No puede ser de otra manera, ya que la oración viene –también- del Espíritu Santo y es el Espíritu Santo quien hace la oración, es la oración en nosotros y es fuerza para emprender el camino tras  la meta  ansiada de la Vida Eterna.
San Pablo, presintiendo que pronto el Señor lo llamaría a su presencia, escribe a Timoteo: “Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su manifestación(2 Timoteo IV, 6-8).
D). CRISTO REQUIERE  DISCÍPULOS VALIENTES.
Cristo Jesús, necesita hombres y mujeres valientes, que actúen con valor, con ánimo y con decisión. Pero no para enfrentamientos bélicos, tampoco en pos de riquezas materiales. Cristo quiere discípulos preparados para actuar con prudencia, dispuestos a soportar los sacrificios necesarios para realizar la función de evangelizador, desempeñándose a la perfección en ese ministerio. (2 Timoteo IV, 5).

La valentía en el seguimiento a la persona de Jesús no es un acto impulsivo, ni una simple motivación pasajera, que se tuvo por un instante y ya no está, ha de ser más bien, fruto de una constante entrega, lo que implica procurar –constantemente- estar dispuesto a: pensar como El, sentir como EL, actuar como El, mirar a los demás como los mira él, a la vez que nos pide una firme decisión que rompa con el pasado, mirando hacia el futuro y, sin añoranzas y con una libre voluntad para recibir su gracia, en su tiempo y en su medida.

Primer ofrecimiento: “Te seguiré donde quiera que vayas”.
Cristo necesita valientes que estén dispuesto a dejarlo todo por El, y en este episodio del Evangelio, nos destaca cual ha de ser el espíritu de esta decisión que debemos tener. Este nos muestra un primer ofrecimiento, que le hace alguien a Jesús diciéndole: “te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Los zorros tienen sus madrigueras y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.

Jesús no le rechaza, Él es el que se invita, sin embargo, le presenta aquella perspectiva ardua del apostolado: sólo tiene asegurado, en comparación con los zorros y aves, el incesante ir y venir para anunciar la Buena Nueva del Evangelio.  Nuestro hogar en un lugar que nos da cierta seguridad, como a los animales su madriguera. En las guaridas los animales se esconden del peligro, pero, los valientes no se ocultan. Además, el hogar es un lugar  con ciertas comodidades, protegidos del frío y del calor, tenemos nuestros alimentos y allí podemos dormir con tranquilidad.

Jesús nos advierte que para caminar junto a Él, debemos desprendernos de lo bienes terrenales, eso sí, no habla de aquellos que son los necesario para vivir. También, nos pide olvidarnos de las comodidades si queremos seguirlo y olvidarnos de conseguir ventajas terrenales, ni económicas ni de posición social, aún más, se debe estar dispuesto a todo y en todo tipo de lugar. Así es, donde haya que llevar el mensaje del Evangelio, ahí hay que ir sin pensar en el camino, si este será fácil o difícil: “Nuestro alimento será cumplir la voluntad de Dios”.

Dice Jesús; “El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”: Se refiere a esta vida de incesante caminar apostólico más que al no tener alguna morada para descansar, como en Nazaret,  Cafarnaúm o Betania. Es aquí donde por vez primera sale en los Santos Evangelios el título que se da Jesús de “Hijo del hombre”. Jesús frecuentemente lo utilizará para nombrarse. Esta expresión sólo aparece en los Evangelios en boca de Jesús. En algunos textos en los que se usa esta expresión se entiende aquel Mesías humilde, despreciado, que irá a la muerte, en otros textos se designa con esta expresión al Mesías en su aspecto glorioso y triunfal. Luego el relato nos trae un segundo ofrecimiento, ahora es un discípulo, pero éste antes le ruega; Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre. A éste, Jesús le da la orden-invitación; Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. No era esta invitación para incorporarlo a ser uno de los Doce. Era solo para invitarle a seguirle más de cerca, y acaso más habitualmente en sus correrías apostólicas como le acompañaban sus discípulos en otras ocasiones. Sin embargo, este discípulo, en lugar de seguir diligente la invitación del Maestro le suplicó un espacio de tiempo para cumplir un deber sagrado: Sepultar a su padre.

Lo que pidió este joven a Jesús fue más tiempo, porque iba a esperar que muriese su padre, de este modo ya sin tener que preocuparse de tales deberes, entregarse –entonces- a aquella misión donde “los operarios eran pocos y la mies abundante”, lo que le confería un carácter de inminencia y urgencia. Jesús le pide un acto de desprendimiento cuyo fundamento es la trascendencia divina. El Señor quiere una respuesta inmediata, sin retraso, y acordándose que debemos amar a Dios por sobre todas las cosas, y esto es claro, es anteponer todo por El, es así, que cuando el Señor no pide un servicio, esto va primero a todo lo demás. ¡Es cambiar las cosas de Dios por Dios!

Segundo ofrecimiento: “Te seguiré, Señor, pero déjame antes despedirme de mi familia”.
Cuando a Jesús le dice uno que se le ofrecía seguir: “Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi familia” Le dijo Jesús: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Utilizando el proverbio del arado, una vez puestas las manos a la obra del Reino, todo ha de ser para Él y su obra. Como en el pasaje anterior, Cristo reclama para sí los afectos y quereres  más profundos, porque está por encima de ellos.

SACERDOTE DE VALPARAÍSO

Jesús nos pide seguirle con decisión absoluta, dispuestos a peregrinar en la vida, sin mayores comodidades y desprendidos.  Es una forma exigente, no es un camino fácil, sólo para valientes, es ir cuesta arriba. Valientes para enfrentar el decaimiento, animosos contra el desaliento, reflexivos ante las incomprensiones, fuertes contra las persecuciones, pero convencidos como el apóstol San Pablo, que al final se llegará a la meta y en ésta le espera la recompensa eterna.

El valiente, conoce sus riesgos cuando dice: “te seguiré adonde vayas”, pero no por eso ante la iniciativa y el llamamiento divino vamos a condicionar nuestra respuesta a Cristo según nuestros propios intereses personales. De este modo, podemos hacernos indignos del don divino, por eso nuestro ofrecimiento debe hacerse con alegría y disposición total. Lo anterior no hemos de circunscribirlo sólo al plano consagrado, de religiosos y religiosas, sino que son exigencias en virtud de nuestra condición bautismal, es decir, porque pertenecemos a Dios como sus hijos, debemos responderle con generosidad, con rapidez y con cariño, tal como lo hacemos con nuestros padres, y mejor aún.
¿Vas a misa?, cuando puedo voy, si tengo mucho que hacer no voy… ¿Eres católico?, si pero a mi manera… ¿Eres cristiano?, en cierta manera sí, pero no fanático... ¿Crees en Dios?, si pero no creo también en…. Para seguir a Cristo, no hay especio para los “pero”, que siempre indica un reparo, una objeción o un inconveniente.
Seguir, es un verbo que indica ir detrás, ir por un determinado camino sin apartarse de él,  es proseguir con lo empezado y permanecer o mantenerse en lo comenzado, imitando a Cristo como modelo. En el seguimiento a Jesús, no hay lugar para la mediocridad: no se puede ser más o menos cristiano, esto es “sin medias tintas”.  

Es así, como Jesucristo, quiere testigos verdaderos, debemos estar dispuesto a pensar como El, sentir como EL, actuar como El, mirar a los demás como los mira El, nos pide una firme  decisión, que rompa con el pasado, mirando hacia el futuro y sin añoranzas y con una libre voluntad para recibir su gracia.  ¡Viva Cristo Rey!                                                                             

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