martes, 9 de agosto de 2016

Enseñar al que no sabe


MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO DE LA MISERICORDIA.

Las obras de misericordia son acciones de caridad que buscan servir las necesidades espirales y materiales de quienes están junto a nosotros, a quienes habitualmente reconocemos como prójimo.
Cada una de las Obras de Misericordia,  las encontramos explicitadas en la Santa Biblia, tanto en el Antiguo Testamento: “Sabéis que ayuno quiero Yo, dice el Señor Dios…Romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces opresores, dejar libres a los oprimidos, y quebrantar todo yugo. Partir tu pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo, y no volver tu rostro ante tu hermano” (Isaías LVIII, 6-7), como en el Nuevo Testamento: “Acordaos de los presos, como si vosotros estuvierais presos con ellos, y de los que sufren los malos tratos, como si estuvierais en su cuerpo” (Hebreos XIII, 3). Más, será el mismo Cristo quien enumere varias de ellas, para hablar de la bienaventuranza eterna, término de nuestro peregrinar terrenal: Así leemos en San Mateo XXV, 35-46. Sabiamente sentencia a este respecto el místico doctor: que “En la tarde de la vida seremos juzgados por el amor” (San Juan de la Cruz).

Obra de misericordia espiritual
                                          
La primera obra de misericordia es: “Enseñar al que no sabe”.
Una de las consecuencias del pecado original fue la irrupción de la ignorancia en la vida del hombre. Uno de los dones preternaturales (ciencia) era tener  un conocimiento por medio del cual se “sabia más”, se “recordaba mejor” y se “intuía más”. Indudablemente, Adán y Eva antes del pecado original  eran  más sabios que nosotros.

En el primer discurso El Señor dijo: “Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios”. El hecho de poder “aprender bien” es una gracia que es necesario implorar. Es un don el aprender,  el entender. Sabemos que la gracia supone la naturaleza y que la perfecciona, por ello el acto de conocer ha de ser tenido como parte de una misma realidad: un don que gratuitamente concede el Señor, y del que -por cierto- se es plenamente responsable, toda vez que todo don es una tarea por cumplir. 

La enseñanza es un deber de todo católico, que permanentemente se debe procurar transmitir “al que no sabe”. Nadie puede marginarse de vivencializar esta obra de misericordia, aún más, ella constituye un imperativo para todo creyente. Teniendo presente la multiplicidad de dones y virtudes que Dios da con abundancia y originalidad, sabemos que siempre hay algo que se puede enseñar y que siempre hay algo que se puede aprender., toda vez que  nunca se sabe demasiado ni se está imposibilitado de enseñar. Uno tiene que saber que no sabe lo suficiente para enseñar, pero que enseñar lo que se sabe es suficiente. 

La misericordia y la enseñanza tienen como centro el amor de Dios. Porque se ama, entonces,  se enseña: con humildad, en lo relativo a la fe, y con autoridad.

¡Cuánto cambiaría nuestro entorno si con el similar afán de los incrédulos y paganos nos esmerásemos en procurar enseñar al quien se encuentra a nuestro lado! No puede ser que se afanen más los que prometen un premio con fecha de vencimiento en esta vida,  que quienes nos sabemos depositarios de la promesa de bienaventuranza eterna. Una cosa es segura: Si el castigo eterno llega para quien enseña mal y corrompe, también, el premio divinamente prometido de la bienaventuranza llegará a quien enseñe al que no sabe.

Enseñar al que lo necesita

a). Enseñar con humildad: Es muy importante, porque abre la puerta del entendimiento. Uno escucha al humilde y se cierra al soberbio. El que verdaderamente más sabe suele ser más humilde. Los maestros se forjan por el camino de la humildad. Aquello que sabemos ha sido dado para que seamos fieles servidores de la verdad. A este respecto conviene recordar el testimonio de sabiduría del Papa Benedicto XVI quien escogió como lema de su pontificado: “Humilde servidor de la verdad”. Parece imposible  desconocer los méritos que tuvo como maestro, guía y docente el Papa Benedicto, a la vez que nadie puede desconocer que la fuerza de sus argumentos y certezas de sus enseñanzas en todo momento llevaron el envoltorio de la humildad.

