viernes, 10 de febrero de 2017

¿VIVIR O MORIR? JESUCRISTO CAMINO DE LA IGLESIA

 SEXTO DOMINGO  /  TIEMPO ORDINARIO  /  CICLO “A”.

Durante tres semanas consecutivas hemos conocido el primer discurso hecho por el Señor, denominado habitualmente como el “Sermón de la Montaña”. Su importancia se fundamenta en ser las primeras enseñanzas por lo que revisten un tono solemne y programático a cada una de sus palabras. Primero,  vimos las nueve Bienaventuranzas, luego,  la invitación a ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”, y en este semana,  la explicitación de la Buena Noticia en todas sus exigencias, las cuales,  por cierto,  exceden en mucho las establecidas por los antepasados.

Hace cuatro décadas los grandes compositores de música religiosa  como Cesáreo Gabarain, Lucien Deiss, Palazón y Carmelo Erdozain nos legaban hermosas melodías, muchas de las cuales han perdurado en el tiempo, en celebraciones litúrgicas y catequesis. Es notable verificar cómo muchos de ellos destacan la vida de la Iglesia como una peregrinación, un camino por recorrer. ¿Quién no ha entonado alguna vez el himno: juntos como hermanos miembros de un Iglesia, vamos caminando al encuentro del Señor? En los últimos años cantantes solistas  suelen entonar melodías que apuntan a quien solitariamente avanza por la vida, con lenguajes ambiguos y tan comunes  que diluyen la identidad del creyente.
MISA LATIN PADRE JAIME HERRERA

La primera lectura nos abre una disyuntiva decisiva: “Ante los hombres está la vida y la muerte, lo que prefiera cada cual, se le dará” (Eclesiástico XV, 17). El autor sagrado no encuentra otro término más exacto para darnos a conocer la relevancia que tiene optar por Jesucristo que la comparación de la vida y la muerte, con toda la abismante radicalidad que implica. La semilla que germina, el amanecer que despunta, el despertar después de un sueño profundo son tímidas comparaciones frente a lo que es una vida que nace, a una vida que se conserva, como no resulta equiparable comparar la sequedad de un desierto, o la noche oscura de la incertidumbre ante lo que es el hecho de morir.

Si ningún hombre puede abstraerse del misterio de la muerte, entonces, entendemos que es necesario dar respuesta a lo que el Dios de la Palabra nos ha planteado: En la actualidad,  ¿estamos caminando por la senda angosta de la santidad que lleva hacia la Vida Eterna junto a Dios? O acaso,                       -dramáticamente- estamos quemando la oportunidad que en el día de la vida se nos concede, avanzando hacia una condenación perpetua, de la cual nadie sale ni es redimible.

Por ello, ¡hay que optar mientras vamos de camino! Toda vez que luego será imposible hacerlo puesto que  se habrá acabado el tiempo de la conversión, del mérito y de la gracia. Entonces, estamos en el tiempo de la oportunidad, asumiendo que para quien se deja conducir por el don de la fe y nutrir con la gracia, alcanza la salvación, particularmente dada en el Pan de Vida, donde no sólo somos participes de una bendición o de un don determinado, sino que recibimos al autor de toda gracia, a Cristo mismo, vivo en medio nuestro, en medio de su Iglesia Santa y en medio de un mundo cuya vocación no es otra que reconocer su presencia y primacía. ¡Ahora es preciso enmendar el rumbo y caminar!

A través de este camino: Si,  hay paz, la cual,  no se sustenta sólo en una debilitada equiparación de las fuerzas; Si, hay respeto garantizado de cada uno de los derechos del hombre desde su gestación hasta su muerte natural, reconociendo que los derechos humanos –también- sean considerados a los humanos derechos; Si, hay alegría que trasunta las dificultades y sinsabores de la vida presente, mas, si acaso no se reconoce la realeza de Jesucristo ¿qué bien se puede esperar? Si,  solamente Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. Sin su vida, el mundo simplemente no tiene futuro alguno, por ello, tiene un carácter urgente hacer que el evangelio impregne a todos los hombres y a todo el hombre, no reservando espacios en los cuales podamos olvidar que sólo Dios nos basta.

