martes, 29 de agosto de 2017

¡CATÓLICOS CONVENCIDOS Y CONVINCENTES!

 DOMINGO / VIGÉSIMO PRIMERO / TIEMPO COMÚN / AÑO 2017

1.     “¿Qué dice la gente sobre el hijo de Dios?”.

Los personajes citados por los Apóstoles al responder no fueron elegidos al azar. El profeta Elías era un icono de la fe de los israelitas, que en un momento de desesperación pidió al Señor que incluso le quitase la vida: “No soy mejor que mis antepasados”, quienes “no son más que huesos y cenizas en la tumba, y que no pueden hacer nada bueno  por nadie” (Eclesiástico IX, 10). Todo ha sido infructuoso por lo que se pregunta para qué seguir viviendo. ¡Basta! Es la expresión que en la Sagrada Escritura encontramos en quienes se han esforzado por seguir fieles al señor: Rebeca, Jacob, Moisés, Job (Génesis XXV, 22; XXXVII, 35; Números XI, 13-15; Job XIV, 13).

Sin duda  vieron que Jesús en medio de los tiempos adversos  no declinaba en su mensaje, sus desafíos no dependían del clima ni de las circunstancias de las cuales hay tantos moralistas que viven esclavizados. Que los tiempos son difíciles nadie lo puede negar, y parecen haber análisis comparados con similares resultados, pero es en la solución donde encontramos las diferencias sustanciales: apoyarse en Dios es el camino, y es lo que los Apóstoles vieron hacer al Señor, y que la gente en general veía al Señor recurrir a su Padre Eterno en todo momento.

Vieron en aquel profeta, lo mismo que hacia Jesús: Elías caminó 320 kilómetros hasta llegar al Monte Horeb (Sinaí), el mismo lugar donde Dios se apareció a Moisés en la zarza ardiente y donde entregó los Diez Mandamientos. Jesús dijo “el que me ama cumple mis mandamientos”, a un joven dijo: “tu ve y cumple todos los mandamiento para ser bienaventurado”. Su actitud de peregrino, de encaminar sus pasos hacia las alturas de Jerusalén les hizo referirlo a aquel antiguo profeta: Elías.


Pero, entre los nombrados encontramos a otro profeta de gran importancia como es Jeremías. Este sufrió mucho pues debió dar testimonio en tiempos de crisis: sus cercanos y lejanos le eran esquivos y reacios: “mi pueblo es insensato, no me reconoce, son hijos necios que no recapacitan, son diestros para el malo e  ignorantes para el bien” (Jeremías IV, 22).

El tiempo en que vivió el profeta estaba marcado por la crisis y la incertidumbre, tal como era el tiempo donde Jesús vivió, pues Israel estaba sometido al poder del Cesar, y todo resultaba cambiante e incierto. El testimonio dado por el profeta estaba cubierto de severas amonestaciones lo que le hacía muy impopular: “es un pueblo que tienes ojos y no ve, tiene oídos y no oye” (V, 21).

A pesar de la cerrazón Jesús no guarda silencio, recordándoles que han cometido cuatro grandes faltas: primera, el haber abandonado al Señor, olvidando todo lo que Dios ha hecho por ellos han corrido a adorar dioses falsos: “Porque me abandonaron, quemaron incienso a dioses extranjeros y se postraron ante las obras de sus manos” (Jeremías I, 16). Nuestro Dios es un Dios que ama entrañablemente: ¡un Dios que llora! ¡Un Dios que sufre! Y, los Apóstoles vieron a Jesús llorar y lamentarse por la dureza del corazón de los judíos.

La segunda son las múltiples injusticias cometidas. Por eso les recrimina la insensibilidad hacia los más necesitados. El pueblo de Dios sordo y ciego ante la miseria de los hijos de Dios: “Sus casas están llenas de fraude, rebosan de malas palabras (garabatos), no juzgan según derecho” sino que, hasta en sus tribunales,  están ahogados de suposiciones, presunciones y prejuicios antojadizos. “No defienden la causa del huérfano ni sentencian a favor de los pobres” (Jeremías V, 26-28). Olvidar a Dios necesariamente conlleva a despreciar su obra, cuya cumbre es la persona humana, por lo que son los que no tienen, los que no pueden, los que no son, los que sufren en primera persona las consecuencias de una sociedad que se alza como si Dios no existiera.


