lunes, 12 de junio de 2017

¿UN MUNDO PARA DIOS O UN DIOS PARA EL MUNDO?

 SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD AÑO 2017



Entre las diversas celebraciones de este tiempo litúrgico post pascual, tan especial, donde se concatenan una serie de grandes fiestas litúrgicas, hoy contemplamos aquella que se refiere al misterio más importante  de nuestra fe católica como es “mirar” y “vivir” la insondable realidad de la intimidad de la  vida divina.

En efecto, si bien por medio de  nuestra inteligencia podemos descubrir la existencia de Dios y los diversos atributos que le son propios, la interioridad de la vida de Dios sólo podríamos haberla conocido por un acto de la libérrima voluntad divina de darse a conocer a nosotros.

Dios, sin otra necesidad más que aquella que emerge del amor, no sólo nos dice quién es, sino que nos invita a participar de su misma vida, nos llama a permanecer unidos a su amor. Toda una enseñanza pues,  en su nombre, en su persona, y en su gracia podemos revelar su presencia y su vida en el mundo actual. No hay otro camino: si el fruto no permanece unido a la vid se seca, si el apostolado no está inmerso en el poder de Dios nunca será fecundo, por el contrario permanece estéril.

Para ser partícipe de la vida divina, y vivir la inhabitación trinitaria se requiere:
a). Vivir en gracia. Nada sacamos si no estamos unidos a la red de la gracia. A este respecto morir antes que consentir un pecado mortal…sin duda es algo fuerte, pero nada lo es si se trata de la eternidad  y de quién es Dios. Nada más importante y necesario para el bautizado que estar en permanente amistad con Dios. Hay que cultivar la cercanía con Dios, como uno riega una planta para que permanezca con vitalidad,  del mismo modo la gracia aumenta con la fidelidad, la amistad con Dios crece con el paso del tiempo. La misma experiencia nos lo indica: el conocido, el vecino, el colega, el compañero de curso, no son lo mismo que quien es propiamente un amigo.

No podemos llamar “amigo” a aquel que tarde mal y nunca vemos; no podemos tratar de “amigo” a aquel con quien sólo mantenemos puras diferencias;  no podemos tratar de “amigo” a quien no nos interesa hablar ni visitar…los amigos no se hacen los desconocidos… como cuando escondemos nuestra identidad católica porque nos resulta socialmente favorable hacerlo, o por simple cobardía ante los respetos y poderes de un mundo renuente a Dios, la religión y a nuestra Iglesia.

b). Cumplir los mandamientos de Dios: Jesús ha dicho con claridad “si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amara, y vendremos a él, y haremos morada en él” (San Juan XIV, 23). Por esto, el hecho de cumplir lo que Dios nos pide no es una opción que pueda ser tenida como facultativa, ni vista como un simple consejo a seguir. Para el bautizado es una obligación, necesaria para alcanzar la salvación y conveniente para el bien común, por lo que quien procura hacer lo que el Señor le pide contribuye eficazmente a edificar una sociedad donde la virtud prime sobre los vicios, la fidelidad sobre la infidelidad, y la interioridad sobre la superficialidad.

La manifestación de amor hacia la Santísima Trinidad, el acto de fe ha de impregnar nuestras actitudes en un verdadero seguimiento a Jesucristo, procurando cumplir la voluntad de Dios en todo y permanentemente. Sin duda, hay épocas a lo largo de la historia de la Iglesia donde el “tono” de la sociedad ha sido que todos reman a favor de la voluntad de Dios y no contra sus designios tal como acontece actualmente.

Para nadie debiese ser sorpresa constatar que en muchos ambientes al interior de la Iglesia y por cierto fuera de ella, se oculta, se desprecia, de deja de lado todo lo que se refiere a Dios, llegando, en ocasiones,  al colmo de tenerlo como el origen de las divisiones de la vida presente…de todo se puede hablar, de moda, de farándula, de deporte, de música, de arte, de política, menos de nuestra fe, que cada vez está más arrinconada al interior de  las conciencias, en el silencio de  las sacristías, y en los añosos salones episcopales. Es fuerte la tentación de recluir a Dios creando una vida eclesial y pastoral que se amolde a los juicios humanos, así, una religiosidad  moldeada por el espíritu mundano es a fin de cuentas un nuevo becerro, al que se le rinde culto y adora falsamente.

En realidad, la vida actual en su conjunto constituye una verdadera blasfemia al arrinconar a Dios al mundo de lo intrascendente y sin importancia. En las redes sociales los links de me gusta giran en torno a cualquier vaguedad menos en aquello que es decisivo en el fortalecimiento de nuestra vida espiritual. Todo importa, todo es urgente, todo es necesario, siempre que no diga relación con Dios y lo que es atingente a su vida Divina y Trinitaria.

