lunes, 15 de mayo de 2017

“LA ESPERANZA DEL CRISTIANO”

 RETIRO ESPIRITUAL MES DE MAYO 2017.

Nuestra primera meditación  de hoy se centrara en el episodio ocurrido camino a Emaús (San Lucas XXIV, 13-35).
INTERNADO SAN JOSÉ DE  CASABLANCA


Debo reconocer que es uno de los primeros textos que recuerdo haber escuchado del Nuevo Testamento, en parte porque al haber estudiado en el Colegio de los Sagrados Corazones “in illo tempore” (1974) se enseñaban las nacientes melodías que jóvenes religiosos entonaban con entusiasmo, una de las cuales era “Peregrinos de Emaús”.

Una segunda noticia que tuve de infancia sobre Emaús fue la de un reconocido político francés, llamado Henry Groués, nacido en 1912 y que murió el 2007. Fundó un hogar para necesitados aplicando el reciclaje de diversos objetos que eran desechados y dados de baja en las casas. Los llamados “Traperos de Emaús” tuvieron gran importancia hace unos años en diversas partes de nuestra Patria con gran número de voluntarios.

La tercera noticia, es que por ser un texto donde los protagonistas son dos jóvenes peregrinos, era habitualmente citado por los religiosos para meditaciones y homilías, lo cual se puede verificar en la actualidad por la inmensa cantidad de literatura al respecto e imaginería religiosa pues grandes pintores han dejado plasmado el episodio en sus obras

Emaús es una localidad palestina, y su nombre significa en hebreo “primavera templada”. Es un lugar distante a unos once kilómetros de Jerusalén. Camino de tierra, oscuro y solitario, con todo lo que ello puede implicar: temores, amores, silencios unían la gran ciudad jerosolomitana de la pequeña localidad emausiana.

En la tarde de la resurrección. ¿Por qué Jesús se presentó a ellos? “al caer el día”.
Los jóvenes son entusiastas. Las pasiones de toda índole son como pasto seco que enciende ante el mas tímido chispazo: una mirada y están enamorados, una melodía y están enfiestados, una mala cara y comienza la pelea. El Santo Evangelio muestra múltiples ejemplos de lo avezados e impulsivos que eran algunos de los discípulos del Señor, entre los cuales bien podemos incluir a estos dos jóvenes caminantes a Emaús.

”Vayamos a morir por El” (San Juan XI, 16)…”aunque todos te nieguen yo nunca lo haré” (San Mateo XXVI, 35)… “¿Quieres que caiga fuego sobre todos ellos?” (San Lucas IX,54) ...

Los “todo”, “nadie”, “nunca”, “siempre”, “jamás”, “todos”…son adjetivos fáciles de escuchar entre los jóvenes…de oír pero no de percibir, pues tan fácil se despierta puesto como en la cima del mundo se constata luego,  del paso del tiempo y sus devenires,  estar a los pies del mundo.

Por esto, San Lucas describe a los jóvenes peregrinos como “decepcionados”. Habían depositado sus fichas a Jesús, todas las carencias serian satisfechas por Aquel  que se mostraba poderoso en obras y palabras. Era la figura del Mesías anhelado que todo israelita anhelaba desde su infancia, que actuaba muy distinto a los líderes religiosos de entonces que predicaban pero no practicaban, y cuyas obras solían ser  tan breves como mezquinas Había una gran diferencia entre unos y otro, por esto de inmediato dicen. “era poderoso en obras y palabras” (San Lucas XXIV, 19).

Por esa razón,  el cansancio y la frustración imperaban en sus almas y ello les hizo retomar el camino por el cual un día habían salido llenos de esperanza. Hace veinte años atrás, conversaba con jóvenes que salidos de su mundo rural costino, se instalaban para seguir una carrera en educación superior. Ellos encarnaban la esperanza puesta por sus padres en quienes serían la primera generación profesional de la familia. Todo un honor, un orgullo, una misión. Con el tiempo algunos lograron las metas, y otros retornaron a su pueblo con tono nostálgico a sus hogares, sin haber obtenido la realización de sus sueños…en su mirada, en su tono de voz, en sus proyectos se percibe el dolor del paso dado. El inicio entusiasta no fue garantía para culminar el trabajo bien hecho…Se necesita algo más que alegría, algo más que optimismo, algo más que buena onda.

