jueves, 22 de febrero de 2018

IMITAR A LA TRINIDAD EN LA TIERRA EN EL SANTO MATRIMONIO


 HOMILÍA MATRIMONIO  IGLESIAS  MOHR  &  BÓRQUEZ   RABE  /  FEBRERO 2018

SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ


Una vocación dada por Dios.

Con inmensa alegría nos reunimos en este lugar dedicado al Santo Cristo. Una de las características del templo que nos acoge es que tiene una hermosa imagen de la Sagrada Familia de Nazaret, la cual encierra un antiguo signo que representa a la Santísima Trinidad, lo cual nos hace preguntarnos qué relación hay entre José, María y Jesús con el misterio fundante de nuestra fe católica.

Por cierto, toda analogía en nuestro lenguaje es limitada. Toda comparación queda estrecha cuando se trata del ser íntimo de Dios mismo, mas –a pesar de toda consideración- en el medievo un teólogo designó a la Sagrada Familia como la “Trinidad en la tierra”, pues es tan sublime su misión, tan grande su amor, tan divina su cercanía que sólo es equiparable a la que existe desde toda la eternidad entre Dios Padre Hijo y Espíritu Santo.

Sin duda, aquella familia es el ícono de Dios que es amor, por ello,  cada nueva familia encuentra en la Trinidad Santa su origen, su camino y su destino permanente, lo cual hace que cada hombre y mujer,  que unen sus vidas en santo matrimonio, apoyados en la mano de la Divina Providencia, puedan seguir la aventura de una vida juntos con la seguridad que contarán con la gracia en el futuro.

Ambos se conocieron hace unos años…y descubrieron que había una afinidad en muchos aspectos, hasta el punto de decidir llegar a este lugar y a esta celebración. Pero, en  este discernimiento no han estado solos ni responde a un acto autónomo, porque han consultado a Dios respecto de la decisión, toda vez que no solo Él los creó de la nada sino que les confirió la vocación sublime al santo matrimonio.

Entonces, como novios que son –hasta ahora- saben que están cumpliendo un designio, que involucra al Señor mismo, presente en la vida esponsal como su gestor principal.

En efecto, esta celebración litúrgica encierra la grandeza que vuestra opción es elevada a realidad sacramental por lo que siendo ambos los que se donan y reciben mutuamente, cuentan –a partir de hoy- con la bendición de Dios que hace posible vivir  en plenitud los fines y propiedades del santo matrimonio a  la luz de la fe.

Vocación a la santidad de vida.

PUERTO CLARO DE VALPARAÍSO CHILE

Bautizados tempranamente, ambos han ido conociendo más perfectamente a Cristo. Hace unos veinte años, como Capellán del Saint Peter’s School de nuestra ciudad,  tuve la oportunidad de confesar por primera vez y dar la sagrada comunión al novio, quien con alegría y fe acudió a Cristo, el Pan de Vida Eterna.

El Nuevo Testamento no ahorra detalles para invitar a los novios amantes a abrir el proyecto de vida a Jesucristo quien, explica y da sentido a todo el misterio de la vida humana desde su condición de perfecto Dios y hombre a la vez. Todo lo que con propiedad responde a la naturaleza humana tiene que ver con Aquel de cuyas manos un día ha salido y está llamado un día en sus manos retornar.

La llamada que han recibido está litúrgicamente manifestada por el hecho que han ingresado separadamente, mostrando con ello que hasta ahora han sido individualmente benditos por el Señor, mas concluida la celebración, saldrán juntos, con un mismo paso, un mismo sentir, una misma fe y un mismo gozo, porque al instante del mutuo consentimiento las almas serán fundidas por la bendición de Dios, según enseñó Nuestro Señor al momento de ser consultado sobre la indisolubilidad del vínculo matrimonial: “Ya no son dos sino que son uno solo”.

El matrimonio no es vínculo de dos individualidades, sino la unidad de dos almas por lo que a partir de hoy subsiste un proyecto de vida que incluye para siempre el “nosotros” y “lo nuestro”. 

Ciertamente en una sociedad donde el “yo” es endiosado, el carácter de pertenencia parece estar encerrado en las cuatro paredes de nuestra sola existencia, por lo que el individualismo conlleva a imponer los criterios, los gustos, y las opciones personales  sobre el resto.

En cambio, el santo matrimonio tiende a compartir, a complementar, a entregar…a salir del mundo encerrado del “yoisismo” y del “miismo” –perdonando la expresión- para asumir con el Evangelio en la mano que el camino para alcanzar la mutua bienaventuranza pasa por hacer feliz, por encontrar a quien el Señor ha puesto en este caminar,  como huella legible de la voluntad de Dios.

