lunes, 14 de agosto de 2017

SOBRE LAS MISERIAS HUMANAS ESTÁ LA FE

 HOMILÍA DEL DOMINGO DÉCIMO NOVENO AÑO 2017.

Con ocasión de las exequias del cardenal Joachim Paul Meissner, que  muchos años fue titular del Arzobispado de Colonia, el Papa Emérito Benedicto XVI escribió unas hermosas líneas, en partes de las cuales destacó la valentía y la profunda fe del venerado purpurado, viviendo con la certeza que el Señor no abandona a su Iglesia,  aunque en ocasiones la barca está a punto de zozobrar”.

Recuerdo la descripción que me contaba un navegante que naufragó hace algunos años en un buque en el Mar de Omán: la dificultad para emerger, los remolinos marinos que incluso por su fuerza lo llegaron a fracturar, luego las largas horas de espera para ser rescatados. Sin duda un relato electrizante jalonado por una confianza en Dios, en la Virgen y el recuerdo de su familia.

Muchos no hemos tenido esa experiencia, pero intuimos lo dramático de enfrentar un mar tempestuoso, con oleaje en contra, en medio de la noche, con el cansancio del pasar de las horas –era la cuarta vigilia- donde nada se muestra a favor y todo está en contra.

  CRISTO DE PUERTO CLARO

El Santo Evangelio de este día nos muestra  que la presencia de Jesús en medio de ellos, se manifestó con su pleno señorío, ante cuya voz el mar obedece de inmediato, y  los vientos amenazantes simplemente silencian.

Nuestra sociedad, como la barca de los Doce Apóstoles se ve amenazada de múltiples ataques: Ha subido un 523 % el número de los divorcios, con la gravedad que  la mayoría de ellos acontecen a sólo cinco años de casarse. Cien mil personas –entonces- se ven afectadas por ello anualmente. Sin duda las palabras de unos sumado a los silencios de otros no han hecho sino abonar el terreno para que la cizaña disolvente crezca y asfixie el núcleo vital de la nuestra sociedad como es la familia, en la cual se fragua el futuro y sin la cual,  simplemente,  no hay mañana posible. Fue aquí en Valparaíso donde el santo sucesor de Pedro exhorto a no dejarse cautivar por “el cáncer del divorcio”, cuya metástasis hoy experimentamos al constatar tantas carencias, violencias y una crispación social cuyo origen es el debilitamiento de la fe que ha afectado la unidad de la familia y de la sociedad llena de división y pillerías.

A lo anterior, debemos sumar el hecho informado estos días donde se señaló que en Chile el número de enfermos de Sida ha subido un 66 % lo que implica un verdadero descontrol, según lo expresado por entendidos. No ha faltado el liberacionista que para justificar este desastre social ha dicho que ahora se están detectando antiguos casos… lo cual,  es a todas luces  falso porque igual quedan dos tercios de esa cifra que evidencian una espiral sumamente riesgosa.

Ahora bien, se ha detectado –dice el informe oficial- que el mayor incremento es en las personas de igual sexo, lo que nos hace recordar  los actos legislativos propuestos con suma urgencia por el actual gobierno  en favor del pseudo matrimonio igualitario.

No son muchas las voces que se oponen a un acto tan nocivo como el que se pretende aprobar en el futuro: No lo eran –tampoco- en tiempos de la predicación apostólica en medio de un imperio decadente a causa de la promiscuidad moral.

Lo cierto es que Dios no se equivoca al crear al hombre y la mujer. Nuestra Santa Iglesia,  custodia de una enseñanza y tradición ya bimilenaria,  es clara en la entrega de todo su mensaje: y si acaso la ciencia de manera crecientemente  enlaza con lo revelado por Dios, en el caso de la historia del hombre que desde la encarnación es historia de salvación, diremos que  enseña con plena razón, en plena verdad y con prístino testimonio.
SACERDOTE JAIME HERRERA


Por muchos medios algunos obispos de nuestra Patria dejaron en claro los beneficios de promover el control del Sida desde la fidelidad, desde la vivencia de la castidad, y desde la necesaria vivencia de valores perennes.

Hermanos: Un matrimonio que es mutuamente fiel nunca enfermara de Sida; los noviazgos  y pololeos que sean mutuamente castos, jamás deberán temer a enfermar de Sida, más por el contrario, diremos que es el camino del libertinaje y de la infidelidad el que deja entrever el drama de múltiples enfermedades anexas al desenfreno y la promiscuidad, las cuales no se sanan de raíz con antibióticos sino con una vida moral y espiritual más seria, más fiel, más consecuente y sin el doblez propio del liberacionismo.

Pues bien, no se hizo caso, y se continúa por el despeñadero de lo que hoy todos somos testigos…el mayor fracaso de una política pública de salud en las últimas décadas. Teniendo más policlínicos, más centros de salud, mejores medios de comunicación, múltiples recursos, han dejado una herencia dramática por las consecuencias de tantos nuevos contagios y sorprendente, por el crecimiento exponencial de la letal enfermedad.

Si hace unas semanas conocimos  el drama de los niños muertos en el Senane, cuyo desamparo llegó al extremo de no saber durante semanas la cantidad exacta de las víctimas fatales,   hoy son los contagiados anualmente  de Sida –cercanos a cincuenta mil- que deberán ser atendidos en los centros de salud de suyo ya colapsados. ¿Qué se espera de una retórica que favorezca el libertinaje juvenil? ¿Que se espera de una homilética de la felicidad ciega a la verdad de Jesucristo?

