jueves, 11 de agosto de 2016

Corregir al que se equivoca

 MES DE LA CARIDAD FRATERNA  /  AÑO DE LA MISERICORDIA.

Lágrimas de alegría y de congoja emergen a causa del amor. Esto quiere decir un antiguo refrán español: “quien te quiere, te hace llorar”. De mas está decir que saberse querido, amado verdaderamente hace feliz, por lo que una frase, una caricia, un regalo, en ocasiones emociona hasta llorar. Por otra parte, el recibir una corrección oportuna y firme de quien sabemos nos quiere sinceramente, en ocasiones también puede hacer llorar no por la importancia ante la reprensión recibida sino como efecto del sentido de contrición presente en un corazón arrepentido.
En efecto, asumir el error ante la evidencia de la corrección nos lleva a sabernos queridos, pues, sin duda, es síntoma de desamor el hecho de guardar silencio ante las faltas ajenas evidenciando con ello un abierto desinterés. Quien se preocupa de corregir los defectos ajenos, haciéndolo como obra de misericordia espiritual lo hace con el fin de procurar la santidad. Por esto, la corrección fraterna debe hacerla todo creyente de acuerdo a un camino bien preciso y a unas condiciones que son complementarias y necesarias:

MES DE LA CARIDAD FRATERNA CHILE
a). Una corrección que nace del amor: Quien corrige debe sentir mayor dolor, mayor vergüenza, mayor contrición que quien es corregido. Un sano pudor cristiano lleva a descubrir la pureza y rectitud de intención al momento de corregir, sabiendo que dicha corrección es una forma de amar, necesaria y que sólo puede ofrecer la persona que ama de verdad.

La Sagrada Escritura con frecuencia nos habrá de la corrección fraterna hecha desde la caridad: “Date cuenta, pues, de que el Señor tu Dios te corregía como un hombre corrige a su hijo” (Deuteronomio VIII, 5). De modo semejante, Cristo no dejó de corregir a sus apóstoles cuando entre ellos hubo ambición, envidia, y deseos de venganza (San Mateo IX, 33-39  y San Lucas IX, 54-56).

San Pablo es preciso al respecto: “Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado” (Gálatas VI, 1).

Por tanto, si acaso hemos visto equivocarse seriamente a nuestros prójimos y ello nos ha sorprendido es necesario  recordar en ese mismo momento que en virtud de su naturaleza herido por el pecado original es propio del hombre equivocarse. Solo Dios no falla, y su criatura más perfecta que es la Virgen María: ¡Todos los demás fallamos muchas veces a lo largo de la vida!  San francisco de Sales dijo que “aquello que no se puede hacer por amor, no debe ser hecho de otra manera, porque no da resultado”. Por lo tanto, Si la motivación de corregir no nace, no se encamina y no tiene como fin el amor es mejor no corregir y rectificar la intención.

 b). Corregir ante la certeza de un mal: No se trata de una impresión, de un parecer. Hay que tener fundados antecedentes al momento de ir a corregir un defecto, ante la menor duda que tengamos o una simple sospecha, hemos de abstenernos de hacerlo. Por otra parte, es un deber de todo cristiano asumir que ante el mal no podemos guardar silencio.

Así lo dijo su Santidad: “Pienso en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien” (Benedicto XVI, Mensaje de Cuaresma año 2012).

c) La corrección busca enmendar un mal hecho: Por lo tanto antes de ir a corregir se debe evaluar si el bien que se quiere obtener es posible y útil. La eficacia de la corrección fraterna será  consecuencia de haber puesto “la finalidad en ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno, sino a todos” (Papa Francisco, Ángelus del 7 de Septiembre del 2014).

El mal debe ser corregido, el camino torcido ha de ser rectificado. San hablo explicita que “Si alguno de vosotros es sorprendido en alguna falta, vosotros, que tenéis el espíritu, corregidlo con espíritu de mansedumbre. Y no te descuides tú mismo, que también tú puedes ser puesto a prueba” (Gálatas VI, 1).
Consabido es el programa de oro dado por Jesús para el seguimiento de la corrección fraterna, es tan preciso que no requiere mayores comentarios: primero se haga la corrección en privado, luego, con uno o dos testigos y, finalmente –si todo lo anterior a resultado inútil (infructuoso) - recurrir al superior y decidlo a la comunidad (San Mateo XVIII, 15-17).

CORREGIR A QUIEN SE EQUIVOCA


d). La corrección fraterna se fortalece con la oración: Para ser verdaderamente capaces de corregir a quien  se ha equivocado y avanza por el camino del error y del pecado se requiere previamente de hacer oración, toda vez que de esta manera dejaremos hablar a Dios en nuestra alma para poder transmitir más expeditamente el mensaje por medio de una sana reconvención (exhortación), nacida primero del amor a Dios, y desde El, a nuestro prójimo inmediato.

Ese camino de la oración hará que la corrección fraterna hecha conduzca a las verdades fundamentales de nuestra fe: que Dios nos ama, que en todo momento nos invita a la conversión, y que, aunque el hombre se canse, “Él  no se cansa de ser misericordioso y perdonar” (Papa Francisco).

  e) Corregir desde la humildad: Es una verdad irrefutable que todos debemos ser corregidos. El Señor nos invita a no ver la maleza en el ojo ajeno olvidando la viga presente en el ojo propio. Es muy importante tener presente la actitud que tengamos como creyentes al momento de procurar la corrección fraterna, toda vez que ha de hacerse no desde un sentido juicioso sino como un humilde servicio a la verdad y de caridad cristiana. Por esto, no ha de confundirse actuar firmemente, con tratar con aspereza, evitando en todo momento, humillar al que es invitado a mejorar y corregir su error.

Para ello, no hay que olvidar “de qué estamos hechos”, y que “llevamos tesoros en vasijas de barro”. Cuya fragilidad es evidente: falibles, exagerados, imprecisos, perezosos, ligeros y superficiales, por lo que nos solemos equivocar al actuar y al hablar. Aunque amplificamos las faltas ajenas, siempre eclipsamos las propias, porque el orgullo suele ser mayor que la virtud de la humildad en nuestra vida cotidiana. Lo anterior nos debe hacer recapacitar al momento de corregir, para que en toda circunstancia esta sea hecha desde la humildad que tanto cautiva a nuestro Dios como al corazón más apegado en su error.

f). No criticar a quien es corregido: A este respecto conviene tener presente la Carta del Apóstol Santiago que afirma: “Sepan esto: el que endereza a un pecador de su mal camino, salvará su alma de la muerte y consigue el perdón de muchos pecados” (V, 20). Lo anterior, va unido a procurar privilegiar siempre la discreción y el ámbito privado al momento de la corrección fraterna evitando hacerlo jamás frente a los demás. ¡Que Viva Cristo Rey!

       
PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / DIÓCESIS DE VALPARAÍSO CHILE



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