La tercera, es la banalización de lo sagrado: Los israelitas iban al templo, realizaban múltiples rituales y variadas oraciones diarias, todo lo cual les llevo a caer en la rutina en la tentación de asegurar la salvación no en la gratuidad del amor de Dios sino el los rituales hechos por ellos llenos de aplausos, bailes y excentricidades. Jeremías profetizo: “Vuestros holocaustos no me agradan, vuestros sacrificios no me son gratos” (Jeremías VI, 20).

Jesús igualmente increpó las falsas seguridades de los “expertos en biblia”, de los “expertos en lo sagrado” señalándoles que nada puede anteponerse al amor a Dios en todo y en  todos.

Finalmente, la cuarta falta que enrostraba el profeta Jeremías fue el olvido del Día del Señor. El tercer precepto del Decálogo, enseñado en nuestro Catecismo Católico nos pide “santificar el Día del Señor, acudiendo a la santa Misa completa los domingos y fiestas de guardar”. “Así dice el Señor. Guardaos muy bien de llevar cargas el día del Señor ni hagáis trabajo alguno; santificad el Día del señor como mandé a vuestros padres”  (Jeremías XVII, 21.22).

Según lo anterior, los profetas citados daban muchas luces sobre el Mesías esperado, al que los contemporáneos del Señor no debían  desconocer, salvo que se hicieran los desentendidos. Mas, es evidente que lo relacionaban con alguno de ellos, pues Jesús habló y habla en momentos de profunda crisis como el actual.

Con el dedo acusador es fácil indicar las debilidades y maldades de los antiguos miembros del Pueblo de Dios…recordemos que cuando señalamos con el dedo a otros,  hay  otros tres que nos acusan: abandonamos a Dios por los falsos dioses, del tener, del poder y del placer; cuando hemos dejado de estar atentos a las necesidades  de los más necesitados; y cuando hemos aceptado la falsa religiosidad del liberacionismo adorando tantas modas y circunstancias.

¡Hemos colocado a la Iglesia no al servicio de llevar al mundo hacia Dios, sino que estamos empecinados en esclavizar a Dios ante los criterios mundanos! ¡Callamos lo voz de Dios con los gritos de un mundo que es renuente a su Palabra y a su santa voluntad!

Hay un antiguo refrán que señala que “el cojo siempre  le echa la culpa al empedrado”. No tengo nada contra los que renguean, porque yo mismo lo hago desde que enfermé, por eso –menos aún- no hagan caso del otro refrán sobre mis colegas: “no hay cojo bueno”… ¡Hay excepciones! cojeaba San Junípero Serra, misionero franciscano de la costa este de Estados Unidos,  cojeaba San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús; y cojeaba San Juan Pablo II, el Papa misionero de nuestro tiempo.

Más, por experiencia puedo decir que es verdad que cuando uno tropieza lo primero que tiende a hacer es culpar a otros, que tienen las calles en tal o cual estado. Pero siempre se concluye que fue por inadvertencia, descuido o prisa, que uno no se fijó debidamente por dónde iba.

Algo semejante ocurre al momento de reconocer nuestra identidad y fidelidad religiosa, pues siempre se tiende a culpar a otros de nuestro poco compromiso, de nuestras debilidades y mezquindades. Si el que tropieza culpa a las piedras, nosotros culpamos a sacerdotes catequistas, feligreses, jóvenes, ancianos, luego seguimos por “circunstancias”: mucho frio, mucho calor, muy temprano muy tarde, y así siempre encontramos una “aparente” justificación para nuestra débil sino nula vida como católicos practicantes, lo cual para la gran mayoría secular reinante resulta un atisbo de integrismo y fanatismo.

Sin duda, al escudar nuestra culpa en terceros, tal como el cojo lo hace con hoyos y piedras, no acabamos de convertirnos realmente como discípulos y testigos de la verdad que implica el hecho estar con Cristo en el corazón.

2.     ¿Qué dicen ustedes del Hijo de Dios?

En el Evangelio descubrimos que la vida de los Doce Apóstoles se enfrenta a un momento de un antes y un después. Nada será igual después de este diálogo.

Las dos preguntas de Jesús son un momento de inflexión para ellos, cuya respuesta involucra la totalidad de su vida, con los hermosos momentos que tendrán al acompañar a Jesus, como el desprecio y persecución que implicara la consecuencia de sus actos con las enseñanzas del Señor. ¡Si Jesús fue perseguido y condenado ellos no pueden pretender un futuro al margen del misterio de la cruz!