Cuál es el objetivo del hombre en este mundo…ser libre…ser feliz….hacer el bien…seguir la conciencia Todo ello es parte integrante de una sola gran verdad: Dios nos creó para ser santos. Esa es su voluntad: “Que todos seamos perfectos” (San Mateo V, 48). Si se idolatriza la libertad, si se idolatriza el placer, incluso si se idolatriza hasta la servicialidad se termina olvidando que hay sólo un mandamiento principal que nos dice: “Amar a Dios sobre todas las cosas”(San Lucas X, 27).

Dice el señor Jesús que “nadie que ame antes a…es digno de mí” (San Mateo X, 37). ¡Sólo Dios es adorable! ¡Sólo Dios es amable eternamente! Por lo que todo lo demás debe estar supeditado a su libérrima voluntad. Digámoslo con claridad: que los dictámenes de la sana conciencia deben ser obedecidos es algo importante en tanto cuanto se encaminan a los dictámenes de Dios.

Si,  hemos de reconocer que Dios nos quiere libres, que Dios nos quiere felices, y que Dios nos quiere conscientes, con igual fuerza y convicción, diremos que fuimos creados para “buscar, para encontrar y para vivir en Dios”. Insertos en el Mes de la Caridad Fraterna diremos con San Alberto Hurtado que “la vida fue dada para  buscar a Dios, la muerte para encontrarlo y la eternidad para poseerlo”.

La idolatría es un acto reduccionista que termina siempre menospreciando a Dios y por tanto a toda la creación, incluida la persona humana. Quien desprecia a Dios no dejará de menospreciar a su prójimo.

La evidencia, multitud y multiplicidad de los males de la vida presente, no pueden llenar nuestro corazón de tristeza porque ésta es el nutriente perfecto para que el demonio trabaje. Un alma triste prontamente cede a la tentación.

Tampoco puede paralizarnos y dejarnos inactivos. Debemos ser pro activos ante los males del mundo y no permanecer anquilosados a causa de la maldad extendida a lo largo del mundo, la cual es un enemigo a vencer, con la seguridad que la victoria nos pertenece aunque para alcanzarla debamos pasar por sinnúmero de sinsabores. La noche pasa, y descubrimos cómo sorprendentemente en medio de ella las estrellas nos anuncian siempre que viene una  nueva alborada. ¡Dios vence siempre! ¡El amor de Dios es más fuerte que cualquier tormenta!

Los discípulos antes que el Señor Jesús se les presentara en medio de las olas, creyeron por un momento que el amanecer nunca llegaría nuevamente, y percibieron que la oscuridad de la noche apagaría la nocturna hora de un cielo estrellado. Su vida de creyentes no estaba lo suficientemente consolidada, y los avatares, las dificultades, e imprevistos les hizo olvidar, personal y socialmente,  cómo el Señor los había cuidado y les había manifestado por múltiples caminos su condición mesiánica.
 VIRGEN DE PUERTO CLARO


Tantos milagros parecían irse por la borda de la frágil embarcación ante el mar bramante; tantas hermosas parábolas –como las meditadas los domingos anteriores- eran olvidadas ante una noche que se les hacía interminable. Atrás quedaban las palabras audaces que antecedían sus acciones del presente: “vayamos a morir por El”…” (San Juan XI, 16) ! Que bien estamos aquí, hagamos tres tiendas!” (San Mateo XVII, 4) y permanezcamos aquí instalados clamaban en lo alto del Monte Tabor. ¿Qué aconteció desde tales promesas de fidelidad y entrega irrestricta hasta que llenos de temor en medio del mar impetuoso eran incapaces de reconocerle inicialmente?

También,  a lo largo  de nuestra vida –que es como una peregrinación, una navegación, surge la tentación de olvidar tantas bendiciones que el Señor no ha dejado de concedernos a lo largo de tanto tiempo. Aunque el hombre reniegue de Dios y de su obra, Dios nunca se olvida de nosotros, lo cual nos permite regresar siempre confiados a su protección.

Para ello se requiere de un acto de fe en su Divina Providencia, que no se reduce a una suerte de “recreo” temporal de nuestro servilismo a las causas mundanas, sino que debe impregnar cada pensamiento, cada anhelo, cada sensación, y cada acción realizada por nosotros. La vida católica no puede quedar encerrada a una hora de la semana, sino que a de impregnar de manera indeleble el alma para que, vivamos, pensemos, y obremos en la consecuencia propia de la vida católica que ha de ser nuestro ADN desde el día de nuestro “dies credenti” hasta el “dies natalis”.

La tentación del liberacionismo reinante en los ambientes de nuestra sociedad, pero –además- contemporáneamente en algunoss ámbitos eclesiales y eclesiásticos conduce irremediablemente a una doble vida, lo cual se despliega luego,  en un amplio abanico de acciones llenas de  hipocresía, de  dobleces y de doble estándar bajo la tesis del discernimiento, de la casuística, y del situacionismo…No es esta una expresión muy académica –pero- que  nos ayuda a comprender que la verdad aunque molesta debe seguirse de modo irrestricto, que las cosas son buenas o malas de manera objetiva,  independiente de los lentes con que se observen. 

Imploramos, en el Mes de la Caridad Fraterna que el imperativo de dar a conocer a Jesucristo a las personas más necesitadas, espiritual y materialmente, ocupe un espacio impostergable en todo nuestro apostolado, en toda la vida pastoral de la Iglesia, recordando que Cristo es la alegría para el mundo porque es la verdad que necesita con urgencia nuestro mundo. ¡Que viva Cristo Rey!


PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ /  SACERDOTE DIOCESIS VALPARAÍSO /  CHILE


    



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