Es importante considerar que ellos (los peregrinos de Emaús) un día estuvieron ante Jesús, creyeron en su persona, percibieron el reconocimiento que había hacia Cristo, prueba de lo cual eran las multitudes presentes en algunos de sus milagros y en varias de sus enseñanzas…Tuvieron que hacer esfuerzos enormes para estar cerca de Jesús como fue el acto de descolgar desde un techo a un paralitico; o subirse a una barca para ser escuchado y visto por todos. Todo lo cual evidenciaba cómo las muchedumbres anhelaban estar cerca del Señor. Más eso no bastó –no fue suficiente-  en la hora de las opciones definitivas y de zanjar las fidelidades. ¡El simple entusiasmo nunca da el ancho requerido en el seguimiento de Jesucristo!

El actual Sumo Pontífice ha invitado a la celebración de un nuevo Sínodo centrado en los jóvenes, la fe y la vocación. De algún modo el episodio descrito por este Evangelio nos ubica directamente en esta triple temática, pues, aunque a estas alturas la edad, para muchos de los presentes,  es cuestión de espíritu, la fe y la vocación  sin duda son realidades que nos demandan, nos exigen una respuesta de manera permanente.

Cada uno de estos temas en si daría para un acabado estudio, toda vez que las urgencias pastorales de nuestro tiempo ameritan ver a los jóvenes como opción del futuro de la Iglesia, la fe como el alma del creyente, y la vocación como el anhelado sentido de vida que el hombre actual requiere buscar, encontrar y vivir con “determinada determinación”.

Resulta importante distinguir debidamente cada uno de los temas propuestos sin disgregar estas realidades que se necesitan –perdonen la expresión-  triestamentalmente. El joven está en una etapa decisiva, para optar, para seguir, para anhelar, para buscar, sabiendo que la respuesta plena y definitiva se encuentra en la persona de Jesucristo, que trasciende toda sabiduría humana. Cristo es la respuesta definitiva que Dios ha dado al mundo, no hubo otra, no hay otra ni habrá otra novedad más que Cristo muerto y resucitado.

Vamos por parte. ¿Juventud?

JAIME HERRERA GONZALEZ SACERDOTE

Insertos en una cultura que parece endiosar la juventud, por todos medios se trata de apurar su llegada y evitar su alejamiento. Los mass media muestran una realidad distorsionada de la sociedad al presentar la juventud como una etapa permanente de vida, ello lo hacen por interés económico puesto que un niño –bien sabemos- no decide qué comprar y, por otra parte,  un anciano no puede ya consumir como lo hizo en épocas pasadas. Ni  el niño ni el de la tercera edad deciden. Entonces,  se valora poco su opinión es irrelevante,  su presencia resulta incómoda y sus aportes son tenidos como muy limitados. Quien no es productivo ni es consumista no tiene derecho a ser considerado en la sociedad actual.

“Juventud divino tesoro” era el nombre del escrito de Rubén Darío “te vas para no volver”. El libro “Tesoro de la Juventud” fue una iniciativa enciclopédica editada en 1910. En general,  la ideología del “juventudlogismo” se ha desplegado como consecuencia de la descristianización de la sociedad, toda vez que el hombre nuevo del liberalismo es siempre idealizado como el hombre joven, rompiendo la unidad e identidad del fiel bautizado que a la vez es hijo de Dios y de su Iglesia en toda época.

Los movimientos de Iglesia suelen partir por atraer a jóvenes, ellos descubren la lozanía que entraña el ser fieles por el canino de la santa pureza, la virginidad, el retomar nuevos rumbos. A este respecto diremos que no hay actualmente nada más nuevo que la originalidad del retorno a lo esencial. Ambos jóvenes con su huida buscaban una tranquilidad que no sería capaz de colmar sus necesidades ni resolvería sus más hondas interrogantes.

La juventud de nuestros días vive huyendo, y nosotros,  también,  cuando no acabamos de dar tiempo al Señor que está a nuestro lado y camina junto a cada uno. Es cierto, incluso nos olvidamos de Él, lo postergamos y en ocasiones, lo escondemos porque cuestiona nuestra conducta y su sola presencia ahuyenta a los demonios que entran por los recovecos de la complacencia, de los exitismos y del dialoguismo inconducente para el creyente que procura ser plenamente fiel.

a). Exitismos: ¿Acaso deslumbraremos a Dios con nuestros logros?…Pero, si bien podemos responder ¿qué tenemos que nos haya sido dado?.. Lo que poseemos, en todo orden de cosas, debe ser motivo de alabanza y gratitud al Señor. Más nos corroe la soberbia y el orgullo que al oído nos dicen…te lo mereces…lo has obtenido…es tuyo…eres único.