Por desgracia, en la actualidad el secularismo ha corroído la vida del católico hondamente, haciendo que la fidelidad, el amor a la verdad, el cumplimiento a los mandamientos del decálogo, el seguimiento del magisterio pontificio perenne, la vivencia del espíritu de las bienaventuranzas, las diversas obras de misericordia espirituales y corporales sean postergadas y escondidas del horizonte existencial del creyente.

No hay una forma católica de vida hoy, porque la fe está diluida a causa  que se pretende  vivir de manera “bicéfala”…es decir, con un pie junto a Dios…con otro pie en las cosas mundanas, por lo que finalmente la Iglesia es despreciada  a causa de  su tibieza e inconsistencia pues no termina por convencer al mundo…ni a su Dios.

Con las mismas palabras y convicción que el Apóstol San Pedro respondió a Cristo ayer,  hemos de procurar hacerlo hoy: “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”Respirar como católicos…transpirar como católicos, esto es que todo lo que este en nuestro corazón, como lo que hagamos tenga la impronta de una fe a la vez, convencida y convincente.


Sólo así el mundo retornará a Dios, tal como lo hizo durante la predicación de los Apóstoles en el amanecer de la vida de nuestra Iglesia, donde la fe se expandía con fuerza gracias  a  la fidelidad hecha muchas veces martirioRecordemos que “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.

En consecuencia una Iglesia sin mártires, una Iglesia donde el mundo secularizado la aplauda  y vitoree sólo cuando ésta se aleja de la voz y voluntad de Dios, callando, y ocultando su identidad, poco fruto dará… siendo semejante a un árbol estéril, seco, inerte. La campana muda que habla San Pablo.

Imploremos a la Virgen Santísima, ya culminando el Mes de la Caridad Fraterna, que como creyentes nunca olvidemos este episodio ocurrido en la localidad de Cesarea de Filipo,  donde San Pedro Apóstol reconoció a Jesús como el Mesías presente en medio de ellos. ¡Que Viva Cristo Rey!






lunes, 14 de agosto de 2017

SOBRE LAS MISERIAS HUMANAS ESTÁ LA FE

 HOMILÍA DEL DOMINGO DÉCIMO NOVENO AÑO 2017.

Con ocasión de las exequias del cardenal Joachim Paul Meissner, que  muchos años fue titular del Arzobispado de Colonia, el Papa Emérito Benedicto XVI escribió unas hermosas líneas, en partes de las cuales destacó la valentía y la profunda fe del venerado purpurado, viviendo con la certeza que el Señor no abandona a su Iglesia,  aunque en ocasiones la barca está a punto de zozobrar”.

Recuerdo la descripción que me contaba un navegante que naufragó hace algunos años en un buque en el Mar de Omán: la dificultad para emerger, los remolinos marinos que incluso por su fuerza lo llegaron a fracturar, luego las largas horas de espera para ser rescatados. Sin duda un relato electrizante jalonado por una confianza en Dios, en la Virgen y el recuerdo de su familia.

Muchos no hemos tenido esa experiencia, pero intuimos lo dramático de enfrentar un mar tempestuoso, con oleaje en contra, en medio de la noche, con el cansancio del pasar de las horas –era la cuarta vigilia- donde nada se muestra a favor y todo está en contra.

  CRISTO DE PUERTO CLARO

El Santo Evangelio de este día nos muestra  que la presencia de Jesús en medio de ellos, se manifestó con su pleno señorío, ante cuya voz el mar obedece de inmediato, y  los vientos amenazantes simplemente silencian.

Nuestra sociedad, como la barca de los Doce Apóstoles se ve amenazada de múltiples ataques: Ha subido un 523 % el número de los divorcios, con la gravedad que  la mayoría de ellos acontecen a sólo cinco años de casarse. Cien mil personas –entonces- se ven afectadas por ello anualmente. Sin duda las palabras de unos sumado a los silencios de otros no han hecho sino abonar el terreno para que la cizaña disolvente crezca y asfixie el núcleo vital de la nuestra sociedad como es la familia, en la cual se fragua el futuro y sin la cual,  simplemente,  no hay mañana posible. Fue aquí en Valparaíso donde el santo sucesor de Pedro exhorto a no dejarse cautivar por “el cáncer del divorcio”, cuya metástasis hoy experimentamos al constatar tantas carencias, violencias y una crispación social cuyo origen es el debilitamiento de la fe que ha afectado la unidad de la familia y de la sociedad llena de división y pillerías.