Cada esposo ha de ser -a partir de hoy-  un verdadero intérprete del amor de Dios, lo cual sólo es posible a la luz de la fe. Por esto recurren a los pies del altar, implorando por la unidad indisoluble de este  santo matrimonio.

Vocación a servir mutuamente.

CURA JAIME HERRERA

Para nadie es novedad que lo que ambos hacen hoy forma parte de una minoría. De cada tres parejas que viven juntas, sólo una de ellas llega a los altares. Por esto, como creyentes saben que no es un acto audaz ni meramente un formulismo social lo que estamos  realizando sino que responde  a la convicción de creyentes, que compartiendo un sincero amor a Dios, imploran su bendición para hacer de la vida venidera un acto de servicio en vistas a imitar a Jesucristo quien nos enseña que: “Nadie tiene amor más grande, que el que da la vida por los suyos”.

¿Qué implica dar la vida?  Eventualmente, no es hacerlo por el camino del martirio, sino por medio de la entrega permanente, aquella que no sobresale ni es destacada, sino que se desarrolla en la vida de cada día, que pasa como desapercibida a los ojos del mundo, que “despacito” como la canción que bailarán mas tarde, no delata grandeza  porque lo ofrece silente y  eficazmente a Dios que todo lo ve y todo lo conoce.

Una antigua plegaria, sacada de textos de santos, señala “Cristo no tiene manos…no tiene pies…no tiene voz…no tiene ojos…no tiene oídos…porque ha querido tener los tuyas”. Es una hermosa meditación que se puede aplicar a la vida que,  los novios…esposos en unos instantes, vivirán para siempre.

“Cristo no tiene manos”: Dice un antiguo refrán: “Una mano lava la otra”, para explicar la necesidad que tenemos unos de otros, y nadie parece ser tan insustituible o necesario. Pues bien, el matrimonio es de dos…no es lo mío,  lo tuyo, y lo de ellos, lo que importa –ahora- es lo nuestro,  para lo cual,  vuestras manos tan expresivas para entregar muestras de amistad, de fuerza, y de seguridad no olvidaran que ambos están llamados a ser uno para el otro una “caricia de Dios”.

“Cristo no tiene pies”: Una antiguo verso de Antonio Machado recuerda: “Caminante no hay camino se hace camino al andar”. Los pies les llevan a recorrer muchos lugares, les permiten trasladarse,  percibiendo con ello que no pueden quedarse instalados en la vida, como pensando ya todo lo hemos hecho, ya todo lo hemos conocido. Cristo quiere llegar a muchas personas con vuestro caminar juntos hacia la santidad, por lo que el solo hecho de permanecer unidos constituye en sí un eficaz apostolado. El mejor apóstol de un matrimonio es otro matrimonio que se esfuerza por permanecer fieles sobre las dificultades.

“Cristo no tiene voz”: Aprendan a comunicarse todo lo que sienten, aquello que les agrada y les molesta, pues Cristo quiere hablar por medio vuestro no sólo a los que están a vuestro alrededor como verdaderos apóstoles sino para incentivar las buenas acciones, encender  los mejores propósitos y enmendar los eventuales  errores y pequeñeces. La corrección fraterna entre los esposos es tan necesaria como lo es en la vida al interior de los conventos, a fin de cuentas, ambos están igualmente consagrados y son primeramente pertenencia de Dios.

A este respecto no olviden preguntar, no actuar pensando por el otro, sino que el debido respeto se mostrará en la consideración oportuna y permanente que se tengan. El actual Sumo Pontífice aconsejando a los novios les decía hace unos años que preguntaran “¿puedo?” con el fin de no imponerse sobre el ser amado.

“Cristo no tiene ojos”: Procurarán estar atentos a las necesidades y gustos, esforzándose por anticiparse en consentir hasta en los más,  insignificantes detalles, ¡No los hay entre amantes! pues “la caridad es atenta”, y por lo tanto,  no sólo espera verse requerida o interpelada  sino que es diligente y hasta audaz en servir. Un conocido autor escribía: “El amor no consiste en mirar al otro, sino en mirar juntos lo mismo(“Tierra de Hombres”, Antoine de Saint-Exupéri, 1939).

“Cristo no tiene oídos”: En una sociedad “ruidosa”, más facilitadora al hablar que al escuchar, se suele  olvidar lo que la misma naturaleza indica: dos oídos para escuchar… una boca para hablar. Entonces, la sana complicidad exige que ambos conversen con frecuencia de lo divino y de lo humano, no cayendo en la superficialidad de la novedad,  sino abriendo la mirada y las palabras hacia la vida presente desde la perspectiva de la Bienaventuranza eterna a la cual están llamados.
Imploremos a la Sagrada familia de Nazaret por vuestra mutua fidelidad y felicidad para siempre.  ¡Que Viva Cristo Rey!


 

















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