En vez de complacer a Dios como los “siervos inútiles” de los que habla Nuestro Señor, terminamos por hacer de Jesucristo un esclavo de nuestras apetencias y requerimientos. Esto se verifica cuando nos salen mal las cosas, cuando los bemoles emiten una melodía disonante a nuestros proyectos y se atisba el mérito sin brillo.

Entonces, se enciende el fervor, tenemos presente que hay un Dios…si en ocasiones pareciera que hasta ello olvidamos,  sino de palabra,  al menos con nuestras acciones. Sabio refrán antiguo: “Ante el peligro el hombre se acuerda de Dios y del soldado, cuando cesa el peligro, Dios es olvidado y el soldado despreciado”. Nada más ajeno a la cultura actual que el recordar a los héroes, el tributar reconocimiento al espíritu de sacrificio de abnegación llevado hasta el extremo de ofrendar la vida…se menosprecia, se quita valor a una madre abnegada que es capaz de cuidar de una docena de hijos, y doce hijos no suelen ser capaces de cuidar una madre; se deprecia el valor de la penitencia, como aquel que se molesta porque una persona se mortifica por amor a Dios motejándole de actitudes masoquistas; se burla de quien no logra el éxito al que el mundo tributa todos sus afanes y somete sus voluntades.

Sin duda,  esto último es un signo de los tiempos anunciados ya en el Apocalipsis donde los que se oponen a la obra de Dios, al amor de Dios creen estar haciendo una hermosa labor, encomiable por toda la cristiandad, y ante la cual los ángeles deberían entonar loas e incensarles…si lo hacen tan bien, si todo marcha a la perfección, si nada hay ya de preocuparse…vanidad del éxito humano, vacío de las grandezas humanas, ocaso del hombre alzado como estandarte en esta sociedad tan próspera como decadente.

b) Complacencias: Como aconteció en la localidad de Naim, Jesús va a buscar a quienes venían a sepultar a un difunto…joven, hijo, único,  de una mujer,  viuda y pobre. Camina y escucha sus clamores, sus dolores y sufrimientos.  El drama no podía ser mayor, como lo era para los Peregrinos de Emaús, luego de los tres días de una espera que se  hizo definitiva para ellos en un instante, pues retornaban abatidos.

Es en ese momento cuando Cristo camina con ellos, sin dar una lección inicial, coloca -`primero-  toda su atención a lo que ellos le dicen, casi atropellándose mutuamente al hablar.

Es lo que necesitamos para anunciar la resurrección de Cristo, saber que somos atendidos en la oración, que en todo momento confiamos en el Señor, que quiere saber “de nuestra parte” lo que podemos necesitar. Sin intermediarios burocráticos ni buzones dilatorios, en primera persona, Jesucristo camina junto a nosotros y atentamente nos escucha.

El cristiano actual es autorreferente y por lo tanto, es auto complaciente. El universo se centra en torno al metro cuadrado donde nos movemos, dando una importancia ilimitada al hombre y limitada a nuestro Dios.

Como los automóviles antiguos requerían ser “puestos a punto” (afinados), nosotros al centrar nuestra mirada egoístamente, simplemente diremos que hemos perdido el punto, ocasionando una distorsión existencial que conduce irremediablemente a un desencuentro del alma, apareciendo:  melancolías, depresiones y tristezas aparentemente de origen desconocido;  falseadas alegrías a costa del sufrimiento y la burla del prójimo por un espíritu mordaz y comparativo; y, una tensión constante en la relación con el prójimo centrada en competencias y rivalidades que no parecen tener fin.

¿En qué momento los peregrinos de Emaús deciden retornar a su ciudad con la derrota a cuestas? En el mismo instante en que su mirada no se detuvo en Jesucristo, sino en sus propias realizaciones, solazándose en sus logros y pretendidas autonomías. Su libertad se transformó en una esclavitud al colocar sus reinos humanos  antes que el Reino de Cristo…olvidando que es Cristo quien debe reinar, quien debe imperar y quien debe vencer, no ellos. Entonces, no solo se engañaban de creer estar haciendo todo muy bien, sino que además se “gozaban” de ello. De regreso a Emaús eran los autocomplacientes del mundo, no esperar un minuto más, no dieron un paso más en Jerusalén…sus confianzas eran medibles con cuentagotas.