A lo anterior, debemos sumar el hecho informado estos días donde se señaló que en Chile el número de enfermos de Sida ha subido un 66 % lo que implica un verdadero descontrol, según lo expresado por entendidos. No ha faltado el liberacionista que para justificar este desastre social ha dicho que ahora se están detectando antiguos casos… lo cual,  es a todas luces  falso porque igual quedan dos tercios de esa cifra que evidencian una espiral sumamente riesgosa.

Ahora bien, se ha detectado –dice el informe oficial- que el mayor incremento es en las personas de igual sexo, lo que nos hace recordar  los actos legislativos propuestos con suma urgencia por el actual gobierno  en favor del pseudo matrimonio igualitario.

No son muchas las voces que se oponen a un acto tan nocivo como el que se pretende aprobar en el futuro: No lo eran –tampoco- en tiempos de la predicación apostólica en medio de un imperio decadente a causa de la promiscuidad moral.

Lo cierto es que Dios no se equivoca al crear al hombre y la mujer. Nuestra Santa Iglesia,  custodia de una enseñanza y tradición ya bimilenaria,  es clara en la entrega de todo su mensaje: y si acaso la ciencia de manera crecientemente  enlaza con lo revelado por Dios, en el caso de la historia del hombre que desde la encarnación es historia de salvación, diremos que  enseña con plena razón, en plena verdad y con prístino testimonio.
SACERDOTE JAIME HERRERA


Por muchos medios algunos obispos de nuestra Patria dejaron en claro los beneficios de promover el control del Sida desde la fidelidad, desde la vivencia de la castidad, y desde la necesaria vivencia de valores perennes.

Hermanos: Un matrimonio que es mutuamente fiel nunca enfermara de Sida; los noviazgos  y pololeos que sean mutuamente castos, jamás deberán temer a enfermar de Sida, más por el contrario, diremos que es el camino del libertinaje y de la infidelidad el que deja entrever el drama de múltiples enfermedades anexas al desenfreno y la promiscuidad, las cuales no se sanan de raíz con antibióticos sino con una vida moral y espiritual más seria, más fiel, más consecuente y sin el doblez propio del liberacionismo.

Pues bien, no se hizo caso, y se continúa por el despeñadero de lo que hoy todos somos testigos…el mayor fracaso de una política pública de salud en las últimas décadas. Teniendo más policlínicos, más centros de salud, mejores medios de comunicación, múltiples recursos, han dejado una herencia dramática por las consecuencias de tantos nuevos contagios y sorprendente, por el crecimiento exponencial de la letal enfermedad.

Si hace unas semanas conocimos  el drama de los niños muertos en el Senane, cuyo desamparo llegó al extremo de no saber durante semanas la cantidad exacta de las víctimas fatales,   hoy son los contagiados anualmente  de Sida –cercanos a cincuenta mil- que deberán ser atendidos en los centros de salud de suyo ya colapsados. ¿Qué se espera de una retórica que favorezca el libertinaje juvenil? ¿Que se espera de una homilética de la felicidad ciega a la verdad de Jesucristo?

Cuál es el objetivo del hombre en este mundo…ser libre…ser feliz….hacer el bien…seguir la conciencia Todo ello es parte integrante de una sola gran verdad: Dios nos creó para ser santos. Esa es su voluntad: “Que todos seamos perfectos” (San Mateo V, 48). Si se idolatriza la libertad, si se idolatriza el placer, incluso si se idolatriza hasta la servicialidad se termina olvidando que hay sólo un mandamiento principal que nos dice: “Amar a Dios sobre todas las cosas”(San Lucas X, 27).

Dice el señor Jesús que “nadie que ame antes a…es digno de mí” (San Mateo X, 37). ¡Sólo Dios es adorable! ¡Sólo Dios es amable eternamente! Por lo que todo lo demás debe estar supeditado a su libérrima voluntad. Digámoslo con claridad: que los dictámenes de la sana conciencia deben ser obedecidos es algo importante en tanto cuanto se encaminan a los dictámenes de Dios.