Lo anterior se puede comprender como una gracia que se debe implorar al cielo y que recibimos en nosotros, pues “quien nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nosotros”. Según esto, las obras realizadas ocupan un lugar importante y necesario en nuestra vida como creyentes, no son accesorias, intrascendentes ni meramente ornamentales… ¡No por ellas, no sin ellas!

No es –solo- por ellas que llegaremos al Cielo, pero,  sin ellas,  es imposible alcanzar la Bienaventuranza Eterna. Así lo proclama el Salmista: “Hazme entender, para guardar tu ley y observarla de todo corazón” (XIXC, 34).

Actualmente se banaliza y relativiza el cumplir un mandamiento, enseñando con osada majadería las añosas interpretaciones de quienes se unen en la adoración de los nuevos becerros de oro, los cuales son cultos idolátricos que solo han cambiado de nombre, pero que igualmente terminan esclavizando a quienes los honran,  acarreando con ello,  crecientes males que para todos resultan evidentes.

Entre estos males, sin duda que la apostasía, como negación consiente de las verdades rebeladas y profesadas, es una nota característica de nuestro tiempo: si bien muchos son los que se bautizan, es necesario reconocer que muchos, con el paso de los años,  abandonan la fe con extrema ligereza, en tanto que,  la calidad de los creyentes, vista estrictamente desde lo que realmente se cree es muy deficitaria. Es decir: De lo que se cree, se cree poco, y tan rápido como se tiene confianza en la Divina Providencia se termina esclavizando en adivinos, tarot y horóscopos. Por la mañana se le enciende una vela a un santo y por la tarde se honra a Buda y otras deidades. La gracia de Dios ha pasado a ser tener “buenas vibras”.

Quien es capaz de obedecer a Dios y seguir sus mandamientos será capaz de ser “luz” para los demás, y será capaz de ser “sal” que impregne de santidad el mundo entero, permitiendo preparar como el mejor engaste y el atrio más hermoso, cada una de las alegrías eternas que el Señor dará a quien sea fiel y cumplidor de los mandamientos de Dios y de su Iglesia: “Anunciamos: lo que ni ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Corintios II, 9).

SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ


Sin duda, el católico que está orgulloso de la fe recibida en su bautismo, sabe perfectamente que “el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la ley sin que todo suceda”, asumiendo que identidad y fidelidad son la mejor novedad que hoy se puede ofrecer al mundo llamado a reconocer a Jesucristo a todo evento….”Sea vuestro lenguaje: Si, si; No, no. Que lo que pasa de aquí viene del Demonio”.

Evitemos por tanto caer en la tentación de pensar que ser fieles en el cumplimiento de los mandamientos implica rigores, escrúpulos y orgullos, por el contrario, dice el Señor: “El que me ama cumple los mandamientos”, recordándonos en el Evangelio de este domingo que: “el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los cielos”.

Particularmente, se precisan tres preceptos enunciados en los Diez Mandamientos, que dicen relación con el respeto a Dios manifestado en el trato dado a los demás: “aquel que se encolerice contra su hermano y le llame imbécil y renegado será reo del fuego del infierno”. Con tanta facilidad se desprecia a los demás hoy, se descarta de la vida a los que consideramos que están de más y no representan ningún aporte ni son productivos; con frecuencia -casi enfermiza- se insulta a garabatos, lo cual jamás puede ser tenido como signo de amistad y confianza sino más mas bien como muestra de su debilidad y abuso.

En segundo lugar, se vincula una de las bienaventuranzas con la necesidad de tener un corazón limpio y una mente sana: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”, añadiendo que “todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”. Por ello, Jesús nos enseña que no sólo la materialidad o visibilidad de una acción resulta ofensiva a Dios, sino que además,  resultan  maltratadores del Señor nuestros pensamientos malos e impuros.