Esta virtud adquiere mayor relevancia si consideramos al menos cuatro modelos de personas que pueden recibir el mensaje y de cuatro circunstancias: Enseñar al que no sabe…Enseñar al que no sabe que no sabe-…Enseñar al que no acepta que no sabe….Enseñar al que sabe que no sabe y que no ve la necesidad  de saber. ¡Gran tarea es la de implementar la primera obra de  misericordia!

b) Enseñar sobre la fe recibida: Es bueno que lo bueno se comunique. Y, lo que es mejor para nosotros ha de serlo para quienes están junto a nosotros. Por ello, la enseñanza se debe revestir de testimonio y exige dar a conocer el don de aquella fe bautismal recibida en todo lo que uno enseña, por lo que es impensable para un creyente impartir una educación neutra frente a la religión.

Así lo indicaba Su Santidad hace unos años al decir que “lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo a la existencia” (Encíclica Fides et ratio, Juan Pablo II, año 1998).

c). Enseñar con autoridad: Es una realidad cuando afirmamos que nadie nace sabiendo: El hecho evidente de la  globalización evidencia la necesidad de reconocer lo poco que sabemos. La cantidad de posibilidades para buscar información de cualquier materia, en la actualidad,  parece ilimitada, y ello nos hace descubrir que aquello que diferencia un tipo de enseñanza de otra, es que cuando se hace como obra de misericordia,  ésta nace de la unión entre lo que se vive y lo que se enseña, procurando imitar el estilo de enseñar que tuvo nuestro Señor quien lo hacía “con autoridad” (San Mateo VII, 29): “Coepit facere et docere”…”comenzó a hacer y a enseñar” (San Marcos I, 22).

Esta es la primera de las obras de misericordia espirituales que vincula la educación y el amor de Dios, de tal manera que “enseñar” no se reduce sólo a aportar nuevos conocimientos, sino que apunta a sacar lo mejor que subyace en el interior y fructifique abriéndose a nuevos aprendizajes. Más que instruir es educar, como un derecho básico y un deber inherente a la vida humana que no puede quedar ajeno a la adhesión a la fe en Jesucristo.

El Papa Francisco a dicho que el nombre de Dios es misericordia, entonces su apellido es cada una de las obras de misericordia. Con frecuencia nos aferramos a lo malo, a lo sucio, a lo impuro, a lo poco saludable, y al pecado. Hablar de la causa de por qué ello ocurre desde el pecado original no es necesariamente juzgar a los pecadores, sino que es hacerles partícipes del camino que conduce a la verdad. No juzga el que informa, pero sí, el silencio culposo de no hacerlo,  puede sentenciar a quien está sumergido en el pecado.

Son múltiples los premios que Dios concede al que enseña a quien no sabe, aún más si se trata de aquel que está sumergido en el mundo del pecado. Muchos de nuestros pecados son expiados por enseñar la verdad de verdad a un solo pecador. Así o dijo el Apóstol Santiago: “Hermanos míos, si uno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados” (V, 19-20).

Aunque puede ser escandaloso el hecho que en el mundo actualmente hay alrededor de 700 millones de personas que no tienen ninguna posibilidad de educarse, hay que reconocer que la raíz de muchas pobrezas anquilosadas en nuestra sociedad es la indigencia de la verdad, pues la mayor pobreza es no buscar a Cristo, no encontrar a Cristo y no vivir en Cristo.

Oración para Enseñar al que no sabe:

“Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”. Señor, tú eres el verdadero Maestro, porque tú enseñabas con autoridad. Primero fuiste discípulo de tu Padre, viendo lo que Él hacía y decía. También, supiste aprender de tus padres en Nazaret y de todas las cosas que pasaban en la vida. Después quisiste dar a los demás todo lo que sabías y tenías, y te pusiste en camino para llegar a todos y enseñarles, especialmente a los más sencillos y necesitados. Fuiste Maestro siendo siervo, poniendo todo al servicio de los demás. Esa fue tu verdadera sabiduría: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Tú nos invitas a ser tus discípulos, a que aprendamos en la vida como lo hiciste Tú. Has puesto en nuestras manos muchas cosas buenas para educarnos. Hoy te queremos dar gracias por todo lo bueno que hemos aprendido. Ayúdanos a aprovecharlas muy bien para formarnos como personas a tu estilo, que lleguemos a saber mucho para servir más y mejor a los demás. No permitas que seamos ciegos e ignorantes, danos un corazón de misericordia para enseñar a los que no saben. ¡Que Viva Cristo Rey!
           



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