En esos momentos todo lo hecho para Dios parece mucho y lo que cada uno hace parece demasiado, al revés de lo que un alma generosa hace con Dios y por amor a Dios: todo es poco para el Señor, y nunca acabaremos de sopesar la grandeza de su amor. En la vida presente, tendemos usar un embudo invertido cuando se refiere a lo que hacemos a los demás y lo que hace el prójimo hacia nosotros.

Las pobrezas del corazón nacen de esa distorsión espiritual que anida en nuestros corazones que suele estar “dichoso”, “entusiasmado”, “cegado” de lo bueno, generoso y caritativo que es. ¡Dios debe ser el norte de nuestra complacencia, no lo que creemos haber hecho! ¡El del mérito es el Señor, no lo somos nosotros! Esto último es lo que les recrimina Jesús a ambos jóvenes: “! Qué torpes sois para comprender y qué cerrados estáis para creer lo que anunciaron los profetas!”.

                          PROCESIÓN SAN JOSE DE CASABLANCA



c). Dialoguismo:

Con frecuencia escucho repetir que todo se soluciona dialogando. Pero, en ocasiones, constatamos que por más que se hable, por más encuentros que se programen y organizaciones que promuevan el diálogo, las enemistades no sólo no disminuyen sino hasta parecen acrecentarse.

Las naciones experimentan desavenencias más que por nos no haber hablado por el hecho de no haber tomado resoluciones fundamentales, las cuales se dan de la relación que cada uno tiene con Dios.

El vacío interior es el que lleva al horror de una guerra.  En la medida que nos encontremos con Jesucristo descubriremos que la paz no es fruto de componendas ni de transacciones. Los peregrinos de Emaús una vez que estuvieron con Jesucristo comprendieron que el acto de hablar de Dios y de hablar con Dios  siempre resulta fecundo, por lo que es necesario en toda circunstancia.

Experimentaron la fuerza de la enseñanza que Jesús les había dado…”En vano se cansan los albañiles si el Señor no construye la casa”. ¿Se puede aplicar esto a lo que conversaban ellos antes de que se les presentara Jesús en su caminar? Por cierto. Puesto que la esterilidad del diálogo que llevaban les hacía estar carizbajos y desesperanzados. ¿Cuál es entonces la razón de ello?

El mundo actual es ruidoso, no está ausente el dialogo: se conversa, se comunica, se habla, pero,  permanecemos sumergidos en un silencio vacío. Los que caminan cansados y frustrados deben enmendar el rumbo hacia Jesucristo, cuyas palabras son de Vida Eterna, en tanto que,  las palabras del mundo son muchas veces, vacías y sólo duran lo que dura su misma pronunciación.

¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino? (v.32).

Esta frase encierra el fuego de una verdadera esperanza, la cual ha guiado a las generaciones de creyentes a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Su fundamento nace de una mirada en perspectiva, es decir, no hay esperanza verdadera sin unirla a la Vida Eterna.

a). Esperanza y eternidad: Los jóvenes emausitas sintieron “arder su corazón” cuando la Eternidad se hizo presente en medio de su caminar, cuando Cristo, el mismo “ayer, hoy y siempre” lo reconocieron en la Fracción del Pan. La Santa Misa tiene la fuerza misteriosa de contener no sólo una gracia sino al autor de todas ellas, lo que encamina el corazón por la certeza de participar ya de lo esperado.

b). Esperanza confiada: Sin duda, la esperanza del católico es muy distinta al optimismo del mundo secularizado. Los Peregrinos de Emaús vieron a Jesucristo, presente en las Escrituras y en la Eucaristía, descubriendo en Él al definitivo revelador de Dios Padre, que hablo en Él de una vez para siempre. Ese “ardor del corazón”  emerge al descubrir que Dios es bueno, que nos creó, que es infinito, que es todopoderoso, y que es siempre fiel.

¡Que Viva Cristo Rey!


Sacerdote Jaime Herrera González / Cura Párroco de Puerto Claro / Valparaíso / Chile