Finalmente, se recuerda el segundo precepto del Decálogo en el Sinaí; “No jurar en vano ni en falso”, evitando dar la palabra y no cumplirla y usar el Santo Nombre de Dios para cosas secundarias y sin importancia: “No juréis en modo alguno: ni por el cielo, que es trono de Dios, no por la Tierra, que es escabel de sus pies”. Insertos en la cultura de las palabras y la                  híper- información debemos ser cuidados de la veracidad de aquello que decimos, cuidadosos del contenido y seriedad respecto de las fuentes de veracidad de dónde nos informamos, y precisos si se refiere a nuestro prójimo. Implorando a María, nuestra Madre y Maestra,  ¡la que cumplió en todo la voluntad de Dios! Invoquemos una vez más: ¡Que viva Cristo Rey!


viernes, 3 de febrero de 2017

Actividades Parroquiales Mes de Febrero 2017











¿A LO CREYENTE O A LO PAGANO? ¿CÓMO VIVIMOS?

 HOMILÍA  CUARTO DOMINGO / TIEMPO ORDINARIO /  2017
1     “En el nombre de Dios se cobijará” (Sofonías II, 12).


Nunca tuve la oportunidad de aprender a tocar algún instrumento musical. Una sana envidia da ver que quienes me ayudan como monaguillos son eximios intérpretes de celo, violín, flauta y piano, llegando a presentarse en el conservatorio de música local y otros lugares.
PARROQUIA PUERTO CLARO VALPARAÍSO CHILE


Ellos saben de música: perciben cuando una nota está mal, como también lo saben quienes los escuchan, porque la armonía como las matemáticas es exacta. Por eso grandes músicos son buenos en los números, y viceversa. No dudo que Mozart, Beethoven o Buxtehude no fueran buenos matemáticos.

Aunque los bemoles pueden darse en medio de una melodía, estos están en relación con otras notas que le hacen sonar  bien o mal según corresponda.

En la vida del católico hay unas normas objetivas, comunes y permanentes…como las notas musicales de un piano, siempre suenan igual, y si no lo hacen son otra nota.

De modo semejante, en nuestra vida podemos hablar de ser fieles o no, de estar en la verdad o no, de vivir la caridad o no, lo cual está en abierta contradicción con el “más o menos” tan característico de nuestra idiosincrasia que se transparenta en una vida que evita compromisos, habla con diminutivos, y posterga decisiones.

Todo ello es respuesta o consecuencia de una fe debilitada, y en ocasiones mutilada y deformada por largo tiempo. Las verdades básicas no se asumen  y se desconocen, síntoma de una catequesis y educación religiosa deficiente.

IGLESIA DE CERRO TORO VALPARAÍSO 2017


Los adultos tienen  presente  nómina completa de su equipo favorito, de los chilenos que juegan en el extranjero, de la tabla de posiciones de los equipos nacionales y extranjeros, todo lo cual lo ven en las diversas redes sociales.

Pero, si consultamos sobre los diez mandamientos,  con suerte llegamos a los tres primeros. Y, se trata de personas mayores, con formación religiosa, y educados, muchas veces,  en ambientes religiosos y abiertamente confesionales.

En el caso de los jóvenes, si les pregunto cuáles son los juegos más usados por los niños y adolescentes responderán con presteza: Fifa, Call of duty, GYA, WWE, Clash Royale, League of legend, Dota, Minecraft, Pokémon, Hearthstone, Lol , más, si acaso les preguntamos cuales son los nombres de los apóstoles, las respuestas llegarían a sorprendernos.

En el caso de los niños que han hecho su Primera Comunión podemos consultarles sobre los cantantes de moda y responderán: Drake, Justin Bieber, Katy Perry, Taylor Swift, Selena Gómez, Snoop Dogg, Shawn Mendes, Bruno Mars, Ariana Grande, Miley Cyrus , pero,  si les consultamos respecto de cuáles son los siete sacramentos y que los digan en orden,  las respuestas resultarán notables por lo exiguo de sus conocimientos.

Sin embargo,  decimos amar a Dios, y afirmamos que nos interesa vivir en su presencia, no faltando quien para “justificar la pega” recuerde que tenemos un 70% de creyentes, que la “mayoría” de los chilenos son cristianos, y que subyace una religiosidad popular por la asistencia masiva a los santuarios en algunas ocasiones.