Si,  hemos de reconocer que Dios nos quiere libres, que Dios nos quiere felices, y que Dios nos quiere conscientes, con igual fuerza y convicción, diremos que fuimos creados para “buscar, para encontrar y para vivir en Dios”. Insertos en el Mes de la Caridad Fraterna diremos con San Alberto Hurtado que “la vida fue dada para  buscar a Dios, la muerte para encontrarlo y la eternidad para poseerlo”.

La idolatría es un acto reduccionista que termina siempre menospreciando a Dios y por tanto a toda la creación, incluida la persona humana. Quien desprecia a Dios no dejará de menospreciar a su prójimo.

La evidencia, multitud y multiplicidad de los males de la vida presente, no pueden llenar nuestro corazón de tristeza porque ésta es el nutriente perfecto para que el demonio trabaje. Un alma triste prontamente cede a la tentación.

Tampoco puede paralizarnos y dejarnos inactivos. Debemos ser pro activos ante los males del mundo y no permanecer anquilosados a causa de la maldad extendida a lo largo del mundo, la cual es un enemigo a vencer, con la seguridad que la victoria nos pertenece aunque para alcanzarla debamos pasar por sinnúmero de sinsabores. La noche pasa, y descubrimos cómo sorprendentemente en medio de ella las estrellas nos anuncian siempre que viene una  nueva alborada. ¡Dios vence siempre! ¡El amor de Dios es más fuerte que cualquier tormenta!

Los discípulos antes que el Señor Jesús se les presentara en medio de las olas, creyeron por un momento que el amanecer nunca llegaría nuevamente, y percibieron que la oscuridad de la noche apagaría la nocturna hora de un cielo estrellado. Su vida de creyentes no estaba lo suficientemente consolidada, y los avatares, las dificultades, e imprevistos les hizo olvidar, personal y socialmente,  cómo el Señor los había cuidado y les había manifestado por múltiples caminos su condición mesiánica.
 VIRGEN DE PUERTO CLARO


Tantos milagros parecían irse por la borda de la frágil embarcación ante el mar bramante; tantas hermosas parábolas –como las meditadas los domingos anteriores- eran olvidadas ante una noche que se les hacía interminable. Atrás quedaban las palabras audaces que antecedían sus acciones del presente: “vayamos a morir por El”…” (San Juan XI, 16) ! Que bien estamos aquí, hagamos tres tiendas!” (San Mateo XVII, 4) y permanezcamos aquí instalados clamaban en lo alto del Monte Tabor. ¿Qué aconteció desde tales promesas de fidelidad y entrega irrestricta hasta que llenos de temor en medio del mar impetuoso eran incapaces de reconocerle inicialmente?

También,  a lo largo  de nuestra vida –que es como una peregrinación, una navegación, surge la tentación de olvidar tantas bendiciones que el Señor no ha dejado de concedernos a lo largo de tanto tiempo. Aunque el hombre reniegue de Dios y de su obra, Dios nunca se olvida de nosotros, lo cual nos permite regresar siempre confiados a su protección.

Para ello se requiere de un acto de fe en su Divina Providencia, que no se reduce a una suerte de “recreo” temporal de nuestro servilismo a las causas mundanas, sino que debe impregnar cada pensamiento, cada anhelo, cada sensación, y cada acción realizada por nosotros. La vida católica no puede quedar encerrada a una hora de la semana, sino que a de impregnar de manera indeleble el alma para que, vivamos, pensemos, y obremos en la consecuencia propia de la vida católica que ha de ser nuestro ADN desde el día de nuestro “dies credenti” hasta el “dies natalis”.

La tentación del liberacionismo reinante en los ambientes de nuestra sociedad, pero –además- contemporáneamente en algunoss ámbitos eclesiales y eclesiásticos conduce irremediablemente a una doble vida, lo cual se despliega luego,  en un amplio abanico de acciones llenas de  hipocresía, de  dobleces y de doble estándar bajo la tesis del discernimiento, de la casuística, y del situacionismo…No es esta una expresión muy académica –pero- que  nos ayuda a comprender que la verdad aunque molesta debe seguirse de modo irrestricto, que las cosas son buenas o malas de manera objetiva,  independiente de los lentes con que se observen. 

