sábado, 13 de agosto de 2016

Perdonar las ofensas recibidas

MES DE LA CARIDAD FRATERNA   /   AÑO DE LA MISERICORDIA.

 PERDONAR LAS OFENSAS  RECIBIDAS    
Sin duda el tema de la cuarta obra de misericordia es un tema que podemos describir como “genuinamente cristiano y religioso”. Si bien hemos de reconocer que el Antiguo Testamento habla en todo momento del perdón y la misericordia, es necesario comprender que lo hace teniendo en el horizonte la venida del Mesías esperado, quien es finalmente la Palabra definitiva del Padre Dios, quien  en Jesucristo habló de una vez para siempre.

Por ello, es “propio” el mensaje de Jesús respecto del perdón, un mensaje original que anuncia que la misericordia del perdón de las ofensas es un don que se recibe gratuitamente  y que se ha de dar con igual gratuidad. Quien experimenta el perdón sufre en su corazón una transformación que puede denominarse como una verdadera “resurrección”. Un volver a vivir. Entonces, si esto se asume es realmente una vida nueva más que una nueva página (etapa) de nuestra vida. El hecho de “resetear” nuestra alma con el bálsamo del perdón sacramental  conlleva para el creyente una mayor capacidad de amar: de hacer el bien, de vivir la vedad, de ser mas piadosos, de ser más fraternos y por cierto,  de expandir la caridad, recordando que la medida del amor es amar sin medida, perfectamente aplicable al perdón.

La gratuidad del perdón lejos de restarle valor al acto, lo enaltece. La serie televisiva americana rodada el año 2012 por de Kevin Costner,  relata la honda enemistad entre dos familias: los Hatfields y los Mc Coys, a las quienes la publicidad da a cada uno el nombre de “nunca olvida” y “nunca perdona”. En jerga popular se llevaban “como el perro y el gato”.

Al interior del corazón, inmerso en las relaciones familiares, en lo hondo de las comunidades vecinales y sociales, entre las naciones, suelen darse en mayor o menor grado estas dos expresiones…”ni perdón ni olvido”, que –ciertamente- constituye una verdadera blasfemia, ya que ultraja el Santo Nombre de Dios que se nos ha dado a conocer como: “Dios es amor”, que perdona y no lleva cuenta de nuestros muchos delitos…”¿Qué Dios hay como Tú, que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo? No siempre estarás airado, porque tu mayor placer es amar” (Miqueas VII, 18).

 DIOS NO SE CANSA DE PERDONAR

La cerrazón del corazón que no es capaz de perdonar tiene como consecuencia una serie de males, que por cierto, el mayor es el riesgo de condenarse para siempre, como también de privar de una necesaria reconciliación que agrade al cielo, y de una vivencia de la caridad que se ve mutilada por el rencor provocando dolencias de alma y de cuerpo. El rencor que nace de no perdonar siempre termina enfermando  el alma de una Patria y el alma de cada creyente. ¿El remedio? …”Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra” (2 Crónicas VII, 14).

Hemos de perdonar las ofensas que nos hagan para ser perdonados de las que hacemos a Dios. Jesús lo dijo con toda claridad cuando enseñó  a rezar a sus discípulos: ¡Invocar la misericordia desde la capacidad de perdonar! Para ello consideremos hoy cuatro puntos respecto de la obra de misericordia espiritual de perdonar a quienes nos ofenden:

a). Estar seguros de lo que uno ha hecho: Parece evidente, pero es necesario discernir con precisión respecto de lo que uno hizo habida consideración de diversos factores que inciden en nuestra culpabilidad y por lo tanto en el acto de contrición    hecho, como ofensa a Dios y a los demás. Echarse toda la culpa de lo que uno o ha hecho puede ser tan negativo como desligarse naturalmente de lo que uno sí ha hecho. Por eso, cuando se concede el perdón de una ofensa que se nos ha hecho, hemos de meditar y orar ara discernir correctamente. Si la ofensa es intencionada es la oportunidad de perdón y de imitar a Jesucristo, si la ofensa no fue intencionada  es la ocasión para crecer en la virtud de la paciencia, en orar por quien hizo un mal “sin querer queriendo” y en enseñar a quien no sabe.

b). Es la mejor posibilidad: Ante una ofensa nos vemos en la disyuntiva de tres caminos: la venganza que es totalmente anticristiana, el olvidar que implica barnizar una ofensa cuyo mal permanece vigente y puede sobresalir en cualquier momento nuevamente, en cierto modo, podemos decir que el simple “pasar por alto” una ofensa sin perdonar de verdad implica postergar el perdón y, a fin de cuentas no conceder el perdón necesario. Entonces, decidir el camino del perdón siempre  nos liberará de las heridas del alma pues, “el que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos” (Proverbios XVII, 9).

c). Comunicar el perdón: Es fundamental dar a conocer la opción de perdonar que hemos tomado. Por cierto, a través de la oración, hablando con Dios de nuestra opción, y luego darla a conocer por una palabra, un gesto, y un estilo de vida que haga simple la reconciliación ante la ofensa recibida, evitando los melodramas propios de una telenovela.

d).Recurrir al sacramento de la confesión: No hay camino más seguro para poder perdonar que haber recibido el sacramento de la confesión. Pues en el somos protagonistas en primera persona del perdón infinitamente generoso de Dios hacia cada uno. De mucho más nos perdona Dios de aquello que nosotros eventualmente podemos perdonar a nuestros hermanos, una vez que experimentamos el perdón y somos participes de sus gracias, los frutos ·vienen por añadidura” y nos es más fácil perdonar, es más fácil olvidar, es más fácil dar vuelta la página.

Oración para perdonar las ofensas: “Señor, yo decido perdonar, quítame lo que siento, borra de mi corazón estas heridas, dame un corazón nuevo, te entrego el mío, ven a mi vida Jesucristo a ti te lastimaron profundamente, a ti te dañaron y te atreviste a decir a tu Padre; ¡Perdónalos porque no saben lo que hacen! Señor, yo te digo hoy perdona a tal persona porque me lastimó profundamente, y llévate de mi corazón este amargo (sentimiento de) rencor. Señor Jesús: yo hago mi parte con tu auxilio, Tú haz la tuya” ¡Que Viva Cristo Rey!
     
                                






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