Poco y mal sabemos de las verdades de nuestra religión católica, comparados a iguales segmentos etáreos de diversas confesiones religiosas, quedamos totalmente “al debe”, es decir, un judío , un testigo de jehová o un luterano suelen ser más acuciosos, sistemáticos y perseverantes para procurar profundizar en sus creencias.

Ahora bien, desde que fuimos bautizados, comenzó nuestro itinerario de la fe, con la recepción de múltiples gracias, y una conversión que nos lleva a sobreponernos ante las tentaciones y pecados propios de la naturaleza debilitada como consecuencia de la falta de nuestros primeros padres en el paraíso terrenal.

El ejemplo de San Pablo, cuya conversión hemos celebrado recientemente, nos enseña a asumir nuestra condición pecadora como una realidad, por lo que debemos estar en estado de guerra con el pecado. El demonio “anda como león rugiente buscando a quien devorar”, por lo que hemos de estar buscando la ayuda del Cielo de manera permanente, evitando creernos inmunes a las asechanzas del maligno –que no descansa- y teniéndonos como ya convertidos totalmente, como seguros de lo realizado.

Si de algo debemos estar seguros es que necesitamos de Dios, requerimos de su auxilio que nos viene ilimitadamente en la persona de Jesucristo, verdadero Dios y hombre a la vez, en quien si podemos confiar plenamente.

Teniendo presente esta realidad, se hace necesario descubrir los caminos de la gracia. La práctica sacramental, las devociones, la oración, el cumplimiento de los mandamientos de Dios y de su Iglesia, todo lo cual en la vida presente no parece tener importancia porque no se enseña conveniente y oportunamente las verdades fundamentales inciertas en el credo apostólico que rezamos en cada misa dominical.

Solo si somos religiosos viviremos religiosamente, si somos creyentes viviremos de acuerdo a lo profesado. En ocasiones tenemos la tentación de implementar una vida espiritual y pastoral que trivializando el don de la verdad revelada implemente una vida cristiana como se vivió antaño. Pero esto es una ficción, una apariencia, por lo que nuestra pastoral actual es como una telenovela, donde se aparenta una realidad inexistente, lo que conlleva el alejamiento de las masas cristianas de su vida católica.

Prueba de lo anterior es no solo el declive permanente que se constata  en las estadísticas referidas a la vida sacramental, y que cualquier “sociólogo de la fe” o “experto en pastoral de escritorio” no puede dejar de reconocer, sino que para gran parte del orbe católico la vida espiritual comienzo y termina en cada celebración dominical –en el mejor de los casos- viviendo luego de lunes a sábado “a lo pagano”, como si Dios no tuviese mayor incidencia en la vida cotidiana.  Salvo algunas devociones, para muchos católicos la vida se escurre entre las manos con vertiginosa rapidez.

SACERDOTE JAIME HERRERA ENERO 2017

2.     “Alegraos y regocijaos vuestra recompensa será grande en el cielo” (San Mateo V, 12).
Una vez que ya no se viven las “prácticas religiosas”, y se les deja olvidadas como un hermoso recuerdo propio de épocas pretéritas, y se abandonan las verdades rebeladas por Dios en la Sagrada Escritura y enseñadas “armónicamente” por los sucesores del Apóstol San Pedro,  a quien Jesús dijo: “ve y confirma la fe de tus hermanos”( San Lucas XII, 32) , se termina una vida religiosa propiamente tal y se da paso a la búsqueda de sucedáneos los cuales como “jurel tipo salmón” son meras creencias sin la verdad de Jesucristo.

Entonces la vida de la Iglesia pasa a ser como la de cualquier ONG: juntar cosas, tener novedosas iniciativas, recaudar fondos para techos, y cualquier emergencia que la prensa presente y reconozca.

La Iglesia no es una ONG, porque su misión, su fundador, sus medio, sus fines son no sólo distintos sino superiores, trascendentes, identificando a quien por amor los hace con el amor mismo que Dios.