La semana anterior recibimos la irrupción del Espíritu Santo, como el alma de nuestra alma y el alma de la Iglesia, bajo el signo elocuente del fuego encendido, tal como aconteció en el Cenáculo el día de Pentecostés. Si acaso cambió la vida de los apóstoles reunidos junto a la Virgen María esa noche fue precisamente porque sus almas gozaron de la presencia del Dios, uno y trino que vino a ellos a “tomar morada” a “habitar”.

El fuego nos evidencia el misterio de Dios uno y trino: la llama no puede subsistir sin la luz, y esta no puede a su vez ser luz que irradia sin dar el calor a lo que se está a su alrededor. Llama, luz y calor forman parte de una misma realidad, semejante a las tres personas divinas de la Santísima Trinidad que son un solo Dios.

Entonces, vivir el misterio de la inhabitacion trinitaria implica dejarse conducir en toda circunstancia por los designios que Dios Padre disponga en lo que denominaremos una espiritualidad providencial, luego, incluye procurar imitar a Jesucristo no sólo como modelo perfecto de santidad sino como la fuente de toda gracia, es lo que llamaremos espiritualidad cristiana, y finalmente, tal como ahondamos el domingo recién pasado, si deseamos crecer interiormente no podemos hacerlo al margen de lo que el Espíritu Santo habla en nuestra alma, es lo de reconocemos como vida en el Espíritu.


c). Crecer en caridad: “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado a nosotros” (San Juan IV, 12-13). No hay que tener vergüenza de reconocer cuál es la vocación que Dios nos ha dado. No hay que rebajar el horizonte hacia el cual nos encaminamos, pues somos “portadores de Jesucristo” y “theoforos” ¡portadores de Dios!

Esto hace que podamos gozar de manera especial la presencia de Dios constituyendo un anticipo real de lo que obtendremos y poseeremos en la bienaventuranza eterna,  no ya por un tiempo,  sino para siempre.

Esta “vivencia trinitaria” nos hace percibir su presencia que completa y responde toda necesidad, pues sólo en la vida divina el hombre encuentra lo más hondo de su identidad y se descifra todo misterio de su vida humana, toda vez que, como sabiamente escribe San Agustín : “nos hiciste para ti Señor, por ello nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en Ti” (Confesiones, San Agustín de Hipona).

Así, esta festividad litúrgica nos hace mirar a lo largo de nuestra vida y descubrir que Dios nada ha dejado al azar como recuerda un santo: “¿Qué tenéis hambre? …vuestro es mi cuerpo y sangre. ¿Qué teméis olvido?…vuestro es mi corazón. ¿Qué teméis miserias? vuestra es mi divinidad”.

Por ello, si donde hay caridad allí está Dios, entonces hemos de crecer en ella diariamente procurando seguir los pasos, repetir las palabras y abrigar nuestro corazón con lo que Cristo hizo, con lo que Cristo dijo, con lo que Cristo es: amor…!Donde hay amor, Dios está allí!

d). Procurar llevar una vida pura: El Apóstol San Pablo dice. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?...El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros” (1 Corintios III, 16-17).

Entonces, porque Dios inhabita trinitariamente en cada bautizado es que debemos hacer realidad una de las bienaventuranzas proclamadas por nuestro Señor en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (San Mateo V). Entendámoslo de una vez: Jesús no es nuestro mejor vecino, sino que más bien, es parte de nuestra vida porque, en el alma en gracia, “mora en nosotros” (2 Timoteo I, 14).  
  


¡Dios habita en los santos!...”por medio de su gracia, está en el alma del justo en forma más íntima e inefable, como en su templo”. Por esto, si bien muchas personas –incluso no creyentes y adversas a la fe- pueden dar vestigios del poder y de la sabiduría de Dios, es propiamente en la caridad, vivida en la virtud de la Santa Pureza donde descubrimos una característica propia de la vida trinitaria que tan solo aquel que procura vivir en gracia santificante  participa verdaderamente.
Imploremos a la Santísima Virgen, que llena del Dios uno y trino, canto las alabanzas con gozo verdadero que contagie nuestra vida personal y eclesial con el altissimi donum Dei…Dulcis hospes animae. ¡Que Viva Cristo Rey! Amén.

     



PADRE JAIME HERRERA / CURA PARROCO DE PUERTO CLARO / CHILE

No hay comentarios:

Publicar un comentario