Imploramos, en el Mes de la Caridad Fraterna que el imperativo de dar a conocer a Jesucristo a las personas más necesitadas, espiritual y materialmente, ocupe un espacio impostergable en todo nuestro apostolado, en toda la vida pastoral de la Iglesia, recordando que Cristo es la alegría para el mundo porque es la verdad que necesita con urgencia nuestro mundo. ¡Que viva Cristo Rey!


PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ /  SACERDOTE DIOCESIS VALPARAÍSO /  CHILE


    



miércoles, 2 de agosto de 2017

“EL SEÑOR NO ABANDONA SU IGLESIA”

  PALABRAS DE BENEDICTO XVI, PAPA emeritus 2017.

"AUNQUE A VECES LA BARCA ESTÁ A PUNTO DE ZOZOBRAR".



En estas horas en las que la Iglesia de Colonia y los creyentes de todas partes se despiden del cardenal Joachim Meisner, también yo estoy con ellos en mi corazón y en mi mente y por eso cumplo con agrado el deseo del cardenal Woelki de dirigirles a ustedes unas palabras de reflexión.
Cuando el miércoles pasado me llegó por teléfono la noticia del fallecimiento del cardenal Meisner, mi primera reacción fue de incredulidad, ya que el día anterior habíamos hablado por teléfono. A través de su voz resonaba el agradecimiento por el hecho que ahora estaba de vacaciones, luego de haber participado el domingo anterior en la beatificación del obispo Teofilius Martulionis, en Vilna.
El amor a las Iglesias en los países vecinos del Este que habían sufrido bajo la persecución comunista, así como el agradecimiento por el haberse mantenido firmes durante los padecimientos de esa época lo marcaron a lo largo de su vida. Por eso no es casual que la última visita en su vida fue para rendir homenaje a uno de los confesores de la fe en esos países.
Lo que me impresionó especialmente en la última conversación con el fallecido cardenal fue la serenidad sosegada, la alegría interior y la confianza que él había encontrado. Sabemos que para él, pastor y cura apasionado, fue difícil dejar su oficio, justamente en una época en la Iglesia necesita en forma especialmente apremiante pastores convincentes que resistan la dictadura del espíritu de la época y vivan y piensen decididamente la fe.

Pero mucho más me conmovió percibir que en este último período de su vida él había aprendido a soltarse y vivía cada vez más de la profunda certeza que el Señor no abandona a su Iglesia, aunque a veces la barca está a punto de zozobrar.
En el último tiempo hubo dos cosas que lo dejaban cada vez más contento y convencido: Por un lado, me contaba una y otra vez cómo lo llenaba de una alegría profunda experimentar en el sacramento de la penitencia la forma en que justamente hombres jóvenes –ante todo también varones jóvenes- viven la gracia del perdón –el regalo de haber encontrado realmente la vida que sólo Dios puede darles.
Por otro lado, lo que lo conmovía y alegraba era el silencioso crecimiento de la adoración eucarística. En la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia éste fue para él un punto central: que haya adoración, un silencio en el que sólo el Señor habla a los corazones. Algunos expertos en pastoral y en liturgia opinaban que no se puede alcanzar un silencio tal si se contempla al Señor en medio de una cantidad tan enorme de personas. Algunos opinaban también que la adoración eucarística como tal está superada desde el momento en que el Señor quiere ser recibido en el pan eucarístico y no quiere ser mirado. Pero no se puede comer este pan como cualquier alimento y “recibir” al Señor en el sacramento eucarístico reclama todas las dimensiones de nuestra existencia… que el recibir debe ser adoración se ha vuelto mientras  tanto muy claro. Así el momento de la adoración eucarística en la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia se convirtió en un acontecimiento interior que no sólo fue inolvidable para el cardenal: para él este momento se mantuvo siempre presente y se convirtió para él en una gran luz.
Cuando en su última mañana el cardenal Meisner no apareció en la Misa fue encontrado muerto en su habitación. El Breviario se había escurrido de sus manos: él falleció rezando, a los ojos del Señor, en diálogo con el Señor. El modo de morir que le fue concedido señala una vez más cómo él vivió: a los ojos del Señor y en diálogo con él. Por eso podemos encomendar confiados su alma a la bondad de Dios.
Señor, te damos gracias por el testimonio de tu siervo Joachim. Permítele ser ahora intercesor para tu Iglesia de Colonia y para todo el mundo.
¡Requiescat in pace!
Benedicto XVI, Papa emeritus.