Cuando la vida espiritual se vive de verdad podemos decir con toda propiedad: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi(Gálatas II, 20). Esto hace que  lo que uno haga responda a lo que uno cree, reconociendo que para todo bautizado se presenta actualmente la disyuntiva de vivir de acuerdo a lo que se profesa, o terminar creyendo lo uno vive. Esto último sin duda hace que el progresismo esté presente en nuestra Iglesia bajo lo que el gran Papa Benedicto XVI denominó: “la dictadura del relativismo”, la cual,  está presente como el “humo de Satanás” -en tantas realidades- que impide ver con claridad el esplendor de la verdad rebelada.

Durante estas semanas rezamos por cada obispo de nuestra Patria, que hará la visita Ad Limina  al actual Romano Pontífice, implorando una vida de Iglesia arraigada sobre la fe de los apóstoles que clamaron junto a Jesús: “Adveniat Regnum Tuum”. ¡Que Viva Cristo Rey!.


PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ  /  PÁRROCO DE PUERTO CLARO  /  VALPARAÍSO  /  CHILE

BUSCAR EL ROSTRO DE DIOS A LO LARGO DE TODA LA VIDA

HOMILÍA EXEQUIAL EUGENIA ÁLVAREZ DE LA RIVERA ZANETTA VDA DE GILDEMEISTER

¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él;  el ser humano para darle poder?. Esta pregunta surge a lo largo de toda nuestra vida, y de manera recurrente se va manifestando en cada una de sus diversas etapas. En la adolescencia, la juventud, la vida adulta y por cierto, durante la ancianidad. Circunscritos a una realidad, e inmersos frente a la creación verificamos lo poco que podemos ser. Por otra parte, puesta la existencia en la paso de la historia  -nuestra vida- resulta un instante, e insertas nuestras obras en el plano del universo, resultan como una línea dibujada en el agua.

PADRE  JAIME  HERRERA  GONZÁLEZ


Más,  al leer en la Santa Biblia el instante en que Dios creó al hombre y la mujer, y los formó a su imagen y semejanza, constituyéndonos como “muy parecidos” a Él, en sus atributos de:  poder, de su bondad, de su conocimiento, y de su eternidad.

Referido al poder: Dios desplegó nuestra vida en medio del universo hecho previamente. Si nos sorprende su inmensidad en una noche estrellada de verán. ¿Cuánto más admiración deberíamos tener al ver la grandeza de cada alma formada por Él?, sabiendo   que cada una de ellas es más importante para El que el resto de la creación.  

Ahora bien, cada uno de nosotros participa de un poder insospechado en virtud de lo que alcanza por medio de la oración. Prometiendo su presencia real en medio nuestro: “Donde dos o tres se reúnan en mi nombre allí estaré en medio vuestro” (San Mateo XVIII, 20), Nuestro Señor lo dice con toda claridad: “Todo lo que pidan en oración y con fe os será concedido” (San Mateo XXI, 22)…sentenciando que: “si tuviesen fe moverían montañas” (San Mateo XVII, 20).

Esto nos permite experimentar hoy la grandeza de poder interceder por quien ya ha partido de este mundo, ofreciendo el mayor de los dones por su alma. Ciertamente, la experiencia de los santos nos ayuda a vislumbrar la grandeza de esta celebración, recordando que nada resulta más importante ni puede tenerse como más urgente que ofrecer a Dios a quien Él nos ha ofrecido.

En efecto, en cada Santa Misa se renueva el sacrificio hecho por el Señor en lo alto del Calvario por lo que realmente podemos decir “valemos el precio de la sangre de Jesús” (Hechos XVII, 11). Pr eso, San Pablo nos recuerda con insistencia: “Cada vez que comemos en Cristo y bebemos la sangre de Cristo, comemos y bebemos el precio de nuestra redención” (Efesios I, 7-8).

Nuestra vida de creyentes se va fortaleciendo de manera tan misteriosa como real en cada Eucaristía, lo cual, incluso, luego de nuestra partida de este mundo, se extiende con la oración de intercesión hecha por las Benditas Ánimas del Purgatorio, las cuales sólo pueden recibir bienes por el camino de las plegarias elevadas por cada creyente, tal como nos invita a hacerlo el Antiguo Testamento: “elevad oraciones por los difuntos” (2 Macabeos XII, 42-46).

A lo largo de nuestra vida cuando alguien nos ha hecho un bien, solemos ser agradecidos…mas, ¿cómo no dejarán de serlo cuántos son rescatados del lugar de purificación! para ser llevados ante la presencia misma de Dios?

La gratitud en este mundo es limitada, podemos decir: “muchas gracias” pero,  solo las almas del purgatorio que han sido rescatas a fuerza de la oración,  son capaces de dar las “gracias totales”, lo que implica una verdadera comunión entre aquellos que anhelamos ser contados entre los bienaventurados,  con cuantos pasan a contemplar el rostro de quien un día dijo: “Venid benditos de mi Padre al lugar preparado para vosotros desde toda la eternidad”.

 PARROQUIA  PUERTO  CLARO  /  VALPARAÍSO  / CHILE

Sin duda,  ninguna alegría de este mundo es equiparable al menor de los gozos que junto a Dios tendremos,  pues, aquí sólo duran un breve tiempo, allá (en el Cielo) serán para siempre. Más, no sólo en virtud de la eternidad existe una distinción esencial, sino que,  además, en virtud de una mirada plena que nos dará la perspectiva de estar en presencia de Dios que es amor, en tanto,  que las alegrías de este mundo suelen poseerse de manera fragmentada,  limitadas a algunos aspectos de nuestra vida.

Por ello, con el salmista repetimos: ¡Sólo en Dios descansa mi alma! (Salmo LXI, 2) “Sólo en Él encontramos palabras de Vida Eterna! ( San Juan VI, 68). Si nuestra vida apunta a estar con Dios  diremos: “Cielo perdido, todo perdido, Cielo ganado, todo ganado”. No hay punto intermedio en este aspecto.

San Ignacio de Loyola, en su libro de “Ejercicios Espirituales” invita a involucrarse en cada capítulo del Santo Evangelio con el fin de  ser protagonistas en la vida de Jesús y de su Iglesia. Por esto, nos imaginamos vivamente la pregunta que nace del sentimiento de indigencia experimentado por los Apóstoles ante la presencia de Jesús: ¿Señor, dónde iremos?... ¿Domine quo vado? Solo tú tienes palabras de Vida Eterna. 

En medio de una cultura que sólo parece valorar al hombre que produce, y que rubrica el tener por sobre el ser, enfrentamos la partida de un ser querido como una invitación a descubrir el llamado a la santidad en la vida cotidiana, procurando que en nuestro corazón y en nuestras actividades,  busquemos cumplir el programa de vida que el Señor nos asigna a cada uno en la jornada de nuestra vida.

Al implorar por el eterno descanso de doña Eugenia Álvares de la Rivera Zanetta, suplicamos la infinita misericordia de Dios por quien ofrecemos esta Santa Misa de Exequias, en la cual, el tiempo se detiene porque la eternidad llega en medio de nuestro altar.

En efecto, es Jesucristo  el centro de nuestra fe, el centro de nuestra piedad, y el centro de nuestro altar, en el cual, se hace “real y substancialmente  presente” en su cuerpo y su alma para  que tengamos vida en abundancia, no según los criterios de un mundo que se alza como si Dios no existiera, sino en la generosidad del Corazón de Jesús que tanto nos ha amado, no al modo de nuestros méritos sino al modo de la bondad de Dios, la cual,  en el rostro de la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, nos invita a confiar en la victoria de Jesús sobre la muerte en su gloriosa resurrección.

Nuestra Madre del Cielo esperó como nadie el esplendor del día sin ocaso y de la noche luminosa  en la cual Cristo venció el poder aparente de la muerte, diciéndonos hoy nuevamente: “Yo soy la resurrección y la vida. Todo aquel que se une a mí con fe viva no muere para siempre, sino que tendrá la luz de la vida” (San Juan XI, 25-27). ¡Que Viva Cristo Rey!